La gargalesis, una forma de cosquilleo que provoca risas incontrolables, podría estar relacionada con el juego y el vínculo social, según teorías científicas.
Este fenómeno, que se activa mediante presión repetitiva en zonas sensibles del cuerpo, no sólo es exclusivo de los humanos, sino que también se observa en otros mamíferos sociales como simios y ratas.
De acuerdo con Shimpei Ishiyama, neurocientífico del Instituto Central de Salud Mental de Mannheim, esta respuesta podría tener un propósito evolutivo relacionado con la interacción social y la práctica de combate, aunque su origen exacto sigue siendo un misterio. Sin embargo, las cosquillas son un tema que aún plantea muchas incógnitas para la ciencia.
Qué es el cosquilleo
El término “cosquilleo” abarca dos tipos de sensaciones distintas. Por un lado, está la knismesis, que se asemeja a una picazón causada por un roce ligero, como el de un cabello en la piel.
Este tipo de estímulo tiene una función protectora, ya que ayuda a evitar que parásitos o insectos se adhieran al cuerpo. Por otro lado, se encuentra la gargalesis, que genera risas y movimientos involuntarios, es mucho más compleja y no tiene una explicación tan clara.
Según Ishiyama, una teoría sugiere que podría servir como mecanismo de defensa para proteger partes vulnerables del cuerpo, aunque esta hipótesis presenta inconsistencias, ya que las zonas más sensibles al cosquilleo, como las plantas de los pies, no son necesariamente las más vulnerables.
La hipótesis más aceptada entre los científicos es que las cosquillas están vinculadas al juego y a la interacción social. Sandra Proelss, investigadora del Centro Bernstein de Neurociencia Computacional en Berlín, explica que las cosquillas dependen del contexto emocional y social.
Las personas y los animales son más propensos a sentir cosquillas cuando están relajados y en un entorno lúdico. Además, la familiaridad juega un papel importante: es menos probable que alguien reaccione con risa si las cosquillas provienen de un desconocido.
Este fenómeno también está influenciado por el estado emocional, ya que la ansiedad puede reducir la sensibilidad al cosquilleo. Otro aspecto a considerar es que no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos, lo que refuerza la idea de que esta respuesta está diseñada para entornos sociales.
Las cosquillas según la neurología
Desde el punto de vista neurológico, las cosquillas activan múltiples regiones del cerebro, pues múltiples estudios realizados en ratas han demostrado que los circuitos somatosensoriales relacionados con el juego también se activan durante las cosquillas.
Además, otras áreas cerebrales involucradas incluyen las responsables del procesamiento del tacto, la respuesta de lucha o huida, las vocalizaciones y las emociones, como la amígdala y la corteza cingulada anterior. Estas conexiones sugieren que las cosquillas no sólo son una experiencia física, sino también emocional y social.
Aunque las cosquillas suelen asociarse con el placer, también pueden generar incomodidad o incluso angustia en ciertos contextos. Según Ishiyama, esta ambivalencia emocional es comparable a la emoción que provoca una película de terror o una casa embrujada: una mezcla de miedo y diversión que hace la experiencia más emocionante.
Sin embargo, fuera de un entorno positivo, las costillas pueden volverse desagradables, pues históricamente, se han utilizado como método de tortura, ya que la respuesta neurológica y física que desencadenan puede ser abrumadora.
Incluso en contextos consensuados, como en el caso de fetiches sexuales documentados por Ishiyama, las personas que buscan satisfacción sexual a través de las cosquillas, señalan que esta actividad combina dolor y placer.
Aproximadamente el casi 40% de los participantes del estudio indicó experimentar angustia y a pesar de los avances en la investigación, las cosquillas siguen siendo un fenómeno poco estudiado. Ishiyama señala que la mayoría de los estudios en neurociencia se centran en enfermedades y trastornos, dejando de lado las emociones positivas como la diversión.
Entre las incógnitas pendientes, destaca el componente genético que podría explicar por qué algunas personas son más sensibles a las cosquillas que otras.
También se desconoce por qué la sensibilidad al cosquilleo disminuye con la edad y cuál es el mecanismo exacto que impide que podamos hacernos cosquillas a nosotros mismos. Además, aún no se ha determinado cuántas especies animales experimentan cosquillas, aunque investigaciones recientes han comenzado a explorar este fenómeno en ratones.