Cerca de las 17 del viernes 23 de febrero de 2024, el profesor de piano Walter Obloblin llegó a la casa del ingeniero Roberto Wolfenson Band, de 71 años, en el lote 397 del country La Delfina, de Pilar, para darle su habitual clase. Pero nadie respondió a sus llamados. El alumno estaba muerto. Su cuerpo yacía en una de las habitaciones de la planta alta. Había sido asesinado el día anterior, pocos minutos antes de las 14, estrangulado con un elemento utilizado como lazo.
Hoy, a las 9.30, el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) N°4 de San Isidro, el mismo que estuvo a cargo del último juicio por el homicidio de María Marta García Belsunce, celebrado en 2022, comenzará a juzgar a Rosalía Paniagua, que trabajaba como empleada doméstica en la casa de Wolfenson Band.
Paniagua, paraguaya, de 36 años, está acusada de robo calificado por el empleo de arma utilizada de forma impropia en concurso real con homicidio criminis causae (matar para lograr la impunidad). De ser encontrada culpable podría recibir la pena de prisión perpetua.
“La intervención de la imputada, en carácter de autora, encuentra sustento en el cúmulo de elementos de convicción recogidos en la investigación”, sostuvo el fiscal Germán Camafreita Steffich en su requerimiento de elevación a juicio.
El TOC N°4 de San Isidro está integrado por los jueces Victoria Santamaría Guglielmetti, Osvaldo Rossi y Esteban Andrejin. El Ministerio Público estará representado por la fiscal Laura Capra y los hijos de la víctima, por el abogado Tomás Farini Duggan.

En principio se espera la declaración de 60 testigos, pero, a partir del inicio del debate y tras un acuerdo de las partes, la lista se podría disminuir considerablemente, dijeron fuentes al tanto de la preparación del juicio.
Los primeros testigos en declarar serán Graciela Orlandi, pareja de la víctima, y otros familiares.
Según el requerimiento de elevación a juicio, la acusada se habría hecho de un botín compuesto por un parlante tipo bluetooth, un par de auriculares, un cuchillo de cocina, una menorá (candelabro de bronce macizo con siete brazos en festividades de la comunidad judía), un cuchillo de cocina, varias pulseras de plata de distintas marcas, 300 dólares y 900.0000 pesos.
Paniagua fue detenida un mes después del homicidio. Pasó de ser una testigo clave, por haber sido la última persona que vio con vida a la víctima, a ser la acusada del crimen.
Las claves para detenerla fueron las cámaras de seguridad instaladas por la empresa Trenes Argentinos en la estación Derqui del ferrocarril San Martín y la activación del teléfono celular de la víctima, que habría sido manipulado por Paniagua mientras esperaba la formación.
Además, en la casa donde fue detenida Paniagua se secuestró el parlante con conexión bluetooth que había desaparecido de la casa de la víctima. También fueron incautados un cuchillo, la ropa que ella llevaba puesta el día del crimen, la mochila y una tarjeta SUBE.
“Las antenas determinaron que el teléfono celular de la víctima, que todavía no apareció, se activó en la zona de la estación de Derqui. En ese mismo lugar fue captado el móvil de la sospechosa. Una filmación de las cámaras de seguridad de la estación de trenes registró a la empleada doméstica sentada en un banco del andén y se puede observar cómo manipula dos teléfonos celulares”, había dicho a LA NACION un detective judicial poco después de la detención de la sospechosa.
Los investigadores sospechan, a partir de esa filmación, que cuando el jueves 22 de febrero Paniagua llegó a la estación Derqui intentó vender el teléfono celular de la víctima. Eso también quedó grabado en una de las cámaras de la estación.
Aquel día, Paniagua se retiró del country La Delfina cerca de las 13.53. “Con el claro fin de procurar su impunidad, aprovechando su calidad de empleada doméstica, dentro de la habitación de huésped ubicada en la planta alta, previo un forcejeo y golpes, mediante la utilización de un elemento en forma de lazo, la aquí imputada Paniagua lo colocó alrededor del cuello de Wolfenson Band y provocó su asfixia hasta su muerte, para luego darse a la fuga con los objetos de valor sustraídos”, detalló el representante del Ministerio Público Fiscal en su dictamen acusatorio.
Según la autopsia, el ingeniero fue ahorcado con un elemento fino. Los investigadores suponen que se trató de una soga o de un cable que aún no fueron localizados. Otra de las revelaciones de la necropsia es que Wolfenson Band intentó defenderse; tenía lesiones en brazos y manos, además de un corte en la parte posterior del cuello.
En un primer momento, cuando fue hallado el cuerpo de la víctima, se pensó que Wolfenson Band había muerto como consecuencia de un infarto y que las lesiones que se advertían en su rostro, a primera vista, eran producto de una caída posterior al ataque cardíaco.
Pero Andrés Quintana, el primer fiscal que intervino, ordenó que se realizara la autopsia y se determinó que el ingeniero había sido asesinado.
La versión de la acusada
Tras su detención, cuando amplió su declaración indagatoria, Paniagua afirmó que el jueves 22 de febrero del año pasado, cuando llegó a la casa del lote 498 del country La Delfina, se había topado con un hombre de 1,80 de altura que vestía chomba negra y que, de forma intimidatoria, le dijo que tendría que hacer todo lo que le pidiera. Declaró que había pensado que era el hijo del ingeniero y que tendría unos 40 años. “No vi la marca [de la ropa], no vi tatuajes, anillos ni reloj”, agregó.
“Estaba limpiando el baño donde dormían Roberto y su mujer. Cuando salí a buscar un trapo para limpiar la ventana me asomé; en la puerta vi que se dieron un beso, ahí en la puerta para salir. Ellos no me vieron, yo los vi besándose. Después me fui para atrás, seguí en el baño, me quedé en shock”, sostuvo Paniagua, según reconstruyeron las fuentes consultadas. Afirmó que “hablaban bajito” y que no podía escuchar lo que decían.
La imputada contó que la “mató la curiosidad” e intentó grabar un nuevo beso entre el ingeniero y la persona que lo visitaba para mostrarle la filmación a la “señora Graciela” Orlandi.
“Me metí en el escritorio del señor para grabar con mi celular [por] si se besaban. Intenté dos veces, se me cayó dos veces y dije ‘me dejo de joder’”, sostuvo Paniagua en su indagatoria.
Afirmó que en un momento aquel “muchacho” bajó y el “señor” se quedó en el escritorio solo: “Estuvo un tiempito hablando por teléfono, en otro idioma, portugués, creo. Tosía y me dijo ‘Soledad, esto no le cuentes a nadie, lo que vos ves hoy’”.
Después, siempre según la declaración de la imputada, el “muchacho” subió a la planta alta y ella escuchó que le espetó al ingeniero: “Me dijiste que te ibas a dejar con la señora”. Y Wolfenson Band, según Paniagua, respondió: “Ya te dije que no”.
“El muchacho, desde que llegó, usaba guantes blancos de látex, los típicos de peluquería”, recordó la sospechosa en un momento de su declaración.
Después, según agregaron fuentes que tuvieron acceso a la indagatoria de Paniagua, Wolfenson Band le pagó el día de trabajo. Eran las 12.30 del 22 de febrero pasado. Ella siguió con el trabajo de limpieza hasta las 13.15, cuando se fue a cambiar.
“Me cambié y salí, entre la cocina y el lavadero. En el pasillito, entrando a la cocina, escuché que me dicen ‘eh, che’, me di vuelta y me dieron un golpe en la cara, en la nariz. Me caí. Salía sangre, no tanto, pero quedó en el piso. Me desmayé, quedé inconsciente, quedé ahí tirada, entre medio del lavadero y la cocina. Manché el piso con sangre, me quedé un segundo ahí dormida. Cuando me desperté tenía cinta gruesa transparente en la boca y atadas las manos y los tobillos. Ahí tenía puesto el vestidito rosa. Estaba acostada en el piso, atada. Cuando me desperté escuché al señor Roberto decir ‘Basta Félix, basta Félix’, como tres o cuatro veces”, aseguró la sospechosa.
Paniagua dijo que además había escuchado ruidos de golpes. Después, siempre según su relato como imputada, el “muchacho” bajó y la agarró de la nuca.
Amenazas
“Sentate, puta de mierda, paraguaya de mierda”, le dijo el tal Félix y le limpió la nariz, según afirmó la sospechosa. Después agregó: “Me dijo ‘vos no me conocés a mí, yo a vos sí. No le cuentes a nadie. Yo sé que tenés familia, tenés [un] bebé, por eso no te voy a matar, los chicos no tienen la culpa. Te tocó estar en el lugar equivocado’. Estaba furioso el chico. Me preguntaba ‘¿cuánta plata querés para quedarte callada?’ No le acepté la plata, aunque la necesitaba. La mochila estaba ahí tirada; él trajo un montón de cosas, me puso en la mochila el celular del señor. Me dijo ‘paraguaya de mierda, llevate esto’: el celular Motorola color celeste oscuro, el parlante rojo que estaba en mi casa en el allanamiento, una cosita así plateada con una velera [el candelabro judío de siete brazos], una bolsita, chucherías, una pulsera con caracoles, supongo que de la señora, y unos auriculares. Me dijo ‘ahora te vas a ir, sin plata, pero esto es una fortuna’. Me dijo ‘descartate del teléfono, yo sé donde vivís, tenés chicos, se mueren. No hables a la policía. No hables con nadie’”.
La “cosita plateada con una velera” era una menorá, el candelabro de siete velas que es uno de los principales símbolos del judaísmo. Paniagua la vendió en una chatarrería de San Martín que luego fue ubicada por los detectives de la Subdelegación Departamental de Investigaciones (SubDDi) de Pilar de la policía bonaerense.
“Los compradores del candelabro reconocieron que se lo habían adquirido a una mujer, aunque aclararon que lo habían revendido a una fundidora”, afirmaron las fuentes consultadas.
Los investigadores le creyeron poco, casi nada. Por eso, un mes después, el fiscal solicitó la prisión preventiva ante el peso de la prueba científica y tecnológica incorporada en el expediente.
En las próximas horas se sabrá si Paniagua decide declarar en el juicio y si repite la versión que dio en su declaración indagatoria.
