Las cifras no son solo estadísticas, son advertencias. Cada año, miles de personas en Colombia enfrentan complicaciones graves de salud, y muchas pierden la vida, a causa de un enemigo tan invisible como persistente, la contaminación del aire. Aunque esta problemática es abordada desde distintos frentes, los datos indican que la magnitud del impacto sigue siendo preocupante y demanda una respuesta más decidida.
En ciudades como Bogotá, Medellín y Cali, los niveles de polución alcanzan frecuentemente cifras consideradas peligrosas por organismos internacionales. Los efectos, además de evidentes en la atmósfera densa y gris que a menudo cubre estas urbes, se manifiestan en hospitales, centros de salud y en los hogares, enfermedades respiratorias crónicas, fatiga, dolores de cabeza constantes y afecciones cardiovasculares se volvieron cada vez más comunes.
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El doctor Ubier Gómez, médico toxicólogo clínico de la Universidad de Antioquia y vocero externo de Heel Colombia, advierte sobre los múltiples contaminantes que flotan en el aire de las grandes ciudades colombianas. “El material particulado en el aire es uno de los principales contaminantes en ciudades como Bogotá, Medellín y Cali. Este no solo afecta los pulmones, también puede ocasionar problemas cardíacos”, explicó en entrevista con Blu Radio.
Además del material particulado, el aire que se respira contiene gases irritantes como el dióxido de azufre, el dióxido de nitrógeno y el ozono troposférico. Este último, particularmente, resulta alarmante porque actúa a nivel del suelo y no en capas altas de la atmósfera, como suele creerse.
Según el Instituto Nacional de Salud (INS), cerca del 8% de las muertes anuales en el país, alrededor de 18.000 personas, están relacionadas con la mala calidad del aire. Entre estas, un 14% corresponde a enfermedades cardiovasculares y un 18% a casos de Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (Epoc). Son porcentajes que revelan la profundidad del impacto, sobre todo en poblaciones con menos acceso a servicios de salud.
La situación es especialmente crítica para los más vulnerables. Entre 2018 y 2022, murieron 73 niños menores de cinco años en Colombia por infecciones respiratorias agudas asociadas con la contaminación ambiental. Bogotá, por ejemplo, concentra una gran parte de estos casos en localidades como Suba, Ciudad Bolívar y Kennedy, donde confluyen altos niveles de polución y condiciones socioeconómicas difíciles.
Pero, el problema no termina con el aire. El agua contaminada también cobra vidas. El 72% de las muertes por enfermedades diarreicas, muchas de ellas en menores de edad, están relacionadas con el consumo de agua con residuos tóxicos. Este tipo de cifras revela una crisis sanitaria y ambiental de múltiples capas que exige una mirada integral.
En respuesta, distintas iniciativas buscan contrarrestar el daño. Algunas apuntan al uso masivo de energías limpias como la solar y la eólica. Otras se centran en el fomento de la movilidad sostenible, como el uso de bicicletas y vehículos eléctricos, o en medidas más domésticas como la instalación de bombillas LED, sistemas de aislamiento térmico y el uso eficiente de la energía en los hogares.
También se promueve la reforestación tanto en áreas urbanas como rurales, una estrategia vital para mejorar la calidad del aire y reducir los efectos del cambio climático. Sin embargo, los esfuerzos aún son insuficientes frente a la escala del problema.
Expertos coinciden en que se necesita mucho más que iniciativas aisladas. Se requiere una política pública firme, coherente y sostenida, acompañada de un cambio cultural en la ciudadanía. La contaminación ambiental ya no puede ser vista como un tema exclusivo de ambientalistas, es un asunto de salud pública que afecta directamente el presente y el futuro de millones de colombianos.