El hallazgo de morcilla elaborada en condiciones insalubres en una bodega del barrio Socorro, en la localidad de Kennedy, volvió a poner en primer plano la problemática de los mataderos clandestinos en Bogotá y sus múltiples consecuencias para la salud pública, el bienestar animal y el medio ambiente.
La intervención de las autoridades en este establecimiento, donde se procesaban productos cárnicos sin cumplir los requisitos mínimos de salubridad, derivó en el sellamiento del local por 90 días y reavivó el debate sobre la proliferación de prácticas ilegales en la cadena de producción de carne en la capital.
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Durante la inspección, funcionarios de la Alcaldía local, la Secretaría de Seguridad y la Policía Nacional detectaron heces de roedores en las áreas de procesamiento, animales merodeando, ausencia de cadena de frío y contaminación cruzada entre productos químicos y alimentos.
“A pesar de que en ese lugar ya habíamos hecho trabajos de sensibilización, inspección, vigilancia y control, nunca cumplieron con los requisitos mínimos de ley, convirtiéndose en reincidentes, arriesgando la salud de la ciudadanía con la fabricación y venta de ese producto tan apetecido por la comunidad”, declaró Karla Tathyana Marín, alcaldesa de Kennedy, en un comunicado.
Operativos recientes exponen la magnitud del problema
Este episodio se suma a una serie de operativos recientes que dejaron al descubierto la magnitud del problema. En el barrio San Benito, en la localidad de Tunjuelito, las autoridades clausuraron una vivienda de tres pisos que funcionaba como centro clandestino de procesamiento y distribución de carne.
Allí se encontraron restos animales en descomposición, sangre acumulada y carne almacenada sin refrigeración. Además, los residuos, incluidas vísceras y sangre, eran vertidos directamente al río Tunjuelito, afluente que desemboca en el río Bogotá y que desde hace décadas recibe desechos de mataderos y curtiembres, convirtiéndose en uno de los principales focos de contaminación de los ecosistemas hídricos de la ciudad.
En ese lugar, la investigación reveló la producción de “mota”, un subproducto cárnico obtenido del raspado de pieles en curtiembres, prohibido para el consumo humano pero que sigue circulando en el mercado informal de Bogotá.
Este insumo, utilizado en embutidos, empanadas y pinchos, se comercializa a precios bajos —entre $900 y $1.500 la libra—, lo que lo hace atractivo para pequeños comerciantes y vendedores ambulantes. En el operativo, cuatro personas fueron capturadas y enfrentan posibles penas de cinco a 12 años de prisión por delitos como corrupción de alimentos y contaminación ambiental.
La problemática no se limita a estos sectores. En marzo, en Fontanar del Río (Suba), la Fiscalía desmanteló un matadero clandestino donde se sacrificaban bovinos enfermos sin control sanitario. Se incautaron 1.500 kilos de carne, sebo y hueso, y tres personas fueron detenidas por maltrato animal, falsedad marcaria, contaminación ambiental y corrupción de alimentos.
Poco después, en el barrio La Gaitana (también en Suba), se rescataron 19 ovejas y 22 terneros vivos en condiciones de hacinamiento y desnutrición, además de hallarse restos de 28 animales sacrificados y 10 canecas con vísceras, sangre y cabezas de ganado. La bodega fue sellada y los animales quedaron bajo custodia del Instituto Distrital de Protección Animal.
En abril, una operación en la vereda Mochuelo Alto (Ciudad Bolívar) permitió encontrar seis canales de bovino en descomposición listos para su comercialización. Tres personas fueron detenidas gracias a denuncias ciudadanas.
Falta de registro unificado
Uno de los obstáculos más serios para combatir este fenómeno es la fragmentación de la información y la ausencia de un sistema unificado de registro de casos, operativos y sanciones relacionados con mataderos ilegales en Bogotá.
El Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal (Idpyba) reportó que entre 2024 y lo que va de 2025 solo recibió dos reportes por posibles mataderos clandestinos, mientras que medios de comunicación documentaron al menos siete operativos en el primer semestre de 2025.
El Idpyba aclaró que su intervención solo se activa cuando se evidencia maltrato animal, ya que las actuaciones iniciales corresponden a entidades como la Secretaría de Salud, la Secretaría de Gobierno, la Policía Ambiental y las alcaldías locales.
Esta dispersión institucional dificulta el seguimiento de los casos, impide identificar patrones y debilita la respuesta oficial. Por su parte, la Secretaría de Salud reconoció que no dispone de cifras unificadas ni de fácil acceso sobre operativos o denuncias ciudadanas, lo que alimenta la informalidad y obstaculiza la formulación de políticas de control basadas en evidencia.
Aunque el Decreto 1500 de 2007 regula la cadena de producción cárnica y delega su vigilancia al Invima, su aplicación en Bogotá y otras regiones es desigual. Muchos pequeños mataderos no logran cumplir los requisitos técnicos y sanitarios exigidos, lo que incentiva la clandestinidad.
Además, el decreto contempla el bienestar animal, pero carece de mecanismos claros de exigencia y sanciones efectivas. Persisten prácticas como golpes, transporte inadecuado y sacrificios sin aturdimiento, especialmente en zonas rurales y periféricas, situación que fue denunciada por el Idpyba sin mayores consecuencias.
La falta de inversión pública y de apoyo técnico para formalizar pequeñas plantas de sacrificio tiene un efecto contrario al esperado: la ilegalidad se expandió y las condiciones sanitarias empeoraron.
Abigeato y redes irregulares
Buena parte de la carne que abastece esta red clandestina proviene de regiones como Guaviare, Caquetá y Meta, donde la ganadería extensiva —en muchos casos ilegal— avanza sobre los bosques amazónicos, generando deforestación y operando en contextos de informalidad, ausencia estatal y criminalidad.
En este escenario, el abigeato creció. Reses robadas son sacrificadas sin control sanitario y sus partes distribuidas a través de canales irregulares, muchas de las cuales terminan en mataderos ilegales de Bogotá, donde la carne se procesa y vende en mercados populares sin trazabilidad ni condiciones higiénicas.
Los mataderos clandestinos representan el último eslabón de una cadena que inicia con la deforestación y culmina en el plato del consumidor urbano. En el trayecto quedan animales sin protección, aguas contaminadas y barrios expuestos a enfermedades.