Cristina Pérez: “Soy más dueña de mí misma hoy que antes”  

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Es un misterio de dónde saca el tiempo. Todos los días, de lunes a viernes, está en el aire cinco horas. A la mañana, su voz se deja escuchar por Radio Rivadavia y a la tarde, se la puede ver por LN+.

Pero para estar frente a un micrófono o una cámara durante cinco horas, antes y después tiene que pensar y producir esos programas con mucha intensidad y dedicación. Ella misma escribe, de su puño y letra, sendos editoriales para cada uno de esos envíos diarios. El vértigo de la información en la Argentina hace que no pocas veces Cristina Pérez tenga que repensarlo todo de vuelta.

Revisar los diarios y las redes sociales, hablar con fuentes y, como si esto fuera poco, ser pareja de Luis Petri, ministro de Defensa del gabinete del presidente Javier Milei plantean un escenario bastante alejado y menos sosegado del que, se supone, la literatura requiere para que florezca la creatividad y una historia única y distinta empiece a tomar cuerpo página a página. Sin embargo, ella lo logra. Acaba de publicar su quinto libro, Mujer Samurái.

“Cuando empecé a escribir este libro –cuenta ahora, ya algo más relajada tras la llegada a las librerías de su nueva obra, que editó Penguin Random House–, no estaba en la televisión, pero cuando volví fue un sacrificio enorme. Llegué exhausta al final del libro, con la lengua afuera. Sentí que no daba más. Cuando lo entregué creí que sucumbía, te lo juro”.

Pero, ¿cuáles son esos resquicios que le deja el demandante ejercicio de una profesión como la periodística, que en la Argentina exige entregarlo todo y más también? “Le dedicaba los fines de semana –revela– y el tiempo que me quedaba, o sea que no paraba. De febrero a agosto no tuve descanso. Fue durísimo.”

Es que reivindica con pasión sus dos oficios: ser, a la vez, periodista y escritora. Acaba de cerrar su largo ciclo de 21 años en Telefe, aunque el mes que viene se verá por esa señal un ciclo especial que grabó con entrevistas a cinco primeras figuras en un formato muy particular, porque también se dio tiempo para eso. Y otra gran noticia es que no solo seguirá con su programa diario por LN+, sino que periódicamente sumará su pluma a las páginas del diario LA NACION.

-¿Qué es Mujer samurái?

–Es la búsqueda de la leyenda de Tomoe Gozen, la mujer samurái más célebre que, según la crónica de la guerra que derivó en el Japón de los Samuráis, valía por mil hombres. Podía enfrentar a un dios o a un demonio. Manejaba el arco y la flecha como nadie y también era experta en andar a caballo en medio de la guerra, un personaje único que peleó al lado del general del Sol Naciente, su comandante y su hombre, al mismo tiempo. Me costó indagar en esta historia porque prácticamente está oculta en los pliegues de una crónica fascinante.

-¿Cómo hacés para compatibilizar tiempos tan distintos como son las urgencias, a veces alienantes, de la información, con la calma y la concentración que demanda la creación literaria?

–Es un misterio, pero cuando aparece una historia para un novelista se hace inevitable escribir. Te lo pide la tinta, si me permitís la metáfora. Cuando me encontré con ese pequeño párrafo descriptivo de esta mujer quise reconstruir su biografía incompleta. Y el misterio que significa el rol de las mujeres samurái, porque son la historia no contada del camino de la espada y de los guerreros samurái, que siguen siendo leyenda e influyentes por su filosofía del honor y del coraje.

–Contame tu historia con Japón, bastante accidentada, por cierto, ¿no?

–Mi historia con Japón empieza con uno de esos viajes exóticos que uno hace por curiosidad. Fue en 2008 y lo que sentí en Japón, apenas llegué, es que estaba levitando. Por alguna razón extraña, uno está en una especie de nivel de flotación superior. La gravedad japonesa debe estar unos centímetros por encima de los demás países. Da la sensación de ser una cultura que levita sobre la sustancia de lo concreto. Como le puede pasar a cualquiera, a mí me tocó caerme y lesionarme a la mitad del viaje. Me esguincé las dos piernas. Me tocó eso que uno no quiere que le pase en un viaje, que es estar en Kyoto, en pleno invierno, tres días en cama en el hotel y volver en silla de ruedas. Pero esos días me marcaron porque la chica que me cuidaba y acompañaba, me hacía origamis, aunque no nos podíamos entender. Por la ventana de la habitación veía flores de ciruela totalmente florecidas bajo la nieve. No lo podía creer hasta que pude entender que las flores de ciruela salen en invierno. Me pareció algo de una poesía superior, porque era florecer en la adversidad. Me quedó grabado eso. Todo lo que me pasó, me enamoró de Japón. Cuando volví de ese viaje, empecé a estudiar el código de honor de los samurái.

El ministro de Defensa Luis Petri acompañado por Cristina Pérez durante la Cena Anual de CARI

–¿Por qué entraste por ese lado?

–Realmente no lo sé, pero cuando llegué a Bushido, que es una traducción de principios del siglo XX ya sublimada de lo que es el código de honor de los samuráis, quedé atrapada. Su mensaje se condensa en una pregunta y una respuesta que sería algo así como “¿qué hay que hacer?” y lo correcto como una condensación de la honorabilidad y de una ética.

–¿De qué época estamos hablando?

–Sitúo la novela en el Japón feudal del siglo XII. Entonces no existían los Estados nación. El monopolio de la fuerza es lo que se pone en tensión entre los clanes en pugna.

–Saliste de la Europa renacentista, en la que ambientaste La dama oscura y Tiempo de renacer, tus dos novelas anteriores. Si bien situadas en distintos lugares, son de épocas y culturas, de alguna manera, afines y más próximas a nosotros.

–Yo tengo cinco libros publicados. Mis tres novelas históricas coinciden en contar la biografía incompleta de una mujer llevada a la ficción para poder completarla. Es un viaje hacia atrás en el tiempo, porque el primer libro, La dama oscura, transcurre en el siglo XVI inglés. Mi segunda novela histórica, Tiempo de renacer, sucede en el siglo XV italiano y acá me voy al siglo XII japonés. Siglos XV y XVI son Renacimiento, pero con Mujer samurái ya me voy a la Edad Media, pero no a la Edad Media europea. De todas maneras, hay una coincidencia que es el rol de los guerreros. Tenés a los caballeros medievales de Europa, que pelean eventualmente para servir a un señor feudal, pero que también lo hacen por dinero, lealtad, por un lugar en la jerarquía nobiliaria, por tierras o por la Iglesia. Acá nos situamos en el nacimiento del Japón de los samuráis. El momento histórico que toma mi libro es el Japón imperial, con base en Kyoto, con un soberano que desciende de los dioses, que encarga la defensa a los clanes guerreros. Esos clanes sirven al imperio proveyéndolo de seguridad, pero también son un caldo de ambiciones. Hay un momento en Japón en el que se reordenan las jerarquías establecidas y algunos clanes son relegados. Esto coincide con un momento donde hay uno en particular, que es el clan Taira, uno de los principales contendientes de la épica guerra civil de Genpei, que se enfrenta con el clan Minamoto. Ahí se produce un hecho de provocación al mando natural porque el samurái se da cuenta de que al darle la seguridad al monarca, este depende de él. “A mí nadie me tiene que dar seguridad; yo tengo más poder”, razona. “Y si le sumo a esto la sangre real, soy el dueño del imperio”, completa. En ese momento se produce el primer desborde porque el resto ve eso como una herejía. Se levanta otro clan que había sido relegado para combatir la tiranía. La conclusión es que el que tiene la fuerza tiene el poder y cambia el régimen. El emperador sigue, pero bajo una administración militar. Ese conflicto se resuelve en una guerra que tiene a una mujer que rompe todos los cánones porque es guerrera y vale por mil hombres. La historia no contada de los samuráis es la historia de las guerreras. Un amigo que estuvo en Japón me dijo que aprendió que la mujer en Japón es compleja porque sabe ser sumisa y poderosa cuando es necesario. Una buena síntesis.

–¿Por alguna razón en particular son siempre mujeres las protagonistas de tus últimos libros?

–Yo no sé si busco mujeres o ellas me buscan a mí. Una vez hice una propuesta sobre un pirata. Quería escribir esa historia. Pero después yo misma di marcha atrás.

–Un autor, sea por identificación o hasta por antagonismo, se espeja un poco en su protagonista. ¿Cuál es tu caso?

–Mirá, esta novela a mí me hace ilusionar con el temple de un guerrero. En la aceptación de la lucha continua, que es mejor dejar la vida que dejar el honor.

–¿Por qué se lo dedicás a tu padre?

–Era un hombre de coraje. Como los dos teníamos carácter fuerte, mi relación con él fue de espadas chocando. Éramos dos guerreros entre nosotros también. Pero al final de su vida creo que nos encontró a sus hijos. Mi padre era un Quijote que conquistó sus molinos.

–¿Vos sos una mujer samurái?

–Qué buena pregunta. Y probablemente. De mis personajes, es la mujer con la que más me identifico, porque así como ella, yo siento que tengo una mezcla de seda con espada. Ella es una mujer devota y amante de su amor, pero al mismo tiempo es una guerrera implacable.

–Te metiste en una historia, en un tiempo, en un territorio y en un idioma totalmente remotos para nosotros. ¿Cómo hiciste para desentrañarlos?

–Fue dramático. Pedí ayuda a un chico que sabe mucho sobre la cultura japonesa, Cristian Giordano, de la Embajada de Japón, porque necesitaba desentrañar una batalla. El material que había era en japonés. Esta es una historia hermética. No es lo mismo el Renacimiento italiano que la guerra civil japonesa del siglo XII. Tuve que empezar a explorar la leyenda porque hay un momento donde se cortan los registros de guerra.

–¿Y cuán guerrera sos?

Soy una persona que si tengo que decir “no”, poseo la fuerza y la convicción para decirlo. La primera prueba de un guerrero es vencerse a sí mismo. Es una contienda permanente por la superación, la contienda de seguir adelante y avanzar con tus desafíos. Todos somos guerreros de alguna manera.

–En tu novela se afirma que el guerrero tiene que habitar el vacío para poder estar todo el tiempo en todas partes. Traducímelo.

–Eso viene de un libro que se llama El anillo de fuego, basado en las anotaciones de un guerrero que existió en el siglo XVI japonés. Para los guerreros está prácticamente prohibido intelectualizar las prácticas. El arte de la espada pasaba de boca en boca. Pero este guerrero escribió. ¿Por qué no querían intelectualizar? Porque el objetivo de un guerrero es hacer tan orgánicos sus prácticas y reflejos que no tengan necesidad de pasar por la mente. El libro dice que hay cinco elementos: agua, fuego, aire, tierra y un quinto elemento que es el vacío, donde se originan todos los otros. Un guerrero debe mantenerse en el vacío. No estar en ningún lugar para estar en todos. No mirar ningún lugar determinado para mirar a todos.

–Tu libro tiene cierta atmósfera de novela/poema.

–Hay algo de eso porque Japón es poético y brinda una lección de humildad ante la fugacidad de la vida. Es una reflexión sobre el poder ante lo finito. En definitiva es saber desapegarse porque el poder te puede engañar y caer en la desmesura. Y ahí perdés el poder, no lo ganás. Es esa tensión de la guerra donde el que asciende de pronto desciende y el que gana de repente pierde. El único eje que queda es el de la aceptación de la realidad y de la pérdida. Sentí esa síntesis al entender que los japoneses tienen una relación más dolorosa con la vida que con la muerte, que hasta aceptarían con tal de no perder el honor. El tiempo que transita este libro es de confusión, de incertidumbre. Por eso va muy bien para este momento del mundo, también de tránsito.

–¿Cristina Pérez le da mucho trabajo a Cristina Pérez? ¿Sos severa con vos?

–Creo que me construí con la idea de no rendirme, de patear al arco, de buscar la excelencia, de no dormirme en los laureles, de no ponerle límites a mis sueños.

–¿Estás siempre en la búsqueda?

–Sí, como un aprendiz, y eso me hace muy feliz. Fíjate la voltereta que di: me fui de Telefe y hoy soy una agradecida de eso porque me probé a mí misma. Soy más dueña de mí misma hoy que antes.

–Tu experiencia como conductora de noticieros durante tanto tiempo, ahora que estás al frente de un programa de información con opinión, te dio el plus de una vibración particular con la noticia, al mismo tiempo que editorializás, algo que no es nada usual.

–Claro, es la experiencia del broadcasting, que llevo conmigo y que amo. Uní mi destino a LA NACION a futuro. Es una decisión de identificación de comunidad de valores con su línea editorial, de orgullo compartido y por eso nos elegimos. Cerré mi ciclo del noticiero, ya lo dejé atrás, porque hasta hace unos meses eso estaba todavía abierto.

–¿Qué cambia de conducir un noticiero en un canal de aire, como Telefe, a estar al frente de un programa de opinión con noticias en una emisora de cable, como LN+?

–No quiero quedar mal con nadie. Simplemente que una cosa es la popularidad y otra, la influencia. Los canales de aire tienen una llegada más amplia, masiva. Los canales de noticias son más políticos. Llegan al público más informado e intelectual, más politizado y más protagonista, más demandante. Te pone en un estado de competencia tremendo y esa es una adrenalina espectacular. El aire es más social; el canal de cable es más el Ágora. Es una bala de plata todos los días.

–¿Qué te queda pendiente con Telefe?

–Sale en noviembre el programa que grabé allí: El camino a casa, un formato hermoso español. Son cinco emisiones. Consiste en regresar con una persona conocida a la escuela donde estudió. Y reconstruir su biografía haciendo el camino que hacía de chico cuando volvía a su casa. Formato increíble. Y ahí termina mi historia con Telefe por ahora.

–Conducir un noticiero encorseta bastante. ¿Qué pasa cuando ese corset se abre? ¿Cuáles son los desafíos y los peligros?

–Hacés periodismo de autor. Jugás tu personalidad, tus ideas, tu valoración de las cosas, tu mirada editorial.

–¿Y eso te costó?

–No, porque tenía ese ejercicio en la radio que fue mi maestra. Diez años de radio me prepararon para LA NACION. Obviamente, las herramientas del broadcasting, que llevo conmigo, son orgánicas. La tele, como el teatro, tiene que estar viva. Tiene que atravesar y vibrar. No es solo decir. Es más que tener informaciones. Es pegarle una piña a la pantalla. La tele produce el gran hecho humano del encuentro y la comunicación porque a los seres humanos lo que nos distingue es la capacidad de reconocernos en los otros y de decodificar ideas, mensajes, creencias, emociones a través de palabras y gestos.

–¿Te sorprendés a vos misma en el aire?

–Cuando pasa algo para romper me encanta. Puedo manejar el rupturismo.

–¿Cómo ves al periodismo hoy en día?

–Vital, buscando resolver un dilema existencial de los tiempos, que es la crisis de la verdad.

–¿Qué le pasó a la verdad?

–Vivimos en un mundo donde la aceleración de la información hace que la verdad sea más inasible. Algunos directamente le bajaron el precio, entonces se pone a prueba. Pero creo que al final del día, la verdad gana la batalla porque el ser humano necesita realidad para decidir. Ves el pronóstico y decís: llueve; mañana saco el paraguas. Necesitás la verdad para invertir, para decidir sobre tu vida. Lo que pasa es que hay que recorrer una selva de desconfianza hasta llegar a la verdad, un laberinto de espejos. Los rumores tienen la capacidad de llegar antes que las verdades y las mentiras son más fáciles y creativas que las verdades. A la verdad hay que trabajarla, hay que buscarla y contrastarla.

–¿No hay un sobredimensionamiento del periodismo político en la TV?

–La Argentina es vibrante. Es un magma candente. Somos una tertulia continua. Me encanta la Argentina. No elijo otro lugar para estar más que en este.

–¿Qué te pasa cuando te maltratan en las redes sociales?

-El poder de los que te odian es el poder que vos les das. Son personas que están viviendo para vos. No les doy vida. ¿Viven de mí? Bueno, que vivan.

–¿Cómo se hace para ser periodista independiente y pareja de un ministro del Gobierno al mismo tiempo?

–Estoy expuesta todos los días. La gente sabe, porque lo ve, cómo trabajo, cómo es mi metodología, cuál es mi praxis, qué digo, qué opino y con qué argumentos. Esa es mi única vara: lo que dice el público que me elige, pero que también me interpela. Simplemente hago mi trabajo periodístico. Lo demás es parte de mi vida personal y ahí lo dejo porque también es mi derecho tener una vida personal, según mis necesidades y afectos emocionales.

–¿Cómo tramita la pareja esos días en que el Gobierno va para atrás teniendo ambos profesiones tan contrapuestas?

–Creo que este desafío que me pasa a mí y que le pasa a él también fue un aprendizaje para todos. El Gobierno tiene que aceptar que yo soy periodista antes que la mujer de alguien. Me parece machista para la progresía que me critica porque es como pensar que una mujer depende de con quién está para pensar por sí misma. Yo tengo una línea de pensamiento que la gente conoce desde hace 35 años. Tengo una línea de valores que me representa y que podría sintetizarse en una mirada republicana y liberal. Entonces le puedo criticar al Gobierno la designación del juez Lijo, las oscilaciones con ficha limpia, el no saber explicar las cosas cuando hay que explicarlas, los malos modos del Presidente y al mismo tiempo puedo elogiar el rumbo económico, el superávit fiscal, la libertad económica, la defensa del derecho a la propiedad y haber sincerado las variables de la economía que trastocó el virus del populismo. Siempre fue mi línea: soy liberal y republicana antes de Milei, con Milei y después de Milei. Estoy convencida de que la República es la aliada de la libertad porque nació para ponerle límite a los absolutismos. El presidente Milei le puso nombre a eso que me pasa con mi marido: “Petri tiene una chinese world con la mujer”, una Muralla China. Mi marido no es mi fuente. Pero todo el resto del Gobierno y la oposición son mi fuente, excepto los kirchneristas a ultranza porque, la verdad, soy antikirchnerista. El cristinismo nos quiso llevar a la salida de la República, a un sistema autoritario bolivariano. Cuando critican corrupción me parecen una caricatura porque son los campeones de la corrupción. Tienen una expresidente presa. Pero la Justicia solo vale cuando denuncian ellos, si no es lawfare. No tengo ningún pudor con eso porque estoy convencida. Y tampoco me gusta la falsa neutralidad. Me parece una hipocresía.

–¿Qué pasa cuando el Gobierno sorprende con algo inesperado y vos no te enterás por Petri, sino por otro lado?

–A veces mi marido se entera por mí, quedate tranquilo [risas]. Gracias a Dios la gente de la política confía en mí.

–¿Hablan de política entre ustedes?

–Sí, porque nosotros tenemos un ejercicio de la normalidad con eso. No es un problema. Es más: él no sabe de lo que yo hablo en la tele y yo no sé lo que está haciendo en el ministerio. Muralla china de ambos lados, obvio.

–Has sido siempre una mujer muy libre, de parejas no tan largas. ¿Qué cambió?

–Ya llevamos cuatro años. Estamos juntos desde la primera cita, no tenemos discusiones y somos felices. Él es un hombre excepcional. Lo amo, me ama. La verdad es que estoy muy agradecida porque busqué mucho el amor. En un momento creí que nunca iba a llegar.

–Mujer libre de hombres… y de hijos.

–No tuve la vocación de ser madre y eso sigue siendo igual. Pero yo les digo a mis sobrinas que no decidan por lo que los demás hacen. “Busquen esas respuestas en ustedes”, las aconsejo. Una mujer mientras renueva sus óvulos siempre está eligiendo por sí o por no. La vida te va cambiando, pero yo nunca tuve dudas, aunque soy rematernal con mi audiencia y con mis sobrinos.

–¿De qué vas a escribir en LA NACION?

–Todavía no sé de qué. Calculo que lo haré cada quince días. Soy más literaria que política cuando escribo. Mi prosa política es más conceptual, así que calculo que va a ser algo más blando, Estoy muy contenta de estar en LA NACION. Siento que me representa.

–¿Próximo libro?

–Hay varias ideas dando vueltas. Pero estoy pariendo este. Ahora estamos cortando cabezas.

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