El papel higiénico es un elemento indispensable para el aseo personal. Su evolución en el tiempo llevó a varios científicos a elaborar teorías de cómo colocarlo y qué precauciones hay que tener.
Aunque parecería un tema sencillo de resolver, la forma correcta de ubicarlo solucionó muchísimos problemas, como, por ejemplo, la proliferación de bacterias y gérmenes en distintos hogares.
En una línea temporal, el primero en patentar el primer rollo de papel fue Joseph Gayetty en 1891. Por ese entonces, se lo denominaba “hoja de papel medicado” con un agregado de aloe vera para cuidar las zonas íntimas del cuerpo. Tiempo más tarde, Seth Wheeler armó una nueva fórmula, más práctica, al idear un rollo de papel higiénico con la finalidad que sea más compacto y fácil de conservar.
Una vez ubicado el rollo de papel sobre una superficie metálica o plástica anclada a la pared, los expertos pusieron el ojo en dónde debe estar ubicada la hoja: si por encima del rollo o por detrás.
La forma ideal, según creen los científicos, es poner la hoja por encima del rollo –sin que esté en contacto con la pared– lo que evitaría, en principio, la transmisión de bacterias y gérmenes que provienen de los sanitarios. Además de tener una mejor presentación a la vista, si uno sabe de donde tirar evitará desperdicios innecesarios.
En efecto, por una cuestión sanitaria y de comodidad, la hoja debe ir por delante del rollo y no por detrás, que es la menos común e higiénica.