Cuáles son los cambios que la movilidad eléctrica traería a las grandes ciudades

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Hace algunas semanas, mientras recorría una librería, un libro infantil llamó mi atención. Se llamaba Los sonidos de la ciudad. Esos “sonidos” que se mostraban como característicos de la vida urbana eran protagonizados por motores —autos, motos, buses, camiones— eran en realidad lo que podría considerarse “ruidos”.

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Según la Real Academia Española, el ruido es un sonido no deseado generalmente desagradable. Claro que esta definición es subjetiva: para algunos, una moto acelerando puede ser molesta; para otros —como los aficionados de los motores— puede tener encanto. Lo interesante, sin embargo, es cómo desde la infancia se nos enseña a asociar lo urbano con ese paisaje sonoro mecánico, y no con los sonidos de la naturaleza —el canto de los pájaros, el murmullo del agua— o incluso el sonido generado por las personas —música, conversaciones, etc—.

Sin duda las ciudades tienen un paisaje sonoro propio, un entramado de sonidos que conforman su identidad. Pero cuando son los “ruidos” los que dominan ese paisaje, ya no solo hablamos de una identidad sonora, sino de un problema de salud pública.

Las bocinas, los motores de combustión, los frenos y el tráfico constante crean un entorno hostil. La contaminación acústica está directamente vinculada con trastornos del sueño, estrés crónico, enfermedades cardiovasculares y una disminución en el rendimiento cognitivo, especialmente en niñas y niños.

Los ruidos de la calle están ligados al estrés crónico de una persona

Y más allá de las estadísticas, está el efecto en la vida cotidiana. Para una persona dentro del espectro autista, que puede experimentar hipersensibilidad sensorial, el ruido urbano no es un simple fastidio: puede convertir un trayecto rutinario en una experiencia angustiante e inaccesible. Entonces surge la pregunta: ¿a menos ruido, más inclusión?

En este contexto, la electrificación de la movilidad aparece como una oportunidad concreta para transformar el paisaje urbano. Los vehículos eléctricos —ya sean autobuses, automóviles o scooters— no solo reducen las emisiones de carbono, sino también el ruido que producen, especialmente a bajas velocidades. En ciudades densas, esto puede marcar una diferencia sustancial: un entorno más silencioso, más amable, más respirable.

En Santiago, Chile, los propios vecinos manifiestan que “la ciudad tuvo un antes y un después luego de la implementación de la flota eléctrica de buses del sistema de transporte público”. Vale recordar que la capital chilena tiene la flota de buses eléctricos más grande de América Latina.

Imaginemos una avenida en hora pico donde se escuchen conversaciones, bicicletas pasando, el canto de los pájaros. No es una postal utópica; es una posibilidad real si apostamos por una movilidad más limpia y silenciosa, por ciudades que promuevan el verde, el uso del espacio público y medios de transporte más sostenibles.

Pero esta transformación no será automática. Las ciudades deben prepararse para la electrificación con planificación e infraestructura: redes de carga públicas y accesibles, rediseño del espacio urbano para integrar la micromovilidad eléctrica y, sobre todo, la garantía de que el transporte público eléctrico llegue a todos los barrios, no solo a los sectores más favorecidos.

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También será clave definir qué nuevos sonidos deben emitir los vehículos eléctricos por razones de seguridad. En Europa, por ejemplo, ya se exige que generen un ruido artificial a baja velocidad para alertar a peatones. Pero esto también plantea desafíos: ¿cómo diseñar alertas auditivas que sean útiles sin ser invasivas, especialmente para quienes tienen hipersensibilidad auditiva?

La movilidad eléctrica no es en sí misma sinónimo de equidad ni de sostenibilidad. Pero si se piensa con una perspectiva integral —ambiental, social y sensorial— puede ser la base de una ciudad más justa, más silenciosa y más inclusiva. Menos ruido no significa menos vida urbana; al contrario, puede ser el camino para recuperar el espacio público como lugar de encuentro entre las personas.

La ciudad del futuro no solo será más limpia. Será más habitable si la diseñamos entre todos —y para todos—.

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