Cuando el arte sermonea y los políticos provocan: un diagnóstico sobre nuestro tiempo

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El libro del día

Para empezar, el analista político Carlos Granés le dedica su último libro a Mario Vargas Llosa. Lo que ya es decir. La suma de política y Vargas Llosa sólo puede dar una cosa: liberalismo. Y por ahí -perdón el spoiler- vamos a andar. Aunque no por los caminos convencionales. Ya verán.

Para seguir -lo de los caminos no convencionales- el primer capítulo arranca con el autor declarando que “de no ser porque Rudy Giuliani tenía una vieja relación con el arte plástico (…) cualquier noticia referida a él me habría parecido irrelevante”. Habla del exalcalde de Nueva York. ¿Irrelevante?

Es que el análisis de las transformaciones recientes en la relación entre política y cultura en América Latina encuentra en Carlos Granés una de sus voces más lúcidas y provocadoras. En su nuevo ensayo, El rugido de nuestro tiempo, el autor colombiano examina con agudeza los cambios que han marcado las dos últimas décadas, centrándose en el mundo hispanohablante y en las tensiones que atraviesan el liberalismo, el progresismo y el conservadurismo.

El libro se estructura en tres capítulos que funcionan como ensayos independientes. Granés, reconocido por su capacidad de síntesis y su erudición, retoma y amplía algunas de las ideas ya presentes en su obra anterior, Delirio americano, para abordar fenómenos políticos, culturales e intelectuales contemporáneos.

Carlos Granés, autor de 'El rugido de nuestro tiempo'. (Fotografía del autor de Fiorella Battistini)

El autor sostiene que la política y el arte han intercambiado sus papeles tradicionales: mientras que antes la política era un espacio de responsabilidad y el arte uno de experimentación, en la actualidad el arte se ha vuelto moralizante y la política, transgresora. Según Granés, esta inversión resulta “empobrecedora y corrosiva”, y afirma: “No puede haber una peor combinación que la incorrección en la política y la corrección en la cultura, y eso es lo que está marcando nuestro tiempo”.

En conversación con Infobae España, Granés profundizó en esta paradoja. El autor describe el “rugido” como una sensación de desorden generalizado, en la que los consensos se han debilitado y los líderes que irrumpen en la política lo hacen mediante estrategias disruptivas y políticamente incorrectas.

“El mundo se está desordenando. Están pasando cosas que creíamos improbables. Por ejemplo, la idea de un Occidente debilitado, o que Estados Unidos deje de ver a Europa como un aliado y lo vea como a alguien que se ha aprovechado de ellos”, explica Granés. En este contexto, figuras como Javier Milei, Donald Trump o Jair Bolsonaro se convierten en referentes para sectores que antes carecían de representación, gracias precisamente a su incorrección y a su capacidad para desafiar las normas establecidas.

El presidente de Argentina, Javier Milei (REUTERS/Cristina Sille)

Granés identifica una tendencia global a la polarización, donde la política deja de ser un espacio de debate racional para convertirse en una cuestión de identidades enfrentadas. “Hoy en día, quien no está contigo no es un opositor que piensa distinto, es un enemigo moralmente peligroso y alguien que no está legitimado para gobernar”, sostiene el autor. Esta dinámica, que históricamente caracterizaba a América Latina, se ha extendido a otras regiones, fragmentando la sociedad y dificultando la convivencia democrática.

En la segunda parte, el autor ofrece un retrato colectivo de la “última camada de redentores latinoamericanos”, identificando una tradición regional que concibe a cada país —o incluso al continente entero— como una obra inacabada que debe ser recreada desde la política.

Granés encuentra un hilo conductor entre figuras tan dispares como Nayib Bukele, Gabriel Boric, Andrés Manuel López Obrador, Javier Milei y Gustavo Petro, a quienes critica por igual. Destaca que estos líderes, pese a sus diferencias ideológicas, comparten la tendencia a proclamarse portavoces del pueblo, desafiar las instituciones que limitan su poder y emplear estrategias comunicativas espectaculares. Las páginas más incisivas y desalentadoras, según el propio autor, están dedicadas al caso colombiano.

El presidente Gabriel Boric  (REUTERS/Pablo Sanhueza)

Artistas moralizantes

El ensayo también explora el impacto de las crisis recientes, como la de 2008, en la juventud y en el arte. Granés argumenta que la percepción de un futuro peor que el de generaciones anteriores, sumada a la emergencia de movimientos como Black Lives Matter o Me Too, ha llevado a los artistas a asumir un papel moralizante. Los artistas empiezan a entender que su deber es aprovechar todas las expresiones culturales para promover determinadas causas, de modo que la cultura se empieza a convertir en un terreno acotado por preocupaciones morales y los jóvenes se hacen más bien defensores del statu quo, se vuelven más bien conservadores en el arte, en tanto que son más moralistas”, afirma Granés.

La politización del arte y la estetización de la política son, para Granés, dos caras de una misma moneda. El autor señala que la teatralización de la política, visible en episodios como la retirada temporal de Pedro Sánchez tras la apertura de diligencias contra Begoña Gómez, responde a una estrategia de victimización y de identificación de enemigos morales.

El presidente creador

En América Latina, la figura del “presidente creador” se impone como un líder que pretende refundar la nación desde cero, ignorando los esfuerzos de generaciones anteriores y presentándose como un mesías.

Granés advierte que este tipo de liderazgo degenera en autoritarismo y victimismo, ya que, al no poder cumplir sus promesas, los líderes populistas culpan a enemigos internos y externos de sus fracasos. “Los populistas llegan con un plan de refundar el país y solucionarlo todo. Es una quimera, pero cuando falla, dicen que el problema son los ‘enemigos tremendos que se oponen’”, explica el autor.

El tercer capítulo del libro examina las ideas recientes sobre el lugar de América Latina en el mundo, identificando tres tendencias principales: la decolonial, la panhispanista y la hispano-trumpista.

Granés critica estas corrientes por su rechazo a la tradición ilustrada y a la idea de Occidente, y subraya las contradicciones de quienes, desde el mundo hispanohablante, admiran a Trump, a pesar de su política antihispana. El autor sostiene que el decolonialismo, lejos de cuestionar los estereotipos europeos sobre América Latina, los ha reforzado, y que tanto la versión izquierdista como la derechista de la soledad latinoamericana son falsificaciones.

Donald Trump ( REUTERS/Jonathan Ernst)

A lo largo de El rugido de nuestro tiempo, Granés defiende la vigencia de los valores del liberalismo político y del racionalismo occidental, en su versión más defendible y post-1945. El ensayo puede leerse como una exposición de las discrepancias recientes del liberalismo con el progresismo y el conservadurismo, especialmente en lo que respecta a la cultura, la política y la historia.

El autor concluye que el desorden actual ha permitido que voces surgidas de la periferia articulen con mayor claridad la defensa de los valores universales de Occidente, en un momento en que el centro del sistema, Estados Unidos, parece haber perdido la fe en la democracia liberal y el orden internacional que lo beneficiaba.

Consultado sobre el futuro, Granés reconoce la dificultad de hacer predicciones en un mundo cada vez más impredecible y fragmentado. “El populismo es tentador porque es eficaz, triunfa porque funciona, y hace que la sociedad civil se fragmente, se envilezca y se haga cada vez más emocional”, advierte el autor. Esta tendenciacomplica la posibilidad de revertir el proceso y obliga a permanecer atentos a los acontecimientos internacionales, como la guerra en Ucrania y el papel que pueda desempeñar Trump en el futuro.

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