Se cumple este mes de abril el bicentenario de la partida de los llamados 33 orientales, mal llamados así porque no todos habían nacido en la otra banda del Plata. En el grupo liderado por Lavalleja revistaban cuatro argentinos, otros tantos paraguayos y algunos libertos, probándose de este modo como la gente de color adhirió a los movimientos locales.
El notable artista Juan Manuel Blanes es el autor de “El Juramento de los Treinta y Tres Orientales” una tela de gran tamaño 311 x 564 cm. que hoy se exhibe en custodia en el Museo que recuerda al artista y depende de la intendencia de Montevideo; obra en la que trabajó desde 1875 a 1878. Era una idea que venía trabajando desde una década atrás, cuando le escribió a Andrés Lamas: “me considero capaz como pintor de historia, para alcanzar algo más de lo que se me acuerda como retratista, como le llaman a uno por aquí. Hice un boceto que se me pidió, y me presté a hacerlo sin conocimiento del lugar del desembarco”.
La obra se exhibió con éxito en Montevideo y en julio de 1878 pasó a verla el público porteño en el salón de los altos de la casa Fusoni y Maverof, ubicado en la calle Cangallo 89 de la antigua numeración. La obra, como en el salón uruguayo, se rodeó de coronas y ramos de flores que se depositaban a sus pies, pastillas aromáticas que se encendían; según señaló El Nacional en Buenos Aires “los billetes de ingreso a la exposición se venderán envueltos en ramitos de fragante violeta”. En la inauguración, bandas de música iban a ejecutar los himnos de ambas repúblicas y se iban a leer “varias composiciones literarias”; asistió el presidente Avellaneda, y pronunció un discurso Luis V. Varela, mientras que Sarmiento y Carlos Tejedor elogiaron la obra.
Blanes era un artista consagrado y reunía no poco público en sus muestras, José Hernández gozaba del prestigio del Martín Fierro publicado en 1872 y estaba preparando la segunda parte que daría a conocer en 1879. Hernández lo coloca a Blanes, que dedicó muchas obras a la temática gauchesca, como invitando a Fierro a la exposición: “Amigo don Juan Manuel / que se halle me alegrare, / sano del copete al pié. / Y persone que si en su carta / algún disparate ensarta / este servidor de usté // Una suya recebí / punteada con todo esmero / y al verlo tan cariñero / dije para mí, a este Blanes / No hay Oriental que le gane / como amigo verdadero”.
Y no se le ocurrió mejor idea que Fierro como fuera el protagonista de unos versos, después de ver el cuadro: “Y aunque me llame atrevido / que a la luna le ladro, / como ese bicho taladro / que no puede estarse quieto / en todas partes me meto / y me metí a ver su cuadro. // Por supuesto, los diez pesos/ los largué como el mejor,/ pues no soy regatiador, / y ya dentré a ver después / los famosos Treinta y tres, /¡ah, cuadro que da calor!”. El valor de la entrada, diez pesos, no eran poca plata para un paisano, y volverá al final sobre el tema al afirmar: “Yo le saqué los diez pesos / al cuadro, tanto mirarlo” .
Hernández lo pone a Fierro en su ambiente, le hace decir al ver la naturalidad del cuadro “Si parece que se mueve / lo mismo que cosa viva”… “Y esa gente tan dispuesta / que a su país va a libertar / no se les puede mirar / sin cobrarles afición / ¡Si hasta quisiera el mirón / poderlos acompañar” como que desea unirse a la patriada. Lógicamente apunta el gaucho “Para mí más conocida / es la gente subalterna; / más se ve que quien gobierna / o lleva la direción, / es un viejo petisón / que está allí abierto de piernas. // Tira el sombrero y el poncho, / y levanta su bandera /como diciendo: “ande quiera / que flamé se ha de triunfar, / vengo resuelto a peliar / y que me siga el que quiera.” El modo de presentar en el centro de la escena a Lavalleja, el jefe de la expedición, de manera jocosa, pero como un desconocido, encontrando a los costados a los subalternos de los que tiene algunas “mentas”, por ejemplo Juan Acosta que quedó ciego y pedía limosna por las calles de Montevideo o Felipe “Carapé” que significa enano y era leñador; o los Areguatí y Patiño, y los Romero, Francisco y Luciano, que vivían en las islas del Paraná; o Andrés Cheveste que era el baqueano de la expedición; o los libertos Joaquín Artigas y Dionisio Oribe.
Vuelve la vista a Lavalleja y observa: “Le está saliendo a los ojos / el fuego que el pecho encierra, / y señalando a la tierra / parece que va a decir: / “Hay que triunfar o morir, / muchachos, en esta guerra.”.
Finaliza de este modo “Cuente si son treinta y tres / si en mi cálculo no yerro / con esta mi carta cierro / amigo me planto aquí / ni Cristo pasó de allí / ni tampoco Martín Fierro”.