Mientras que la serie Adolescencia provocó en muchos un análisis profundo sobre lo que viven niños y jóvenes dentro y fuera de las escuelas; otros la vieron como una representación exagerada de la realidad, especialmente por tratarse de una serie extranjera. Sin embargo, recientemente nuestro país se vio conmocionado por la noticia de que una joven, a través de un grupo de WhatsApp, organizaba un tiroteo en una escuela de Buenos Aires. Es evidente que ni la serie es tan exagerada, ni la realidad está tan lejos.
Si preguntamos en las escuelas, más de un chico dirá haber sido acosado, excluido, insultado o golpeado por otro. La violencia está instalada en la sociedad, y la escuela es su reflejo. Los chicos no salen de un repollo, y “el fruto no cae lejos del árbol”. En una sociedad donde muchos padres se comportan como adolescentes, exponen a sus hijos a las redes desde el parto y creen que su función termina cuando ingresan en el secundario, no sorprende que estas noticias se multipliquen. Más allá de los detalles del caso: ¿dónde estaban los adultos que debían cuidar a estos chicos y no vieron sus cambios?
Auctoritas, del latín augere (hacer crecer), da origen a “autoridad”, definida por la RAE como potestad sobre algo o alguien. En la familia y en la escuela, la autoridad tiene el deber y el derecho de hacer crecer al otro: hijos o alumnos. Los padres son legítima autoridad sobre los hijos; los docentes, de hecho, colaboran en su educación. Y cuando la autoridad no se ejerce, la convivencia se convierte en caos, las normas se desdibujan y nadie sabe qué lugar ocupa. Si no hay quién guíe, los chicos buscarán a alguien que lo haga.
Es en ese momento cuando el celular reemplaza la autoridad paterna. Los chicos ya no son huérfanos de padres vivos, son hijos abandonados en una soledad que duele y al no ser escuchados, siendo seres vinculares, buscan vínculos donde parecen tenerlos más cerca: las redes. Los adolescentes no adolecen, buscan encender en el mundo todo lo bueno y nuevo que tienen. Pero al no encontrar respuesta en los adultos se esconden detrás de las pantallas y fingen ser quienes no son, porque, claro, si los adultos de referencia no los valoran como son ¿quién lo hará?
En la era de la comunicación estamos informados, pero no vinculados. Sabemos qué pasa en el mundo, pero no qué le pasa al de al lado. Mientras estén en casa y no “con malas juntas”, todo parece estar bien, sin ver que muchas de esas “juntas” están detrás de la pantalla. Violencia, sexo y adicciones se muestran con más crudeza. Canales de WhatsApp sobre autolesiones, bulimia, anorexia. Apuestas online, pornografía, sexting, grooming. Todo ocurre puertas adentro.
No basta con hablar de riesgos. Hay que mirar con ellos lo que miran y analizarlo juntos. Regular el uso del celular y seleccionar contenidos no puede quedar en sus manos: aún no están maduros. Hay que estar presentes y poner límites, incluso prohibir si es necesario. Se trata de cuidar y prevenir. Antes se prohibía ir a ciertos lugares por los riesgos. Hoy, quizás, haya que prohibir el uso del celular. Padres y docentes deben ser aliados. Estas noticias no deben enfrentar a unos contra otros, sino unirlos en la responsabilidad compartida. Todos los adultos con autoridad sobre los menores deben estar atentos y comprometidos con su desarrollo integral.
No es fácil, pero tampoco imposible. Implica cuerpo, mente y espíritu al servicio de los niños y jóvenes. Y si nos preguntamos qué futuro les espera, más vale trabajar por el presente que hoy les damos.
Docente del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral