A veces se producen descubrimientos por contigüidad. Nunca me había pasado ver dos películas en cadena y que, al momento de los créditos, terminen con la misma canción. Tinker Tailor Soldier Spy (2011), una trama de espías en la Guerra Fría, lo hace con una versión de “La mer” (“El mar”) cantada por Julio Iglesias. Grand Tour (2024), del portugués Miguel Gomes, gran elegía sobre los viajes de antaño por el Lejano Oriente, con “Beyond the Sea” (“Más allá del mar”), en la voz de Bobby Darin.
Pero, ¿cómo?, se preguntará alguien al ver los títulos distintos. ¿No se trataba de la misma canción? Sí. Solo gracias a esa casual vecindad cinéfila, el oído se dio por enterado de que esos dos clásicos son en realidad el mismo, aunque el segundo derive del primero. Una simple consulta online bastó para confirmar que “Beyond the Sea” –aunque un océano las distancie– es la declarada heredera en inglés de la francesa “La mer”.
‘La mer’, pero sobre todo ‘Beyond the Sea’, vengo a enterarme, son lugar común en las bandas sonoras
La original (de 1946) lleva el sello de Charles Trenet, un ícono de la chanson française. Es un poemita contemplativo, en el que la voz cantante observa el mar con sus cambiantes reflejos de plata bajo la lluvia. La versión de Darin (la que entronizó el tema en inglés en 1959, aunque no la primera) tiene otra letra: un marinero imagina a su amada esperándolo “más allá del mar”, mientras mira los barcos que vienen y van. De todas maneras, las palabras importan menos que la música: la de Trenet es cadenciosa, contemplativa, de melancolía europea. Su doble estadounidense viene acompañada, en cambio, por una big band llena de brío, que le hace desplegar a Darin un tono anhelante, de tener todo el futuro frente a sí. Dos canciones distintas bajo el paraguas de una misma canción.
“La mer”, pero sobre todo “Beyond the Sea”, vengo a enterarme, son lugar común en las bandas sonoras: muchos seguramente conozcan la segunda por Robbie Williams, que le puso su voz, con mucho swing, en Buscando a Nemo.Si bien la canción de Trenet no pertenece al jazz, casi de inmediato el guitarrista Django Reinhardt la convirtió en un relativo standard del género. La de Bobby Darin vendría a ser su encarnación crooner.
Jazz o no jazz, ese movimiento de apropiación y recreación sigue el espíritu de esa música: tomar un tema popular y pasarlo por tantos tamices, improvisación incluida, que a la larga ya no pueda recordarse de dónde salieron. Mi ejemplo de cabecera es “My Favorite Things”. John Coltrane sacó la melodía de The Sound of Music, una obra de Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II, popular en Broadway. Pero, pasado tanta agua bajo el puente, no falta quien crea que las piruetas de su saxo soprano se inspiraron en La novicia rebelde, que es de 1965 (y en realidad adapta al cine aquel musical previo). Los tiempos en el arte del standard se confunden, poco importan. Es uno de sus atributos.
Alguna vez se contó en esta columna la singular y tortuosa historia de Bye Bye Blackbird, que se suele atribuir a Miles Davis por ser su divulgador más conocido. El trompetista fue, bien mirado, un “estandarizador” de muchos temas que ya eran standards. “My Funny Valentine”, por ejemplo. Davis lo había grabado varias veces antes de su versión en vivo de 1964, tan excepcional que desde entonces el tema quedó ligado a él de manera indisoluble. Pero, ¿cuál era la melodía original? Imposible estar seguro con los malabares de Miles. Para reconocerla tuve que bucear en la prehistoria del tema. El punto de partida es otro musical, Babes in Arms (1937), del ubicuo Rodgers. En una plataforma logré dar finalmente con la primera grabación cantada, de 1945. Con su pulso más rápido que el de Miles, esa vieja versión edulcorada, interpretada por un tal Hal McIntyre, es pura melodía. “My Funny Valentine” es así otra, pero también la misma. Como “La mer”, como “Beyond the Sea”, como cualquier canción que se precie.