Cuatro enigmas claves de un sistema político en transición

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El espejismo predominó hasta las primeras seis semanas de este año: un presidente muy popular, una sociedad que experimentaba un reparador alivio gracias a la caída relativa de la inflación, una oposición desorientada y una economía que, empujada por el consumo de bienes durables, evidenciaba claros signos de recuperación. La foto actual de estas cuatro dimensiones revela un panorama totalmente distinto. De acuerdo con el último Monitor de Humor Social que mensualmente elaboran D’Alessio-IROL/Berensztein, son muy importantes el deterioro de las expectativas económicas, el desgaste en la imagen de los principales integrantes del Gobierno, el impacto que generan las sospechas de corrupción de figuras claves del entorno presidencial y, fundamentalmente, la incertidumbre que expresa una enorme porción de nuestra sociedad respecto de su futuro material inmediato.

Si el resultado de las elecciones en la provincia de Buenos Aires disparara una autocrítica genuina y valiente por parte de los protagonistas de esta administración, respecto de lo cual hay opiniones diversas (muchos consideran que se trata de un giro gatopardista; otros, que son cambios muy acotados y poco creíbles; algunos aun sostienen que hay un proceso de aprendizaje y una señal saludable de pragmatismo y sentido común que podría profundizarse antes de las elecciones del 26/10), la pregunta sería si no es demasiado tarde para que los cambios en los modos (y en parte de los contenidos) contribuyan a fortalecer y reencauzar no solo (o no tanto) el rumbo de este gobierno, sino también el destino del programa de reformas estructurales que aún se propone en teoría implementar.

¿Está a tiempo Milei para recuperar la iniciativa, volver al centro de la escena, constituirse en un factor que, al margen de sus exageraciones y su sesgo autocomplaciente, parecía determinante para avanzar en el sendero de la modernización capitalista que tan urgentemente necesita la Argentina? Aun suponiendo un resultado electoral entre decoroso y razonable, con cierta recuperación respecto de la dura derrota del 7 de septiembre (por ejemplo, un incremento de un 20% respecto de la primera vuelta de 2023 para llegar a unos 35 puntos en el nivel nacional), ¿es eso suficiente para relanzar el Gobierno con objetivos prácticos y concretos, como aprobar un presupuesto lógico y con pautas asequibles (no la versión edulcorada y utópica que envió el Poder Ejecutivo el lunes pasado al Congreso) e iniciativas de reformas impositiva y laboral como para crear las condiciones para un proceso de crecimiento sustentable y discontinuar el eterno estancamiento que soportamos desde hace década y media? ¿Está el Presidente en condiciones de retomar esa agenda transformacional? ¿La sociedad civil, incluidos los actores económicos claves, está dispuesta a cooperar y comprometerse con un proyecto de poder que muestra rápidos signos de erosión? ¿Cuenta el Presidente con el interés y el apoyo que supo despertar en importantes círculos de poder internacionales, en especial dentro de Estados Unidos?

Cuando podía, no quiso, y más tarde, cuando tomó la decisión, no estaba en condiciones de hacerlo. Esta definición podría aplicarse a todos los gobiernos argentinos (y no solo de nuestro país) respecto de una pluralidad enorme de temas. ¿Corre Milei el riesgo de terminar condenado a las generalidades de la ley, justo él, que venía a reinventar el país y terminar con los privilegios de “la casta”? Siempre irónico, genial y desembozado, observando impiadoso la cambiante coyuntura actual, el profesor Luis Tonelli afirmaba estos días: “La casta está en orden”. Enorme poder de síntesis.

El futuro de esta experiencia libertaria depende de, al menos, cuatro factores. En primer lugar, la cuestión del tipo de cambio. El dólar tocó el techo de la banda, el Banco Central salió a vender y, si la demanda se mantuviera constante, a este ritmo se habrán perdido entre US$5000 y 6000 millones de las reservas para el 26 de octubre. Los recursos están, pero es dinero que prestó el FMI. La pregunta es si vale la pena defender este valor del dólar. El mercado descuenta que tarde o temprano habrá una devaluación por un cambio en las bandas o incluso una liberalización del régimen cambiario. Pero la sospecha es que no habrá ninguna decisión antes de las elecciones. La situación es tirante: si tiene la valentía de asumir la responsabilidad de preservar esos bienes escasos (los argentinos seguimos siendo renuentes a que nuestros dólares estén a tiro de cualquier gobierno), ganaría músculo para intervenir en el futuro; si el tipo de cambio se dispara, a pesar de la baja del consumo, podría haber una corrección preventiva de los precios, en el contexto de una señal compleja: la inflación mayorista de agosto fue del 3,1%.

En segundo lugar, en función de lo anterior, la capacidad del Gobierno, fundamentalmente de Milei, para reinventarse. La moderación, la búsqueda de consensos y los ajustes en el estilo y en la comunicación política son urgentes y necesarios. La duda es si son suficientes y si estamos a tiempo de que sean eficaces. Vemos algunos cambios, como su rol activo en la campaña, algo que hasta ahora no había hecho, pues la política “lo aburría”, según confesaron dos de sus laderos. Pero ahora no parece tener opción: su hermana Karina, hasta ahora responsable dentro del espacio de esta función, se convirtió en un activo tóxico para el oficialismo. ¿Qué otras acciones puede llevar a cabo para recuperar protagonismo? ¿Un cambio en el gabinete, un giro en el rumbo político, la instalación de un nuevo tema, como en 2018 el debate sobre la legalización del aborto?

En tercer lugar, la capacidad de la oposición de aprovechar los espacios que viene encontrando para reposicionarse y proyectar alternativas. En los últimos días, el Congreso rechazó los vetos vinculados con el Hospital Garrahan y con el financiamiento universitario, mientras que el Senado ganó terreno con la cuestión de los ATN y variopintos personajes, que estaban agazapados en las sombras, reaparecieron para la gran marcha del miércoles pasado. En el medio, surgió una nueva fuerza, Provincias Unidas, que intenta ocupar la vacante de centro racional inexplicablemente abandonada por Juntos por el Cambio. La seguidilla de errores no forzados del Gobierno, su retracción en la iniciativa política y una cierta pérdida de legitimidad de ejercicio de Milei abrieron oportunidades a una oposición que intenta recuperar el centro de la escena. ¿Podrán aprovecharlas? La gran incógnita es si la oposición podrá ofrecer algo más que críticas: una propuesta consistente, coordinada y creíble frente a los desafíos económicos y sociales. La confrontación con el kirchnerismo no dio los resultados esperados en las elecciones de la provincia de Buenos Aires, pues se trata de una fuerza en retracción, cada vez menos influyente, horadada por quienes hasta hace poco le juraban lealtad eterna a CFK. Pero si el Gobierno lograse retomar la iniciativa y persuadir de que puede encarrilar la economía mejor que cualquier alternativa, apoyándose en que su debilitamiento produjo una mayor incertidumbre económica, el desafío para quienes están en la vereda de enfrente será mucho mayor.

Por último, de la resiliencia y paciencia de una sociedad cansada de sacrificios, postergaciones y de una política, comenzando por el Gobierno, que no se cansa de cometer errores infantiles. A diferencia de lo que sugieren algunos dirigentes bastante irresponsables, la ciudadanía no quiere atravesar una nueva crisis de gobernabilidad ni una ola de conflictos: hay protestas, pero los intentos organizados de movilización, como cacerolazos o piquetes, vienen fracasando. La pregunta es cuánto tiempo más podrá sostener ese esfuerzo sin ver resultados concretos que justifiquen el sacrificio. Si el hartazgo se transforma en acción, podría manifestarse en las urnas o en nuevas formas de protesta que aún no se avizoran.

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