La última vez que hablamos con él, en enero de este año, Pancho Dotto estaba peleado con la proximidad de sus 70 años, como si esa edad fuera un límite que no quisiera cruzar, la entrada a un territorio peligroso y sombrío, el principio del fin. Pero cumplió los 70 el viernes 26 de septiembre, dos días antes de este nuevo encuentro, y no puede parar de reírse, de hacer chistes ni de jugar con las manos como si fueran pistolas, al estilo James Bond, mientras posa un domingo para ¡HOLA! Argentina de impecable smoking.
La procesión, como suele pasar, va por dentro: Pancho tiene una artrosis degenerativa que lo atormenta desde hace años. Apenas un día antes de su cumpleaños estuvo internado, muerto de dolor de espalda. “El sanatorio les mandaba un cura a los enfermos graves, a los que eran boleta. Pero lo mío era peor, por lo visto, porque a mí me mandaron un psiquiatra y una psicóloga”, dice, y estalla en carcajadas.
–Te internaron cuando tenías 69 y ahora estás bien. Quiere decir que estás mejor a los 70 que a los 69.
–¡Claro! Lo que pasa es que mi gran problema es el dolor. No le tengo miedo a la muerte, pero me cuido para sentirme lo mejor posible, para no perderme mañana un buen momento. Hay veces que tengo tanto dolor en el cuerpo que de verdad quiero morirme, no quiero seguir viviendo así. No quiero vivir en una silla de ruedas ni que me cambien los pañales, y menos si estoy consciente de esa situación. Con esto no estoy diciendo nada sobre otras personas, sólo hablo de lo que me pasa a mí.
–Cuesta entenderlo cuando se te ve entero y bien.
–Hago todo lo posible para que me vean bien. Hace un tiempo, después de mis tres neumonías de este año, vinieron a casa mi prima Claudia Álvarez y uno de mis sobrinos con su mujer y sus dos hijas y pasamos un día espectacular en familia, pero hasta reírme y jugar al truco significaron un esfuerzo terrible. Lo hice para que todo el mundo estuviera feliz, como canta Xuxa [se ríe], pero cuando se fueron me quería matar. Corrí los sillones y me tiré en el piso esperando que se me acomodaran los huesos, trac trac trac. Después no podía levantarme. No lo podía creer.
–Pero aun así querés volver a trabajar. ¿Por qué?
–Primero, porque desde hace doce años que cerré la agencia, y quiero alivianar un poco la carga de mantener propiedades y autos. De hecho, los tengo en venta, igual que esta casa en Punta Chica, que es la de mis sueños, y quiero convertir “El Refugio”, mi campo de Entre Ríos, en un emprendimiento turístico para recuperar parte de lo que invertí en él. La gente, especialmente en Argentina, asocia éxito con fortuna. Y yo gané mucho, pero también gasté demasiado. Igual, no es que quiero trabajar por necesidad, sino porque laburar te mantiene vivo. Hace poco me reuní con Giuseppe Cipriani en “Gin Tonic”, su casa de Punta del Este, con la idea de reeditar este verano lo que hicimos en 2004 en la Dotto Beach Cipriani Lido: un megadesfile con mis modelos históricas más las nuevas modelos, argentinas e internacionales, convocadas por Dotto Management. Tengo toda la experiencia para hacerlo bien. Sería fantástico volver a ver juntas en una pasarela a Bárbara Durand, Pampita, Dolores Barreiro, Carola del Bianco y tantas amigas. Y también estoy empezando a trabajar con el documental para Netflix. Cuando salga, ya sé que voy a recibir varias cartas documento, pero me importa tres cominos. [Se ríe].
–¿Hacer un documental sobre tu vida es tu oportunidad de decir cosas que nunca dijiste?
–Es una forma de que la gente sepa la verdad. No voy a decir nada malo de nadie, ni voy a inventar nada. Sólo voy a contar mi historia. La productora, que es muy importante, es Mediapro, de España, y el director va a ser Hernán Guerschuny, el mismo que dirigió la película Nahir. Me entusiasma mucho. Ahí voy a contar todo, pero no sólo yo: van a hablar personas que saben de verdad cómo fue todo. Mis modelos, como Javier Iribarren, Nicolás Cuño, que es el dueño de Key Biscayne, y Luciano Cassin, y que me quieren y me admiran. El problema es la gran cantidad de material que hay. Tengo muy buena memoria y voy a contar todo en el documental, lo bueno, pero también cuando cierta gente se portó pésimo conmigo. Gente que me robó plata y trabajos. Por ejemplo, desde hace veinte años, el empresario Diego Finkelstein me debe 80 mil dólares del cachet de las modelos que participaron de un desfile organizado por él. Yo les había pagado a las modelos de mi bolsillo. Incluso, a la propia mujer de Finkelstein, la modelo Soledad Ainesa. Le reclamé varias veces, pero nunca me pagó. Si lee esto, que sepa que puede descontar mi comisión, pero que me debe 60 mil dólares que puse para el cachet de las modelos.
–¿Pecaste de confiado?
–Yo intuía que no me iba a pagar. A mis modelos les presté en total unos doscientos mil dólares. Ya está, los doy por perdidos. Sólo una de ellas me devolvió la plata: Moira Gough. Muchos años después me llamó desde México y me dijo “me siento mal porque te debo plata”, y me mandó con su hermana un sobre con 5000 dólares. Me puse a llorar por el gesto. Yo me había olvidado de esa deuda. Una genia Moirita. Yo me gané lo mío con esfuerzo y talento. Me rompí el lomo trabajando. Me quedaba hasta las doce de la noche en la agencia. Arrancaba con veinticinco temas para resolver y durante el día se sumaban otros cinco. Era la medianoche y había resuelto veinte. ¿Vos te pensás que me iba contento a mi casa por haber resuelto veinte temas como haría cualquier persona normal? No, me iba con una bronca tremenda porque no había resuelto los otros.
–Debe haber sido agotador.
–Por supuesto. Uno de esos días en que salí tardísimo me encontré con una de mis modelos en la puerta del departamento mío donde se alojaban las chicas del interior. Me dijo que se iba de la agencia para trabajar con la de Ricardo Piñeiro. Le dije: “El hombre es el único animal que le muerde la mano a quien le da de comer. Lo que te voy a pedir es que en diez días dejes el departamento mío en el que vivís gratis”. Dos meses después me la volví a encontrar en la puerta del edificio. ¡Hacía dos meses que se había ido con la competencia, pero seguía viviendo gratis en mi departamento! Se lo reclamé y un par de semanas después Lucho Avilés anunció que iba a contar que un importante agente había agredido a una de sus modelos. Era mentira, obvio.
–¿No me vas a decir quién era la modelo?
–[Se acerca al micrófono]. Ingrid Grudke. Ella fue. Mi hermana Mónica se la encontró un día y esta chica le pidió perdón por haber inventado que yo le pegué. Dijo que Avilés y Piñeiro le habían dicho que inventar eso le iba a servir como prensa.
–Siempre hablás de la falta de agradecimiento de algunas de tus modelos o de gente a la que ayudaste. ¿Tenías la agencia para ganar plata o para que te quisieran?
–Fue una combinación de ambas cosas. Yo necesitaba el reconocimiento del amor, del afecto, que lamentablemente muchas veces no existió. Yo ponía todo: el cuerpo, la creatividad, el tiempo y la plata. Todo tenía que ser mega, con mucho despliegue. Alquilaba una chacra de tres hectáreas con caballos para la agencia, pero luego volvía a Buenos Aires y vivía en un departamento de 55 metros cuadrados.
–¿Tu comisión era del veinticinco por ciento? ¿Cuál era la modelo tuya que más facturaba?
–Sí, el veinticinco. Obviamente, las top como Bárbara Durand, Carolina Peleritti, Pampita, Carola del Bianco o Araceli González eran las que más facturaban. El 90 o 95 por ciento de la facturación se concentraba en diez modelos. Hoy la modelo que más factura en la Argentina es Pampita, no es difícil saberlo. Antes era distinto porque tal vez los clientes que más pagaban no eran las marcas más famosas ni contrataban a las modelos más conocidas, pero trabajaban todas. Una fiesta de fin de año, Victoria Nocetti, que era una de las más lindas de mi agencia, me señala a las otras modelos y dice: “Ahí tenés a tus chicas top, las favoritas que más ganan”. La invité a tomar un té. Le pregunté quién creía que era la modelo que más facturaba y me dio diez nombres. Estaba bastante bien rumbeada, pero se equivocó en quién era la número uno: ese año la que más facturó era ella, la propia Victoria Nocetti. No lo podía creer.
–Tus fiestas eran las más divertidas y tus chicas estaban en todos lados, ¿cómo hacías para controlar lo que pasaba?
–Como un malabarista, cuidando que no se viniera todo al piso. A las chicas menores no les dejaba tomar alcohol. No podían ni drogarse ni salir si no iban con un adulto de la agencia. Por eso los poderosos que buscaban engancharse chicas iban a otras agencias, no a la mía. El mundo está lleno de agencias de modelos, pero también están las que se ponen el rótulo pero son redes de prostitución. Existe y existieron siempre. Y también están los representantes que promueven el noviazgo de sus modelos con los poderosos. Yo no hice eso nunca. Ojo, también sé que no siempre las modelos son las engañadas y que a veces pueden ser ellas las que ofrezcan sexo o droga al fotógrafo con el que trabajan, por ejemplo. La primera vez que fuimos a España a trabajar con Tota Márquez y con Fernando Ranuschio nos quedamos de piedra cuando vimos cómo corría la droga allá. En un momento no quise volver más a Ibiza. ¡Era tremendo!
–¿Y vos te drogabas?
–¡No, nunca! El problema que determinada gente tenía conmigo era que yo no me drogaba ni entregaba a las modelos. Eso incluso me valió amenazas de muerte. Carlitos, pobre, el hijo del presidente Menem, se enojó varias veces conmigo. Un día estaba en Punta del Este en la Casa del Ángel, donde vivíamos con algunas modelos, y siento afuera el ruido de una moto. Me asomo y veo a una de las chicas que corría y se subía atrás. Le grité que se bajara. El de la moto se quita el casco y era Carlitos. Le dije que ella era menor y que yo era el responsable. No la dejé ir. El pibe me la tenía jurada… No era el único: en el año 95 mi teléfono sonaba y me amenazaban con plantarme droga en la casa donde tenía a las menores.
ANOCHECER DE UN DÍA AGITADO
Empezamos la producción al mediodía y ya es de noche. Después de las fotos, Pancho fue a una panadería así como estaba, de smoking, y compró sándwiches de miga y facturas para seguir la entrevista en su casa. Está cansado y dolorido, y agradece el analgésico que le trae su hermana Mónica, su ángel de la guarda que vive en San Diego, Estados Unidos, pero que vino a Buenos Aires para acompañarlo en la internación y en su cumpleaños, en una pequeña reunión con sus íntimos. “Es la primera vez que no festejo mi cumpleaños a lo grande. Ya lo haré”, asegura Dotto.
–¿Te sorprendió algún saludo en particular de todos los que recibiste?
–Uh, dejame que me fije. Tengo 773 mensajes de Instagram y mirá mi WhatsApp. [Muestra una infinita lista de mensajes en su celular]. Peleritti, Araceli, Nicolás Repetto… Qué sé yo, salvo Susana Giménez, creo que me saludó todo el mundo. A la mayoría aún no pude responderles.
–¿Te llamó Karen Ramírez, tu ex novia?
–Sí, claro. Ella es una chica del interior que conoció a un hombre muy buenmozo [se ríe], del cual se enamoró, que soy yo. Pero yo no me enamoré. Terminé con ella y lo pasó mal de verdad por un tiempo. Pero ahora hablamos todos los días porque somos amigos.
–Si pudieras regresar un momento de tu vida para volver a vivirlo, pero sin cambiar nada, ¿cuál sería?
–[Piensa un rato largo y se le nubla la mirada]. Es complicado, eh. Es demasiado íntimo. Es algo personal…
–¿Un amor?
–Un amor, sí. La verdad que he sido un tipo afortunado porque tuve la suerte de sentir amor verdadero, de tener mujeres que yo sentí que estaban enamoradas de mí y que yo también estuviera enamorado de ellas. Pero yo no valoré el momento. Yo tenía que ir a trabajar y pensaba que igual todo iba a ser eterno. Y nada es eterno.
–¿Y qué cambiarías de ese momento?
–Trabajaría menos y tal vez esa persona podría estar hoy conmigo acá, o en Tailandia, o en Estados Unidos, o en Punta del Este.
–¿Quién es esa persona, Pancho?
–No voy a decirlo. Seguramente pienses que fue una de las que mencionan siempre, como Elizabeth Márquez, Daniela Urzi, Dolores Barreiro o Carolina Gimbutas. Pero hubo un par de chicas más muy importantes en mi vida… Qué sé yo, antes me preguntaste por los mensajes por mi cumpleaños y me hubiera gustado que una de ellas me hubiera mandado un saludo, aunque sea. Lo nuestro fue un desencuentro sin terceros en discordia, como se dice ahora. Pero me parece que sigue enojada conmigo. Si uno tuviera la oportunidad de enmendar las cosas, sería tan bueno…
–¿No se puede?
–Mirá, cuando yo era chico, 16 o 17 años, me sentía lindo y salía con dos o tres chicas a la vez porque siempre me encantaron las mujeres, pero no estaba bien lo que hacía. Fue mucho antes de tener la agencia. Cuando me di cuenta, las llamé y les pedí perdón porque yo no era una mala persona, sólo estaba equivocado. Y cambié.
–Entonces sí se puede cambiar.
–Sí, lo que no podés cambiar es el pasado. Uno crece y cambia. Miralos a Pampita y a Iván de Pineda, en lo que se convirtieron. Cómo crecieron. Siempre lo veo a Mario Pergolini, que antes era un cancherito y hoy es un maestro que habla con todos. Me encanta.
–Pero estábamos hablando de amor…
–Hay que aprovechar el tiempo que nos queda, que no sabemos cuánto es, para tratar de sanar las cosas. Pero con esa mujer que te conté no tengo diálogo. Ella tiene su vida. [Hace una pausa]. Lo que pasa es que me cuestiono esto de estar tanto tiempo solo. Hace quince años que estoy solo. Me da miedo y siento que no me puedo hacer cargo de tener una relación. Es increíble que un domingo a la noche un tipo de 70 años te diga que tiene miedo de llevar una relación. Hoy, un chico amigo que fue papá hace poco me dijo: “Me voy porque mi hijo me espera”. Lo vi cambiado. Más dulce. “¡Qué lindo lo que tiene este pibe!”, pensé. Lo mismo me pasa con un amigo que tiene unos veinticinco años menos que yo y lo visito en su casa. Lo veo con su mujer y sus hijos y digo: “Dios mío, qué afortunado. Que suerte que tiene”. Me pregunto cómo pudieron hacerlo ellos, porque yo no pude.
–¿Pensás que nunca vas a volver a enamorarte?
–¡Ojalá me vuelva a enamorar! Yo quiero sentir eso, tengo la necesidad. ¿Sabés una cosa? Hay que tener cuidado con el vacío de una vida muy ocupada porque, mientras uno está pensando en las vidas de otros, abandona la propia. Luego esos otros se alejan y uno, que creyó que había formado con ellos una especie de familia, se queda solo. Solo con el vacío.