Dalma Maradona: “La gente no sabe ni la mitad de las cosas que hicimos o intentamos hacer por mi papá”

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Dice que la que está allí, sobre el escenario de Timbre 4, no es ella. Sí, por supuesto: se trata del personaje que interpreta en Al final las tragedias no mejoran a nadie. Pero es mucho más que eso: Dalma Maradona confía que no encuentra registro suyo -más allá de una actuación muy sólida- en Cecilia. “No tiene mucho que ver conmigo: ella está un poco desquiciada”, advierte, con una sonrisa.

Por eso necesitó concentrarse tanto en los cinco meses que demandaron los ensayos de esta comedia dramática escrita y dirigida por Julieta Cayetina. Nada menos que en su regreso al teatro después de seis años. “No me daba dejarlas a mis hijas, Roma y Azul, tan chiquitas: bañarlas, darles de comer, dormirlas, era un combo que de miércoles a domingo no podía no hacer. Pero surge esta obra, que es una vez por semana (los sábados), y la verdad que me moría de ganas de volver”, dice.

Para descubrir a Cecilia hay que ir al teatro. ¿Y para descubrir a Dalma? Surge aquí una paradoja. Porque todo un país -y hasta el mundo- siguió cada uno de sus pasos, desde las pataditas que daba en la panza de su mamá. Además, actúa desde los ocho años. Y ya tiene 38.

Aun así queda la impresión de que resta mucho por conocer sobre quien, pese a ser La Hija de Dios, confiesa algún pecado capital, como el orgullo: admite que le cuesta pedir perdón. Es la misma que se reconoce celosa pero se intuye leal a los suyos. Que honra a su padre, muere por su madre y se completa en su hermana. Que superó las adversidades. Que mastica la bronca de un juicio interrumpido por un motivo insólito. Que ama, que disfruta. Que es madre, esposa, amiga. Que enfrenta mandatos y prejuicios. Y que busca vivir a su manera, con las reglas que casi nadie debió enfrentar.

Porque la que está allí, sobre las tablas, es Cecilia. Y quien está aquí, con Infobae, es Dalma. Que como toda Maradona de ley, cuando habla se hace escuchar.

Dalma Maradona regresó al teatro dirigida por Julieta Cayetina.

—Estuviste ensayando en paralelo a que se iba desarrollando el juicio.

—Sí, sí.

—¿Y qué te pasaba con eso?

—Lo tuve que suspender solo una vez porque me habían llamado a declarar. No se puede decir que no y aparte, quería ir. Después sí, algún día habré llegado más cruzada que otro. Mis compañeras estaban al tanto de lo que yo estaba viviendo por fuera, y trataron de acompañar de la mejor manera. Muchas veces me preguntaban: “¿Cómo estás?”, porque se enteraban por la prensa, ni siquiera por mí. Y siempre acompañando. Son lo máximo.

—¿Uno llega al ensayo y puede disociar y decir: “¿Esto se queda acá?” ¿O lo capitaliza para el ensayo?

—Juli me había pedido algo que estaba tan alejado de mí, que necesitaba entrar al ensayo y concentrarme en eso. Después, era agarrar el teléfono y decir: “Ah, cierto que afuera está explotando todo”.

—Te propongo que elijas tres momentos de tu vida que te marcaron.

—El nacimiento de mi hermana, mi fiesta de 15 y el nacimiento de mis hijas. Bueno, ahí son dos momentos, pero tomámelos como que valen uno.

—Cuando nació tu hermana eras muy chiquita.

—Fue el mejor regalo que me podían dar mis papás porque me cambió: no concibo mi vida sin mi hermana. Ahora lo veo en mis hijas: yo soy Roma y Gianinna es Azul. Veo esa dinámica y le digo: “¡Ay Roma, dejala! Es chiquita”. Eran cosas que me decían a mí. Veo ese paralelismo: mis dos hijas son Dalma y Gianinna, y me encanta.

—¿Te peleaste alguna vez con tu hermana?

—Sí, re. Mil veces.

—¿Y pasaron tiempos sin hablarse?

—Sí. Yo siempre fui muy de decir lo que pienso y ella muy cabrona, entonces las dos siempre queremos tener razón. Como que está complicada una pelea nuestra… Pero después siempre alguna cede porque nos gana el amor.

—¿Y tu mamá qué hace en esas situaciones? ¿Por quién toma partido?

—Te diría que últimamente toma más partido por Gianinna, pero cuando se lo digo me dice: “Nada que ver”. Y es mentira, no es que es igual con las dos, pero bueno… También entiendo algunas situaciones en las cuales ella me explica: “Tu hermana esto, tu hermana lo otro”, y puede ser que tenga razón, pero igual hago el reclamo. Sí, nos hemos peleado un montón.

—¿Eras celosa de tu mamá y de tu papá de chiquita?

—Re. De hecho, justo ayer mi hermana me decía: “Para vos, vos, ¿sos celosa?”. “No”, le digo. “Dale Dalma, un criterio, por favor. Sos la persona más celosa que conozco: conmigo, con tu marido, con tus hijas, con mamá, con…“, me dice. Y la verdad es que sí. No a nivel tóxico de una cosa que no se pueda soportar, pero sí.

—¿Y cómo llevaste esos celos con el amor que despierta tu papá?

Soy una agradecida del amor que hasta el día de hoy recibo en herencia de mi papá. Cuando era chica sí decía: “Che, qué bajón tener que compartirlo con todos ustedes porque es mi papá y no tengo un momento de privacidad”. Pero con el tiempo entendí que es un poco de la gente: él lo dijo. Y en los momentos difíciles también había gente que se acercaba y me decía: “En mi casa hay una velita prendida para tu papá. Estoy rezando por él”. Entonces, es mucho más el agradecimiento que tengo para esa gente que la queja de decir que lo tuve que compartir.

—Con tu mamá también hay un amor muy grande de la gente.

—Sí, recontra. Con mi mamá pasa algo muy mágico que también pasaba con mi papá: la conocés y no hay manera de que no la ames. Y sin conocerla, también.

—Mencionaste a tu fiesta de 15. Contame sobre ese día.

—Fue espectacular, primero por cómo surgió el lugar. Estábamos hablando con mi mamá y mi papá en la cocina de Devoto, de Segurola y Habana. “¿Dónde querés hacer tu fiesta de 15?”, dice mi mamá. “¡En la cancha de Boca!”, dice mi papá. “Un minuto, ahí vengo”, y se va al comedor, cierra la puerta. Vuelve y dice: “Bárbaro, es en la cancha de Boca”; “¡¿De verdad estás hablando?!”; “Sí, ya hablé”, me dice. No sé con quién habló, pero fue en la cancha de Boca. Mi mamá se tuvo que poner a organizar. En ese momento no tenía su empresa de eventos y creo que ahí se le despertó. Lo hizo sola, realmente. Y fue increíble. Tocaron Los Piojos, que es la banda de mi vida, los Auténticos Decadentes, estuvo toda mi familia.

—¿Es la banda de tu vida por vos o porque se escuchaba en tu casa?

—No, por mí. Los empecé a escuchar de muy chica: iba (a verlos) a campo sin que mi mamá supiera. Y siempre me cuidaron, nunca fue una situación hostil ni mucho menos. Yo los amaba. Y cuando hicieron el tema de mi papá (“Maradó”) fue como: “Encima esto…”. Cuando surge lo de mi fiesta de 15 mi papá me dice: “Van a ir Los Piojos”; “Papá, no hacen eso, no van a fiestas de 15”; “Vas a ver que van a venir”, dice. Y entonces me llama Ciro para preguntarme qué lista de temas querían que tocara. Y yo tipo: “Flaco, hacé lo que quieras. Cualquier tema que toquen yo lo voy a saber, lo voy a cantar y voy a estar feliz”. Hicieron la lista ellos y estuvo increíble. Improvisaron un rock que yo bailé con mi papá arriba del escenario.

Dalma espera el nuevo inicio del juicio por la muerte de Diego Maradona (REUTERS/Agustin Marcarian)

—¿Lo sentís mucho a tu papá?

—Sí, recontra. Todo el tiempo.

—¿En qué? ¿Cómo?

—Más allá de lo que todos saben, que camino a mi casa hay un mural, que el auto de adelante tiene un sticker y esas cosas, yo lo siento en todos lados, como en la conexión que tenemos mis hijas y yo. Siento que todo el tiempo está presente, de alguna manera.

—¿Y le hablás?

—No soy tanto de hablarle pero sí de saber que está ahí, presente.

—El día que se supo que la jueza Makintach estaba filmando un documental, no lo podías creer.

—Sí. De hecho, me peleé con (Fernando) Burlando. Era esta sensación de: “¿Cómo la jueza va a estar filmando?”. De verdad, no había manera, no puede estar pasando. Y bueno, sí, sucedió. Y ahora arranca todo de cero.

—¿Necesitás cerrar esto?

—Sí, sí. Y también, por cómo se dio todo: Giani estuvo declarando diez horas. No hubo persona adentro de la sala que no le haya dicho: “Fuiste contundente, clarísima, estuviste espectacular”. Creíamos que todo estaba encaminado y a los dos días sucede esto… Fue como una trompada. Es muy doloroso, es volver a remover todo, volver a declarar; pero vamos a estar ahí, para lo que sea necesario.

—Algunos de los imputados están usando este tecnicismo de decir que no los pueden volver a juzgar porque ya se hizo un juicio.

—No, pero eso ya está, no va a suceder. Cuando fuimos a la audiencia en donde ya sabíamos que se iba a suspender el juicio, los veías a ellos tan contentos, tan bien, riéndose, y decías: “Claramente, eso solo les sirve a ustedes”. Y nada. Volveremos con más fuerzas que antes, qué sé yo.

—¿El juicio te acercó a tus hermanos?

—Todos tenemos el mismo fin: que se haga justicia por él. Pero si me preguntás a mí, yo solamente puedo hablar por Gianinna porque compartimos abogado. Cada uno tiene su abogado porque cada uno piensa diferente, entonces, en el sentido que te puedo decir que estamos todos unidos es que todos queremos que tenga la justicia que se merece. Porque todos escuchamos los audios y nos dolió, y porque nos parece injusto que (los profesionales acusados) sigan ejerciendo al día de hoy. Entiendo que si no son culpables pueden seguir trabajando, pero a mí me revuelve el estómago.

—Hay un vínculo en cuanto a lo judicial con tus hermanos: todos quieren lo mismo.

—Sí.

—Pero va por ahí, no por otro lado.

—No, no va por otro lado. La verdad es que no se dio.

Dalma describe el nacimiento de sus hijas, los desafíos de la maternidad y la presión social sobre la lactancia.

—Del tercer momento que me hablaste es del nacimiento de tus hijas. ¿Cómo fue?

—Con Roma estaba explotada. Quería parto natural, toda esa fantasía que tiene una cuando es primeriza. Y tenía muy muy alta la presión. Fui a uno de los controles finales y me dijeron: “Andá a tu casa, bañate, relajate y nos vemos en la clínica”; “¿Para qué?”; “Porque vas a parir”; “¡¡¿Qué?!! ¿Cómo voy a bañarme relajada?”. Fui a la clínica con todos los miedos del universo, pensando que todavía iba a poder tener un parto natural. Me esperaron y me acompañaron muchísimo hasta que en un momento vino una enfermera y me dijo: “Mirá, la bebé se está cansando”. “Sacala”, le dije. Ese era mi límite. Y entré al quirófano por primera vez en mi vida, así, en llanto como desconsolado, muy de actriz. Y bueno, salió un bebé como de seis meses, gigante.

—Y tu marido, Andrés Caldarelli, estaba ahí, atrás.

—Y Andrés atrás. En un momento va a mostrarle a Roma a sus papás, a mi mamá y a Gianinna, sin esperarme a mí, y lo agarré y le dije: “Bueno pará, me están terminando de coser acá. Esperame por lo menos para que…”. Ahora nos reímos de eso, pero dije: “¿Cómo no fui yo a mostrar a mi hija?”. Después lo entendí. Yo seguía en quirófano y ellos ya habían hecho un book, habían hecho todo. Y después, con Azul me pasó que me agarró mucha anemia, estuve muy mal. Nació y me tuve que quedar internada: me transfundieron hierro porque estaba muy anémica. A Roma no le pude dar la teta: Me insistían muchísimo con ese mandato, no lo pude hacer. Pero con Azul sí. Me costó muchísimo la lactancia, muchísimo, a nivel de padecerlo.

—¿Te sentiste muy presionada?

—Sí, recontra. Por eso lo menciono. Era cada tres horas llorar porque decía: “No se puede”. Y fue darme cuenta que no, y tomar la decisión de una línea de fórmula, que también la usa Azul. Siempre probé lactancia, pero si no podés también hay algo de decir: “Bueno, pare de sufrir”. De hecho me río porque también a la pediatra de mis hijas le dije: “Siento que la lactancia ya está, pero ella tiene un año y refuerzo con mamadera”. Me dijo: “Dalma, tu hija come milanesas con puré, ¿qué refuerzo de mamadera? ¿De qué me estás hablando? Es una nena gigante”. “Okey, bueno…”. Siempre hay que estar muy bien acompañada.

—¿Estuviste mal con el tema de la anemia y las transfusiones?

—Sí, muy mal. Después de tener a Azul yo me quería ir a mi casa con mi hija ya, porque yo estaba espectacular. “Chau, me voy”, digo. “No, tenés que transfundirte”. Me transfundieron hierro, sangre, y era muy de tenerle miedo a todo. Después estuve prestándole mucha atención a la anemia, esa fantasía de comer cosas que me den hierro. Yo nunca había tenido anemia, se me despertó con el embarazo.

—¿Le encontraron algún otro motivo a la anemia o tenía que ver con el embarazo?

—Me dijeron que con la anemia mucha veces hay algo muy psicológico, emocional, y yo decía: “Sí, obvio”. Y entré (a dar a luz) y decía: “Mi papá no la va a conocer, pero bueno…”. Era inevitable pensar en eso, sí.

—¿Te pone triste el abuelo que se están perdiendo?

—Yo les puedo hablar de él, pero Azul no lo conoció y Roma tuvo muy poco contacto porque era la pandemia; sí estaban diez horas hablando por Facetime. Pero lo tienen tan presente, es una cosa de locos. Si me decís: “Bueno, explicame cómo es”, no sé qué decirte. Si bien yo les hablo de él y se los inculco, tampoco es que estoy todo el día hablando de él. Y ellas, de la nada, hablan de él o me preguntan cosas. Es espectacular, porque es una forma como de tenerlo presente.

—Ellas todavía no tienen dimensión de lo importante que es tu papá en nuestra historia.

—No, para nada. Para ellas es el abuelo que jugaba bien al fútbol, que ganó un Mundial. Esa es la data que tienen.

—A tus hijas las seguís cuidando un montón de exponerlas.

—Sí, cada vez se hace más difícil porque van a cumpleaños, a lugares donde no estoy yo. Pero en ese sentido la gente es muy respetuosa y no por mí, sino porque es un menor, al que hay que cuidar. También se me hace difícil porque Roma está a nada de llamar a Cris Morena y decirle: “Quiero un personaje en Margarita“. Porque quiere ser youtuber, porque las fotos, porque la cámara, porque porque el look… El otro día Roma me dijo que quería tener un canal de YouTube. Y le dije que no hay manera.

—¿Cuántos años tiene?

—Seis, pero hace videos desde que tiene tres. Se pone a hacer shows y en la cuarta canción digo: “Ay Dios mío, ¿qué hace esta nena, a quién habrá salido?”. Y mi mamá me dice: “Vos hacías el mismo show, nos tenías a todos sentados”. Pero si Roma quisiera trabajar a los ocho años sería un no rotundo. Entiendo que es muy injusto para ella porque yo lo hice, pero habiendo conocido ese mundo a los ocho años, siento que no tiene que estar ahí.

—¿Les diste muchos dolores de cabeza a tus padres vos?

—Cero. Siento que ese rol fue más para Giani que para mí (risas).

—¿Qué les hacía?

—Mucho más rebelde. Gianinna arreglaba para ir al boliche con mi papá. Entonces desde ahí en más… ¿Entendés? Volvían los dos. A ella le copaba ese plan y yo, si llegaba mi papá al boliche donde estaba, me iba. Una cosa es una cosa y la otra, es otra. Como que no entendés.

—¿La historia de tu papá con las drogas te alejó a vos de la posibilidad de drogas en tu vida?

—Puede ser. Inconscientemente, seguramente. Pero la verdad que no es algo que me dé curiosidad ni me llame la atención. Me da igual. No siento que sea algo que necesite.

—¿Nunca probaste?

—No. Siento que le tengo mucho respeto también.

Dalma Maradona en Infobae con Tatiana Schapiro (Gaston Taylor)

—¿Te despediste de tu papá?

—Sí. No despedirme en sí, porque si hubiera sabido todo esto capaz hubiera hecho algo diferente. Siento que, en ese sentido, Gianinna y yo no nos quedamos con nada porque hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance, y más. La gente no sabe ni la mitad de las cosas que hicimos o intentamos hacer, o fuimos por vía legal y no se pudo. Hay un montón de cosas que no dijimos porque al no poder hacerlas, ¿para qué decirlas? Muchas veces la gente dice: “Bueno, deberían…”. Sí, deberíamos haber hecho un montón de cosas que no podíamos porque había una persona que tenía la firma de él. De hecho, me hubiera gustado verlo mucho más de lo que lo vi últimamente. Pero bueno…

—La última vez que lo viste, te llamó Gianinna y te llevó. ¿Fue así?

—Sí. Íbamos a ir a cenar con él, pero yo ya había cenado, estaba en mi casa explotada, en un horario difícil, con dos niñas, y le dije: “No voy porque estoy complicada”; “Te voy a ir a buscar”; “No, no voy a ir”. A los 20 minutos, me dijo: “Estoy afuera, salí”. Y nos fuimos. En ese momento (mi papá) estaba en La Plata. Y fue espectacular: nos quedamos tres, cuatro horas hablando. Menos mal que fui…

—Me parece importante cuando decís que la gente no sabe todo lo que ustedes hicieron.

—Igual, no hace falta tampoco estar diciéndolo, pero quédense tranquilos que hicimos todo. Todo y más.

—¿Vos lo cuestionaste mucho a tu papá?

—Muchísimo, un montón. Creo que soy la persona que más lo ha cuestionado. Porque también siento que tenía ese lugar.

—¿Con qué cosas lo cuestionabas?

—Con todo. Después se pudría todo porque yo le planteaba algo y se generaba una discusión, y al tiempo él tenía la generosidad de venir y decirme: “Che, sabés que con esto tenías razón, ¿cómo no te escuché?”. Pero siempre fui muy de cuestionar. De hecho, cuando él empieza a hablar de su problema con las drogas, yo era muy chica y le hacen una nota (en la revista Gente). Y dije: “Me quiero quedar a escuchar”. Mi mamá: “No, sos chiquita”. Y mi papá dijo: “Que se quede. Si esto va a salir, si lo va a leer el mundo entero, ¿cómo no lo va a saber mi hija?”. Y yo escuché todo. Muy chica. Y de ahí mis cuestionamientos, y las respuestas a una nena de seis o siete años.

—¿Opinabas de las parejas de tu papá?

—Sí, obvio. Por supuesto. También nos hemos reído mucho juntos. Pero después, obviamente, con el respeto de lo que eso implicaba: una cosa era nuestra charla y otra cosa era, después, el trato con esas personas.

—Las responsabilizaron mucho a vos y a tu hermana de sus parejas, de si reconocía o no a sus hijos.

—Esa es la más fácil de decir: “La culpa la tienen ellas”. Y la verdad es que nada que ver. Las infinidad de veces que mi mamá habló con él: “Son tus hijos, que conozcan a las chicas”. Y el que siempre decía que no, era él. Entonces hay algo ahí, que después en el vínculo (con mis hermanos) no se formó, porque pensamos muy distinto. Y una persona que no tiene respeto hacia mi mamá, para mí no existe, realmente. Que no se haya dado tiene más que nada que ver con eso. Y después, lo que él hacía: que a uno le decía una cosa, que al otro le decía otra. Esa es la realidad. Nadie es culpable, y él mismo lo ha dicho tantas veces: “Las cosas que hice mal, las hice mal yo”. Después, obviamente, tiene consecuencias.

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