“Dar un salto pedagógico y cultural”: la advertencia de los expertos frente al avance de la IA en la educación

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De la enciclopedia a Internet. De la lapicera al teclado. De las cartulinas para exponer en clase a las presentaciones digitales. De los gráficos trazados a mano a los dibujados sobre una pantalla. Estos son algunos de los innumerables cambios que transformaron la educación en los últimos años. De manera paulatina, la tecnología reconvirtió la dinámica no solo dentro del aula, sino también por fuera de ella, con cada vez más herramientas al alcance de alumnos y docentes.

En este escenario, la inteligencia artificial (IA) emerge como una pieza clave que marca el camino hacia la educación del futuro. Su integración en el ámbito académico avanza con fuerza e impulsa nuevos métodos de enseñanza, evaluación y aprendizaje, que a su vez despiertan debates éticos y pedagógicos.

En la práctica, uno de los hábitos que gana vez más terreno entre estudiantes de diferentes niveles y edades es el uso de herramientas de IA que simplifican tareas clave del estudio, como la toma de apuntes en tiempo real o la generación automática de resúmenes.

La plataforma Mindgrasp es una de las más populares: cuenta con más de 10.000 usuarios de prestigiosas instituciones a nivel mundial, como la Universidad de Standord, la Universidad de Princeton y el Instituto de Tecnología de Massachusetts. Entre sus principales funcionalidades, la aplicación genera notas o resúmenes detallados a partir de cualquier material educativo. También crea cuestionarios y fichas para estudiar.

En tanto, Otter.ai graba clases, toma notas en tiempo real e incluso crea resúmenes de tales apuntes. Para materias en modalidad online, la app realiza capturas de pantalla de las diapositivas, para luego sumarlas a las notas. Intellects.ai cuenta con funciones similares.

¿Un arma de doble filo?

A simple vista, el uso de estas herramientas puede resultar tentador: agilizan tiempos, simplifican tareas y permiten una mejor organización. En definitiva, se trata de auténticos compañeros y asistentes de estudio. Pero, ¿hasta qué punto estas aplicaciones benefician a los estudiantes? ¿Cuáles son los riesgos de delegar cada vez más tareas a una máquina, en especial cuando se trata de procesos de enseñanza y aprendizaje?

El estudio The Memory Paradox: Why Our Brains Need Knowledge in an Age of AI, publicado por la Universidad Cornell en mayo, pone la lupa sobre el tema al destacar que la dependencia excesiva de herramientas de IA puede perjudicar la consolidación de la memoria. En detalle, cuando esta tecnología se ocupa de tomar notas o resumir textos, el cerebro omite el procesamiento profundo y necesario para codificar conocimiento, lo que dificulta la compresión y retención de contenidos.

Bajo esta línea, un estudio de Frontiers in Psychology sostiene que quienes escriben a mano cuentan con mayores niveles de actividad eléctrica en áreas del cerebro especializadas en el movimiento, la visión, el procesamiento sensorial y la memoria, en comparación con los estudiantes que toman nota a través de dispositivos tecnológicos.

Estudios advierten sobre los riesgos de reemplazar la escritura por herramientas de IA

“Escribir a mano sigue siendo una práctica potente. No es una cuestión nostálgica, es neurociencia”, explicó a LA NACION Diego García Francés, especialista en IA y educación, y director de relaciones institucionales de Educabot, una compañía de tecnología educativa. En palabras del experto, la escritura no solo activa múltiples áreas del cerebro, sino que también ayuda promover la compresión y fortalece la memoria.

De manera contraria, si se implementa IA para tomar apuntes o hacer resúmenes de manera automática, el esfuerzo cognitivo se pierde. “Cuando la IA nos evita pensar, no es ayuda, es trampa”, añadió García Francés.

Por su parte, Santiago Bellomo, decano de la Escuela de Educación de la Universidad Austral, señaló que la IA debe ser entendida y utilizada como una garrocha, en lugar de una muleta. “Una muleta nos subsidia en momentos de invalidez o debilidad muscular. El abuso de la muleta puede generar la atrofia muscular y hacernos caer en la dependencia”, deslizó.

En cambio, el uso de la IA “en modo garrocha” puede impulsar a los estudiantes a mayores y mejores resultados. Sin embargo, Bellomo no pasó por alto una paradoja que rodea a esta cuestión: “Solo los estudiantes que desarrollaron buena musculatura intelectual, o sea, que cuentan con virtudes intelectuales bien arraigadas, logran sacar mejor provecho de la IA”.

IA, ¿aliada o enemiga?

Es un hecho que la IA llegó para quedarse, y los datos así lo demuestran: la encuesta Kids Online Argentina, publicada por UNICEF y UNESCO, indica que casi el 60% de los estudiantes de entre 9 y 17 años usó ChatGPT y, de este universo, dos de cada tres lo hicieron con fines académicos. A su vez, una investigación interna de la Universidad Austral revela que más del 60% de los estudiantes de grado utilizan IA generativa (IAG) siempre o casi siempre para resolver actividades académicas.

“La IAG forma parte del grupo de tecnologías disruptivas, esto es, que irrumpen súbitamente de manera inorgánica y no planificada, desde fuera del sistema educativo, sin pedir permiso y de manera masiva. Esto ya ocurrió con Internet hace más de 30 años, aunque con menos masividad y un ritmo de adopción mucho más lento”, expresó Bellomo. Aquí es cuando comienzan a entrar en juego los riesgos.

Más del 60% de los estudiantes de grado utilizan IA generativa (IAG) siempre o casi siempre para resolver actividades académicas, según la encuesta Kids Online Argentina de UNICEF y UNESCO

Por ejemplo, un reciente estudio realizado por investigadores del Media Lab del MIT señala que el uso de IA podría perjudicar el aprendizaje, especialmente en los rangos etarios más jóvenes. Para la investigación, 54 personas de 18 a 39 años fueron divididas en tres grupos y se les solicitó escribir ensayos utilizando ChatGPT, Google o ninguna herramienta. Con el objetivo de registrar la actividad cerebral de los participantes, los investigadores utilizaron un electroencefalograma.

Tras un exhaustivo análisis, los resultados demostraron que aquellos que acudieron a ChatGPT presentaban una menor interacción cerebral y un rendimiento menor en términos neuronales, lingüísticos y conductuales. La tendencia se profundizó durante los siguientes meses.

En este contexto, los docentes cobran un rol fundamental para guiar a los estudiantes, según García Francés. “La IA nos obliga a hacer una pregunta: ¿Para qué estamos enseñando?“, reflexionó el especialista. De esta manera, opinó que los maestros deberán promover preguntas abiertas, generar espacios de reflexión, fomentar el pensamiento crítico y enseñar a valorar las respuestas de la IA, ya que estas no siempre son correctas o éticas. ”Hay que dar un salto pedagógico y cultural», remarcó.

Y advirtió: “Si seguimos formando estudiantes solamente para rendir, para que repitan o busquen la respuesta correcta, entonces la IA reemplaza muy fácilmente a ese docente”.

Bajo una mirada similar, Bellomo sostuvo: “Un buen docente tenderá a potenciar su labor mediante el uso de la IA. El malo la usará para subsidiar su labor hasta el punto de notar que, tal vez, él mismo podría ser incluso reemplazado por una máquina, incluso con mayor eficacia”.

Desafíos

Para García Francés, uno de los principales desafíos de la educación en tiempos de IA será saber distinguir la automatización del pensamiento de la automatización de procesos. “La IA tiene que intervenir en procesos repetitivos de las escuelas, universidades y gobiernos. A nivel educativo, eso nos daría más tiempo para ser más humanos y volver a poner valor sobre la escritura y los tiempos de aprendizaje”, profundizó.

“Lo peor es sentarse a esperar. Si como docentes usamos regularmente la herramienta, lograremos entenderla mejor y anticipar los posibles impactos en los estudiantes para tomar medidas reparatorias”, agregó Bellomo. La desigualdad y la brecha digital es otra de las grandes problemáticas.

García Francés se refirió también a la superficialidad de la información asociada a los resúmenes generados por IA. “En un mundo con exceso de datos, pero muy poca profundidad, la clave es enseñar a hacer buenas preguntas”, dijo. Y concluyó: “Las buenas preguntas valen más que tener todas las respuestas”.

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