La humanidad está bordada de mitos, inventos y accidentes cada vez que intentamos alcanzar las alturas, imitando a las aves y otros seres alados. Siempre se ha tratado de procesos de ensayo y error, hasta que cada nueva tecnología aeronáutica o de alpinismo, permitió avanzar hacia un nuevo límite de metros sobre el nivel del mar. En la historia de la danza también puede trazarse una trayectoria en busca de la representación de los seres sutiles. O del riesgo. La creación del artificio para que los cuerpos vuelen se remonta a 1832, cuando Fillippo Taglioni puso en escena unas zapatillas con la punta rellena y, con ese gesto en el calzado, creó una técnica de ballet aún vigente, porque permite la ilusión de lo etéreo y la velocidad en las piruetas.
Pero así como pueden anticiparse los finales trágicos de los personajes que se arrojan sin redes ni elementos de seguridad, las herramientas de ascensión a las montañas aparecieron en escena para garantizar trepadas, vuelos y descensos. Una de las ramas de este árbol genealógico, pone al grupo teatral catalán La Fura dels Baus, que comenzó en 1979 con obras que buscaban el impacto visual y la emoción desde lo alto. Años más tarde en una gira por Argentina, estaban entre el público los miembros de La Organización Negra. Y los picó el bichito de la altura. Ellos, que venían creando a ras del piso, empezaron a pensar escenas con arneses y llegaron a colgarse en los icónicos 67 metros de un monumento a fines de 1989, con sólo dos funciones de La Tirolesa/Obelisco. De aquel grupo original que empujaba los límites de lo teatral y de lo técnico surgieron De La Guarda, Fuerza Bruta y Ojalá. Y sus miembros, que empezaron en el under porteño, llegaron a especializarse en montajes aéreos para Disney y Broadway.
La danza contemporánea por su parte, no había gestado un espacio de cruce tan evidente, hasta que, en 1994 la coreógrafa Brenda Angiel creó un espectáculo completo en torno a las técnicas de vuelo. Los aparejos de escalada que se usaban desde la década de 1960, se fueron adaptando para la compañía de Danza Aérea, tiñendo de negro las sogas, achicando los arneses para liberar el movimiento de la cadera. Creando nombres específicos para cada paso. Piques, corridas, ranitas. “Creo que el nombre más raro que pusimos fue ‘el osito’, que es un giro hacia atrás, saliendo por arriba”, recuerda Angiel, mientras celebra tres décadas de creación en danza aérea.
Alguien que quiera incursionar en la técnica, podrá entonces, conectar su arnés por adelante, lo que le permitirá la escalada, las corridas sobre la pared y otros objetos escenográficos que sirvan de apoyo, como grandes esferas inflables o redes. Si el arnés se amarra a la soga por la espalda, la ilusión de vuelo será más efectiva. Y más aún si se trata de una soga elástica conocida como bungee que permite, además del rebote, el desafío a la inercia y el efecto de boomerang.
Todas estas técnicas combinadas permiten espectáculos inmersivos en 360 grados o puestas para teatro a la italiana. Puede tratarse de escenas sueltas, más cerca del arte conceptual contemporáneo, con textos curatoriales explícitos o no. O puede ir hacia el encuentro de una narración más metafórica o más mimética. Se pueden sumar performers mudos, voces teatrales o gritos desaforados y guturales desde los cielos.
El año 2025 comenzó con una nueva visita de la Fura dels Baus y la sensación flotante de que algunos recursos escénicos pueden agotarse. Si sólo se busca el asombro, el asombro se termina algún día. Pero si el vuelo quiere ir hacia algún lugar, pueden convivir en la cartelera porteña propuestas muy diferentes. En los últimos días de abril, confluyen el estreno de Hincha! Ritual Show, de Pichón Baldinú, y las últimas funciones de Gregorio Imaginario, de Inés Armas. Ambas obras con escenas de altura, pero en búsquedas diametralmente opuestas, demuestran que la técnica de danza aérea no condiciona la composición coreográfica y la creación de climas.
Hincha! genera los vuelos en el contexto de una producción comercial, con un grupo numeroso de performers y músicos en vivo, con mucha inversión en técnica, seguridad, artificios escenográficos y de vestuario. Y una paleta de emociones extremas, sonido envolvente y gritos de gol hiperrealistas.
En cambio Gregorio imaginario es un propuesta nostálgica, intimista, creada sólo para dos intérpretes y volcada al público de deambuladores en edad prescolar. Aquí también aparecen las voces, para romper la cuarta pared y dialogar sobre la amistad y la existencia de lo invisible. “La primera imagen que me apareció fue una especie de calesita aérea. Quería que la obra empiece ahí: dos amigos girando y jugando suspendidos en el aire, y que en ese girar el juego y los personajes se vayan transformando”, recuerda Armas, coreógrafa y directora.
Está claro que más allá de las combinaciones de elementos de producción, no se pueden ignorar las limitaciones físicas del humano. “Estar suspendido de una cuerda desequilibra tu cuerpo: querés acostarte lentamente, pero el peso de tu cráneo te precipita y terminás cabeza abajo; tenés un frente determinado, la cuerda gira y quedás en cualquier otro; de repente ya no sabes cuál es la derecha y cuál la izquierda. Si bien gran parte de estas variables se pueden controlar con técnica, decido no terminar de hacerlo. Me interesa usar esta indeterminación que ofrece el aire como un elemento más en el juego de los bailarines en la escena –sostiene Armas-. Es un desafío que pone a los intérpretes y a la coreografía que da lugar a un trabajo vivo que deja lugar para la sorpresa”.
Nada de todas ideas serían posibles sin el apoyo de los riggers, expertos en el arte de regular distancias, pesos y alturas, izar a los personajes y garantizar los aterrizajes a salvo. Es por eso que además de la rotación de los intérpretes en escena que permita la subida y bajada, hace falta una inversión a la que el circuito independiente tiene un acceso limitado. “En relación a las condiciones de producción de la danza aérea, hoy encuentro como dificultad llevar nuestro trabajo a distintos teatros y contextos. La danza aérea requiere de infraestructura, equipamiento y técnicos especializados en seguridad, así como de condiciones laborales seguras y dignas para los artistas aéreos. Un montaje de una obra de danza aérea lleva tiempo y presupuesto –advierte Inés Armas-. Este es un aspecto que muchas veces es subestimado y que entonces se vuelve un límite para que podamos llegar a nuevos públicos”.
Las limitaciones de la producción en términos de inversión técnica no es algo que esté en duda en las realizaciones de Pichón Baldinú. Hay un espacio con tribunas, arcos, hinchadas separadas por un color y emociones que se contagian. En algunas infancias hay pelotas número 5 que pican en el barro y abrazos de gol. Desde ese potrero, llegó a Hincha!, la bailarina Carla Rímola para sumarse en un grupo de doce performers, donde nueve de ellos llegan desde la danza. Desde muchas danzas. “Es la primera vez en la vida que me cuelgo, en 43 años. Pero siento que hice un recorrido por la danza contemporánea de autor que me volvió muy específica en un área y cuando surgió esta propuesta, me gustó el desafío de formarme y de experimentar una técnica que no había transitado”, explica Rímola.
El Show ritual que propone Baldinú incluye proyecciones y relatos deportivos, trompetas y percusión en vivo, freestyle y banderas al viento. “Es todo muy arriba, no sólo por la altura. Siento que la energía para afuera, ser una mujer fuerte y gritar, tener mucho tono muscular, es algo que se conecta con mis trabajos con Pablo Rotemberg. – reflexiona Rímola – Pero en este caso se trata de una propuesta apta para todos los públicos. Invitamos a que todo el mundo se sienta interpelado, que pueda venir a desplegar sus emociones y a sensibilizarse”.
Volver a las multitudes aún nos cuesta. Nada nos ha sensibilizado más que la pandemia de covid y el aislamiento internalizado. A Brenda Angiel, por ejemplo, el encierro le hizo reflexionar sobre sus vínculos y a sus intérpretes sobre sus identidades. De eso se trataba T para T y de algún modo fue un cierre de una forma de composición coreográfica. Después de 30 años de creación en danza aérea, Angiel siente que quiere regresar a la danza contemporánea sobre el piso, la búsqueda intimista, y el encuentro en escena con su hija bailarina. De modo que este festejo de los 30 años de creación en los aires implicará el cierre de una etapa. Durante los fines de semana de abril ha estado a cargo de la curaduría de un ciclo de solos de danza contemporánea. Y los domingos de mayo, se repondrá 8cho, su clásico bailado sobre el tango tradicional y el de nuevas formas.
Tres décadas, con más de 900 funciones de danza aérea en 90 ciudades. Y una escuela por la que han pasado quince mil alumnos que se retroalimenta con la sala teatral y sus espectáculos. Angiel se siente una orgullosa fundadora de la de la danza aérea en Buenos Aires “porque nadie me lo enseñó y yo formé a mucha gente que ahora monta sus espectáculos –subraya-. Creo que soy una coreógrafa que ha investigado en el aire y me he metido en ese mundo porque me fascinaron las posibilidades que iba descubriendo. Para mí en ese momento era novedoso, era desafiante, era inexplorado”.
La primera aproximación con la danza aérea surgió como solución para un escenario con tres frentes divididos por columnas. “Y lo primero que vi en mi cabeza fue una imagen con nosotras desde la altura, con unas polleras moviéndose con el viento de un ventilador. ¡Algo muy Marylin! -recuerda Angiel–. A partir de ahí me surgieron ideas de qué hacer con los arneses, las paredes de la sala, mesas, distintas cosas que fui probando en cada nueva obra”.
Cumplir 30 años es una buena cifra para poner en escena el desapego. Ya hay a quienes pasar la antorcha. Siempre que haya una pared para correr y una historia para contar habrá alguien bailando desde los aires.
Para agendar
Hincha! Ritual Show, de Pichón Baldinú. Desde el 25 de abril en Polo cultural y deportivo Saldías, Salguero y San Pedro de Jujuy.
Gregorio Imaginario, de Inés Armas. Sábado 26, a las 19.30, y domingo 27, a las 18, en Galpón FACE, Deán Funes 2142.
8CHO, un tango aéreo, de Brenda Angiel. Los domingos de mayo, a las 18, en Aérea Teatro, Bartolomé Mitre 4272.