Fue un encuentro casual el que selló una amistad entre dos familias legendarias del vino -una del Viejo Mundo, otra del Nuevo Mundo-, que coincidieron en la gala anual de la prestigiosa revista Wine Spectator, en Nueva York. Allí, a fines de los 90, se conocieron el barón Eric de Rothschild, propietario del legendario Château Lafite-Rothschild de Burdeos (Francia) y Nicolás Catena Zapata, su par en la bodega homónima. La amistad dio lugar a Caro, una bodega establecida en Mendoza que hoy lleva su vino a países tan distantes como Inglaterra o China a través de la red de venta del vino de lujo más antigua y reputada del mundo.
“Nos conocimos con el Barón Eric de Rothschild en una de las reuniones de Wine Spectator. Yo estaba con mi hija Laura, que habla muy bien francés, y charlando con el Barón descubrimos que estaba muy interesado en la Argentina”, recuerda Nicolás Catena Zapata, al respecto del encuentro que habría de dar lugar a la bodega que este año cumple 25 cosechas, y que actualmente es conducida por la nueva generación de ambas familias: Saskia de Rothschild y Laura Catena.
Pero la historia de la asociación entre las dos familias también habla de cómo fue cambiando estilísticamente el vino argentino, y de las distintas influencias que fueron dando lugar a las grandes revoluciones conceptuales que ha ido atravesando en las últimas décadas. Quien cuenta la historia es uno de sus protagonistas.
–Nicolás. ¿qué representaba para usted Château Lafite?
–Para mí, Château Lafite-Rothschild era Dios. Ya en la clasificación de vinos de Burdeos de 1855, Lafite era el número uno. Entonces cuando conocí al Barón me dije: “Tengo que hacer algo con él”. Él ofreció que viniera a Mendoza un equipo de sus técnicos y yo lo recibí. Estudiaron los viñedos y todo lo que encontraron les gustó. Entonces decidimos asociarnos para hacer un proyecto en Mendoza. A partir de ese momento, ellos designaron un técnico que iba a supervisar toda la elaboración y el origen de las uvas, lo que era muy importante para ellos. Y así, en el año 2000 elaboramos la primera cosecha de Caro
–¿Cómo surgió el nombre de la bodega?
–Teníamos que ponerle un nombre a la sociedad y a la marca, entonces el barón me dice: “Caro, Catena-Rothschild”. “No”, le digo. “Debería ser al revés: Roca, porque usted en el mundo es mucho más importante que nuestra producción. “A mí me gusta Caro e insisto”, me contestó y también yo insistí. Entonces él me dice: “Le voy a contar algo. Usted sabe que mi mujer es italiana. Cada vez que me pide algo de difícil cumplimiento, ¿sabe cómo me llama? No me dice Eric, me dice ‘caro mío’”. Ahí se acabó la conversación y le pusimos Caro.
–Caro es un corte de Malbec y Cabernet Sauvignon, los varietales representativos de Burdeos y de la Argentina. ¿Cómo nació ese blend?
–Ya desde el inicio, el técnico principal de Lafite decidió que Caro fuera un blend de Malbec y Cabernet Sauvignon. Desde que él mezcló los dos varietales no cambió más, y esa combinación quedó como un axioma de la bodega. Obviamente, a través de los años ha ido variando la proporción entre estas dos variedades. Pero lo que en ese momento a mí me llamó la atención fueron todas las pruebas que hicieron para mezclar esos dos varietales. Para ellos el blend era una operación importantísima, que tiene que ver con la tradición de Burdeos: Lafite es un blend de cuatro varietales –Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Merlot y Petit Verdot– que mezclan todos los años en una proporción diferente, dependiendo de cómo se comportan cada año. Y lo otro que realmente me sorprendió fue la obsesión del barón y de sus técnicos por el terroir.
–¿Qué mirada se tenía sobre el terroir hasta entonces en la Argentina?
–Bueno, le hablo de mí. Yo venía con una mirada que había girado del estilo italiano en el que elaborábamos los vinos al californiano, que hacía mucho hincapié en la enología. Y de golpe aparecen estos señores como socios que dicen que el enólogo no tiene importancia, que lo único importante es el terroir.
–¿Cómo había llegado usted al estilo californiano?
–En el año 82 fui contratado por la Universidad de California en Berkeley como profesor invitado en el departamento de Economía Agrícola. Pero, ¿qué ocurrió? Que Napa Valley estaba a una hora en auto de Berkeley. Entonces, el primer paseo que hicimos con mi señora, Elena, fue a Napa. Más precisamente a la bodega Mondavi. Y como Elena les dijo que yo era un bodeguero de Argentina, nos atendió el winemaker de Mondavi, que nos dio una visita de todo un día en la que probamos todos los vinos. Y realmente para mí fue un shock, porque me encontré con algo muy diferente a lo que estábamos haciendo en la Argentina en ese entonces. Nosotros producíamos vinos oxidados, llamémosle ajerezados, y ellos le prestaban atención a la fruta. Allí en Napa lo que era importante era seguir los consejos de la Universidad de Davis, en la que la química del vino, la calidad de las plantas y la crianza en barricas de roble era muy importante. En mi regreso al país, inmediatamente inicié un programa en mi bodega para producir algo similar a Napa Valley. El asunto es que yo estaba en ese mundo californiano de Napa cuando conozco al Barón Eric de Rothschild que me habla de terroir, algo de lo que no había escuchado nada en Mondavi.
–¿Qué era el terroir para Château Lafite?
–Ellos me explicaron que el terroir era el microclima del lugar y la composición física y química del suelo, e introdujeron una variable que para mí fue algo totalmente nuevo. Y no solo para mí. Porque lo californiano yo lo difundí en todo Mendoza y después se difundió en todo el país. Y con esto nuevo también ocurrió lo mismo. Con los años el tema del terroir aparece en Mendoza. En nuestra bodega, mi hija Laura se lo tomó muy en serio y con el concepto de terroir francés creó un instituto de investigación y hace los vinos “de parcela” de la bodega, que nacen de descubrir en cada finca cuál es la parcela que produce la mejor calidad. Entonces, yo le diría que Lafite fue una revolución para el vino argentino.
–¿Qué cambió?
–Ahí entendimos por qué los viñedos de altura producían vinos muy diferentes aunque aplicáramos la misma enología que los viñedos de menor altura. Y lo mismo con los distintos suelos, que permiten obtener sabores para el mismo varietal muy diferentes. Le cuento una anécdota. Hace unos años visité Château Lafite junto con unos amigos. Recorrimos el viñedo y cuando vamos llegando al château, decidimos sacarnos una foto. Entonces nos paramos en un lugar y le pedimos al técnico de viñedo de Lafite que nos saque la foto. Pero él nos dice “¿Por qué no se corren 20 metros para la derecha? Porque este lugar donde están parados nunca ha producido Lafite, solamente produce el segundo vino de la casa… Pero 20 metros a la derecha está una parcela que siempre elegimos para Lafite”. Obviamente le hicimos caso, y entendimos que para ellos esa distancia de 20 metros de diferencia, entre una parcela y otra, era tan importante que cambiaba toda la historia.
Una nueva generación
Actualmente, las bodegas que conforman Domaines Barons de Rotschild-Lafite (DBR Lafite) se encuentran bajo el mando de Saskia de Rothschild, hija del barón Eric. De igual modo, quien actualmente dirige la bodega Catena Zapata es Laura Catena, hija de Nicolás. Es claro el aporte que la nueva generación de ambas familias suma a Caro: sostenibilidad y profundización del estudio del terroir.
Primera mujer en seis generaciones (y 150 años) al mando de DBR Lafite, Saskia ha puesto un especial énfasis en el compromiso con la sustentabilidad y el medio ambiente. Caro se unió en 2023 a la comunidad B Corp y Désiré, la nueva finca que la bodega adquirió en San Pablo, fue diseñada de tal forma que 20 de sus 50 hectáreas no serán plantadas: allí se preservará un bosque de chañares centenarios, y entre los paños de vides generarán corredores de vegetación nativa para refugio de la fauna autóctona.
Laura Catena, por su parte, ha profundizado el estudio del terroir a través de la creación del Catena Institute of Wine, que propuso un abordaje científico del terruño mendocino. Es esa investigación la que ha guiado la selección de viñedos que dan lugar a este assemblage fiel reflejo del terroir mendocino, pero con el espíritu de un gran crú bordelés.