De chica leer en voz alta era un tormento, pero encontró en una profesión su lugar en el mundo y su diagnóstico: “Me creía poco inteligente”

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Desde muy chica Adriana Roffi era muy introvertida, tímida, reservada. Casi no hablaba. Sin embargo, tenía una imaginación enorme, con la que podía pasar horas jugando en soledad.

“Me crie en una familia disfuncional: mi padre, alcohólico y con períodos depresivos; mi madre, sosteniendo como podía el engranaje familiar con tres hijos pequeños. En ese entorno fui creciendo y, ante tantas carencias emocionales, terminé atribuyéndome a mí misma las dificultades para aprender. Leer fluidamente en voz alta me resultaba un tormento, aunque siempre me apasionaba leer en la intimidad”.

Sus lecturas en público, cuenta, estaban llenas de errores, lo que derivó en una baja autoestima y en una creciente dificultad para expresar lo que pensaba o sentía. Esa timidez se extendía a los espacios sociales y de aprendizaje. “Recuerdo que leer frente a la clase era una tortura, y en los actos escolares anhelaba no participar. Solo me sentía cómoda en la invisibilidad”.

“Recuerdo que leer frente a la clase era una tortura, y en los actos escolares anhelaba no participar. Solo me sentía cómoda en la invisibilidad”.

Durante su infancia, adolescencia y parte de su adultez, Adriana desconocía cómo resolver estas dificultades, y mucho menos que existiera un nombre para ellas. “Me creía poco inteligente, incapaz de alcanzar un comportamiento ´normal´. Me sentía inferior mental e intelectualmente”.

Durante muchos años vivió esas situaciones tan incómodas, como angustiantes que no la dejaban ser. Estaba como encerrada en sí misma. Insegura. Después de muchos años lograría ponerle un nombre a eso que tanto la atormentaba.

Su lugar en el mundo.

La gran idea que tuvo su mamá

En su adolescencia, su mamá, al verla tan tímida, la impulsó a tomar clases de teatro en la Escuela de Agustín Alezzo. Ese espacio lúdico teatral, dice, le ofreció un lugar de pertenencia y la ayudó a abrirse al mundo.

“Sentía vértigo ante la exposición, pero me sentía acompañada, escuchada, valorada, no juzgada. A partir de esos inicios, siempre sentí, y me sigue pasando, que el teatro y la lectura se transformaron en el cauce donde dreno mi creatividad y construyo mi voz”.

Encontró su lugar en el mundo

Adriana, que durante mucho tiempo había sentido vergüenza al hablar y leer en público, descubrió en el teatro un espacio donde pudo transformar ese miedo en expresión y confianza. A través de la actuación, encontró no solo una herramienta para superar sus inseguridades, sino también una manera de conectar consigo misma y con los demás desde la autenticidad y la emoción. El escenario se convirtió en su refugio, un lugar donde su voz pudo finalmente ser escuchada con claridad y sin juicios.

“Tengo formación como actriz; estudié muchos años desde muy pequeña y participé en algunas obras en mis inicios. Pero no me considero actriz. Toda esa formación derivó en la dirección teatral. Soy directora, escribo, y suelo versionar y adaptar mis obras”.

Al final de unas vacaciones, con su hijo León y su papá.

“Fue revolucionario, me marcó”

A principios de los 90, Adriana debutó como actriz en una obra, La ropa, que hacía con un grupo de amigos.

“Solo participé en mis inicios en algunas obras. También formé parte de unas obras cortas con las que hicimos una gira por el norte argentino. Lo que sí recuerdo es una clase con Alezzo analizando Romeo y Julieta. Después de mi exposición, me dijo: ´Adriana, creo que usted tendría que pensar en dedicarse a la dirección´. Nunca lo había contemplado hasta ese momento. Fue revolucionario, me marcó”.

Fue crucial una charla con Daniel Veronese, con quien construyó una amistad trabajando juntos desde hace más de dos décadas, en Madrid, durante la pausa de un montaje, cuando le dijo: ´Adri, tenés que empezar a dirigir´. Habían pasado casi 20 años desde lo que le había propuesto Alezzo. Y así empezó”.

Más allá de su carrera como actriz y, especialmente dramaturga y directora, Adriana confiesa que hablar o leer en público le sigue produciendo incomodidad. “No lo hago bien, me da inseguridad. Si lo tengo que hacer, lo expongo en el ámbito en que esté, y de esa manera se me hace más ameno”.

Elenco de “Villa”en Timbre4. Ana Celentano, Magdalena Grondona, Tamara Kiper.

Ponerle un nombre a eso que sentía

A los “30 y pico”, cuando ya había nacido su hijo León, en un control clínico regular, hablando con la médica, ella lo verbalizó en la consulta. Le dio el diagnóstico que había esperado desde que era una niña.

“Ser disléxica significa tener un trastorno específico del aprendizaje de origen neurobiológico. Es importante entender que la dislexia surge por diferencias en el procesamiento del lenguaje en el cerebro, y que puede ir acompañada de trastornos del aprendizaje y déficits de atención en mi caso. Un ejemplo es que no tengo la capacidad de leer con fluidez y tengo dificultad para procesar el lenguaje escrito, debido a que mi cerebro no interpreta correctamente los símbolos escritos, las palabras y ciertos signos”, explica Adriana. Y agrega: “También me pasa en lo discursivo, cuando estoy hablando en una conversación: mis procesos mentales son distintos. A veces, voy muy rápido porque tengo una mente muy desarrollada, pero no necesariamente puedo comunicarme al ritmo de mi interlocutor, ya que en mi cabeza las cosas se están desarrollando de una manera que no siempre tiene traducción en el código de lo que estoy diciendo”.

En la obra “La ropa” en la sala Quintono a los 20 años.

Adriana hace hincapié en aclarar que la dislexia no es una enfermedad, sino una disfunción.

¿Qué significó para vos ponerle un nombre a eso que te pasaba? “Me ordenó, me aclaró, me sacó fantasmas que me habían acompañado siempre. Empecé a comprenderme, a tenerme paciencia, a valorarme. Descubrir que soy disléxica me enseñó a mirar la vida desde otro ángulo y a transformar las dificultades en fuerza creativa”, responde.

Elenco de “Yunta”. Actualmente en el Espacio Callejón. Matías Broglia y Pedro Risi .

Animarse a muchos desafíos que parecían una utopía

Adriana está convencida que la dislexia no la define por sus limitaciones, sino por sus formas únicas de crear y comunicar. “Mi recorrido me enseñó que lo diferente no es menos, sino otro camino posible hacia el conocimiento, el arte y la vida. Por eso me animé a estudiar inglés y francés, a vivir 15 años en el exterior y a crecer en lo personal y lo profesional”.

Actualmente, dirige dos obras: Yunta y Villa, donde también realizó la versión y adaptación teatral.

Junto a sui madre en Madrid.

La historia de Adriana nos invita a reconocer la importancia de mirar las dificultades no como barreras insuperables, sino como oportunidades para descubrir fortalezas ocultas y caminos propios. Su experiencia demuestra que identificar y comprender aquello que nos desafía, como en su caso la dislexia, puede ser un acto liberador que abre puertas a la creatividad, la autovaloración y la transformación personal. Además, el acompañamiento y la apertura a explorar nuevas prácticas, como el teatro, pueden ser fundamentales para encontrar un espacio donde florecer.

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