De la cocina al cantero: El arte de nutrir tus plantas con restos domésticos

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Detrás de cada tallo que se asoma y de cada hoja que se despliega como una promesa en el jardín hay un mundo invisible que muchas veces comienza en un lugar inesperado: tu cocina.

En tiempos en los que todo parece descartable y efímero, recuperar los restos de comida para darles una nueva vida puede ser un acto casi poético.

Las cáscaras de huevo que antes terminaban en la basura, hoy pueden volverse calcio puro para las plantas. Los posos de café, que alguna vez perfumaron la mañana, se transforman en un abono perfecto, cargado de nitrógeno. Y esas pieles de zanahoria, de cebolla o el corazón de una manzana tienen mucho más para ofrecer de lo que aparentan.

Muchos restos de comida pueden tener una nueva vida en los canteros

El compost no es solo una técnica: es una filosofía. Es comprender que nada se pierde, que todo puede transformarse, que incluso lo que parece inútil tiene un ciclo por cumplir. No se trata de tener un jardín perfecto ni de volverse experto en agricultura urbana, sino por devolverle a la tierra algo de lo mucho que le pedimos.

Y no todo es compost. Hay pequeños gestos que hablan de ingenio y conexión con lo natural. Cáscaras de papa enterradas en el cantero, ralladura de zanahoria como cobertura orgánica, incluso pieles de cebolla que pueden teñir el agua de riego con compuestos bioactivos.

Algunos restos de comida pueden enterrarse directamente en los canteros o usarse como mulch

La lista de restos útiles es larga y cada cocina guarda su potencial. El café usado, por ejemplo, puede espolvorearse directamente sobre la tierra, siempre en pequeñas dosis: ayuda a mejorar la estructura del suelo y aporta nutrientes, pero si se usa en exceso puede acidificar demasiado.

La yerba mate, por su parte, divide aguas. Algunos dicen que es demasiado ácida y compacta el sustrato; otros la defienden como fuente de potasio y materia orgánica útil. La clave, como casi siempre, está en el equilibrio y la observación: pequeñas cantidades, bien mezcladas con otros restos secos, pueden funcionar sin problemas.

Algunos desperdicios de la cocina que solemos tirar son en realidad una fuente de potasio y materia orgánica útil para el jardín

La cáscara de banana es otro clásico. Enterrada cerca de las raíces, aporta potasio, fósforo y calcio, tres nutrientes indispensables para el jardín

La cáscara de banana, si se seca y se muele, incluso puede aplicarse como fertilizante casero en polvo. Las cáscaras de cítricos, en cambio, conviene usarlas con moderación: su descomposición es más lenta y su acidez puede alterar el equilibrio del compost, aunque algunas personas las secan y las trituran para alejarlas de esos efectos. Otra opción: convertirlas en repelente natural, hirviéndolas con clavo de olor y usándolas en spray.

El agua de cocción de verduras, una vez fría y sin sal, es un fertilizante líquido sencillo y efectivo. Contiene minerales que las plantas agradecen. Lo mismo ocurre con el agua del arroz —preferentemente el primer enjuague—, que puede mejorar la microbiota del suelo gracias al almidón que libera. Incluso el agua en la que dejás en remojo lentejas o garbanzos puede tener un segundo uso antes de irse por la bacha.

El cartón de los maples, desmenuzado, puede usarse como mulch en los canteros

Y hay más: el cartón de los huevos, bien desmenuzado, puede sumarse a los canteros como mulch para proteger el suelo y evitar el desarrollo de malezas. Las servilletas sin tinta, los restos de té en hebras, las flores marchitas, las hojas secas del balcón. Cada residuo tiene un destino mejor que el tacho negro.

Por supuesto, no todo va. Los restos de carne, lácteos, huesos y aceites cocidos no se recomiendan en composteras caseras ni de manera directa en la tierra porque pueden atraer plagas o producir malos olores. Tampoco conviene abusar de los restos muy ácidos ni de las plantas enfermas. El arte de compostar no es una ciencia exacta: es más bien un proceso de ensayo, error, paciencia y observación.

En ese cruce entre cocina y huerta, entre alimento y residuo, aparece una forma de arte silenciosa y constante. Un arte que se expresa en lo cotidiano, en lo que antes tirabas y ahora valorás. Un arte que se entierra y florece.

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