De la hiperinflación búlgara al Nobelito de Economía (que pudo ser argentino)

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Hasta 1989 Bulgaria fue integrante del bloque del este de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Su economía era centralizada pero ineficiente, y dependía del comercio intrasocialista. Tras la caída del Muro y el colapso posterior de la Unión Soviética, Bulgaria perdió de un día para el otro la brújula productiva y sufrió una fuerte recesión.

Los gobiernos posteriores, tanto los socialistas como los anticomunistas, aplicaron las obligadas reformas económicas de manera lenta y contradictoria. Las privatizaciones fueron caóticas, con casos de corrupción y “capitalismo de amigos”.

A mediados de los 90, la moneda local (el lev) se desplomó, y muchas personas perdieron sus ahorros debido al colapso del sistema bancario, asociado a créditos dudosos, fraudes y quiebras masivas. En 1997 el PBI cayó un 14% y la inflación superó el 1000%, concretando una de las peores experiencias económicas de Europa en décadas. Stefanie Stantcheva tenía 11 años.

Hace pocas semanas, es decir, 28 años después, Stefanie Stantcheva era distinguida con la Medalla John Bates Clark, uno de los premios más prestigiosos de la economía, considerado la antesala del Nobel. El “nobelito” lo ganaron, entre otros, Milton Friedman Paul Krugman y Joseph Stiglitz.

Formada en el MIT, Stantcheva es actualmente profesora en Harvard. Desde siempre se interesó por combinar sus estudios teóricos con el entendimiento de las preferencias reales de la sociedad. El problema fundamental que enfrentó es que muchas de las recomendaciones de política “óptima” no eran percibidas como tales por el público. Su objetivo fue identificar qué está realmente en la mente de la gente, para ver cómo a partir de esta información se podían mejorar las decisiones públicas.

En 2018 decidió poner manos a la obra y fundó en Harvard un laboratorio de economía social. Lo que descubrió no es novedad para los lectores usuales de estas columnas: algunos de sus hallazgos proponían desafíos a la teoría tradicional.

En uno de sus primeros experimentos, investigó las percepciones del público sobre la inmigración. Una encuesta realizada en varios países europeos y EE.UU. reveló que en todas partes se sobrestimaba la cantidad de inmigrantes y que se subestimaba su condición social. También se creía, erróneamente, que los inmigrantes eran los grandes beneficiarios de las políticas públicas. Pese a que en general los encuestados se mostraban de acuerdo con las políticas redistributivas, cuando se les recordaban sus propias opiniones sobre quiénes recibían los beneficios, se volvían más reticentes a aceptarlas.

Tras la pandemia, Stantcheva se topó con un acontecimiento inesperado, digno de estudio: la aceleración, tras muchas décadas, de la inflación en los países desarrollados. Esta fue su oportunidad para indagar sobre la interpretación del público del nuevo fenómeno.

A través de una gran encuesta, Stantcheva documentó que el 80% de los americanos perciben que los precios suben mucho más rápido que los salarios, lo que erosiona su poder de compra y genera una sensación de injusticia y ansiedad. Pese a que esta sensación es permanente, los datos oficiales muestran que, por ejemplo, en 2023 los salarios crecieron un 4,1% frente a una inflación del 3,4%. La razón es que la gente atribuye cualquier aumento salarial a méritos laborales, y no a los ajustes por la inflación pasada.

Además, la inflación parece generar emociones intensas, como ira y miedo, más una sensación de inequidad, especialmente en hogares de bajos ingresos (“bajos” para EE.UU., es decir, menos de US$3000 al mes). En cuanto a las causas de la inflación, mientras que los votantes republicanos culparon al presidente Biden y a sus políticas fiscales y monetarias, los votantes demócratas señalaron un rol para la codicia empresarial (fenómeno luego etiquetado como greedonomics).

Estos resultados son notables teniendo en cuenta que se identificaron tras un shock de inflación transitorio con una inflación en EE.UU. que tocó un máximo de… ¡8% anual! Surge entonces la pregunta natural sobre qué hubiera sucedido si Stefanie Stantcheva hubiera nacido en el Gran Buenos Aires (y su nombre fuera, por caso, Estefanía Santucho). Es evidente que la Argentina y sus desaguisados inflacionarios son una fuente inmensamente más rica para replicar y extender los experimentos de la búlgara.

Algo de esto intentamos hace poco junto a Agustín Coll, ambos investigadores del Instituto Interdisciplinario de Economía Política de Económicas de la UBA. Sin presupuesto, realizamos una encuesta piloto entre 200 argentinos sobre diferentes aspectos relacionados con la inflación. Las respuestas fueron interesantísimas.

Primero, la gente está informada de la inflación. Una buena mayoría conocía la inflación mensual y anual (de abril de 2024). Segundo, los argentinos somos bastante buenos prediciendo. Casi el 40% anticipó a grandes rasgos la inflación para junio de 2024, y un porcentaje similar acertó también la de los siguientes 12 meses.

Segundo, la gente está harta de la inflación. Casi el 90% afirma que la inflación afecta su poder adquisitivo mucho o bastante. Si bien reconocen que los salarios terminan subiendo después de los precios, el 70% cree que a la larga se quedan cortos. Pero además, al imaginar un escenario de suba de salarios y precios similar (por ejemplo 10% mensual), el 37% de la gente siente que una inflación “neutra” también complicaría su vida.

Tercero, dado que los precios los suben en la práctica las empresas (¡alguien tiene que cambiar las listas!), es interesante preguntar qué rol les asigna el público a las firmas durante el proceso inflacionario. Casi un 50% entiende que las grandes empresas no compensan plenamente la suba de precios, en general porque “aprovechan” para bajar costos. El número sube al 75% en las pymes, pero la razón ahora no es tanto la codicia sino que estas firmas también sufren la inflación, que les crea otros problemas.

Cuarto, ¿qué hay de las causas de la inflación? El 83% reconoce que su origen “no es único” y la mayoría menciona entre los factores desencadenantes la emisión monetaria, el déficit fiscal y las expectativas de inflación. Además, casi el 70% considera que bajar la inflación en la Argentina es una tarea difícil. Finalmente, la mitad cree que las estadísticas oficiales reflejan una inflación más baja de la que se observa al “ir de compras” (y un 25% no sabe).

Estos resultados deben tomarse con pinzas: son apenas una prueba inicial, basada en una muestra insuficiente y seguramente poco representativa (muchos respondentes eran las familias de nuestros alumnos). Pero ilustra muy bien lo fascinante e instructivo de realizar en la Argentina, con financiamiento, algunos de los experimentos que hicieron galardonada a Stantcheva. Así que Estefanía, ¡te esperamos en la Argentina!

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