De la tala al açaí: cómo las cooperativas amazónicas cambiaron la economía local

admin

BELÉM.- A tres horas en auto desde Belém, atravesando un bosque tropical denso y húmedo, aparece Abaetetuba, un municipio situado en la ribera del río Tocantins, dentro de la vasta cuenca amazónica. Allí, al norte de Brasil y muy cerca de la línea del Ecuador, el clima es implacable: la temperatura oscila entre los 20 y los 33 grados, y en la temporada de lluvias la sensación térmica trepa hasta los 40.

El paisaje cotidiano lo marcan las lanchas y canoas que trasladan racimos de açaí y llevan a médicos, enfermeros y estudiantes. El movimiento del río ordena los tiempos: los vecinos se paran en los muelles de madera y levantan la mano para pedir que los recojan.

Hasta hace no mucho, la vida ahí giraba en torno a actividades informales: la pesca de camarón y peces de río, la tala de árboles centenarios para hacer carbón o escobas, y la recolección de frutas para ser vendidas a pequeños comercios locales. La economía familiar dependía del día a día, sin planificación ni certezas para el futuro.

El paisaje cotidiano lo marcan las lanchas y canoas que trasladan racimos de açaí y llevan a médicos, enfermeros y estudiantes

Pero en este mismo territorio donde antes se talaba para sobrevivir, hoy florece una nueva economía basada en la sociobiodiversidad: cooperativas que industrializan frutos amazónicos en fábricas comunitarias, acuerdos con grandes empresas que garantizan la compra de la producción y la certeza de que el bosque en pie vale más que destruido.

Esa economía informal empezó a transformarse con la organización comunitaria y la llegada de proyectos que apostaron por algo distinto: extraer valor del bosque sin destruirlo. Hoy, las mismas manos que antes talaban árboles producen aceites y pulpas de frutos amazónicos que terminan en las góndolas y abastecen a gigantes de la cosmética.

El motor de la cooperativa

“Vivo acá desde hace 20 años. Al principio, fabricamos dulces y mermeladas, pero no logramos avanzar porque las personas de nuestra región no consumían estos productos: el sabor no combina bien con el acai, que es ácido, y lo consumen en todo momento. Realizamos algunas ventas, pero luego empezamos a tener dificultades porque algunos compradores necesitaban factura, y creamos la cooperativa”, señaló Vanildo (54), presidente de Cofruta, organización nacida en 2002 y formalizada en 2012, que produce y comercializa pulpas de frutas, aceites y mantequillas vegetales y enrola a más de 100 cooperativistas.

Aceites y pulpa de frutas amazónicas son utilizados para la fabricación de cosméticos

Y añadió: “Empezamos a buscar otros mercados y en una feria de agricultura familiar nos reunimos con el equipo de Natura, que nos propuso empezar a trabajar con murumuru. Nuestros cooperativistas lo recolectaban, lo secaban en sus casas y lo trituraban con un martillo. Luego empezamos a trabajar con andiroba y así seguimos con otros frutos. El objetivo era aumentar los ingresos de nuestros socios”.

Para Vanildo, la clave fue pasar de la recolección dispersa y la venta informal a un sistema organizado de acopio y procesamiento. Cofruta montó dos plantas industriales, ubicadas a una hora de viaje en auto desde el puerto, donde elabora aceites de murumuru y andiroba, y pulpas de açaí y de guayaba, entre otros frutos. Hoy la cooperativa tiene contratos con el municipio y con el gobierno federal, para la provisión de pulpa en programas estatales de alimentación escolar, además de ventas privadas.

Natura comenzó a trabajar con Cofruta en 2007 y hoy mantiene cerca de 100 contratos con alrededor de 45 comunidades amazónicas en Brasil, Perú, Colombia y Ecuador, lo que involucra a más de 10.000 familias y 2 millones de hectáreas preservadas. Solo en los últimos cinco años, la compañía destinó R$230 millones a proyectos de sociobioeconomía. “Cuando estudiamos un nuevo ingrediente, pensamos en toda la cadena de producción. Si hace falta, desarrollamos equipos o nuevas técnicas agrícolas. Ese proceso puede llevar entre tres y cinco años antes de incorporar un activo a nuestros productos”, señaló Mauro Costa, gerente de Relaciones comunitarias de la compañía.

Cientos de comunidades viven de la agroindustria

La estrategia de la empresa combina pago por los productos, por el conocimiento, por el carbono y por la distribución de beneficios. “Antes, la única opción para muchas familias era talar y vender la madera: entregaban árboles históricos por US$30. Hoy no lo hacen. Venden semillas, aceites y pulpas, que les proporcionarán incluso una rentabilidad muy superior”, describió.

Otra cara del mismo proceso

A dos horas y media de viaje desde Belém, en dirección opuesta, la comunidad Campo Limpio transitó una transformación similar. “Decíamos que con nuestras casas de barro éramos esclavos de la palma. Hoy todos tienen casas de ladrillo, sistemas para la distribución de agua y baño”, señaló Nazareno, referente de Agrocamp.

La asociación, que comenzó en la década de 1980 guiada por sacerdotes locales, hoy agrupa a más de 100 productores y tiene su propia planta de aceites esenciales. Allí procesan priprioca, pataqueira y estoraque, y el aceite que antes vendían en semillas ahora sale listo para productos de perfumería. Natura tiene un contrato de preferencia de compra, pero desde la cooperativa también comercializan productos a terceros y avanzan en el desarrollo de detergentes y jabones líquidos a partir de la reutilización del agua de la planta.

El impacto también se mide en la atracción de jóvenes, que antes emigraban del campo a las grandes ciudades

Detrás de esto, la gran transformación fue cultural. “Aunque éramos conscientes de que necesitábamos mantener la naturaleza en pie, teníamos una necesidad. Cuando el hombre comprende que la naturaleza en pie es más valiosa para él, llega el gran cambio en sus vidas. Ya no quemamos ni talamos árboles y trabajamos en armonía con la naturaleza, cuidándola y respetándola. Uno de los objetivos de nuestra asociación es promover el bienestar social de sus miembros, sus cooperativas y sus productores”, afirmó Josiele (33), madre de tres hijos y presidente de la cooperativa.

De la migración a la profesionalización

Para los cooperativistas, el impacto también se mide en la atracción de jóvenes. “Nuestros abuelos estaban muy preocupados por mantener a sus hijos aquí. Nos preocupamos por el futuro. Quiero criar a mis hijos aquí, que se queden, que trabajen, que sientan el orgullo que siento de vivir aquí. Somos más que simples agricultores. Hoy, los jóvenes tienen sus motos y coches para transportar los productos del campo, como verduras orgánicas, a los mercados de la ciudad. La tecnología llega para agregar valor a los conocimientos tradicionales aquí en la comunidad”, enfatizó Josiele.

En sintonía, Vanildo indicó: “En Cofruta hay hijos de agricultores que se están formando como ingenieros industriales y encuentran motivación en volver a aplicar sus conocimientos en la cooperativa. Eso frena el éxodo rural y genera perspectivas de futuro dentro de la comunidad”.

Deja un comentario

Next Post

Negocio redondo: Nvidia anunció que invertirá US$100.000 millones en su cliente OpenAI, y su valuación trepó US$150.000 millones

El fabricante de chips Nvidia, la empresa de mayor valor bursátil del mundo y líder en el mercado de componentes para IA, hizo un negocio redondo: anunció que planea invertir hasta US$100.000 millones en la plataforma de inteligencia artificial OpenAI (la dueña de ChatGPT y uno de sus principales clientes, […]
Negocio redondo: Nvidia anunció que invertirá US$100.000 millones en su cliente OpenAI, y su valuación trepó US$150.000 millones

NOTICIAS RELACIONADAS

error: Content is protected !!