Lo llamaron “El atraco del siglo”. Fue el mayor robo de diamantes de la historia, una acción que acaparó la atención del mundo. Los cronistas de la época calificaron la operación como “de guante blanco”, porque no se utilizó la fuerza ni se ejerció violencia. El botín fue valuado en 100 millones de dólares. Sucedió en Amberes, Bélgica, en el “Barrio de los diamantes”, el distrito de gemas más grande del mundo. Se trata de un área de 2,5 kilómetros cuadrados donde se maneja el 85 por ciento de la industria mundial. Justo en su epicentro, está el Centro Mundial de Diamantes (AWCD, sus siglas en inglés), un edificio con 13 pisos y 225 oficinas comerciales dedicadas a los diamantes, conocido por su seguridad infranqueable. Hasta febrero de 2003…
El robo del siglo
El lunes 17 de febrero de 2003, pleno invierno en Amberes, como todos los días los guardias de seguridad ingresaron a la bóveda de seguridad del AWCD. No pudieron creer lo que vieron: la puerta, de unos 30 centímetros de espesor, estaba entreabierta. Atónitos, llamaron a la central de seguridad para saber cuándo había pasado, por qué habían abierto la puerta, en qué momento desactivaron los sistemas. “La alarma está puesta, nadie entró”, les respondieron. Los detectives se miraron sin poder creer lo que escuchaban, ellos estaban adentro y la bóveda, con sus cajas de seguridad, había sido saqueada.
La alerta generó una rápida respuesta del Escuadrón Diamante de Amberes, el único del mundo especializado estas gemas. Inmediatamente se pusieron a investigar. ¿Qué ladrón sería capaz de violar todas las medidas de seguridad? Llegar hasta las cajas requería distintas habilidades. Primero, lo más sencillo: había que burlar a la vigilancia en el ingreso al edificio. Luego, una vez en el segundo subsuelo, donde está la bóveda, había que sortear un nuevo puesto de vigilancia. Recién entonces comenzaba el verdadero desafío. Había que acertar la combinación en la cerradura de la bóveda, que cambiaba cada semana y tenía más de 100 millones de combinaciones posibles. Una vez dentro de la enorme caja fuerte, había que atravesar detectores de calor y rayos infrarrojos que, ante cualquier movimiento, activaban la alarma. Por último, en caso de haber logrado semejante empresa, el ladrón debía abrir las 160 cajas de seguridad, que tenían llave y combinación de seguridad individuales.
Hoy, un documental de Netflix, “Los diamantes de Amberes: El robo del siglo”, presenta por primera vez a sus protagonistas y aporta algunas respuestas. Le pone rostro a los detectives que resolvieron el caso, Agim de Bruycker y Patrick Peys, y a quienes conocen los secretos detrás del atraco.
Las bolsas de basura
“¿Cómo demonios entraron al edificio?”, se preguntaron los detectives. Lo primero que hicieron fue buscar los videos de seguridad, pero las grabaciones del fin de semana del robo habían desaparecido. Los ladrones se los habían llevado. En aquellas primeras horas, la noticia trascendió a los medios y los policías daban vueltas en círculos… hasta que llegó una primera pista.
La clave fueron unas bolsas de basura. Fue un granjero quien, en las afueras de la ciudad, encontró residuos y restos de papeles desperdigados en medio del bosque, dentro de su propiedad, en la localidad de Floordambos. Llegó a leer “Amberes”, “diamantes”… entonces recordó las noticias sobre el robo y llamó a la policía.
“Esa llamada lo cambió todo. Había empaques de diamantes y papeles que se usan para envolver los diamantes. Algunas piedras color verde, herramientas, una maleta deportiva… También vino, algo de pasta e incluso un sándwich a medio comer”, relata el oficial Patrick Peys en el documental.
La policía revisó la carretera entre Amberes y Floordambos hasta encontrar restos de videocassetes que, presumieron, podían ser de las cámaras de seguridad del Centro Mundial de Diamantes. También comenzaron a revisar las bolsas de basura y, entre sus restos, pudieron reconstruir un documento escrito en italiano: era un pedido para colocar un sistema de seguridad en el edificio del Centro Mundial de Diamantes. Todas las miradas apuntaron hacia una oficina sin actividad, de procedencia italiana, y en su inquilino que, además, contaba con una caja de seguridad en el AWCD que, casualmente, no había sido violentada. Revisaron sus antecedentes y otros videos del AWCD para identificarlo: “Se veía como un hombre común de mediana edad vestido para camuflarse y no ser notado”, destacaron. Su nombre era Leonardo Notarbartolo.
La “Escuela de Turín”
En búsqueda de la mente maestra, los oficiales apuntaron a Notarbartolo, un joyero dedicado a las piedras. De tratarse de él, el robo había contado con dos años de planificación, ése fue el lapso de tiempo en que el italiano había alquilado una oficina en el AWCD y una codiciada caja de seguridad en la bóveda. Su nacionalidad también llamó la atención, la policía temía de Amberes temía que, cargados con millones de dólares en diamantes fáciles de transportar, los ladrones ya hubieran salido del país.
Hilando cabos, los investigadores llegaron hasta Turín, Italia, donde los pusieron al tanto sobre un secreto a voces: “la Escuela de Turín”. En el documental, Marco Martino, un oficial de la policía italiana, detalló: “En Turín, la presencia de una cantidad de individuos especializados en el robo de bóvedas, bancos, ha acuñado un término periodístico llamado ‘la escuela de Turín’”
El oficial Peys comentó incrédulo: “¿Una escuela de criminales aquí en Turín? Él (por Martino) nos explicó que era un grupo de gente, donde cada uno estaba especializado en alguna forma de corriente criminal. Que así escogen a quien necesitan, de acuerdo a su especialidad en el campo”.
Martino dio una nueva explicación: “La presencia en Turín de la industria metalmecánica de Fiat ha dado una mayor capacidad de trabajar con metal con respecto a otras ciudades”.
Acorralado por los investigadores, el sospechoso Notarbartolo declaró que un tal “Alessandro”, a quien señaló como líder de la operación, lo había reclutó para formar parte del robo. La banda de ladrones parecía salida de la película “La Gran Estafa”, con George Clooney y su seleccionado de maleantes, solo que no eran Brad Pitt ni Matt Damon. El joyero enumeró a otras tres personas, a quienes conoció con nombres ficticios: “El monstruo”, hábil con las alarmas, “El maestro de llaves”, un maestro con las cerraduras y “El Genio”, especialista en desactivar dispositivos. A ellos sumó a “El amigo”, un conocido que él mismo sumó a la banda.
En el documental, donde cuenta detalles por primera vez, el joyero italiano niega ser la mente maestra del robo. Notarbartolo apunta a que dos años antes del atraco fue “Alessandro” quien, al estilo Robin Hood, lo incitó a robarle a personas “que pronto podrían recobrar su dinero a través del seguro”. Aseguró que, por su colaboración, le ofrecieron unos 15 millones de dólares. Le pidieron que fuese los ojos de la banda, debía describirles la bóveda al resto de los ladrones, además de ingresar con una lapicera que escondía una cámara con la que grabaría la disposición de las cajas, las cámaras y de los sensores.
“Dije que sí, porque yo siempre había querido ser parte de algo como eso, la idea siempre me había resultado tentadora. Se me ocurrió que quince millones podrían resolver muchos problemas”, admitió.
Sin embargo, su prontuario no estaba tan limpio. A tres días del robo, los investigadores averiguaron que Notarbartolo -el hombre que tenía alquilada la oficina sospechada y vivía en Turín- tenía antecedentes en robo de diamantes. Por otro lado, un colega italiano recordó haber investigado un robo similar seis años atrás donde estaba involucrado un tal Ferdinando Finotto. Otra pista –que surgió de las bolsas de residuos- los llevó hasta Elio D’ Onorio, un especialista en alarmas. Todos italianos. Así, los policías fueron armando el rompecabezas. Sospecharon que el joyero italiano había alquilado la oficina, obtenido una caja de seguridad y, que también, durante esos dos años, había alquilado algún lugar para sus estadías laborales en Amberes. Un lugar que no lograban hallar.
El Día D
El golpe fue el sábado 15 de febrero. “Decidimos hacerlo ése día, sino se arruinaría”, detalló Notabartolo. Se calcula que más del 80% de la población judía de Amberes trabaja en el comercio de diamantes. “Y los sábados era Sabbath, no se trabajaba, no se iba a la oficina”, dice. Además, el domingo se celebraría la final del “Diamond Game”, un conocido torneo de tenis organizado por los comerciantes de la industria cuyo premio era una raqueta repleta de gemas. “En ése momento Amberes rebosaba de diamantes”, era el día ideal para dar el golpe.
El día anterior, el viernes 14, Notarbartolo hizo su último movimiento. Con su llave de acceso entró en la bóveda y, disimuladamente, roció los sensores con spray, anulándolos. Luego se supo que, una vez adentro de la bóveda, los ladrones pegaron cinta en el techo para eliminar el sensor de luz. Lo lograron, sorprendentemente, sin dejar ni una huella.
Los detectives buscaron huellas pero no encontraron ninguna. Intentaron de mil formas desactivar los sensores en la bóveda pero nunca lo lograron: siempre, no importa lo que hicieran, sonaba la alarma. Ni siquiera entendían por dónde habían entrado los ladrones…
Con las calles del barrio casi vacías, Notarbartolo se dirigió hacia el edificio vecino al Centro Mundial de Diamantes. Contó que, el día anterior, la banda había decidido el día anterior dejarlo de guardia: nadie como él sería capaz de reconocer a personal de seguridad si llegaban a acercarse el lugar. Desde un Peugeot 307 alquilado, hizo de “campana”.
Notarbartolo y su esposa
El robo se concretó entre la noche del 15 y la madrugada del 16 de febrero de 2003, luego de San Valentín. Pero, mientras hacía guardia afuera del edificio, más que la aparición de los guardias de seguridad, lo que le generó mayor temor a Notarbartolo fue la reacción de su esposa que no sabía por qué no se había presentado en casa el Día de San Valentín.
“Me llamaba mi esposa. Sospechaba que yo tenía una aventura, que tenía una amante y la engañaba. Todo eso era estresante. Cuando mi mujer se enoja, es terrible”, comentó.
El robo duró tres horas. La banda huyó con el botín y se refugió en el departamento vecino, donde respiraron aliviados: nadie se había dado cuenta del atraco. “Logramos hacer un trabajo que parecía imposible de realizar”, declaró Notarbartolo, quien al día de hoy insiste en que él se mantuvo afuera del edificio.
Entre las misiones que habían adjudicado a Notarbartolo, estaba la de deshacerse de los “residuos” de la operación y de quemar posibles pruebas. Concretado el robo, puso todo en bolsas de basura y las cargó en su automóvil. Días antes había elegido el lugar para el descarte, pero a último momento cambió de locación. Así fue como terminó tirando las bolsas en el bosque. Justo cuando las arrojaba, en el movimiento, algunas bolsas se rasgaron y la prueba se esparció por todos lados. Por miedo a ser descubierto, abandonó el lugar raudamente. Aquel error echó a perder “el robo perfecto”, el mayor robo de diamantes de la historia.
La mujer de Leonardo Notarbartolo -a quien conoció cuando tenía 15 años- también fue protagonista de un par de situaciones dudosas, pero el italiano aseguró que jamás la involucró en el robo. “Ella nunca se habría pensado que yo me involucraría en un robo de esta magnitud. Yo nunca la involucraría en lo que hago, siempre lo oculté. Traté de nunca darle ese dolor”, remarcó.
Tras el robo, la banda había resuelto volver a encontrarse en Brescia, Italia. Allí se repartirían el botín: diamantes sin engarzar, oro y otro tipo de joyas, cuyo valor fue estimado por las autoridades del AWDC entre los 100 y los 300 millones de dólares.
Los policías comenzaron a pensar que habían perdido los diamantes para siempre, que los ladrones ya estaban fuera del alcance y las gemas vendidas. Pero, creyéndose a salvo y para no despertar sospechas por su desaparición, el joyero italiano se confió y volvió a Amberes. Debía cerrar su oficina y su departamento. Así, a una semana del robo, desde el AWCD avisaron a la policía que había vuelto el sospechoso había vuelto. Rodeado, Notarbartolo no se resistió, fue apresado. “No me quedaban más opciones solo se me ocurría rendirme o afrontar la situación”, dijo.
Notarbartolo viajó a Amberes con su esposa, quien había insistido en acompañarlo para finalmente conocer su departamento “de soltero” antes de cerrarlo. Cuando el italiano confesó la localización de su guarida y llegó con la policía, desde el auto los investigadores vieron como salían la mujer de Notarbartolo junto a dos amigos con una alfombra al hombro. Su esposa había estado limpiando.
Al revisar aquella alfombra, los forenses encontraron con pequeñas esmeraldas impregnadas. Eran iguales a las gemas que estaban en la basura en Floordambos. Ya tenían un nexo entre los ladrones y las bóvedas de seguridad. En el departamento también encontraron un bolso y un ticket de comida por productos similares a los restos que habían encontrado en las bolsas. Al cruzar datos, el ADN de aquel sándwich a medio comer, coincidió con el de Notarbartolo. El círculo se cerraba.
Mediante las cámaras de seguridad del supermercado del ticket de la comida identificaron a Ferdinando Finotto. Rastreando su celular los policías llegaron hasta Brescia, donde encontraron a los cuatro sospechosos: Finotto (El Mostruo), Elio D’ Onorio (El genio) y a Pietro Tavano (quien sería “El Amigo”).
Leonardo Notarbartolo resultó ser el maestro de la operación. No existía ese tal “Alessandro”. Fue el jefe de la banda y el que cometió los errores. El italiano fue sentenciado a diez años de prisión, mientras los otros tres miembros recibieron cinco años cada uno.
Notarbartolo cumplió seis años de pena y, en 2017, logró la libertad condicional. Al salir de prisión, la esposa lo estaba esperando. “No me siento culpable por un motivo: las personas a las que les robé siempre ganan dinero. Sí, yo les robé kilos de oro. Ellos dicen que robé treinta kilos… Si yo les robé trece, ellos dicen que fueron veinticinco”, declaró. Dijo sentirse como un Robin Hood moderno. Un detalle: los diamantes nunca fueron recuperados y todos creen que él se quedó con la mayor parte.
Hoy Leonardo Notarbartolo tiene 70 años y vive en un pequeño pueblo de la región del Piamonte con un perfil bajísimo.