Del legado de Francisco: respetar la dignidad del trabajador y el salario justo

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Papa Francisco

“…la única condición para que pueda hablarse de dignidad por sí misma, inherente a la persona, es que esta pertenezca a la especie humana, porque el ´obrar´ o ejercer determinadas funciones sigue al ´ser´. Por eso es igual y digna la vida embrionaria, la del recién nacido, la del joven, adulto o anciano…” (papa Francisco).

Este es el legado más importante del papa Francisco que atraviesa a todas las personas y que hay que recuperar: el cuidado de la dignidad del hombre sin distinción. (Enrique Numa Banti, El legado del papa Francisco: dignidad de la persona humana)

El trabajo del trabajador continúa la obra de Dios

El papa Francisco, el 1 de mayo de 2020, en la memoria litúrgica de San José Obrero, durante la misa en Santa Marta, se refirió al hombre y a la mujer, trabajadores independientes, formales o no, y a los trabajadores en relación de dependencia. Génesis 1:27: “…Y Dios creó al hombre a su imagen, lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer”.

Entre otros conceptos, a los que habremos de referirnos, Francisco recordó: “¡El hombre con su trabajo continúa la obra creadora de Dios!”. Y subrayó que aún hoy, la dignidad de muchas personas, que trabajan o son trabajadores desocupados, es pisoteada, invitando a luchar por la justicia en el mundo del trabajo.

El papa Francisco nos dice que “Él (Dios) nos ha creado no como objetos, sino como personas amadas y capaces de amar, nos ha creado a su imagen y semejanza”, donando al hombre una dignidad única, invitándolo a vivir en comunión con Dios, en comunión con los hermanos y hermanas, y en el respeto de la creación. La creación es una armonía a la cual estamos llamados a vivir: una armonía que es comunión. (22/04/2020)

Esos valores y los que anuncia en la consigna “Tierra, techo y trabajo” son inalienables, no negociables, en un mundo en el que aún “…hay muchos esclavos -dijo Francisco- esclavos del trabajo para sobrevivir: trabajo forzado, mal pagado, con la dignidad pisoteada… Por ello, cualquier injusticia cometida contra el trabajador es un atropello a la dignidad humana”.

Trabajadores y empresarios

La dignidad es un don que Dios le da a todo ser humano, cualquiera sea su condición social, pobres o ricos. Está ligada a la divinidad y, como se dijo, en el caso del “pueblo pobre”, esa relación es reiterada en los Evangelios (Mc 6,3; Lc 2,24; Lc 4,18; Lc 6,20; Mt 25,35s), lo que indica una opción preferencial, y por eso mismo no exclusiva, por los necesitados. Desde luego que ello no excluye, sino que incluye la religiosidad de los que son ricos. La dignidad del trabajador, sea un humilde obrero o el gerente de una fábrica, es inviolable y también lo es cualquier privación o cercenamiento de sus derechos laborales. Porque, como recordamos en el epígrafe, el “ser” es anterior al “obrar”.

Durante siglos, las luchas apuntaron a denunciar la explotación del hombre por el hombre y la desigualdad existente en un mundo donde hay una mayoría de pobres y una minoría de ricos. Cuándo Dios nuestro Señor, siendo rico, se hizo pobre.

Decía el papa León XIII hace más de un siglo: “Señor nuestro, que por la salvación de los hombres se hizo pobre siendo rico; y, siendo Hijo de Dios y Dios él mismo, quiso, con todo, aparecer y ser tenido por hijo de un artesano, ni rehusó pasar la mayor parte de su vida en el trabajo manual. ‘¿No es acaso éste el artesano, el hijo de María?’” (carta encíclica Rerum Novarum, N. 18).

Es más, “la misma voluntad de Dios parece más inclinada del lado de los afligidos, pues Jesucristo llama felices a los pobres, invita amantísimamente a que se acerquen a Él, fuente de consolación, todos los que sufren y lloran, y abraza con particular claridad a los más bajos y vejados por la injuria. Conociendo estas cosas, se baja fácilmente el ánimo hinchado de los ricos y se levanta el deprimido de los afligidos; unos se pliegan a la benevolencia, otros a la modestia. De este modo, el pasional alejamiento de la soberbia se hará más corto y se logrará sin dificultades que las voluntades de una y otra clase, estrechadas amistosamente las manos, se unan también entre sí” (León XIII, op. cit., N. 19).

Papa León XIV

Trabajo manual o de servicio y trabajo espiritual

Enseña Francisco que el momento en que Dios se hizo hombre “santificó el trabajo” (LS 18). Dios encarga a todos los hombres preservar lo creado y producir frutos, que es creación eterna y constante de los trabajadores como colaboradores de Dios. Textualmente, dice que “es necesario preservar el trabajo” y, remitiendo a la encíclica Laborem exercens de San Juan Pablo II, agrega que “es imprescindible incorporar el valor del trabajo”, recordando que “Dios colocó al ser humano en el jardín recién creado (Gn 2,15) no solo para preservar lo existente (cuidar) sino para trabajar sobre ello de manera que produzca frutos (labrar). Así, los obreros y artesanos aseguran la creación eterna (Eclesiastés 38,34)” (LS 124). En el plano de las relaciones que el trabajo entabla con el mundo, señala la relación del hombre “con las cosas” y “la relación con lo otro de sí” (LS 125), es decir, con su espiritualidad.

San Benito de Nursia enunció para los monjes la regla “ora et labora”, que significa combinar la oración con el trabajo manual, lo que torna más sana la relación con el mundo. Francisco también afirma que “En la actual realidad social mundial, más allá de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad económica, es necesario que se siga buscando como prioridad el objetivo de acceso al trabajo por parte de todos” (LS 127 in fine).

A los explotados se suman los excluidos del sistema y, a pesar de eso, en nuestro país inexplicable se puede ser empresario y santo

La responsabilidad es del sistema económico basado en concepciones egoístas (LS N.45); el sistema es fruto de la cultura. Cuando esta es una baja cultura, como la nuestra, que da prioridad al egoísmo frente a la dignidad y necesidades del otro o de los otros, es una cultura que mata.

Enrique Shaw

A pesar de la profunda crisis que vivimos, para bien de la sociedad hoy no son la mayoría los empresarios que miran solo su bolsillo. Y en nuestro país tenemos el ejemplo del empresario Enrique Shaw, hoy beatificado por el papa Francisco, que pronto podría ser santificado. Recordemos que el papa Francisco recientemente destacó las virtudes de Shaw y afirmó que era una muestra de que “se puede ser empresario y santo”. También dijo que ello prueba que la Doctrina Social de la Iglesia “no es una teoría abstracta ni una utopía irrealizable, sino un camino posible que transforma la vida de las personas y de las instituciones al poner a Cristo como centro de toda actividad humana”. Como decía Francisco, hay que tachar a aquellos que miran a los trabajadores como objetos, para usar y descartar, y a quienes “fomentan una cultura del descarte individualista y agresiva, que transforma al ser humano en un bien de consumo”.

Según Francisco, “así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata” (E.G. 53). Señala que hoy hay que comprender que “ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está afuera. Los excluidos no son ‘explotados’ sino desechos, ‘sobrantes’” (EG 53).

La dignidad del trabajador es superior a la reducción de los costos por rebaja de la remuneración

La tecnología puede ser buena o mala según cómo se la use. La diferencia de los costos en la extracción del mineral, por ejemplo, por vía de la incorporación de nueva tecnología no debería admitirse si esto supone reemplazar la mano de obra. Incorporo robots y elimino personal. Esa práctica debería descartarse cuando supone disminución de los puestos de trabajo y la economía no puede garantizar el pleno empleo y un salario digno.

Es responsabilidad del Estado nacional o los Estados provinciales prever en las licitaciones y contrataciones, así como en la legislación empresarial, mecanismos para compensar la diferencia, dando prevalencia a la “ocupación” de mano de obra frente a la tecnología. Dice Francisco en LS N.128 que “…la orientación de la sociedad ha propiciado un tipo de avance tecnológico para reducir costos de producción de los puestos de trabajo, que se reemplazan por máquinas. Es un modo en que la acción del ser humano puede volverse en contra de él mismo…” y en la nota 105 de LS, citando a San Juan Pablo II, dice: “los costes humanos son siempre también costes, y las disfunciones económicas comportan igualmente costes humanos” (Carta encíclica Centesimus Annus, 1 de mayo de 1991, 37:AAS 83 (1991), 840).

Sobre la reforma a la Ley de Contrato de Trabajo

El tema de los derechos fundamentales del trabajador es objeto hoy del anunciado debate parlamentario. Como se sabe, la LCT fue objeto de innumerables modificaciones, casi siempre fundadas en motivos ideológicos, cuando no en imposiciones del FMI. Lejos está de nuestro propósito involucrarnos en asunto tan complejo, aunque sí afirmamos que, como discípulos y misioneros cristianos, es nuestra obligación estar atentos a que la reforma no altere los derechos derivados de la dignidad del trabajador.

En cuanto a la historia de la reforma y los problemas que plantea esa tarea remitimos al lector y a quienes, por sus funciones, tendrán que lidiar con eso, al consejo de uno de los juristas dedicados a investigar estos temas y que con su sabiduría y equilibrio, sin estar atado a ideologías, puede iluminar el camino del reformador.

Según el profesor Mario Ackerman, uno de los máximos juristas argentinos en la materia, los primeros pasos son dos: 1°) “Es imprescindible tener un alto grado de certeza acerca de qué es lo que está en vigencia”; y 2°) “Adecuar las leyes que así lo reclamen a las normas de la Constitución Nacional y la doctrina de la Corte Suprema de Justicia de la Nación” (Después de tres décadas de zigzagueantes reformas laborales, Revista de Derecho Laboral, Rubinzal Culzoni Ed., 2020, pág. 15). Según este cronista, lo primero se explica porque, como diría Bergoglio, el primer paso es “ver la realidad”. En este caso, la legislación a reformar es múltiple, farragosa y contradictoria. Es el producto de lo que un jurista español llamaba “legisferación en vacío” (López de Oñate), muy difícil de comprender para el legislador o el asesor que no sea al mismo tiempo un experto en la materia; lo segundo, porque si se ignora la doctrina de la Corte Suprema, se puede estar legislando de manera incongruente con ella, lo que provocaría un aumento de la litigiosidad (alimentando la industria del juicio).

Este cronista descuenta que el interés de cada legislador no ha de ser otro que conocer los alcances de la reforma y obrar libremente en consecuencia.

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