Vivimos en un mundo que exige estar disponible todo el tiempo, donde la urgencia le gana a la pausa y el zumbido de las notificaciones puede alterarnos a cada segundo. Sin embargo, desconectarse dejó de ser una opción excéntrica para convertirse en un acto de salud mental y, casi, de rebeldía. Cada vez más personas —agotadas por la hiperconexión, las pantallas y el ritmo digital— buscan destinos donde el wifi no llegue, donde no haya que posar para una historia, y donde lo único que importe sea el fuego de una cocina a leña, una caminata sin Google Maps o el sonido profundo de un río.
Esta necesidad de silencio no es fruto de una excepcionalidad. Un estudio reciente publicado por la American Psychological Association reveló que el uso constante de redes sociales está asociado a mayores niveles de ansiedad, depresión y dificultades para concentrarse. Y que el 43% de los adultos que las dejaron temporalmente reportaron una mejora en su calidad de vida. Otro informe de Booking.com muestra que el 36% de los viajeros globales buscan vacaciones donde puedan “desconectarse completamente de sus dispositivos electrónicos”, y un 53% dice que se siente más relajado cuando no tiene acceso a internet.
En esa línea, hay destinos que, lejos de subirse a la ola de la “desconexión como tendencia”, sostienen desde siempre una propuesta de inmersión genuina en la naturaleza, en lo esencial, en la conversación sin intermediarios.
Aquí, cinco lugares para quienes estén dispuestos a apagar el celular y prender otros sentidos.
1. Hostería Paimún (Neuquén)
No hay wifi, no hay televisión, no hay señal. Hay un cono blanco perfecto: el Lanín, de fondo. Hay una campana que suena para avisar que ya está lista la cena. Y hay un jardín donde florecen amapolas, lavandas y araucarias. La Hostería Paimún es uno de esos lugares que no necesitan cambiar para volverse especiales.
Desde 1967, esta hostería de estilo alpino ubicada a orillas del lago Huechulafquen, dentro del Parque Nacional Lanín, sostiene una filosofía de vida. Allí no hay electricidad durante el día (solo se enciende un grupo electrógeno por cuatro horas), y todo funciona al ritmo del sol. No hay distracciones digitales. En cambio, hay caminatas, pesca, canoas, bicicletas y sobremesas largas.
Adriana Pelletieri y Marcelo Banchio —los anfitriones— reciben huéspedes que se convierten en familia. Algunos llegan todos los veranos desde hace décadas y piden la misma habitación y la misma mesa. No se trata de lujo sino de autenticidad. En Paimún, la desconexión no es una consigna: es un modo de estar.
- Lago Huechulafquen, Junín de los Andes. T: (0294) 4615619. W: https://www.hosteriapaimun.com.ar/. Mail: [email protected]
2. El Aura Lodge (Chubut)
Alfredo Zubiri llegó por primera vez al Parque Nacional Los Alerces en 1973, y desde entonces algo lo unió para siempre a ese paisaje. Décadas después, junto a María —su actual pareja— decidió concretar un sueño: crear un lodge de lujo en uno de los rincones más remotos del parque, bajo estrictos criterios de sustentabilidad y respeto ambiental.
El Aura Lodge se levanta sobre la costa del lago Verde, con cabañas de piedra y madera que se mimetizan con el entorno. No hay wifi, ni televisión, ni señal de celular. Solo playas privadas, caminatas guiadas por Pedro —hijo de Alfredo—, cocina de autor con productos de la región, y silencio.
La pesca con mosca, pasión de Alfredo, tiene un capítulo aparte: aquí se pesca con devolución obligatoria y se enseña a leer el río como un lenguaje. Todo en El Aura sucede a otro ritmo. No se promete desconexión: se vive.
- Lago Verde. IG: @elaurapatagonia. W: https://elaurapatagonia.com/es/. T: (11) 5512-2611
3. Aldea Luna (Jujuy)
Para llegar a Aldea Luna hay que dejar el auto y subir a pie por un sendero que atraviesa la selva de yungas. En esa media hora de caminata ya empieza la desconexión: no hay señal, ni apuro, ni ruido. Solo monte, silencio y respiración.
Instalada hace más de dos décadas por Nani, Gerardo y sus hijos, Aldea Luna es una reserva natural familiar donde todo —desde las cabañas hasta los senderos— fue construido a mano. No hay luz eléctrica convencional, ni wifi en las habitaciones. En el comedor, una conexión satelital permite chequear lo indispensable, pero lo importante está en otro lado.
Las comidas se sirven en mesa comunitaria y se cocinan con productos locales. El alma del lugar son los más de 20 senderos que serpentean entre helechos y quebradas. También hay espacios para meditar, aprender de plantas medicinales o simplemente mirar el cielo. Acá, la desconexión no es consigna: es paisaje.
- Departamento Manuel Belgrano, Jujuy. IG: @reserva.natural.aldealuna. W: https://www.aldealuna.com.ar/ T: (3885) 22-7043
4. Glamping El Impenetrable (Chaco)
Para muchos, Chaco sigue siendo un territorio misterioso. Inabarcable, espeso, lleno de historias. Entre quebrachales, algarrobos y cielos abiertos, una propuesta invita a vivir la selva en carpas, pero con sábanas de algodón, ducha caliente y copa de vino al atardecer.
El glamping desarrollado por la Fundación Rewilding Argentina en alianza con la comunidad local se instaló en una antigua casa forestal reconvertida en base de operaciones. Hoy, ese espacio funciona como un punto de partida para explorar el monte chaqueño, con guías que conocen el terreno como la palma de su mano y una filosofía que busca conservar —y restaurar— la vida silvestre de la región.
Las carpas están montadas sobre plataformas de madera, separadas entre sí por cortinas naturales de árboles y senderos que se iluminan con faroles solares. No hay señal de celular, y aunque en algunas áreas comunes se incorporó wifi satelital por pedido de los visitantes, la consigna es clara: la experiencia gana cuando las pantallas pierden. En las habitaciones, reina el silencio.
El verdadero lujo no está en los amenities, sino en el contexto. Se puede navegar en kayak por el río Bermejo, escuchar el canto de las aves al amanecer, o participar de una travesía de dos días con acampe en la costa, donde no hay más luz que la de las estrellas. Allí, los celulares quedan olvidados en una mochila, y lo que importa es el fogón, la charla, el mate compartido, la luna bajando sobre el agua.
“Acá la gente se redescubre”, cuentan desde el equipo. Algunos llegan nerviosos, con la ansiedad de no poder revisar sus mensajes. Pero al poco tiempo, algo cambia. Se levantan más temprano, caminan más lento, escuchan mejor. Como si al salir de la red digital entraran, al fin, en una red más antigua y profunda: la del monte, la del tiempo real, la de estar vivo sin intermediarios.
- T: (0379) 465-4988 (se lo contacta por WhatsApp y no por línea). IG: @destinoimpenetrable. Mail: [email protected].
5. Puyuhuapi Lodge (Patagonia chilena)
Escondido entre fiordos, al sur de Chile, este lodge solo se puede alcanzar en lancha. Y una vez allí, la consigna es clara: no hay internet, no hay señal celular, no hay televisión. Solo teléfonos fijos para emergencias, como en otros tiempos.
Puyuhuapi es un santuario de silencio. Las habitaciones tienen vistas al agua, el spa se alimenta de termas naturales y los senderos llevan a bosques donde reina la niebla. El lugar invita a un retiro casi monástico, donde lo más valioso no es lo que se ofrece, sino lo que se retira: el ruido, la urgencia, la necesidad de mostrar.
Aquí el descanso es real. No hay nada que interrumpa una conversación, una lectura, una siesta después del almuerzo. Y esa tranquilidad —tan escasa en el mundo conectado— es quizás el lujo más grande que hoy se puede ofrecer.
- Canal de Puyuhuapi, Región de Aysén, Chile. W: https://www.puyuhuapilodge.com. Mail: [email protected]. T: +56 67 2 320160
La paradoja de apagar para encender
El filósofo Byung-Chul Han sostiene que la sociedad contemporánea perdió el arte de la contemplación, reemplazada por el zapping emocional que imponen las redes y las pantallas. “La hipercomunicación es una forma de descomunicación”, escribe.
Y es verdad: nunca estuvimos más conectados, pero rara vez tan solos. Por eso, cada vez más personas buscan vacacionar sin internet, no como negación sino como afirmación. Apagar el celular para encender la atención, la escucha, la presencia. En estos lugares, el tiempo se mide en conversaciones largas, caminatas lentas, en la certeza —cada vez más olvidada— de que la vida sucede ahora, y no en una historia de Instagram.