A medida que la ciencia avanza y la neurología logra nuevos descubrimientos, la niebla de misterio que envuelve nuestro cerebro se disipa poco a poco. Uno de los últimos hallazgos es la existencia de una especie de “reloj de kilometraje”, un mecanismo interno del cerebro para calcular con precisión la distancia recorrida.
Lo curioso de este medidor es que está presente tanto en el cerebro humano como en el del resto de animales, lo que ha permitido a un equipo de científicos de la Universidad de St Andrews (Escocia) identificar a través de un estudio con ratas la ubicación de este reloj de kilometraje. Los resultados de la investigación han sido publicados en la revista Current Biology y revelan que ciertas células cerebrales, conocidas como células de red, emiten impulsos eléctricos en un patrón regular que se corresponde con la distancia recorrida por el animal, actuando como un contador interno de pasos.
El experimento consistió en entrenar a ratas para que recorrieran una distancia específica dentro de una arena rectangular, recibiendo como recompensa un trozo de cereal al regresar al punto de partida tras completar el trayecto correcto. Los investigadores observaron que, cuando los roedores recorrían la distancia adecuada, las células responsables del conteo de distancia se activaban de manera regular, aproximadamente cada 30 centímetros. Según explicó a la BBC James Ainge, profesor de la Universidad de St Andrews y autor principal del estudio, “cuanto más regular era ese patrón de activación, mejor estimaban las ratas la distancia que debían recorrer para obtener la recompensa”.
La alteración del entorno tuvo un impacto directo en este mecanismo. Cuando los científicos modificaron la forma de la arena, el patrón de activación de las células se volvió errático y las ratas comenzaron a fallar en la estimación de la distancia, deteniéndose antes de tiempo. “Parece que muestran una especie de subestimación crónica. Hay algo en el hecho de que la señal deje de ser regular que provoca que se detengan demasiado pronto”, afirmó Ainge.
Los investigadores compararon este fenómeno con la dificultad que experimentan las personas para orientarse cuando desaparecen los puntos de referencia visuales, como ocurre en la niebla. “Obviamente es más difícil orientarse en la niebla, pero quizá lo que la gente no aprecia es que también afecta nuestra capacidad para calcular la distancia”, añadió el investigador.
Una estimación de la distancia
Para comprobar si este mecanismo también existe en humanos, el equipo replicó el experimento a mayor escala. Construyeron una arena de 12 metros por 6 metros en la sede de la unión estudiantil de la universidad y pidieron a voluntarios que caminaran una distancia determinada y regresaran al punto de partida, siguiendo el mismo procedimiento que las ratas.
Los resultados mostraron que los participantes humanos también estimaban correctamente la distancia en un espacio rectangular simétrico, pero cometían errores cuando los investigadores alteraban la forma del recinto. “Ratas y humanos aprenden muy bien la tarea de estimar distancias y, cuando se cambia el entorno de la manera que sabemos que distorsiona la señal en las ratas, se observa exactamente el mismo patrón de comportamiento en los humanos”, explicó Ainge a BBC News.
El hallazgo no solo aporta información sobre los mecanismos cerebrales que permiten la navegación espacial, sino que también podría tener aplicaciones en el diagnóstico de enfermedades neurodegenerativas. Según Ainge, “las células cerebrales que estamos registrando se encuentran en una de las primeras áreas que se ven afectadas en el Alzheimer”. El investigador señaló que ya existen juegos para teléfonos móviles diseñados para evaluar la capacidad de orientación, y expresó interés en desarrollar herramientas similares centradas específicamente en la estimación de distancias.