Desear en la crisis. Cuando proyectar el futuro es nadar contra la corriente

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En Madrid, a pocos metros del Teatro de la Ópera, está la “Tienda de los deseos”. La creó una argentina, Daniela Camino. Sus paredes, adentro y afuera, están cubiertas de papelitos con deseos escritos por gente de todo el mundo. Incluso hay un baúl de “deseos cumplidos”, donde están aquellos que sus autores, tras alcanzar lo que anhelaban, logran rescatar de entre tantos papelitos y depositar allí. El Peque Story ofrece libros y talleres de escritura, pero en sus más de tres años de vida se ha hecho conocido por recibir los sueños de la gente, a tal punto que a la calle de la Escalinata, donde está emplazado el negocio, hoy se la conoce como “Calle de los deseos”.

Entre tantos “deseadores”, claro, hay muchos argentinos. Una búsqueda rápida en las murallas de mensajes permite detectarlos. En general, se trata de deseos apegados a la realidad. Muchos apuntan a cuestiones concretas relacionadas con lo soc

ial o lo político. Por ejemplo, Mati desea que “por fin, el gobierno de la Argentina acabe con la inflación y el país pueda recuperarse”. Sin firmar su pedido, alguien escribe: “Deseo vivir sin miedo en la Argentina”. Facu, de Buenos Aires, pone “fuera Miley” (sic), mientras que Lore, más volcada a lo íntimo, anotó en su pequeño trozo de papel una añoranza de exiliada: “Deseo con todo mi corazón volver a ver a mi abuela en Tucumán”.

Daniela Camino, creadora de Peque Store

Sueños, anhelos, hay siempre. Proyectar hacia el futuro una realidad mejor que la presente hace a la condición humana. Pero ¿qué pasa con los deseos en tiempos de crisis? ¿Cuánto influye el clima de subsistencia en el que desde hace décadas vive la mayoría de los argentinos en la capacidad de proyectar? ¿Hasta qué punto las adversidades y el contexto desfavorable puede llegar al extremo de apagar los sueños o, en todo caso, la convicción de que somos capaces de alcanzarlos?

Hoy solo el segmento más alto de la clase media preserva los deseos históricos, como la casa propia

En principio, hablar de deseos suena lógico en un país en el que el psicoanálisis, desde hace tanto tiempo, es parte de su cultura. Así lo señala Alfredo Eidelsztein, doctor en Psicología, fundador de la sociedad psicoanalítica Apertura para Otro Lacan, que reúne a psicoanalistas de varios países, y autor de más de diez libros traducidos a diferentes idiomas. Pero el experto previene: “El psicoanálisis favoreció un gran malentendido, y es que, tanto en el sentido del movimiento de la persona hacia aquello que le falta como en el sexual, propuso este impulso con un sentido universalista, constante e interno. Sin embargo, el deseo surge más bien de una estructuración socio-cultural-epocal”. Y para Eidelsztein hay en la actualidad, y en todo Occidente, un clima “de desilusión con el capitalismo y con la democracia”. Esto impacta en la capacidad de desear. En la Argentina, dice, se da una situación especial. “Hay un enfriamiento notable del deseo, pero esto convive con que somos una sociedad muy activa, muy pujante”.

Algunos de los deseos colgados en Peque Story, en Madrid

Juan de Olaso, psicoanalista y doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires, profesor regular adjunto de la Cátedra I de Psicoanálisis y autor del libro Asuntos del deseo (Manantial), advierte que en su campo se dedican a la clínica del caso por caso y que es difícil generalizar. Después de esa aclaración, apunta que el deseo puede designar muchas cosas, incluso antagónicas. “Nos atraviesa, determina y empuja, pero no somos sus dueños –dice–. No siempre es auspicioso y a veces produce angustia, pero siempre hay algo paradojal en él”.

De Olaso señala que podemos pensar el deseo como un espacio, una zona a conquistar y a preservar. “Requiere de algunos escenarios de donde afirmarse, y si estos escenarios se ven perturbados por alguna crisis, esto conspira contra el deseo. La pandemia, que aplastó el espacio de los deseos, es un claro ejemplo. Las inestabilidades afectan la capacidad de desear. Pero lo paradójico es que a veces, en algunos casos, la despiertan, del mismo modo en que la estabilidad permanente puede aletargarla”.

En un mundo incierto, el deseo apunta más al corto plazo

Los psicoanalistas observan que, en el lenguaje cotidiano, “desear” se usa como sinónimo de “proyectar, soñar, anhelar” y, en ese contexto, no hay duda de que las crisis recurrentes acotan ese impulso. “Hasta puede sobrevenir cierta culpa. ¿Cómo voy a estar soñando esto o aquello si tengo que pagar los gastos comunes?”, ejemplifica De Olaso.

Eidelsztein aporta una perspectiva histórica: “El concepto surgió en el siglo XVII, cuando el deseo se entendía como una fuerza revolucionaria identificada con el progreso, con el cambio. Analizar el presente en esa clave resulta complicado. Porque el anhelo identificado con el progreso se está desvaneciendo, incluso entre los jóvenes. Hoy todo tiende a medirse en el corto plazo. Por ejemplo, en viajes o salidas a restaurantes. Hasta las parejas se proyectan con una duración corta”.

El peso de la realidad

Guillermo Oliveto, consultor especialista en consumo, analiza en su último libro, Clase media. Mito, realidad o nostalgia (Paidós), el modo en que el contexto influencia el deseo. Entre otros traumas de los argentinos, enumera el Rodrigazo, la hiperinflación de fines de los años 80, la crisis de 2001 y la pandemia con su cuarentena. “Todas estas crisis generaron una espiral descendente en la que se perdieron jirones de la identidad nacional. La clase media pasó de ser el 70% al 43% , y con una fragmentación creciente en su interior. De ese 43%, la franja que sostiene el imaginario de lo que la clase media supo ser representa el 17%. El resto se ve más cerca de la clase baja. Obviamente, esta dinámica afectó los deseos y la capacidad de proyectar”.

Hasta los años 80 el “máximo deseo” fue la casa propia, dato que se explica por el origen inmigrante de nuestra sociedad, que arraiga cuando tiene vivienda. “Ese anhelo construyó durante 30 años una historia de la argentinidad. En la poscrisis de 2001, ese deseo mutó. La casa propia ya fue más posible por herencia que por esfuerzo propio. Entonces apareció el viaje como proyecto. Y con la irrupción fuerte de la tecnología, de las redes, de las low cost, el viaje es transformado en contenido”, señala Oliveto.

Mucho esfuerzo, poco premio

En una clase media más fragmentada, afirma, solo el segmento superior preserva los “deseos históricos”, como la casa o el viaje. “En el más bajo, al que la crisis degradó, hoy se tranquiliza con poder llenar la heladera. Hay un hilo de anhelo que se transformó; la idea de ‘m’hijo el dotor’ condensaba el esfuerzo con un premio. Y lo que quedó es mucho esfuerzo y poco premio”.

El sociólogo y antropólogo Pablo Semán sostiene que el deseo es una función subjetiva universal; sin deseo no hay humanidad. “No es una entrega incondicional, no es una pasión eterna –dice–, sino que es nómade, está mordido por la realidad. Es imposible que no esté condicionado por las condiciones en que se realiza y se satisface porque, además, la realidad incide en las posibilidades de concretarlo”.

En esa línea, Semán cree que la capacidad de desear en la Argentina se ha visto limitada: “Está sometida a las condiciones de un panorama económico fluctuante y, muchas veces, para abajo, con condiciones restrictivas y exigentes. Hay un umbral de frustración por eso”.

Sebastián Lopes Perera, docente y socio de Marketing & Estadística, recuerda el resultado de una medición del humor social en 2022, en plena suba de la inflación. “Una circunstancia como esa impacta negativamente en la percepción del presente y del futuro, más allá de las posibilidades reales de consumo de cada familia”, dice. Es decir, hay un vínculo entre el clima social y el deseo, que depende también de la posibilidad de proyectar, de mirar hacia el futuro. “Hace tres años, en ese contexto coyuntural, los sentimientos más frecuentes eran la angustia y la bronca. La incertidumbre genera una imposibilidad de planificar la vida familiar, por eso la lucha contra la inflación no era solo un reclamo de la sociedad para que la moneda conservara su valor, sino una demanda de las familias para poder organizar sus vidas y proyectar un futuro, más allá del nivel de consumo de cada una de ellas”.

Inflación y corto plazo

En la Argentina, la inflación, que se ha convertido en un flagelo constante durante buena parte de las últimas décadas, produce un nivel de angustia profundo –en especial en los que viven de ingresos fijos–, que conspira contra la posibilidad de desear o proyectar mejoras en la calidad de vida.

“En tiempos de crisis la mirada es muy limitada –dice Lopes Perera–. Cuando hay inflación y falta de financiamiento se puede pagar un corte de pelo en cuotas pero no se puede comprar un auto a plazos, sino en cash, y esto es delirante. Solo la estabilización de la economía empieza a permitir pensar en el futuro. En el caso de nuestro país, esto llevará tiempo, porque existe la experiencia de que hubo muchos planes que fracasaron”.

La frase “desear es volar” es un lugar común, pero refleja que la posibilidad de mirar hacia el futuro despierta una sensación de libertad, aunque –como indica De Olaso– la puede acompañar la “culpa” si la persona cree que está descuidando necesidades inmediatas o que se está permitiendo más de lo que debería.

Semán señala que en Occidente hay un recorte de los horizontes temporales, un fenómeno que se agudizó en los últimos quince años y que en la Argentina estaría más marcado por la inestabilidad de la economía y del empleo. Después de la Segunda Guerra Mundial el anhelo era el trabajo; tras la caída del muro de Berlín fue el consumo; y después, el crédito. “Todos cedieron y en el mundo hay mucha incertidumbre, cosa que en la Argentina también se acentúa –afirma Semán–. Hay picos de euforia y depresiones. No es que todo esto inhiba el deseo, pero lo direcciona hacia el corto plazo, a lo material, porque está más cercana la amenaza. El cálculo condiciona”.

Previsibilidad

La posibilidad siempre latente de la frustración inhibe, añade. “El carácter abrupto e intenso de las oscilaciones económicas causa mucha incertidumbre. Para muchos, implica quedar debajo de la línea de flotación. Sin embargo, es importante que el temor no sea tan grande como para no desear”.

A la luz de los focus group que realiza de manera permanente con la participación de psicólogos, sociólogos y antropólogos, Oliveto plantea un peligro cierto para cualquier sociedad: “Si se cortan las alas, gana la resignación”, advierte. “Entre los argentinos hay un deseo latente de que pare la montaña rusa. Lo primero es preservar lo que se tiene. Es una estrategia defensiva”.

Recuerda una frase de un participante de un focus group: “El argentino perdió los sueños, las ganas de brillar”. Oliveto apunta que semejante diagnóstico no es casual. “Ese deseo cortito, de baja intensidad, se explica en todo lo que se vive. Lo interesante es que es tan fuerte la genética de la clase media como arquetipo de la realidad argentina que pudo resistir, pese a los golpes. Pero hay una luz de alerta: si se la sigue golpeando, se quiebra”.

Por las mediciones de su consultora, Lopes Perera tiene una mirada esperanzada: “Viene bajando la cantidad de argentinos que se quieren ir del país. Eso significa que creen que el futuro puede ser mejor que el presente. Lo que quieren, lo que desean, es un país ‘normal’. La expectativa pasa por poder ordenar la economía, de modo que los cambios para mejor se sostengan en el futuro”.

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