Desesperanzas de una elección

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Javier Milei

Habla como un viejo sabio con gestos de película antigua y tocándose la frente con el dedo índice afirma: “No hay que olvidarse nunca de que lo que logres depende de vos, es un error creer en alguien”. Es jovencísimo, pero la presión en el trabajo lo llevó a tomar una licencia médica luego de un episodio que terminó en una parálisis parcial.

Un militante de Fuerza Patria de un municipio de la PBA nos dice: “No hay mística, fervor ni masividad. Pero nos escuchan, antes nos odiaban, ahora sólo hay expectativas muy bajas en lo que pueda hacer la política”.

Milei ha sido una nueva frustración aunque la aprehensión por la oposición continúa. No hay una sola de las condiciones que permitieron la derrota del oficialismo en la provincia de Buenos Aires, en las elecciones del 7 de septiembre, que permita prever una remontada importante del partido del Presidente. El enojo está cambiando de lado. En los mismos segmentos sociales en los que el año pasado sucedía que declarar una necesidad era como confesar un crimen el derecho al reclamo se ha rehabilitado en la conversación. Pero tampoco las alternativas opositoras han obtenido en su cosecha algo que se parezca a un entusiasmo masivo con una respuesta superadora. Tal vez vote más del 60% pero transversalmente en votantes y no votantes hay pocas expectativas. Para ellos hay muy, muy pocos que se salven.

La recesión, los problemas de empleo, el deterioro de las prestaciones estatales y los deslizamientos de precios profundizan la caída de los ingresos, un factor central del descontento que llevó a muchos ciudadanos a abstenerse o a reafirmar convicciones opositoras previas. La turbulencia cambiaria se ha intensificado, el uso de recursos extraordinarios —y simbólicamente inconvenientes—, como la intervención del Tesoro de los Estados Unidos, no logra contener las expectativas de una devaluación poselectoral y el panorama se vuelve todavía más incierto. Las derivaciones de los casos Karina/Espert resultan especialmente dañinas. En los sectores populares donde la información circula de manera diferente a la esperada por el 10% del círculo rojo de intenso consumo de noticias y opiniones hay un gozo especial con una imagen que no responde a ninguna fotografía: Espert descartando un celular. El recital en el Movistar Arena movió el amperímetro en contra, despertando sentimientos de vergüenza y la percepción de caprichos extemporáneos e inadmisibles para un jefe de Estado de un país en crisis. La puesta en escena, lejos de revitalizar “la épica”-expresión absolutamente inentendible para quien no sea parte del público consumidor de política, es decir la mayoría de los ciudadanos–, acentuó la desconexión entre el liderazgo presidencial y las urgencias sociales.

Disonancia cognitiva

Mientras Milei afirma como argumento terminante de su éxito la salida de 12.000.000 de personas de la pobreza, el encargado de un supermercado del conurbano nos cuenta con alivio la salida decorosa que encontraron al ofrecerle un préstamo sin intereses a “una clienta histórica, jubilada, maestra, vecina” que en las últimas semanas aparece en las cámaras de seguridad de su comercio robando los yogures de marca que “ya no puede pagar”.

Más allá del resultado electoral, para muchos Milei ocupa hoy el lugar que antes tuvieron Macri y Fernández: negar la realidad, minimizar el malestar y culpar a los disconformes. Se percibe una disonancia creciente entre la palabra oficial y la experiencia cotidiana. El Presidente ya no logra representar el enojo social que alguna vez canalizó. Su discurso, antes eficaz, cuando por ejemplo hablaba contra la inflación con indignación, ofreciendo una explicación simple y verosímil -“la inflación es producto de la emisión descontrolada”-, un enemigo reconocible -“la casta”- y una solución radical -“la dolarización”-, perdió fuerza frente a la evidencia diaria del ajuste, la caída del ingreso y la corrupción como ruptura de la confianza. Las frases triunfalistas, ya no suenan como promesa subversiva, sino como negación. Muchos sienten en ellas la misma distancia que provocaban años atrás las negaciones del kirchnerismo frente a la inflación o la inseguridad.

Javier Milei en el Movistar Arena

Los jóvenes, entre la abstención, el encapsulamiento y el voto castigo

La población joven que se abstuvo de votar en septiembre oscila entre repetir la abstención, votar al presidente in extremis o incluso cambiar de bando, movida por el hartazgo o el sentimiento de traición. Entre los nuevos votantes no se verifica el entusiasmo militante que caracterizó a los jóvenes mileístas de 2021 y 2023. Las redes, que antes amplificaban el fervor, hoy son espacio de burla, decepción o resignación. Los no votantes -en quienes centramos buena parte del trabajo empírico de los últimos meses- no son una excepcionalidad: expresan más agudamente los problemas de todos los ciudadanos y la falta de incentivos ante alternativas poco satisfactorias. Frente a este escenario el ausentismo podría sumar, ya que la movilización electoral de los dirigentes territoriales, especialmente los peronistas, será menor en este contexto, y los motivos para el desánimo no han hecho más que crecer. Sin embargo, algunos de los que no votaron el 7 de septiembre podrían sentirse impulsados a participar, ya no solo para evitar una derrota del oficialismo, sino también para expresar su disconformidad.

Aquí se observa un contraste novedoso respecto de 2023. El voto a Milei se encuentra más encapsulado que nunca, cuestionado en los entornos sociales de sus propios votantes, que ya no pueden hacer proselitismo abierto como si se tratara de un candidato incuestionable o de un programa eficaz. En cambio, emerge un antimileísmo ampliado: no solo de quienes votaron a Massa y Kicillof en 2023, sino también de nuevos disconformes que no encuentran representación política y de jóvenes que votarán por primera vez movidos por el desencanto y la disonancia cognitiva con la palabra oficial. No obstante, la desesperanza subyace a la mayoría: los efectos de esta apatía son el síntoma de una desafección donde la política es percibida como un obsceno espectáculo ajeno.

Las provincias: ¿una reserva estratégica del Gobierno?

En el seguimiento de los no votantes del interior del país —que realizamos meses atrás— se observaba la misma falta de confianza y frialdad hacia la política, aunque allí todavía no se celebró una elección similar a la bonaerense. Tal vez sea ahora entonces cuando se confirme que a Milei le irá en las provincias mucho peor de lo que imaginaban los libertarios hace algunos meses incluso aunque triunfen levemente en la cuenta nacional. En muchos de esos territorios, el deterioro económico y la pérdida de apoyos locales anticipan indiferencia y negatividad que sólo podría revertirse con la activación del miedo al peronismo.

¿Sólo se salva uno sólo, como decía el joven que citamos al inicio de esta nota? Ese individualismo admite matices: desde la idea de responsabilidad personal combinada con la expectativa de un Estado funcional, hasta la resignación extrema del “hacer cualquier cosa con tal de sobrevivir”.

La tensión entre autodefensa y soledad sintetiza buena parte del clima social actual. No se trata solo de desconfianza en los dirigentes, sino también de una erosión del lazo colectivo, de la sensación de que la comunidad ha dejado de ser un refugio. La política, despojada de su capacidad de representación, se vuelve ruido; el voto, un gesto cada vez más frágil entre las frustraciones sucesivas.

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