El 2 de septiembre se celebra en México el Día Nacional del Cacao y el Chocolate, una fecha que va mucho más allá de los dulces y las bebidas dulces.
Este martes es una ocasión para reconocer un legado milenario que forma parte del corazón de nuestra identidad: el cacao, el “alimento de los dioses”, cultivado y venerado por las culturas prehispánicas, desde los olmecas hasta los mexicas, y que aún hoy sigue sembrando historia, economía y sabor.
Mucho antes de que el chocolate fuera un producto industrializado, el cacao era sagrado. Usado como moneda, tributo, medicina y bebida ritual, este fruto fue un eje económico y espiritual para los pueblos mesoamericanos.
El cacao: raíz profunda de nuestra historia
Los glifos mayas revelan que la palabra “kakawa” se compone de ka (pez) y wa (brote vegetal), lo que da como resultado la imagen de un pez con capacidad de resurgir tras la sequía.
Los olmecas, entre 1900 y 1500 a.n.e., fueron los primeros en utilizarlo. Pero serían los mayas quienes le darían un lugar destacado en su cosmovisión, rituales y mitos, como lo documenta el Popol Vuh, según el artículo Chocolate: herencia mesoamericana para el mundo, publicado por la Academia Mexicana de Ciencias.
En él, se narra cómo los héroes gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, tras vencer a los señores del inframundo, emergen transformados en el Sol y la Luna, dejando al maíz y al cacao como símbolo de vida y resurrección.
Además, este fruto crece en la sombra, bajo la protección de grandes árboles, por lo que era considerado un fruto del inframundo. En contraste, el maíz, al crecer al sol, representaba la vida terrenal. Juntos, estos cultivos eran el equilibrio de los mundos.
Según el artículo, los aztecas asociaron este fruto con Cipactli, una deidad cocodrilo vinculada con la creación del universo.
En cuanto a su consumo, los mayas bebían el chocolate frío y amargo, mientras que los mexicas lo preparaban tibio, mezclado con especias como chile, vainilla y pochote. Ya desde entonces, el chocolate era una experiencia sensorial y espiritual.
Con la llegada de los españoles, el cacao se exportó a Europa, donde su consumo explotó y se transformó en la bebida dulce que hoy conocemos. Pero ese viaje tuvo un costo: esclavitud, deforestación y pérdida de diversidad.
México: cuna del cacao criollo
Nuestro país es el hogar del cacao criollo, una de las variedades más finas y cotizadas del mundo por su sabor y alto contenido graso. Aunque hoy representa menos del 5% de la producción mundial, su valor cultural y biológico es incalculable.
En Tabasco, por ejemplo, aún existen fincas como Cholula, en Comalcalco, donde se conserva el método tradicional maya de producción del chocolate. Allí, el cacao no es sólo una semilla: es memoria, es herencia, es resistencia.
Hoy podemos saborear el pasado en bebidas tradicionales como:
- Pozol (Tabasco): maíz cocido con cacao tostado
- Tascalate (Chiapas): cacao, tortilla tostada, achiote y canela
- Chorote (Tabasco): cacao, maíz y azúcar
- Tejate (Oaxaca): cacao, hueso de mamey, rosita de cacao y chile pasilla
Estas recetas no sólo mantienen vivo el paladar ancestral, también son símbolo de las raíces culturales que nos conectan con la tierra y la comunidad.
El cacao sembrado bajo sombra es parte de un modelo sustentable y biodiverso que protege los ecosistemas del sureste mexicano. Plantas como el achiote, la vainilla y el plátano conviven con él, en una sinergia que enriquece los suelos, alimenta a las comunidades y preserva la selva.
Sin embargo, este sistema está en peligro por políticas agrícolas que priorizan la ganadería extensiva y cultivos de moda. Recuperar los cacaotales tradicionales es vital para conservar no sólo el sabor del chocolate auténtico, sino también nuestra riqueza biológica y cultural.