El inédito paquete dispuesto por la administración Trump a través del Departamento del Tesoro para auxiliar a la Argentina podría representar un punto de inflexión en el vínculo entre ambos países y, fundamentalmente, en cuanto a los principales aspectos que explican por qué dicha ayuda se transformó en indispensable: Javier Milei está forzado a reinventar su método de gestión de gobierno si no quiere que esa multimillonaria suma caiga en el consuetudinario barril sin fondo de los desastres financieros argentinos. La absurda boutade del TMAP (“todo marcha de acuerdo al plan”), un exceso de soberbia que el propio José Luis Espert acaba de admitir en declaraciones públicas, debería dejar numerosos aprendizajes. Por un lado, el diagnóstico libertario respecto de los eternos problemas argentinos fue siempre muy superficial y sesgado a cuestiones macroeconómicas. Por el otro, el andamiaje político que construyó el Presidente resultó inapropiado para sobrevivir a las aguas turbulentas que todos los gobiernos del mundo deben navegar, en especial los de nuestro país. Más aún, para que el impacto de esta invaluable y extraordinaria ayuda sea positivo y perdurable, ambas dimensiones deben corregirse de forma expeditiva y contundente. ¿Está Milei en condiciones de dar semejante vuelco? ¿Tiene la templanza, el pragmatismo, la voluntad y la audacia para avanzar en ese sentido?
Un diagnóstico inapropiado conduce a un tratamiento incorrecto que, incluso, podría empeorar la situación inicial. Tras décadas desperdiciadas en el laberinto asfixiante de la decadencia nacional, con crisis recurrentes y cíclicas, independientemente del color político del gobierno, la Argentina necesita evitar el simplismo a la hora de definir las causas de su persistente problemática. Se requiere una perspectiva integral y multicausal que nos permita entender el fenómeno en toda su magnitud, explorar eventuales soluciones e implementarlas con sentido común, eclecticismo y practicidad.
Durante largas décadas escuchamos que el déficit fiscal era la fuente de todos nuestros males: aumentaba el endeudamiento, la presión fiscal y/o la emisión monetaria y generaba, en consecuencia, inflación. La administración Milei se comprometió desde el día uno a mantener un superávit financiero (no solo primario, es decir, computando los intereses a pagar). De manera inédita y en tiempo y forma. ¡Cumplió a rajatabla! Sin embargo, no fue suficiente para evitar otro ataque especulativo contra el peso dados los errores no forzados del propio Gobierno, en particular la no compra de reservas en un contexto recesivo y de atraso cambiario, que empeoró con las durísimas derrotas de Corrientes y PBA. ¿Cómo se explica que el gobierno más promercado de nuestra historia, al menos en el plano ideológico, genere tanta precaución en la sociedad como para que los ciudadanos se empecinen en acopiar dólares, sobre todo fuera del sistema financiero? ¿Qué motivos justifican que Milei, Caputo y compañía induzcan el mismo comportamiento defensivo que Cristina y Kicillof, aun con superávits gemelos (fiscal y comercial)?
El stock de desconfianza de los argentinos es independiente del gobierno de turno. Sufrimos decepciones y fracasos con regímenes civiles y militares, con líderes peronistas, radicales y de experiencias novedosas y superadoras de lo “viejo”, como Juntos por el Cambio. Deberá modificarse el dicho: el que se quema con leche, ve un león y también llora. En síntesis, el problema nacional no es la falta de dólares (los argentinos tenemos a resguardo del Estado casi la mitad de nuestro PBI), sino de infinita desconfianza. ¿Alcanzará con la asistencia del Tesoro de los Estados Unidos, que asciende en principio apenas a una doceava parte de lo que acumulamos, para revertir esa situación?
Otra típica generalización para explicar nuestros males apunta al peronismo. Por lo que sus líderes hicieron y dicen y por lo que podría implicar si regresara esa fuerza al poder. Cuatro sencillos interrogantes resquebrajan y hasta invalidan esa hipótesis. ¿Hemos tenido serios desequilibrios fiscales, financieros y hasta episodios de default de la deuda soberana antes del surgimiento del peronismo o incluso antes de que existieran organizaciones sindicales poderosas en el país? ¿Atravesamos períodos de inestabilidad política, crisis de gobernabilidad, golpes de Estado y violencia estatal y no estatal antes de 1945? ¿Supimos acoger y alimentar liderazgos caudillistas, personalistas, hiperpresidencialistas y con claras connotaciones populistas, incluso nacionalistas, antes de Perón? ¿Atravesaron otros países, dentro y fuera de América Latina, experiencias similares en dichas dimensiones analíticas? Si todas las respuestas son positivas, el peronismo no es per se el culpable de todo. Tampoco el kirchnerismo. Parece absurdo hablar de “riesgo kuka” cuando el presidente del PJ de la provincia de Buenos Aires no logró ser candidato a cargo alguno en este turno electoral.
Resolver la cuestión fiscal es, entonces, condición necesaria pero no suficiente para evitar episodios de turbulencia económica. Es igualmente importante la política monetaria y cambiaria, más en el explicado contexto de absoluto recelo respecto de todos los gobiernos. Además de las cuestiones macroeconómicas, aparecen otros asuntos de naturaleza material (aspectos microeconómicos y regulatorios) y simbólica que es menester atender. Por último, la construcción de gobernabilidad democrática constituye un desafío para un país con una dinámica de fragilidad institucional, confrontación y polarización permanentes, en el que predomina una cultura no cooperativa y de rechazo a la flexibilidad, la ambigüedad y las mañas y sutilezas imprescindibles en la construcción de consensos.
Si quiere cambiar el duro destino al que parecía condenado hasta la semana pasada, Milei necesita ampliar todo lo posible la base de sustentación de su audaz propuesta de gobierno al margen del resultado electoral. Si este fuera positivo (primera minoría con más del 35%), debe mostrar generosidad y grandeza en un momento de consolidación de su liderazgo. Si fuese negativo (segunda minoría con menos de ese porcentaje), desde la más genuina humildad, debe ofrecer espacios para conformar un gobierno de unidad nacional que continúe la senda de la estabilización y avance con la agenda de reformas estructurales que el país abandonó hace casi tres décadas. Sin una coalición robusta que brinde sustento a la modernización del país, el riesgo de reversión populista será siempre muy alto. Asimismo, debe eliminar para siempre su lenguaje soez y revulsivo, para encontrar un tono apropiado a su investidura: es el presidente de todos los argentinos, incluidos quienes no lo votaron. Es necesaria una narrativa amplia e inclusiva: se trata de un país que se caracteriza por ser plural, diverso, complejo y contradictorio. Y todos los argentinos merecen ser parte de ese futuro de prosperidad y desarrollo que Milei promete.
Finalmente, considerando su afinidad con el judaísmo, y aprovechando la cercanía de un nuevo Yom Kipur, Milei tiene una oportunidad fabulosa para pedir perdón a los “viejos meados”, los “ñoños republicanos”, los “mandriles”, los “ensobrados”, los “econochantas” y todos aquellos a los que injusta e imprudentemente ofendió durante tanto tiempo. Más vale tarde que nunca. Los necesita imperiosamente para reinventar su administración.