La Torá –el Pentateuco en la tradición cristiana– comprende los cinco primeros libros de la Biblia hebrea. Los impuros vuelve a ella en un particular recorrido. “El libro es una bitácora, una road movie o road novel”, describe su autora, la filósofa y docente Diana Sperling. En ese camino de imágenes, señales y curvas, ella despliega reflexiones de aliento contemporáneo que amplía en esta conversación. Su lectura, su análisis, están marcados por una invitación a no permanecer varados en épocas per se paralizantes, como esas liebres sorprendidas por los faros de un vehículo en el camino, finalmente víctimas de su quietud.
Tomando el carácter fundacional del episodio durante el cual Moisés recibe e instaura la ley sagrada judía, ordenadora y constitutiva de la alianza de su pueblo con Dios, el énfasis de Los impuros está puesto en un llamado a la acción: “Muchos hemos atravesado el desierto en nuestras vidas individuales. Muchos hemos tenido un momento de revelación”, compara Sperling, que lee en la Torá un elogio del trayecto: “Apuntar a la meta, no alcanzarla. Fijar un rumbo, no agotarlo”, señala. Y destaca a su vez la fertilidad metafórica del texto, recurso imprescindible en tiempos turbulentos como los actuales:– “La metáfora abre la posibilidad de entender y de dialogar. La literalidad en cambio la cierra. Y hay muchas personas sin metáfora”.
La promesa es algo que te pone en marcha, que te incita a movilizarte al encuentro de un objetivo. Lo que ocurra en ese trayecto, se verá
A partir de la misma clave contemporánea con que aborda el libro sagrado, surge el asunto de la pureza, explícita en el título de su libro.
Sin embargo, Sperling aborda el análisis de “lo puro” desde una perspectiva distante de su valoración más convencional: “Los humanos somos impuros por definición, no nos auto-engendramos”, plantea, y en su libro combate intelectualmente los discursos basados en la pureza, entre ellos el del wokismo.
Figuras y símbolos compartidos dentro de la cultura judeocristiana involucran, a la vez, diferencias contundentes: en el judaísmo “no hay nostalgia del paraíso, no hay fantasías de inmortalidad, esa negación de la finitud que nos constituye. Pero esa aguda conciencia de la imposibilidad de completud no nos quita otra añoranza: la de la tierra prometida donde comenzó a construirse una sociedad”, dice Sperling en su libro. Ahí surge el llamado a movilizarse en una búsqueda; hoy, en este plano, en esta realidad.
Si la patria es la lengua, como quería Pessoa, aquí la lengua se amplía en ideogramas y conjeturas desde la misma forma de la letra. El hebreo escrito carece de vocales: es el contexto lo que define el concepto en un mar polisémico de consonantes. La Torá no empieza con Aleph (la primera letra del alfabeto hebreo o alefato) sino con bet, la segunda, cuyo sonido también significa “casa”.
–¿En qué sentido es importante la presencia de bet como primera letra de la Torá?
–Es algo que ha llamado mucho la atención a lo largo de los siglos en las distintas lecturas. ¿Por qué un texto que narra el origen, el principio del principio, en lugar de empezar por la primera letra, que sería Aleph, o la Alfa griega, empieza por la segunda? ¿Es un error o tiene algún sentido e impregna todo el texto, incluso su estructura? En una de las interpretaciones, los sabios dicen algo a lo que yo adhiero: lo que está nombrando esa bet es bait, sonido que en el hebreo arcaico significa “casa” y procede de la grafía bet, es claramente un habitáculo abierto, una casa sin puerta, abierta, que nos contiene pero nos obliga a ir hacia adelante; no se puede ir hacia atrás. No preocuparnos por lo que está arriba, abajo, como las profundidades o el inframundo, ni por lo que había antes. El texto dice: a partir de acá empieza la historia, empieza la vida, esto es lo que toca aquí y ahora. Y esto que toca viene con una legalidad, es decir, la Torá: toda una introducción contrapuesta a las ambiciones metafísicas, lo supranatural, los monstruos submarinos… nada de eso importa: importa lo que está delimitado por esa traza-casa.
–¿Eso incluye un destino?
–No en el sentido de la tragedia griega, en algo que necesariamente irá a ocurrir: no se trata de eso. En el texto no hay un destino prefigurado. Hay, sí, una dirección. Una obligación de ir hacia un lugar que está señalado en el marco de una promesa. Y la promesa, por definición, es algo que te pone en marcha, que te incita a movilizarte al encuentro de un objetivo. Después, lo que ocurra en ese trayecto, bueno, se verá.
–Según Paul Ricoeur, a quien usted cita, “la metáfora no tiene un término principal y otro secundario”, a diferencia de la alegoría, que es lineal, fija, puntual.
–Lo que yo intento en mis lecturas es aplicar herramientas filosóficas; digamos que uso el texto bíblico tal como la filosofía sigue abordando los textos platónicos. A las relaciones o lecturas más devocionales, yo opongo mi preferencia de una lectura metafórica, la de un texto milenario que sigue teniendo vigencia. Me gusta la definición del rabino Abraham Joshua Heschel: “No importa qué pasó en el Sinaí, pero algo pasó”. O sea: no estamos ante un texto historiográfico, sino ante la narrativa de un acontecimiento en el que un grupo humano en condiciones desfavorables, de servidumbre, de opresión, se reúne y se aúna al amparo de una ley que le da autonomía. Este acontecimiento se puede leer, a su vez, metafóricamente. Muchos hemos atravesado quizá el desierto de nuestras vidas en nuestro camino hacia lo prometido, o tuvimos instancias de revelación personal. Son todos términos y figuras aplicables en muchos sentidos. Incluso respecto de la Torá hay, dentro de la ortodoxia judía, un ejercicio interpretativo permanente, móvil; como la propia cualidad de la metáfora, nunca lo fijo y lo definitivo.
–La palabra se ha devaluado en la escena politica argentina. ¿Hay falta de metáfora en la vida pública del país?
–Totalmente. Yo creo que en parte las redes sociales han hecho un trabajo demoledor sobre el lenguaje. Vivimos en una híper literalidad. Esto es terrible, porque ocluye la metáfora, que es lo que abre la mirada a nuevas direcciones, niveles y alternativas. El cuerpo mismo es metáfora, porque está atravesado por el lenguaje. No hay cuerpo sin lenguaje: en tal caso, sería organismo. La metáfora permite entender, dialogar. La literalidad, en cambio, no.
Miradas como el wokismo se volvieron fundamentalistas, pese a que en principio eran todo lo contrario
–En la familia de la metáfora está el símbolo: Thomas Meyer, biógrafo de Hannah Arendt, dice que los líderes populistas adoptaron el símbolo y los rituales por sobre las ideas.
–Eso es relativo. El ritual, por definición, es algo vacío de contenido. Es un marco formal. No hay cultura que no tenga rituales; la humanidad comienza con rituales. Los tenemos para comer, para saludarnos, para graduarnos, para los nacimientos, para las muertes… El ritual es necesario y es instituyente en la medida en que comparte una situación, un significado unitivo. Pero el tema es que hay rituales instituyentes y hay rituales destituyentes. Hay rituales que hacen lazo, que recuerdan, que preservan, y están los que cortan lazos; rituales que rompen, que separan. Y son mortíferos.
–Con relación a lo que usted llama “fantasías de inmortalidad”, ¿hay alguna precisión en la fe judía acerca de la vida después de la muerte?
–En la Torá no existe la idea de una vida ultraterrena. Por eso la bet inicial: la casa, lo que Spinoza llamaría “la inmanencia”. La vida es aquí, en este mundo. No hay cielo o infierno: “Hacé las cosas bien porque lo que viene después también es en este mundo”. Para tus hijos, para tus nietos… En el momento en que el judaísmo se junta con otras corrientes, el helenismo, la cristianización, etcétera, entran otras ideas con respecto al más allá. Hay corrientes que sí consideran que el alma se separa del cuerpo, pero ese dualismo no está en la Torá. Eso entra eventualmente en alguna rama al judaísmo, pero nunca tiene la fuerza que tiene en religiones que fueron creadas para ese más allá.
–La categoría “puro” hoy se usa bastante en el lenguaje político, sobre todo en líderes que se inclinan hacia los extremos.
–Sí, y es una categoría fundamentalista que conduce al fanatismo más peligroso. Todos somos impuros por definición; no nos auto-engendramos, tenemos rasgos de nuestros padres y abuelos; no hay nada como una “esencia pura” que se pueda aplicar a la condición humana. El peso enorme que tiene en la cultura la idea de pureza fue instaurado por pensadores de la antigüedad. Somos básicamente impuros porque además hay cosas que nos habitan y no dominamos. Freud es uno de los que descubre esto.
–¿Cuál es su definición de wokismo, algo que usted critica frontalmente en su libro?
–El wokismo hoy es, justamente, una versión de la pureza. Si bien nace como una oposición a ella, reivindicando condiciones que no se ajustaban a lo convencional (y hasta ahí, me parece fantástico), andando el tiempo, por una enorme cantidad de factores, se fue para el otro lado. Y ahí vuelve a entrar en juego la literalidad, porque lo que pasó es que se empezaron a consagrar identidades exactamente opuestas a las antes consagradas. Esas miradas se volvieron fundamentalistas, pese a que en principio eran todo lo contrario. Y corren el peligro de hacer suponer una superioridad moral de ciertos grupos por sobre otros.
Los israelíes deben aceptar la constitución de un Estado palestino, así como los palestinos deben aceptar la existencia del Estado de Israel
–En Los impuros hay también una crítica a la valoración de lo originario o lo nativo por el solo hecho de serlo, que aborda especialmente en el capítulo “Extranjería y autoctonía”.
–Lo originario sería un modo de pensar la relación del humano con la tierra como una relación natural. Personalmente, creo que los humanos somos todos extranjeros. Fuimos arrojados del paraíso de la naturaleza por el lenguaje, y por lo tanto estamos separados de lo natural. Al ser seres culturales, somos también, como decían Pierre Legendre y su discípulo Enrique Kozicki, “animales legales”. Nuestra relación con la tierra es legal. En el mismo sentido, la relación del judío con la tierra de Israel es una relación legal. Pueblos originarios yo creo que no hay. Todos los pueblos son migrantes. La constitución de los estados nacionales no se forja en base a quién estaba antes, a la sangre, a la tierra… no olvidemos que el lema del nazismo era, precisamente “sangre y tierra”. Apelar a ese criterio originario como algo indubitable, de destino absoluto e inmodificable, es peligroso.

–La llevo a un conflicto muy actual. ¿Cómo ve la situación en Medio Oriente y la relación tan conflictiva entre judíos y palestinos?
–Hay algo que explica muy bien el jurista Andrés Rosler: antes, el antisemitismo nos quería fuera de sus países; nos echaban a patadas, nos querían recluir en algún lugarcito lejos, para que no molestáramos; fuimos expulsados, combatidos, eliminados, esclavizados… Y una y otra vez volvió el pueblo judío a construir una ciudad, sus templos, su cementerio, sus escuelas. Y cuando finalmente aseguramos una tierra propia, con la que tenemos un vínculo legal, de milenios, no “natural”, creando instituciones, cultivando, construyendo, resulta que hay quienes no quieren que existamos como país. La pregunta sería, ¿por qué los judíos no tenemos derecho, como cualquier otro pueblo, a tener un pedacito de tierra donde instalar nuestras instituciones, nuestras leyes, nuestra autonomía, nuestro propio gobierno? El 7 de octubre es la frutilla envenenada de algo que viene ocurriendo hace mucho: el deseo de exterminio. Hamas, en su carta fundacional, establece que Israel y los judíos deben desaparecer. No es un conflicto territorial, no le sacamos territorio a nadie. Por supuesto, el pueblo hoy llamado palestino tiene derecho también a habitar en vecindad. Así fue, de hecho, durante mucho tiempo. Los israelíes deben aceptar la constitución de un Estado palestino, así como ellos deben aceptar la existencia del Estado de Israel. En ese plano, podemos convivir tranquilos, pero no si un pueblo debe ocupar el lugar del otro.
–Hay una orden de arresto emitida por la Corte Penal Internacional (CPI) contra el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, por crímenes contra la humanidad. ¿Cuál es su opinión sobre esto?
–A mí la CPI no me representa. Hay una cantidad de genocidios en el mundo, ataques masivos a poblaciones sometidas por sus gobiernos o estados vecinos. ¿Hay marchas por lo que pasa en Sudán? ¿Por lo que pasa en Yemen? Ni las Naciones Unidas, ni la CPI, ni la Cruz Roja, ni qué hablar los feminismos, se ocuparon de lo ocurrido en Israel, de las mujeres violadas, de los asesinos de chicos que estaban en un festival de música. No me gusta nada Netanyahu, pero la CPI, tanto como la ONU, han sido cooptadas por países antisemitas. ¿Cuántas declaraciones de la ONU hubo contra Putin cuando invadió Ucrania? ¿Cuántas contra Orban? ¿Cuántas contra tantos gobernantes o líderes nefastos, siniestros? ¿Al único que quieren encarcelar es a Netanyahu? Veremos qué pasa si se establece en la Franja de Gaza un gobierno confederado que permita la convivencia pacífica y los palestinos puedan tener una vida autónoma verdaderamente basada en su propio progreso y en su propio bienestar, y no en la eliminación de otro. Eso va a depender de cómo se configuren estas nuevas alianzas.

FILOSOFÍA Y EXPERTA EN JUDAÍSMO
PERFIL: Diana Sperling
Diana Sperling nació en Buenos Aires, en 1948.
Filósofa, escritora y docente, cursó Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires y recibió su doctorado en Filosofía en la Universidad Nacional de Córdoba.
Se formó, además, a través de grupos de estudio sobre Kant, Nietzsche y otros pensadores, en los que participó durante más de quince años.
En simultáneo con su formación filosófica emprendió estudios sobre judaísmo, ingresando al instituto de formación de adultos del Seminario Rabínico Latinoamericano, en Buenos Aires, donde se desempeñó como docente.
Ha publicado, entre otros, los libros La metafísica del espejo. Kant y el judaísmo (1991), Genealogía del odio. Sobre el judaísmo en Occidente (2007), Filosofía para armar (2014) y Tiempo de Spinoza (2023), así como numerosas participaciones en volúmenes colectivos, además de ensayos y artículos de opinión en diarios y revistas del país y del exterior.
Su último libro es Los impuros. Lecturas en el desierto (Ariel)
