Diego Velázquez: el nuevo desafío teatral que lo seduce, la “tragedia” de la TV y su momento más oscuro

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En otro momento se hablaba del actor Diego Velázquez como una de las figuras emergentes más potentes de la escena local. A la hora de los reconocimientos, se llevó un premio en la categoría revelación por Decidí canción, aquella hipnótica propuesta en la que interpretaba a un adicto al cover, que dirigió Gustavo Tarrío en un espacio de Almagro. Venía de hacer 3x, un experiencia en la actuaba con su amiga Paola Barrientos y con Monina Bonelli, que tenía lugar en una fábrica abandonada de aluminio de Almagro. Con el paso del tiempo, fue acumulando premios por su trabajo en El luto le sienta a Electra, que dirigió Robert Sturúa en el Teatro San Martín; como por su participación en la película Relatos salvajes o por su protagónico en la serie Los siete locos y Los lanzallamas, que emitió la Televisión Pública cuando en la pantalla chica había ficción. “Tengo una relación rara con los premios. Los agradezco, pero no los entiendo. Tampoco me va que compañeros de terna terminen convertidos en perdedores, no es parte de mi naturaleza”, confesaba en aquella oportunidad.

Nacido en Mar del Plata, allí fue mozo, carpero y trabajó en una playa de estacionamiento. También fue estudiante de actuación. Al tiempo de radicarse en Buenos Aires, los estudios continuaron y se expandieron. De arte dramático pasó al campo de la danza y las artes visuales. También fue mozo en Buenos Aires (como la gran mayoría de los actores y actrices nacidos y criados en la escena alternativa porteña).

Diego Velázquez junto a Natalia Oreiro, en la presentación de la serie Santa Evita

En todos estos años tendió alianzas creativas con directores troncales de la escena alternativa, como Gustavo Tarrío, Ciro Zorzoli (Estado de ira, Exhibición y desfile o Fantasmatic); o Alejandro Tantanian (en puestas estrenadas en Buenos Aires y en Alemania). Fue la contrafigura de Julio Chávez en la serie Farsantes y fue el director, dramaturgo e intérprete de la obra Aquaman y fue parte del team de superhéroes en la película Kryptonita junto con Pablo Rago, Diego Capusotto y Nicolás Vázquez. Marilú Marini, otra figura criada en Mar del Plata, lo dirigió en Escritor fracasado, el potente texto de Roberto Art que sigue en cartel.

“No me copa mucho la sanata actoral”, dice ahora durante la charla con LA NACION. El talento, la entrega, la coherencia y la diversidad de lenguajes artístico son elementos constitutivos de su hoja de ruta. Su campo es tan expansivo que ha trabajado junto a las coreógrafas Ana Frenkel, Silvina Grinberg y Diana Szeinblum al mismo tiempo que jugó roles claves en las series Santa Evita, que protagonizó Natalia Oreiro; como en El reino, con Diego Peretti, Joaquín Furriel, Chino Darín y Mercedes Morán. Ahí, justamente, también trabaja Patricio Aramburu, otro actor de un enorme talento ligado a las búsquedas más experimentales.

La obra, el montaje estrenado hace dos temporadas que fue la primera vez que Diego Velázquez se sumó a un trabajo de Mariano Pensotti

Ambos son ahora los protagonistas de Una sombra voraz, la nueva obra del director y dramaturgo Mariano Pensotti y el Grupo Marea, que integra el mismo Pensotti junto con la escenógrafa Mariana Tirantte, el músico Diego Vainer y la productora Florencia Wasse, que ya tuvo su recorrido internacional. Es la segunda vez que el marplatense que vive en Villa Crespo trabaja con Pensotti. La obra anterior se llamó, justamente, La obra. Difícil de entender, luego de su recorrido por teatros europeos nunca se presentó en nuestro país.

Con Una sombra voraz, Pensotti vuelve al circuito alternativo luego de 20 años, en donde se crió y formó antes de convertirse en el director argentino con mayor presencia en los festivales internacionales junto con Lola Arias. El sábado 9 de agosto, noche de estreno de esta nueva propuesta, las butacas de la sala Dumont 4040 estuvieron ocupadas por muchas de las figuras más representativas y talentosas del cine y la escena indie porteña. Es lógico: Pensotti, Grupo Marea, Velázquez y Aramburu forman un verdadero dream team.

“Es un trabajo en el que lo actoral está en primer plano -señala Diego Velázquez, luego de un ensayo de la semana pasada-. Con Patricio nos sumamos al proyecto por puro placer, por ganas, a sabiendas de que con algo así no se gana dinero…”.

-¿La lógica del teatro alternativo es trabajar reconociendo que no se da económicamente?

-El motor principal de este tipo de teatro es el deseo de juntarte con las otras personas involucradas. Pretender que de eso se va a vivir es una ilusión, nunca me pasó.

Diego Velázquez junto a Paola Barrientos y Diego Rosental en una escena de Estado de ira, la obra de Ciro Zorzoli que estuvo cuatro años en cartel

-¿Ni con Estado de ira cuando pasó al circuito comercial, siendo un éxito de público?

-¡Nooo! Era una única función semanal y éramos un montón en escena para repartir [se ríe mientras toma un café y recuerda que se dejó olvidada su bicicleta en el teatro]. En ese sentido Escritor fracasado acá, en Dumont 4040, rinde un poco más. Igual, aclaremos: estoy solo en escena. En busca de un rendimiento económico es que algunos montajes del circuito alternativo pasan a salas más grandes, pero el motivo principal de una obra como Una sombra voraz es querer estar ahí. Esto es lo más parecido al deseo original de cuando hacía 3ex en una fábrica en la que no sacábamos un mango. Y, pensando en perspectiva, en algún momento fui mesero y, por cómo vienen las cosas, quizás tenga que volver a eso…

-¿Cómo es trabajar con Mariano Pensotti?

-Cuando nos sumamos a La obra, mi anterior trabajo con Pensotti, el proyecto todavía no estaba cerrado y él estuvo siempre muy abierto a las opiniones del elenco. Cuando me convocó y me contó que en el elenco estaban Alejandra Flechner y Susana Pampín, con quienes nunca había trabajado, me sumé casi sin pensarlo porque te hago lo que sea con tal de estar con ellas. A diferencia del trabajo anterior, acá hubo que estudiar muuuuucho texto.

-Hubo que escalarlo.

-Podríamos decir que sí…, pero en uno días llegamos a la cima y veremos cómo está el clima.

Un relato cinematográfico

-Igual, los dos protagonistas no llegan a la cima de la montaña.

-Ninguno de los dos. Patricio Aramburu interpreta a un hijo, cuyo padre murió intentando llegar a la cima de un monte del Himalaya. Yo hago del actor que recrea al personaje que interpreta Patricio, para una película de corte documental. En esa ficción sí se llega a la cima, aunque el hijo que intenta seguir el recorrido de su padre no lo logra. Una de las capas de Una sombra voraz es cómo la ficción varía los hechos reales para que el relato sea más espectacular, más cinematográfico.

Diego Velázquez y Patricio Aramburu, escalando el dispositivo escenográfico creado por Mariana Tirantte

– ¿De qué te agarraste para construir todo esto?

-Como interpreto a un actor, siendo yo mismo actor había algo muy cercano, aunque el intérprete de la obra crea en cosas en las que yo no.

-¿Cómo cuales?

-Algo vinculado con la forma de construcción del personaje…, ese desafío me sedujo. Yo creo que, tanto en el cine como en el teatro, el personaje es lo que le pasa al espectador con lo que uno hace. Yo, como actor, no me ‘transformo’ en algo; soy yo ‘expandido’ hacia algún lugar. No me copa mucho la sanata actoral. Hay algo inasible, inentendible y misterioso en lo que hacemos, eso lo entiendo. Pero creo que hay un abuso de la mística actoral para explicar cualquier cosa o para ensanchar egos. Yo no he sido ‘tomado’ por ningún personaje, todo lo contrario. Lo otro es excusa para seguir poniendo a los actores en un lugar cercano a los dioses o algo así. No es así. Actuar es algo más físico, más enchastrado.

-Así como en la obra anterior fue tu primer encuentro en un escenario con Alejandra Flechner y Susana Pampín, este es tu primer encuentro actoral con Patricio Aramburu.

-Junto con María Onetto habíamos leímos algo en el ciclo dedicado a Eduardo “Tato” Pavlovsky, que se realizó en el Teatro Cervantes. Y Patricio me reemplazó en Los corderos, de Daniel Veronese, cuando yo me tuve que ir con la película La larga noche de Francisco Sanctis al Festival de Cannes. Siempre queríamos hacer algo juntos y Pensotti nos terminó dando el gusto.

-Los presentó el otro día en las redes como dos galanes…

-Pone cada cosa… [se ríe].

Diego Velázquez, un descreído de la

Escritor fracasado se estrenó en 2017, cuando al Cervantes lo dirigía Alejandro Tantantian en tiempos de presidencia de Mauricio Macri. Sigue en cartel. Es increíble repasar todo lo que sucedió en nuestro país en estos ocho años, incluida la pandemia.

-Me pasa algo muy extraño con esa obra, que no me había pasado con otras. Le sigo encontrando sentido. El año pasado fue muy raro, no hice teatro salvo con las funciones de La obra en Europa. Esta temporada repasé el texto de Roberto Arlt ya imaginando su reposición, y me di cuenta de que estaba más actual que nunca. Cuando se estrenó en 2017, el personaje claramente era un desbocado, un impune; pero no sé si uno tenía alguien con quien referenciarlo tan claramente. Ahora todo cambió. Todo lo que él dice sin filtro alguno es lo que pasa en la actualidad. En estos tiempos ese límite se cruzó y nosotros, como sociedad, parece que nos hemos acostumbrado muy fácilmente. Por eso me parece necesario seguir haciéndola.

-Y funciona muy bien de público.

-Por suerte sí y creció la oferta. También pasa que, de repente, estamos todos haciendo teatro por la falta de ficción.

Marini con Diego Velázquez en la adaptación que hicieron ambos de Escritor fracasado, de Roberto Arlt, en 2017

-A lo largo de estos años trabajaste en varias series y películas, ¿en qué está tu lado audiovisual?

-Todo frenado. Es una especie de tragedia, no sé cómo se va a salir de esto. Siento que hay una saña muy particular que no pasa por revisar algo hecho para intentar corregirlo sino con el hacer daño, con destruir. El cine está paralizado. Quizás las provincias, apostando a ciertos programas de incentivo, logren que algo se dinamice. Vivimos una locura, por eso el año pasado estuve muy paralizado. No podía creer que se haya instalado que todos nosotros, los actores, somos unos vagos que dependemos de un subsidio, pero lo consiguieron. Gran parte de la población lo piensa y es muy triste. Por otra parte, a mí siempre me interesaron las películas que no se están pudiendo hacer. El cine comercial seguirá existiendo asociado con las plataformas, pero el universo de películas más pequeñas que, teóricamente no le interesan a nadie, son las que yo quiero hacer. No todo funciona con la lógica del mercado.

-En medio de este complejo panorama estás ensayando una obra de teatro.

-Estoy preparando Madre ficción, de Mariano Tenconi Blanco, que se estrenó en Uruguay. Los dos Marianos [por Pensotti y por Tenconi Blanco] me llamaron con un día de diferencia con dos obras que habían hecho afuera y que, ahora, se montan en Buenos Aires de manera independiente. Acepté las dos. Reconozco que no me hizo bien no hacer teatro el año pasado, fue un momento un tanto dark. Por eso me la pasé tomando clases con Ana Frenkel, Andrés Molina, Flor Vecino y hasta uno de pintura con Daniel Santoro.

Patricio Aramburo y Diego Velázquez, en medio del juego de espejos que propone la obra Una sombra voraz

-¿Y qué pasó con aquel otro curso de lenguaje de señas que tomabas?

-Lamentablemente lo tuve que interrumpir. En un recreo de cuando estaba tomando clases fue cuando me llamaron para contarme lo del Festival de Cannes y tuve que dejarlo. Una sombra voraz también nació de un momento de no saber muy bien qué hacer y de necesitar probar otra cosa.

En la obra que se presenta en Dumont 4040, los dos personajes, Julián, el hijo del escalador cuyo padre murió en las alturas -que interpreta Patricio Aramburu- y Manuel, el actor que recrea esa expedición -a cargo de Diego Velázquez-, también atraviesan momentos inciertos de sus vidas; necesitan probar otras cosas.

Para agendar

Una sombra voraz. Sala: Dumont 4040, Santos Dumont 4040. Funciones: sábados, a las 2o. Entradas: 22.000 pesos

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