Donato De Santis lleva 25 años con su mujer, Micaela Paglayán, y tiene dos hijas, Raffaela y Francesca. Su historia de amor empezó con el nuevo siglo y fue ella quien dio el puntapié inicial.
En el 2000, Donato estaba recién llegado de Miami, donde vivió y trabajó algunos años, y daba sus primeros pasos en televisión, en el canal El Gourmet. Micaela estudiaba diseño textil y era muy fan de la gastronomía, por lo que solía ver programas de cocina. Haciendo zapping lo vio y quedó prendada de él, probó la receta que había dado el chef, le salió bien, y se propuso conocerlo. Se le ocurrió mandarle una carta perfumada con su número de teléfono, y algunos regalos como inciensos exóticos y un CD, y se la envió al estudio donde él grababa.
“Ella me conoció a mí, me quiso conocer. Me vio en la televisión y dijo que le gustaba… Lo que me llamó la atención es que eran los inciensos que yo, que soy budista, usaba y acá no se conseguían. Hasta pensé que era una broma. El texto de la carta era muy auténtico, genuino y su sinceridad me conmovió… Fue como si me hubiera escaneado, y evidentemente me había escuchado y observado. Me dio curiosidad y me atrajeron su pureza y esa decisión también. A los pocos días la llamé y me acuerdo que ella pensó que era una broma, como me pasó a mí cuando recibí la carta. Quedamos en que viniera al estudio a presenciar una grabación y cuando nos vimos hubo un flechazo (risas). Fue recíproco. Entonces la primera cita fue esa, en el estudio de El Gourmet”, contó De Santis en una entrevista con LN+.
Lo que siguió fue una crónica anunciada después de semejante encandilamiento mutuo. Fueron a tomar un café y Donato se sinceró contándole que estaba en una situación sentimental complicada. Pero iniciaron una amistad: “Pasó el tiempo, seguimos charlando, yo resolví mi situación y empezamos nuestra historia de amor. Cuando una mujer seduce y demuestra su interés, tiene un condimento especial. Un gran atractivo que me hizo bien. Yo venía de una situación con tempestades, y sentí esperanza. Fue un estímulo interesante que no quise dejar pasar. Costó establecernos, pero ganó el amor”.
Se casaron en el 2004, fueron padres de Raffaela y Francesca y se convirtieron en socios de la empresa familiar que crece cada día más. “La nuestra es una unión de dos personas que supieron usar la inteligencia, y un background cultural interesante, porque ella es de origen armenio y yo italiano. Nos fundimos en una misma búsqueda para disfrutar de nuestras historias”, contaba el chef en esa entrevista.
Claro que el amor y tantas cosas en común no impiden algunos desacuerdos. “Nos peleamos de la mañana a la noche, pero hay mucha atracción. Mi mujer tiene un costado artístico y una personalidad muy interesante. Tenemos un amor pasional e imperfecto. Por eso, cuando uno quiebra la balanza a favor del otro lo sentimos como un acto de amor puro, y entonces surgen la sensualidad y erotismo. Estamos lejos de una pareja ideal, ni queremos serlo tampoco. Micaela es mi amiga, mi amante, mi compañera. También mi antagonista, a veces. Es una mujer maravillosa con un corazón enorme, es muy sensible y protectora. Al mismo tiempo es muy independiente y alegre, y en cualquier reunión anima la fiesta más que yo. Son 25 años juntos y la valoro como tal. Yo no soy perfecto y ella tampoco, pero me emociona todavía”, aseguraba De Santis.
Alguna vez, ella también habló de la relación con su marido en La Once/Diez: “a Donato lo ven dócil, ameno, agradable, simpático y divertido… y es verdad que es así, pero también es una locomotora y una bomba que cuando explota, ¡agarrate! (risas). Y yo soy una mujer de armas tomar, indudablemente, y tampoco me guardo nada. Nuestros choques son fuertes, pero evidentemente nos sirven mucho”.
Un amor en Hollywood
Donato De Santis vivió varios años en los Estados Unidos, donde cocinó para varias celebrities y también dio clases de cocina. En una de esas clases en California conoció a la actriz Molly Ringwald, protagonistas de películas icónicas de los ’80 como El club de los cinco y La chica de rosa.
“Daba cursos de cocina y una de mis alumnas, que yo no sabía, era Molly Ringwald. Y tuvimos una muy breve relación. En ese momento trabajaba en un conocido restaurante de Melrose Place, la calle más importante de Los Ángeles, y Molly estaba despegando en su carrera. Luego de una clase, ella empezó a escribirme cartas y frecuentaba también ese restaurante. Iniciamos una relación, pero me acuerdo que el manager hizo de todo para que no saliera conmigo. Yo era un cocinero de poca monta y ella estaba a full”, recordó de Santis hace unos años en PH Podemos hablar, el ciclo que emitía Telefe.