¿Dónde está Ben Stiller? Es el director de una de las series del momento y va camino a romper todo en los Emmy

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Si hay alguien que sabe de vidas divididas, ese es Ben Stiller. Sus primeros años en la televisión -en shows como Kate & Allie o American Playhouse– fueron apenas un coletazo de la fama de sus padres, los comediantes Jerry Stiller y Ann Meara del dúo Stiller & Meara -famoso en programas como los de Ed Sullivan en los 60-, que hizo de sus nombres una marca de humor y estilo. En los años 90, Ben despegó en la dirección con películas como Generación X (1994) y El insoportable (1996), reflexiones oscuras y divertidas sobre los nuevos tiempos para las relaciones amorosas y la convivencia social, mientras como actor se convertía en una estrella en ciernes: primero, Loco por Mary (1998), con Cameron Díaz, bajo la dirección de los hermanos Farrelly, luego la explosión tardía de Zoolander (2001) en la que cumplía la doble tarea delante y detrás de cámara. Una dualidad fructífera y reveladora que se cristalizó en los 2000, dividido entre sagas como La familia de la novia (2000) y Una noche en el museo (2006), y proyectos de dirección más personales como La vida secreta de Walter Mitty (2013). Un hombre que hoy regresa en esa faceta de creador astuto, de observador sagaz de la realidad contemporánea, en una serie que puede convertirse en la gran ganadora de los Emmy de esta temporada.

Severance asomó como una apuesta audaz y sugerente en 2022. La historia se concentraba en la doble vida de Mark Scout (Adam Scott), empleado de la empresa Lumon Industries que dedica sus horas laborales al almacenamiento y control de datos y a la monótona circulación por un monumental edificio, un diseño impersonal y minimalista en sintonía con la actividad que realiza. En la primera temporada, descubríamos que Mark había decidido escindir su conciencia entre ese yo laboral -bautizado como ‘innie’- y su yo privado -su ‘outie’- debido a la muerte de su esposa y al doloroso duelo que atravesaba. Las horas que pasaba fuera de la empresa transcurrían en la absoluta inconciencia de lo que ocurría puertas adentro de Lumon, el sentido de sus secretas operaciones y el extraño motivo de la fractura de conciencia de todos sus empleados. Junto a Mark, sus compañeros Dylan (Zach Cherry), Irving (John Turturro) y Burt (Christophen Walken) también vivían en la ignorancia del mundo del afuera hasta que un terrible descubrimiento abría para siempre las compuertas.

Los misterios de Severance

Creada y escrita por Dan Erikson -sin demasiados pergaminos en la televisión-, Severance es mérito de la audacia de Stiller en la lectura de los tiempos actuales y en la exploración de mundos de ficción que puedan representarlos. En su juventud encontró en la comedia más negra y absurda una lectura vital para comprender las relaciones amorosas de los veinteañeros que intentaban lidiar con el desencanto del compromiso y los males de la posmodernidad que llegaron con el fin de siglo. Las comedias hilarantes de los Farrelly, desde la fundante Loco por Mary y sus gags escatológicos, hasta las siguientes más integradas al mainstream como La mujer de mis pesadillas (2007), marcaron la explosión de la comedia física en la persona de Stiller, que se proyectaría en un control del universo visual ya evidente en la película de Mitty que lo tuvo como protagonista, y en la incursión en la televisión en estos últimos años, que lo han convertido en uno de sus creadores más interesantes.

La segunda temporada de Severance, estrenada en Apple TV en enero pasado, ofrece una vuelta de tuerca al universo de Lumon Industries y a esa tensión entre el adentro y el afuera del mercado laboral, las complejidades para lidiar con sentimientos como el duelo o el desamor, y el retrato de un tiempo incierto en la amalgama de todos los aspectos de nuestras vidas, a menudos separados como en una perversa división del trabajo que se extiende al sentido de la vida. Pero para Mark esos interrogantes se extienden al deseo, también escindido luego de los descubrimientos del final de la primera temporada, y se contagian a varios de sus compañeros: el sentido de la lealtad, la verdadera dimensión de la tarea en Lumon, la confección de una identidad en crisis a partir de lo escondido. Todos son dilemas que el programa esparce sobre un tiempo presente signado por la opacidad y la incertidumbre.

“Creo que la serie tiene sus fundamentos en la comedia laboral, en series como The Office o Parks and Recreation, en películas como Enredos de oficina (1999) [de Mike Judge]. Esta temporada exploramos lugares más extraños, pero eso también forma parte del viaje que propone la historia: no podemos quedarnos haciendo lo mismo”, revelaba Stiller en una entrevista con The New York Times de enero pasado. “Pese a ello, el corazón de la serie es el mismo: estas personas están en un espacio laboral, haciendo un trabajo que no entienden; no saben quiénes son ni por qué están ahí. Para mí, ese siempre ha sido el punto de partida”. Esa idea que alimenta el espíritu de la serie, y que en definitiva plantea el dilema de las dos versiones de Mark, su ‘innie’ y su ‘outie’, y el destino que cada una asumirá, refleja las propias dualidades del sistema de Hollywood que Stiller conoce desde adentro y con el que ha lidiado tantos años. Una industria que, al igual que la enigmática Lumon, se hace opaca en sus motivaciones, envuelve sus decisiones en eufemismos sobre el negocio y en los vaivenes del gusto popular.

“Es difícil encontrar en Hollywood una explicación concreta del porqué se hacen o no las cosas”, reflexiona el actor y director de otro de los éxitos de su carrera, Una guerra de película (2008). “Cuando presentás un proyecto, nunca te explican por qué toman tal o cual decisión. O, si lo explican, generalmente no es la verdad. Es un cliché de Hollywood, pero en cierto modo es verdad. Todo el mundo dice sí y no significa sí, significa no, o déjame pensarlo; ahora más que nunca. Después de la pandemia y la huelga de actores y productores del 2023, es más caro hacer cosas que supongan riesgos, y aquellos que toman las decisiones intentan conservar sus empleos y averiguar cómo hacer que las cosas funcionen sin peligros. Y eso se traduce en restricciones y opciones más seguras”. La relación de Stiller con la industria sufrió los altibajos de su popularidad en las distintas épocas, de la esquiva valoración de la comedia y de su interés nunca menguante por la dirección. Severance no es un punto definitivo de llegada sino aquel que combina los hallazgos de esa larga y ardua travesía.

Parte del elenco de la serie actuó en vivo para promocionar la segunda temporada

La comedia no es para todos.

“Recuerdo que en la década del 90 un día abrí el Los Ángeles Times y había una carta de lectores que decía: ‘Querido Dios, por favor deja de poner a Ben Stiller en comedias’. Entonces pensé, ‘Estoy aquí, no me importa, me encanta hacer lo que hago’, pero en retrospectiva puedo decir que fui parte de algo importante para la industria, más allá de esas resistencias, de esas opiniones disidentes, sin poder definir del todo cuál fue el espíritu de la época. Las comedias de la década de 2000 tenían identidad, tenían un tono, y hubo muchas cosas geniales en esas comedias que ahora ya no tenemos. No sé si hoy se podría recrear eso”, explica en relación a lo que se llamó la Nueva Comedia Americana, un período de esplendor de aquel estilo clásico que combinaba slapstick y romanticismo, una pizca de cinismo posmoderno y un amplio retrato de las crisis identitarias de esos años. Ben Stiller fue en esos años alguien que llegaba al mundo de la comedia para ser burlado, para sufrir indignidades como las que habían asediado a los grandes cómicos silentes, desde Chaplin a Buster Keaton, y salir airoso, aunque machucado por los golpes recibidos.

En esa línea podemos pensar a los novios atribulados de Loco por Mary, La familia de mi novia y Mi novia Polly (2004), sujetos a los mandatos de la familia y la responsabilidad pero ajados por las excentricidades de un entorno que tendía a ir hacia la más delirante explosión. Esa lógica definía un poco la idea del ‘mundo contra mí’, que había sostenido a la comedia muda, pero en la que el personaje de Stiller intentaba mantenerse firme y respetuoso, aunque a su alrededor todo se viniera abajo. La escatología de los Farrelly podía dar pie al absurdo en el universo de Wes Anderson, en el que incursionó en Los excéntricos Tenebaum (2001), otro hito del derrotero de los 2000. Y además de esos directores, fue estrella de un variado abanico de exponentes del indie, desde Neil LaBute en Your Friend and Neighbors (1998), a Noah Baumbach en Greenberg (2010) y Los Meyerowitz: La familia no se elige (2017), pasando por Mike White en Brad’s Status (2017), no estrenada en Argentina. Su nombre era sinónimo de un éxito no a menudo reconocido por las contribuciones realizadas en un terreno menospreciado como el de la comedia.

Por ello como director validó esos tímidos pergaminos y asimiló ese personaje que luego consagraría en un hombre tímido, a menudo en situación de desventaja. El insoportable, su segunda película como director luego de la exitosa Generación X, exploraba esos ambiguos sentimientos en el personaje de Matthew Broderick, víctima incierta del técnico de cable que interpretaba James Carey, también en la cresta de la ola de su propia fama. La tensión que subyacía a esa sátira implacable, liderada por un hombre agresivo y avasallante, que hacía de su prepotencia un arma letal, originaba un juego de desigualdades y una virtuosa reflexión sobre el sufrimiento que aguarda debajo de la risa. La siguiente apuesta fue por la sátira del mundo de la moda en Zoolander, película convertida en culto, termómetro de aquellos años de glamour impostado y de atracción por una celebridad vacía, que Stiller anticipó y convirtió en un universo propio. “Curiosamente Zoolander no fue un éxito cuando salió, quizás porque era un personaje todavía demasiado raro. Pero con el tiempo se aclimataron a él y el humor funcionó”, señala sobre una de las películas que lo hicieron inconfundible.

Zoolander 2

La madurez, la música y el desembarco en la televisión.

Después de aquellos años iniciales de éxito en las comedias de fines de los 90 y comienzos de los años 2000, Ben Stiller se asimiló al mainstream: primero en la saga de La familia de mi novia, luego en Starsky &Hutch (2004), bajo las órdenes de Todd Phillips -en ese frenesí de reflotar viejos éxitos televisivos-, más tarde puso la voz en Madagascar (2005) -y en sus secuelas-, y finalmente encarnó una nueva saga en sintonía con su predilección por la historia y los museos, Una noche en el museo (2006). Fue en ese tiempo que la llamada Nueva Comedia Americana empezaba a encontrar sus límites, sus repeticiones, su inevitable desgaste. El cine de Adam Sandler había agotado el personaje del torpe simpático, Jim Carey había reinventado una y otra vez al canalla desenfadado, los Farrelly habían hecho chistes de secreciones, obesidad y personajes maniáticos hasta el hartazgo. Stiller encontraba en la bisagra del 2010 un atractivo posible en el indie y su cine como director acusaba esa inquietud en una película notable -e incomprendida- como La increíble vida de Walter Mitty. Un hombre de mediana edad debía lidiar con cuestiones esenciales de la vida.

“Por aquel entonces volví a Nueva York, llevaba 20 años viviendo en Los Ángeles y quería pasar más tiempo en mi ciudad de origen, en mi casa. Quizás el verdadero cambio de perspectiva llegó con Zoolander 2. La sensación fue: ‘Todo el mundo la quería, entonces la hice, y… ¡ahora nadie la quiere!’. Yo me decía a mí mismo: ‘¡Pero me dijeron que la querían! Y, realmente, ¿tan mala fue?’. Entonces decidí hacer otras cosas y no salir corriendo si alguien me ofrecía Zoolander 3. Pero Zoolander 2 me dio el regalo de que nadie me ofreciera Zoolander 3”, concluye entre risas. En ese nuevo camino llegó el regreso a la televisión, que había sido el medio donde se inició, siguiendo la fama de sus padres, allá por fines de los años 80. “Cuando era joven, quería ser un director serio. Luego, cuando descubrí la comedia, no era lo que ellos [los padres] hacían, era Saturday Night Live. Recién cuando fui mayor pude apreciar el valor de lo que hacían”. La televisión había cambiado desde aquellas sitcoms que ilustraron el humor de impronta clásica, y esta era dorada ahora en crisis le daría la oportunidad para reinventarse.

Después de la oscura Fuga en Dannemora (2018), para Showtime, Ben Stiller consiguió un éxito y reconocimiento excepcional con Severance, que en 2022 le valió la suma de 14 nominaciones al Emmy, de las cuales obtuvo dos premios menores (diseño de títulos y música original). “Si de música se trata -concluye, dejando abiertas las expectativas sobre lo que vendrá- hay un episodio de la nueva temporada en el que alguien, y no está claro quién, camina y silba ”The Wreck of the Edmund Fitzgerald» de Gordon Lightfoot. Quizás la letra de esa canción sea una clave para descifrar lo que pretenden Severance y Lumon. Pero no diré nada más. Quiero dejar todas las opciones abiertas. Además, soy fan de Gordon Lightfoot y ya utilicé “Carefree Highway” en Fuga en Dannemora. Espero poder utilizar siempre su música porque es uno de los grandes artistas de nuestro tiempo”. Después de tres años de espera, el 2025 podría ser el de la verdadera consagración. Los misterios de Severance y sus contraseñas musicales siguen los designios del propio Ben Stiller, un artista también grande de éste, nuestro tiempo.

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