Antonio Hermosín Gandul
Nagasaki (Japón), 3 ago (EFE).- Con cinco siglos de antigüedad, dos árboles alcanforeros situados en un santuario de Nagasaki son venerados como los testigos más longevos del ataque atómico de la ciudad en 1945, y pese a que fueron dados por muertos tras quedar deshojados y carbonizados por la bomba que explotó a unos 800 metros.
El santuario de Senno corona una de las muchas colinas que conforman la orografía de Nagasaki. El perfil montañoso de la ciudad y su ubicación en una ría tuvieron un efecto de contención de la explosión de la bomba, evitando que una mayor superficie se viera afectada, pero también concentraron su efecto destructivo alrededor del hipocentro.
El artefacto «Fat Man» lanzado por un B-29 estadounidense a las 11:02 hora local del 9 de agosto de 1945 causó la muerte instantánea de entre 40.000 y 70.000 personas, cifra que durante los años posteriores crecería hasta más de 195.000 personas, incluyendo los fallecimientos por heridas y enfermedades relacionadas con la radiación, según datos del Gobierno municipal.
La bomba, con una potencia de 21 kilotones de TNT, detonó desencadenando temperaturas estimadas de entre 3.000 y 4.000 grados en el hipocentro, capaces de vaporizar a personas u objetos próximos a la «zona cero».
Uno de cada tres edificios de la ciudad fueron completamente destruidos dentro de un área arrasada de 6,7 kilómetros cuadrados, entre ellos el citado santuario sintoísta, cuyos orígenes se remontan a comienzos del siglo XVII.
La única estructura que quedó en pie del complejo fue uno de los dos pilares que componen uno de sus ‘torii’ (puerta que da acceso a un recinto sagrado), y con su eje ligeramente inclinado por la explosión, a la que resistió gracias a su ubicación en paralelo.
Los visitantes aún pueden contemplar hoy día en este mismo estado el ‘medio torii’ al final de unas empinadas escaleras en la zona norte de Nagasaki, y a su lado, el segundo pilar que se conserva cerca del punto donde se derrumbó y otros restos de su estructura.
Tras cruzar esta puerta y subir otro tramo de escaleras se hallan los dos alcanforeros con troncos de seis y ocho metros de circunferencia y de unos 20 metros de altura, considerados entre los mayores de la ciudad.
«Ambos fueron carbonizados y quedaron escindidos en la parte superior de sus troncos como resultado del bombardeo», explica Katsunosuke Funamoto, sacerdote principal del santuario, durante una visita de EFE al lugar el mes pasado, en el marco de un tour organizado por el Club de Prensa Extranjera de Japón.
«Perdieron todas sus hojas y la mayoría de sus ramas, salvo las más gruesas. Todo el mundo los dio por muertos», relata Funamoto mientras muestra una placa conmemorativa que incluye una fotografía tomada poco después del bombardeo, donde las siluetas retorcidas y oscuras de los árboles sobresalen en medio de un paisaje devastado.
«Unos dos años después del bombardeo, comenzaron a aparecer pequeños brotes verdes. Sus ramas volvieron a florecer poco a poco, y hoy día se abrazan en una gran copa de una anchura de 40 por 25 metros», afirma el sacerdote.
Los alcanforeros, con una antigüedad estimada de entre 500 y 600 años y rodeados de ‘shimenawa'(cuerda empleada para proteger espacios u objetos sagrados en el sintoísmo), y junto al ‘medio torii’, continúan alzándose como testigos silenciosos del bombardeo de Nagasaki de hace ocho décadas. EFE
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