
Cerca de las 14:15 del 1 de noviembre de 1950, Oscar Collazo y Griselio Torresola, dos nacionalistas puertorriqueños, se dirigieron con pasos firmes hacia la Blair House con un objetivo determinado: atentar contra la vida del presidente Harry S. Truman.
En ese momento, Truman vivía en ese edificio ubicado frente a la Casa Blanca, ya que su residencia oficial estaba siendo sometida a renovaciones profundas. Una serie de disparos y movimientos desesperados marcaron el inicio de uno de los incidentes de seguridad más importantes de la historia presidencial de Estados Unidos.
En la planificación previa, los atacantes buscaron actuar en sincronía, aproximándose desde lados opuestos del edificio. Collazo, de 37 años, portaba una pistola Walther P-38 de 9 mm, mientras que Torresola, de 24, llevaba una Luger también de 9 mm.

Según el relato de Collazo durante el juicio, la decisión de actuar aquel día obedeció más a una expectativa incierta que a una certeza, pues afirmaron que “simplemente se la jugaron” suponiendo que Truman se encontraría en la residencia cuando lanzaron el ataque. En esos instantes, el mandatario descansaba en la planta alta, tomando su siesta habitual antes de prepararse para acudir a una ceremonia de homenaje en Arlington Cemetery.
El ataque comenzó cuando Torresola llegó al puesto de guardia en el lado oeste de la entrada. Sacó su arma y disparó a quemarropa en tres ocasiones contra el oficial de la policía de la Casa Blanca, Leslie Coffelt, quien resultó gravemente herido y cayó en el sitio. Mientras tanto, por el lado este, Collazo subió las escaleras dispuesto a abrirse paso. Cuando intentó avanzar hacia la puerta principal, se topó con la presencia de un policía que bloqueaba el acceso. Collazo intentó disparar, pero la pistola no se activó enseguida: el seguro seguía puesto. Al liberarlo, finalmente logró efectuar un tiro que impactó en la pierna del oficial Donald T. Birdzell.

Desde el interior de la Blair House, el agente del Servicio Secreto Stewart Stout tomó un subfusil automático Thompson, preparándose para frenar a los asaltantes. Al mismo tiempo, Collazo, viendo la posibilidad de alcanzar la puerta principal, intentó avanzar, pero tuvo que enfrentar los disparos del policía P. Davidson y del agente del Servicio Secreto Floyd Boring, ambos apostados cerca del acceso este. Hubo una intensa balacera. Collazo se detuvo solo para recargar su arma y, poco después, cayó al suelo tras recibir un tiro en el pecho efectuado por el agente Boring.
En el otro flanco de la residencia, Torresola logró disparar a otro agente antes de devolver la atención a su compañero. Su objetivo era socorrer a Collazo, pero Leslie Coffelt, quien agonizaba en el suelo del puesto de guardia, logró levantar su arma y, con un disparo certero, alcanzó a Torresola en la cabeza. Este tiro resultó fatal y acabó de inmediato con la vida del atacante. Coffelt también murió ese día.

Al registrar el cadáver de Torresola, los agentes hallaron una carta firmada por el líder nacionalista Pedro Albizu Campos. En ella, Albizu otorgaba total autonomía a Torresola para asumir la dirección del movimiento independentista en Estados Unidos “si por alguna razón fuera necesario”. El texto afirmaba: “Dejamos a tu elevado sentido patriótico y juicio sano todo lo referente a este asunto”.
Por su parte, Collazo sobrevivió a sus heridas y fue inmediatamente arrestado. Posteriormente, durante su juicio, alegó que el tiroteo tenía el carácter de una manifestación destinada a conmocionar a la sociedad estadounidense hasta el punto de provocar la independencia de Puerto Rico.
En sus palabras, ni él ni Torresola tenían la intención de matar a nadie, aunque reconoció que actuaban por órdenes de Pedro Albizu Campos, quien lideraba el Partido Nacionalista Puertorriqueño. El propio Collazo admitió que originalmente planeaban reunir un grupo de cuatro personas, pero finalmente solo él y Torresola participaron en la acción.

El mismo Harry S. Truman reconstruyó el atentado en declaraciones hechas en 1961. “Lo recuerdo todo muy bien”, manifestó, relatando que en ese momento descansaba antes de acudir a una ceremonia en memoria de Sir John Dill. De acuerdo con sus palabras: “Escuchamos ruidos desde Pennsylvania Avenue que parecían explosiones de automóviles. Miré hacia afuera y le dije a mi esposa: ‘Alguien está disparando a nuestros guardias’. Miré de nuevo y vi a un policía gravemente herido en la calle. Saqué la cabeza por la ventana y pregunté: ‘¿Quién es ese?’. Un agente del Servicio Secreto respondió: ‘Vuelva adentro, señor presidente’”.
Truman relató también la muerte de uno de los agresores, explicando que un agente “de excelente puntería” mató a uno de los asaltantes “de un balazo que entró por una oreja y salió por la otra”. En su testimonio, el presidente expresó su juicio acerca de las motivaciones y la estrategia de los atacantes: “No sé en qué demonios pensaban esos idiotas. Si hubieran esperado como diez minutos, mi esposa y yo habríamos estado bajando por las escaleras principales de la Blair House, y no se puede saber qué habría sucedido”.
Según Truman, ambos atacantes “estaban ebrios”. Detalló que el entonces jefe del Servicio Secreto, Jim Rowley, le informó de ese estado y lo reprendió por haber mostrado la cabeza por la ventana en medio del tiroteo, recordándole los protocolos de su experiencia militar: “Cuando estaba en Francia y sonaba la alarma de bombardeo, ¿sacaba usted la cabeza?”, le preguntó Rowley. Truman admitió: “No, Jim, creo que no lo hice”. Truman había combatido en la Primera Guerra Mundial.
Sin embargo, diferentes testimonios de ese día presentan versiones distintas respecto a la presencia de Truman en la ventana durante el ataque. El agente Floyd Boring refutó más tarde esa versión, asegurando que el mandatario nunca se asomó. “Se ha dicho que el presidente Truman apareció en la ventana del piso de arriba, y se supone que yo le hice señas para que se retirara. Pero él nunca estuvo allí… Lo que realmente ocurrió fue que [Howard G. Crim] se acercó a la puerta principal, asomó la cabeza y yo le ordené: ‘¡Vuelva adentro inmediatamente!’”, narró Boring. Crim era el administrador general (Chief ujier) de la Casa Blanca en aquel entonces.

Después del atentado, Oscar Collazo fue sometido a juicio. Y pese a que intentó minimizar la intención homicida del acto, describiéndolo más como una protesta que como un plan de asesinato, el 7 de marzo de 1951 fue hallado culpable y condenado a muerte. Durante el proceso, mostró una disposición a enfrentarse al destino y llegó a mostrarse molesto cuando se pospuso la ejecución. La situación cambió en junio de 1952, cuando Truman conmutó la sentencia a cadena perpetua, mencionando que “fue sentenciado a morir, pero conmuté la condena a cadena perpetua porque esa era la ley en Puerto Rico —allí entonces no existía la pena de muerte”.
Collazo nunca quiso utilizar el beneficio de la libertad bajo palabra. En 1979 Jimmy Carter, que era presidente de Estados Unidos, conmutó la pena de Collazo que había pasado 29 años detenido. El boricua murió en 1994 a los 80 años.

El atentado frustrado contra Truman llevado a cabo por Collazo y Torresola dejó una huella clara en la memoria de los cuerpos de seguridad y de la historia presidencial de Estados Unidos. Se trató del episodio más violento, hasta ese momento, que involucró un intento directo de asesinato a un presidente en ejercicio cerca de la Casa Blanca. La rápida actuación de la Policía y del Servicio Secreto, sumada al infortunio y a la falta de profesionalismo de los atacantes —que ni siquiera comprendían completamente el funcionamiento de sus armas—, resultó determinante para evitar un desenlace fatal para el mandatario y su esposa. De ese hecho se cumplen 75 años.
