La palabra sibarita puede sonar un tanto anticuada pero, dada la pasión que el músico Ed Motta tiene por la producción audiovisual de las las décadas del 50, 60 y 70 del siglo pasado, bien vale para definir a este músico.
Este minino carioca es un gran coleccionista de vinilos (más de 30.000 ha sabido acopiar en las últimas décadas). También es fanático del comic, el té y el vino, especialmente de aquellas producciones de pinot noir salidas de la Borgoña francesa. También puede ser considerado un tipo casero, que prefiere disfrutar de esos placeres en la intimidad de su hogar. Pero, en definitiva, es músico, cuenta con quince discos editados en solitario, desde 1990, y cada tanto sale a defender esa música sobre los escenarios.
En el próximo mes tiene un show previsto en el Teatro Bradesco de San Pablo y otro en Deseo Buenos Aires, el 2 de julio, con entradas que ya están a la venta desde la web de la sala.
Si bien habrá canciones de su último álbum en el repertorio, Motta promete esa música que el público local quiere escuchar, porque conoce su funk, su jazz, su soul, desde hace décadas, con sus primeras venidas a la Argentina y sus festivos conciertos en La Trastienda.
Siendo un tipo casero, ¿qué lo motiva a dar conciertos fuera de Brasil? “En algunos casos es simplemente el placer de hacer música, de hacer arte -dice, semanas antes de subir al avión-. Pero también soy admirador de las cosas y las atmósferas de ciertos lugares. Buenos Aires está en ese círculo. Es una de mis ciudades favoritas en el mundo. Una de las más lindas, que tiene cosas que amo: un respeto con el pasado, con sus bares, restaurantes, con el diseño, con mucha madera y fileteado, con arquitectura tradicional. Tengo un gran respeto por la Argentina”.
Colección exquisita
Tanto es así que su colección musical argenta es tan variada como exquisita. No abreva en los lugares comunes ni en artistas hiteros. Adora el jazz de estas pampas, de las décadas del cincuenta y sesenta. Ama la música de Spinetta (“Incluso me gusta el disco que cantó en inglés, Only Love Can Sustain, y que a ninguno de ustedes les gusta”, dice con ancha sonrisa). “Colecciono jazz de Argentina”, dice y lanza nombres con verdadera cátedra de experto: “Chivo Borraro, Alfredo Remus, Jorge López Ruiz, Rodolfo Alchourrón”. Y los de las generaciones siguientes, como Andrés Boiarsky, un saxofonista que pasó muchos años en los Estados Unidos, país que Motta toma como gran referencia musical.
Porque lo cierto es que su funk no es el típico funk brasileño y su relación con el blues hace que en otras vidas quizás hubiera soñado convertirse en Johnny Winter. Ed larga una carcajada cuando escucha el comentario, al otro lado de la pantalla del zoom y agrega: “o Edgar”.
-¿También podrías haber sido su hermano Edgar?
Ajá. Yo siempre digo que tengo nacionalidad trans. Crecí amando la música norteamericana. No solamente la música; el cine que es una cosa que adoro, la literatura, todo.
-Pero no al punto de sentir que naciste en el país equivocado. ¿O sí?
-No. Porque Brasil tiene un humor peculiar. No es el humor inglés, ni el italiano, ni el norteamericano. Es completamente caótico y es lo que me gusta. Tengo lo que tengo por haber nacido acá, más allá de que cuando era niño quisiera ser Johnny Winter.
-Y no tu tío Tim Maia.
-No, porque comencé a escuchar música brasileña después del jazz, por ejemplo.
-Alguna vez te definiste como una persona más diurna que nocturna. Es curioso porque tanto la música como el vino son elementos más relacionados a la noche.
-Sí. Pero recuerdo mi época cuando escribía sobre vinos. Mis favoritos, los pinot noir autóctonos, son de la Borgoña. Y allí el momento correcto para una degustación es el día. La mañana. Porque se puede ver correctamente su color con la luz del día y porque son más vivos en el almuerzo. Me encanta el almuerzo, como cuando voy a Buenos Aires y disfruto de las mollejas y todas esas cosas. Me gusta la claridad del día. Es como un acorde mayor. También adoro el acorde menor, pero la noche me asusta un poco.
-Sin caer en tecnicismos, pero ¿a qué momento del día correspondería un acorde suspendido?
-Al crepúsculo. Está entre el día y la noche.
Hedonismo
-¿Es necesario un muy buen pasar económico para el coleccionismo o una gran pasión por el té y por los vinos? ¿O hay maneras económicas de cultivar esos placeres?
-Creo que el placer está en diferentes capas. Es obvio que lo más costoso tiene su cosa especial, pero también se disfruta de cosas simples, que no tienen una “calidad supuesta” o una condición gourmet. Mientras que intervenga el hedonismo… Y eso no tiene que ver con que algo sea muy caro o barato.
-Volvamos a las canciones. En la cultura afronorteamericana hay una leyenda fuerte que es la de blusero que hace un pacto con el diablo. Es curioso que tu primer álbum fuera titulado Un contrato con Dios (Um contrato com Deus).
-Sí, es cierto, Robert Johnson y el pacto con el diablo. Pero también tenemos el soul y su relación con el gospel. Lord (señor), mercy (piedad). En el caso de mi disco, en realidad, fanático como soy de los cómics, tomé el título de un cómic de 1978 de Will Eisner.
-¿Si tu carrera comenzara mañana harías un contrato con Dios, un pacto con el diablo o ninguna de las dos cosas?
-Sería independiente. Sería como nuestro Corto Maltés, que se parece a un cínico, se parece a un nihilista, pero es un humanista. Ama la vida y las personas.
-¿Reflexionaste alguna vez sobre cómo se amalgama la intelectualidad que te rodea y ese modo tan directo y simple con el que tu música muchas veces llega al público?
No, es natural. Pero sí son cosas que he escuchado en artistas como Stevie Wonder, Earth Wind and Fire o Steely Dan. Hay ritmo, hay groove, también hay en todo eso sofisticación armónica. Eso es algo que me encanta de la música argentina.
-Pero la música del Brasil también tiene una sofisticación armónica inmensa.
-[sonríe] Es cierto. El jardín del vecino siempre se ve más verde ¿verdad? Siempre uno está mirando al lado en vez de aquello que tiene en casa.