Poeta, ensayista, editor, factótum de revistas culturales como Arturo y Poesía Buenos Aires, vanguardista, excéntrico, de barba y pelo rojizos, con “andar teatral, de actor de comedia”, según Rafael Felipe Oteriño, y “autor de uno de los mejores y más deliciosos libros narrativos escritos por un poeta, Vida y memoria del Dr. Pi, en opinión de César Aira, Edgar Bayley murió el 12 de agosto de 1990, a los 71 años. Había nacido el 15 de diciembre de 1919 y era el hermano mayor del artista y teórico Tomás Maldonado y del biólogo Héctor Maldonado. Eligió firmar sus poemas con el apellido británico materno.
Pese a ser uno de los autores más influyentes de la poesía argentina a partir de la segunda década del siglo XX, su obra no está disponible en librerías. La última edición de Edgar Bayley: Obras (Grijalbo Mondadori), con presentación de Francisco Madariaga, prólogo de Rodolfo Alonso y estudio preliminar de Daniel Freidemberg, data de 1999 y está agotada. Y en Fondo de Cultura Económica no hay stock de Antología poética, con prólogo y notas de Jorge Aulicino.
“Por un lado, se lo considera a través de la función que, como precursor y agitador, cumplió en la poesía argentina, y, por el otro, se lo recuerda como un hombre estentóreo, ingenioso y ocurrente, cuyas actitudes frecuentemente desconcertantes recuerdan a los relatos del Doctor Pi -destacó Freidemberg-. Ninguna de las dos imágenes, sin embargo, da cuenta de lo que Bayley escribió […]. Leer y releer a Bayley, en cambio, es asistir al modo en que las esperanzas, los temores, las frustraciones, los hallazgos y los anhelos son puestos en juego por su escritura, o bien advertir la presencia de un tono, una voz y un estilo inconfundibles, así como de un sistema de obsesiones y una visión de las cosas. Es, también, paralelamente, atender a un riquísimo ir y venir de ideas como surgidas de una reflexión insomne, en la que la responsabilidad intelectual y el desprecio hacia cualquier posibilidad de simplificación pesan tanto como la fidelidad hacia ciertas intuiciones profundas, ese tesoro de hallazgos que para el pensador Bayley son, mucho más que certezas, misterios a indagar”.
Bayley, que no publicaba sus libros en los grandes sellos del circuito editorial, tuvo a su cargo la editorial Poetas del Subsuelo. En 1944, con Carmelo Arden Quin y Gyula Kosice, fundó Arturo (de un solo número) y, en 1945, en Invención 1 y 2, publicó poemas, cartas y manifiestos. Luego, colaboró en la publicación de los dos números de Arte Concreto Invención con artistas como Juan Melé, Ennio Iommi y Raúl Lozza. En 1948, intervino en el círculo de la revista Contemporánea, de Juan Jacobo Bajarlía, y se vinculó con artistas y escritores como su querido Madariaga, Julio Llinás, Enrique Molina, Olga Orozco, Aldo Pellegrini, Mario Trejo y Alberto Vanasco. En 1950, surge el influyente movimiento Poesía Buenos Aires, con la revista homónima, con Raúl Gustavo Aguirre y Nicolás Espiro, entre otros.
Tuvo una vida de artista de vanguardia del siglo XX, es decir, con ciertas dificultades económicas que no torcieron sus ideales. “No voy a aducir, para descargar responsabilidades, que he procurado adoptar un punto de vista poético, tanto para vivir como para manejar las palabras, y que de ese intento o propósito se deriva el modo como he vivido y he escrito”, sostuvo en el prólogo de Antología personal, de 1983.
En 2024, el escritor Mario Nosotti publicó la biografía Edgar Bayley. La música vendrá (Goy & Magog, 24.000). “La idea de hacer algo con él venía de lejos, desde la adolescencia en que lo leía deslumbrado; algo de esa voz y esa postura frente al mundo me convocaban -dice Nosotti-. Hablé con amigos, familiares, gente cercana, para abordar su vida personal que era muy poco conocida, y también fue clave el vínculo con su hija, que me permitió acceder al archivo personal. Lo más arduo fue empaparme sobre publicaciones, disputas teóricas, manifiestos, arte concreto. Es notable la cantidad de espacios en los que Edgar participó, central o periféricamente”. El volumen incluye fotos de archivo y una selección de poemas.
Tras la muerte de Susana Maldonado el año pasado, los papeles de Bayley quedaron en manos de Edgardo Maldonado, el segundo hijo del poeta y Matilde Schmidberg. “Escribía casi siempre a máquina -cuenta Nosotti-. En sus archivos encontré unas libretas diminutas, de esas para llevar en el bolsillo, llenas de anotaciones, poemas, citas e ideas. Él mismo cuenta que primero anotaba una instancia valiosa, algo que observaba o se le ocurría y después venía ‘la administración de la palabra poética’”.
Bayley fue, dice Nosotti, “básicamente un autodidacta, un lector incansable de poesía universal que tuvo el buen tino de rodearse de gente irreverente y talentosa; estaba en los lugares donde se gestaba lo nuevo, aquello que buscaba romper las estructuras; había en él un ánimo vital que lo empujaba a ir más allá de lo establecido”. Por figuras como Bayley, la rueda de la poesía sigue girando.
En su juventud, a mediados de los años 1940, entró en contacto con referentes de la vanguardia artística. “En eso su hermano Tomás [que emigró a Alemania en 1954] fue un nexo inestimable -dice Nosotti-. Desde entonces y durante toda la década de 1950 Bayley construye una amplia red de relaciones, con el grupo de Poesía Buenos Aires y con los poetas del riñón surrealista como Aldo Pellegrini, Juan Antonio Vasco, Enrique Molina y Francisco Madariaga”.
Se le atribuyó la paternidad del “invencionismo”, que luego redefiniría. “Tenía un evidente afán de búsqueda, de indagación sobre sí mismo y sobre la realidad, esa cosa vital de hacer de la poesía una experiencia, y también le interesaba comunicar, llegar al otro -dice Nosotti-. El invencionismo fue un intento de renovación radical de la práctica artística, y tuvo su epicentro en Buenos Aires a mediados de los años cuarenta. La actividad de Bayley como teórico, poeta y activista inicia en ese momento. El invencionismo se propuso terminar con el arte representativo, quería que el objeto artístico fuera en sí mismo una realidad autónoma. Buscaba incluso ir más allá del arte abstracto y la poesía de vanguardia, que seguían teniendo como referente algún tipo de realidad exterior. La propuesta de Bayley y su hermano era trabajar con elementos puramente artísticos, un arte sin punto de contacto con las escuelas figurativas”.
“También fue un pensador de la poesía y el trabajo del poeta: de dónde surge el poema, qué fuerzas se ponen en juego, hasta qué punto el poeta controla ese proceso, todo eso se pregunta -señala el biógrafo y también poeta-. Siempre le preocupó que la teoría no ahogara el fulgor del poema. Era meticuloso, rodeaba con mucho esmero el fenómeno poético, y también admitía que finalmente, cuando el poeta escribe está solo”. Los ensayos de Bayley se reunieron en Realidad interna y función de la poesía (1966) y Estado de alerta y estado de inocencia (1989) y su voz estentórea está disponible en YouTube.
“Quise escribir una biografía que diera cuenta del contexto de varias décadas de la poesía argentina, y también quise alcanzar algo de la verdad de ese hombre, sus amistades, sus pasiones, su humor, su soledad -concluye Nosotti-. Me gustaría también acercar a nuevos lectores a este poeta que, como muchos otros, es más nombrado que leído”.
Una de sus amistades fue la escritora Paulina Vinderman. “Fue un grandísimo poeta y un faro en la poesía argentina -dice a LA NACION-. Su pasión y su lucidez fueron un ejemplo, una guía. Recibía a los jóvenes que éramos con generosidad y nos trataba de igual a igual. Era un maestro a su pesar; lo era por ósmosis. Brillaba como la estrella Arturo que nombró su primera revista literaria, y dirigió con Raúl Gustavo Aguirre esa maravilla que se llamó Poesía Buenos Aires, que abrió las puertas a la poesía del mundo entero con traducciones y reseñas. Más que una revista fue un movimiento, en el que participaron pintores y músicos. La poesía dejaba de ser una cenicienta en el arte y llegaba al palacio sin calabaza. Riguroso, ético, su crítica podía ser aguda pero siempre fundada en una lectura muy profunda, jamás superficial”.
En los poemas del autor de La vigilia y el viaje, dice Vinderman, “mora la vida, celebrada con su hermosura y su dolor, sin sentimentalismo; en Arte Concreto Invención, la asociación fundada por su hermano Tomás, hablaban de una relación directa con las cosas”.
“Cuando leía o reflexionaba, sobre mi mesa parecía surgir un fuego que iluminaba la habitación -recuerda Vinderman-. Ese fuego está para siempre en sus poemas y en nuestro corazón. Excepcional su aventura y su inteligencia. Tal vez lo sabíamos pero nadie nos lo había dicho con tanta belleza en el poema ‘Es infinita esta riqueza abandonada’: ‘no esperas nada / solo la ruta del sol y de la pena / nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada’”.
La escritora Alicia Dujovne Ortiz fue pareja de Bayley en la década de 1970. “Cuando Edgar dijo, en uno de sus poemas, ‘siempre me ha tentado la claridad’, en realidad hablaba de su labor como poeta -dice Dujovne a este diario, desde París-. Fue su característica: solemos relacionar la tentación con lo oscuro, mientras que ‘meridiano’, uno de los pocos adjetivos presentes en su obra, a la que él mismo llamaba ‘sustantiva’, designan la luz del pensamiento. A diferencia de Francisco Madariaga o Enrique Molina, poetas intuitivos, Edgar fue un pensador de la poesía. No un teórico, pese a sus ensayos, sino un creador que se apoyaba en certidumbres nítidas, por no decir absolutas, estructuradas alrededor de un eje: la fraternidad. La ‘riqueza abandonada’ que no terminará nunca es riqueza de todos”.
Un poema de Edgar Bayley
Un lugar entre los hombres
Para poder hablar
solamente para eso
para que tu palabra
mereciera tu propia confianza
te has abierto a todo
has extendido tus propiedades
Para que ninguna línea escrita por tu mano
ninguna palabra dicha
en baja o alta voz a los vecinos
mereciera la sospecha
de un amaño
o de trabajada impostación
para poder nombrar
de torpe modo
la torpe vida
o la brillante y altanera
has mezclado tu acento en el tumulto
y has perdido o ganado tu silencio
un lugar entre los hombres
De Ni razón ni palabra, 1961