Edit Beraldi, la “guardiana de Carlos Gardel”: es martillera y dedica su vida a cuidar el mausoleo del Zorzal Criollo

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De misterios está hecha la existencia. Y también la manifestación de lo intangible. Mientras Edith Beraldi conversa con LA NACION, un zorzal revolotea a los pies de la sepultura que cobija los restos de Carlos Gardel, el más significativo de los cantores, uno de los emblemas más notorios de la argentinidad, que murió un 24 de junio, hace noventa años.

Beraldi forma parte de la Fundación Internacional Carlos Gardel, que preside Walter Santoro, y es integrante de la Comisión Mausoleo que se encarga del cuidado y mantenimiento del lugar donde descansa Charles Romuald Gardès, el ilustre nacido en Toulouse, Francia, el 11 de diciembre de 1890.

La mujer da testimonio de las más elocuentes experiencias que genera la admiración hacia la figura más relevante del tango argentino. Cartas con pedidos de toda índole convierten a Carlos Gardel en un santo pagano. No son pocos los que arrojan las cenizas de sus seres queridos, convirtiendo la cripta en un cinerario reverencial. Y, desde ya, los entendidos saben que encender un cigarro y colocarlo entre los dedos del monumento que replica la imagen del insigne es una apuesta a la buenaventura.

Los sábados, el mausoleo del camposanto de la Chacarita se encuentra abierto al público

Un hombre pasa caminando y se persigna. Un vehículo se detiene a metros y los cristales permiten observar cómo un abuelo les explica a dos adolescentes que viajan con él sobre el significado del artista en la cultura nacional. Allí está Carlos Gardel.

Y si la verdadera muerte es la ausencia del recuerdo, podría decirse que el francés más argentino permanece tan vivo como durante sus escasos 44 años de existencia terrenal. Los suficientes para convertirse en una figura gigante que refundó con mayúsculas el tango rioplatense y cuya trágica partida lo transformó en un mito.

Carlos Gardel es como un miembro de mi familia. Siento un amor fraterno por él, me hubiera encantado ser su hermana, haber podido cuidar de Doña Berta, su mamá, cuando pasó lo que pasó”, reflexiona Edith Beraldi, quien, una vez por semana, desanda el recorrido entre su barrio, en el sur del conurbano bonaerense, y el Cementerio de la Chacarita, para realizar esa tarea tan valorada y que se convierte, en gran medida, en el sentido de su vida.

Edith Beraldi posa frente al mausoleo de su admirado cantor

“Soy feliz acá, los sábados son sagrados en el cementerio”, confiesa la mujer que alterna su profesión de martillera con la grafología, y agrega: “Me emociona mucho pensar en la tragedia por la cual murió Gardel, me llega mucho”.

Morir para vivir

El camposanto de la Chacarita, a la hora de la siesta, se encuentra muy poco transitado. El cielo celeste refulgente y el sol radiante le dan calidez a la caminata hasta esa esquina donde descansan los restos de “Carlitos” y Doña Berta.

Se respira paz en ese trayecto de varias cuadras donde, de a poco, se van perdiendo los sonidos de la terminal ferroviaria y el ajetreo de decenas de líneas de colectivos que se concentran frente al pórtico imponente del cementerio. Los no impresionables hasta podrían encontrar en esas cuadras de edificios -panteones de exquisita arquitectura- un espacio para la meditación y el encuentro con el propio ser.

“La gente me considera la guardiana de Gardel”, sostiene Beraldi, mientras, llave en mano, comienza a abrir la puerta labrada que permite el descenso hasta el subsuelo donde se encuentran los ataúdes que cobijan los restos de ese hijo trascendente y de esa madre que lo sobrevivió ocho años.

Un rayo de sol se filtra hacia el subsuelo del mausoleo e impacta en la imagen de Doña Berta y en el ataúd de su hijo

Si en la superficie todo es silencio interrumpido por el canto de un zorzal, debajo la paz es literalmente sepulcral. Descender esos peldaños de mármol permite llegar hasta los ataúdes cubiertos por una tela blanca bordada. Imposible no experimentar emoción, que los ojos se humedezcan. “Es un soplo la vida”, cantaba el poeta que en su espiración dejó una huella indeleble.

Lustrosos, el cajón que cobija los restos de Carlos Gardel está ubicado por encima del espacio donde descansan los de su madre. El espacio es minúsculo, no cabrían más de tres personas. En un lateral, un pequeño banco. “Allí se sentaba Doña Berta para llorar y rezar ante el cuerpo de su hijo fallecido”, explica Beraldi.

“No nos podemos imaginar cómo habrá sido el dolor de ella cada vez que se sentaba en este lugar para llorar, rezar y pedirle a Dios que la llevara para estar junto a su hijo”. Un portarretratos permite ver una foto en blanco y negro de Carlos Gardel junto a su madre. Tal escena jamás existió. Se trata de un fotomontaje, ya que no hay ninguna imagen real que permita la recreación de un momento de esas características.

La tela bordada con el nombre y un fileteado recubre el ataúd donde descansan los restos de Carlos Gardel

El ataúd no es el mismo en el que trajeron al cantor desde Medellín, Colombia, ciudad donde murió cuando el avión que acababa de abordar colisionó con otra aeronave en la pista del aeropuerto.

Julio de Caro y Francisco Canaro fueron algunas de las personas que identificaron los restos para el traspaso de cajón. Como a Gardel le cayó el motor del avión encima, no se calcinó totalmente y sus rasgos pudieron ser reconocibles”.

El cadáver, debido al accidente sufrido y a la envergadura del personaje, fue sometido a un tratamiento de acondicionamiento: “No está embalsamado, pero se le hizo un proceso de conservación introduciéndole formol por la boca y aserrín en el cuerpo”.

Luego de un largo periplo, el cuerpo de Carlos Gardel llegó en barco al puerto de Buenos Aires

Largo periplo para poder descansar en paz. El ataúd que hoy puede observarse es el que se utilizó para el funeral multitudinario realizado en el Luna Park de Buenos Aires en 1936.

Sobre la calle Corrientes, la gente brotaba por todos lados para despedirlo. Su primera morada fue el Panteón de los Artistas: “La mamá pidió construir este mausoleo y que tuviera un espacio libre para, llegado el momento, poder descansar eternamente junto a su hijo”. Así sucedió.

Un santito cantor

Los fines de semana se multiplican los visitantes que se acercan para reverenciar a Gardel. Los sábados está permitida la bajada al interior del mausoleo. Cuando el espacio se encuentra cerrado, la estatua de grandes dimensiones que se emplaza en la ochava lindante se convierte en el espacio de veneración.

La estatua que reproduce la imagen de Carlos Gardel es imponente y refleja con fidelidad la estampa del ídolo popular

“La tradición es dejarle un cigarrillo encendido entre los dedos y realizar un petitorio, la gente le tiene mucha fe”. La obra escultórica fue realizada por el artista marplatense Manuel de Llano, fallecido en 1994.

Un cigarro encendido, parte de la ritualidad en torno al

Si de creencias y convicciones se trata, no son pocos los que llegan con pedidos especiales. Una costumbre frecuente es depositar cartas debajo de la puerta o escribir un deseo o agradecimiento en el libro de visitas que se pone a disposición.

“Muchos pedidos tienen que ver con la salud o por el alma de alguien que ya no está”, reconoce Edith Beraldi. Tampoco falta quien se encomienda a Gardel para pedir por la continuidad de un amor que viene flaqueando. “Una vez, alguien dejó una nota pidiendo por la muerte de varios políticos”.

Aquí sucede hasta lo impensado, pero que conlleva cierta lógica: “Se suelen encontrar cenizas de personas fallecidas, porque muchos gardelianos desean que sus restos se depositen cerca del cuerpo de Carlitos, entonces las familias llegan para esparcirlas”. Algunos lo hacen porque, el ser querido fallecido, había deseado conocer el lugar, pero, sin poder llegar a cumplir ese cometido en vida. “La idea es hacer un cinerario para que esas cenizas no queden esparcidas a la deriva”.

Escrito en los más diversos idiomas, el libro de visitas cobija desde pedidos hasta agradecimientos

Frecuentemente, llegan músicos de todo el mundo y contingentes internacionales de turistas. Rusia, Francia e Israel son algunos de los países con mayor presencia.

Es inevitable que la gente llore, no es habitual poder pararse frente al féretro de una figura de esta estirpe. “Muchos se comunican desde acá con sus padres o abuelos. Una mujer española le hizo una videollamada a su padre de 96 años, quien se encontraba con sus cuidadoras escuchando al Zorzal«.

Puesta en valor

La Fundación Internacional Carlos Gardel está conformada por los herederos del músico, “no por lazo sanguíneo, sino por legado”, afirma Edith Beraldi, quien forma parte de la misma. Fue esta organización sin fines de lucro la que logró acondicionar el mausoleo de la Chacarita que se encontraba prácticamente abandonado.

Euterpe, la musa griega de la música, con su lira con cuerda rota, enmarca el mausoleo

“Mi padre, ad honorem, restauró este lugar junto con el músico Miguel Bonano, quien fuera amigo de Carlos Gardel”. Esa reparación sucedió en el año 2000. Sin embargo, la imposibilidad de acceder al subsuelo de la cripta fue deteriorando el espacio.

Durante décadas, hasta que la mencionada fundación se hiciera cargo del mantenimiento del lugar, el espacio sólo se abría para los visitantes los 24 de junio (fallecimiento) y 11 de diciembre (natalicio). “Durante el resto del año, venía y traía una escalera, escoba y plumero para limpiar, me interesaba que se viera bien”, argumenta Beraldi.

Diversas instituciones han dejado sus placas conmemorativas fijadas en las paredes del mausoleo

La mujer, comprometida con su tarea, recuerda la desazón cuando ingresó al mausoleo: “Nos dimos cuenta que estaba completamente abandonado, un despropósito, me partió el alma, salí lagrimeando”. Sucedió en diciembre de 2015 y habían transcurrido solo dos meses del deceso de su padre, quien le infundió el amor por el “Morocho del Abasto”, algo que potenció su desazón.

“Como se trata de un sepulcro histórico, el primero que no pertenece a un prócer, presenté un reclamo ante la Comisión Nacional de Museos y Lugares Históricos de Buenos Aires”. Arquitectos visitaron el lugar y presentaron el informe correspondiente. Así se pudo lograr la restauración del espacio. Durante ocho días trabajaron una decena de personas, “eso da la pauta del mal estado en el que se encontraba el lugar”.

La descripción es elocuente: “El ataúd de Carlos Gardel estaba lleno de moho y la humedad había comenzado a invadir el cajón de Doña Berta. Habían desaparecido los cubre ataúdes que estaban bordados a mano y que mi mamá había lavado en su casa y cosido todas sus puntillas”.

Hoy, Edith Beraldi y Walter Santoro, presidente de la Fundación Internacional Carlos Gardel, tienen la llave de este mausoleo que algunos lo bautizaron como “Altar del tango”.

La

Una flor realizada por el orfebre Juan Carlos Pallarols se encuentra depositada sobre una placa donde la gente plasmó sus huellas digitales al momento de la colocación, en 2019. “Cada Rosa de la paz que él dona está hecha con la fundición de las vainas de las balas de la Guerra de Malvinas. En este caso, es ´la rosa que engalana´ y da un mensaje de paz, antibélico”.

Lo que se hereda…

Edith Beraldi lleva tatuado a Carlos Gardel, una materialidad de su sentir más íntimo. “Mi amor y admiración es heredada de mi papá. Nací escuchándolo y siendo espectadora de sus películas, ante las cuales mi padre se emocionaba a pesar de haberlas visto mil y una vez. Eso mismo me sucede ahora a mí. El día que me quieras me conmueve, allí se escucha una frase que me dijo mi papá en mi adolescencia, por eso me recuerda mucho a él”.

Aquel parlamento dicho por El Mudo, vaya paradoja para un apodo, era: “si hay una pena, es de los dos”.

Edith Beraldi lleva a

“Venía al mausoleo con mi papá cada 24 de junio y 11 de diciembre, y luego comencé a traer a mis hijos”, sostiene la mujer que se convierte en una anfitriona cálida que responde con amabilidad todo aquello que el forastero le consulta.

Hoy, junto con la Fundación Internacional Carlos Gardel, la desvela la posible restauración de la casa donde vivió el cantor en la calle Jean Jaures, que sufrió, hace unos años, una fallida remodelación que anuló parte de su estirpe original.

“En su momento, el empresario Eduardo Eurnekián, muy gardeliano, compró la casa y la donó al Gobierno de la Ciudad. Ahora, el inversor, para que la propiedad regrese a su brillo original también es él”, argumenta Beraldi. Sin embargo, la burocracia de los estamentos estatales del Gobierno de la Ciudad trabaría tal posibilidad.

Un grupo de turistas llega hasta el mausoleo y comienza con el ritual fotográfico. Algunos descienden para dar testimonio del ataúd. Los más aprensivos prefieren la superficie soleada y observar la placa colocada por la Paramount Pictures. “Sus películas le permitieron a la Paramount salir de una gran crisis financiera”, explica la cuidadora, a la que ningún dato le queda librado al azar.

Habían transcurrido solo diez años de la muerte del cantor cuando Paramount Pictures lo homenajeó con una placa conmemorativa

Hora de partir. Edith Beraldi cierra con llaves el mausoleo. Antes, revisa que cada objeto ocupe su lugar. Como quien chequea su propia casa antes de emprender un raid. La “guardiana de Gardel” sabe que su misión no es en vano. Y ya piensa en el regreso para volver a cumplir con el ritual.

El sol se va escabullendo. Y aquel zorzal que revoloteó durante la tarde, también parece ir en busca de su guarida antes que las sombras de la noche lo bañen todo.

Entre las manos talladas en piedra un cigarro se convierte en cenizas definitivas. A su lado, la figura de Euterpe, la musa griega de la música con su lira con cuerda rota. Algunos metros más arriba, la sonrisa de Carlitos inmaculada, despide galante, eternizada, como un dulce recuerdo que se llora otra vez.

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