El Apocalipsis puede llegar en un instante

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La vida moderna se parece a patinar sobre un hielo delgado, canta Roger Waters en The thin ice, y a menudo aparece alguna grieta que lo confirma. Fue lo que pasó, por caso, el 28 de abril de 2025, un día cualquiera en España hasta que, a las 12:30, todo se detuvo. Lo que parecía un simple corte de luz terminó revelándose, con el correr de los minutos, como un gigantesco apagón que dejó sin electricidad prácticamente a todo el país, Portugal y el sur de Francia.

No había internet, ni celulares, ni posnet, ni cajeros automáticos, ni semáforos. En un instante, me vi inmerso en una versión light de Día Cero, la serie de Netflix protagonizada por Robert De Niro, pero en Madrid. El que no tenía efectivo en el bolsillo estaba perdido y la red de transporte fue desbordada por una marea de gente que quería irse a su casa. Bastaron pocos minutos para que la ciudad fuera un caos.

Es curioso porque solemos vivir con el convencimiento de que algo así nunca sucederá y de que estamos preparados para la ocasión. Será que vimos tantas películas o series apocalípticas que creemos que sabríamos cómo actuar. Pero es una ilusión: a los diez minutos empiezan las dudas: ¿Salir corriendo a comprar agua?, ¿Ir al cajero automático a intentar sacar plata antes que los demás?, ¿Compartir el taxi si alguien le hizo la seña al mismo tiempo que nosotros?, ¿Concentrarnos en llamar a repetición a casa para avisar a nuestros familiares que estamos bien antes de que colapsen las redes y no podamos comunicarnos?, ¿Sentarnos en un bar o en el banco de una plaza a esperar que todo vuelva a la normalidad? Ser solidario o egoísta. Esa es la cuestión.

Es una situación no muy común, pero tampoco tan improbable. Con esta ya viví dos. Y es que en la Argentina tuvimos nuestro propio miniapocalipsis digital el 16 de junio de 2019, cuando la caída de varias líneas de alta tensión dejaron sin electricidad a casi todo el país, Uruguay y el sur de Brasil, en un apagón histórico que también afectó las comunicaciones. El caos no fue aún mayor gracias a que sucedió en un domingo lluvioso, por la mañana, y en el Día del Padre.

Además de los apagones, hay fenómenos naturales que generan disrupciones parecidas, como las que provocan las erupciones solares o los terremotos. Según Wikipedia, en lo que va de este año ya hubo en el mundo más de 10.000 sismos de mediana intensidad (magnitud de entre 4 y 5,9 en la escala Richter).

Pero no solo la gente, tampoco los gobiernos están demasiado preparados para estos eventos. Parece que nadie se ocupó hasta el momento de crear un respaldo analógico masivo cuando, en un mundo cada vez más dependiente de la tecnología y de los sistemas informáticos, todo deja de funcionar.

En el caso español, la respuesta inmediata de las autoridades fue llenar las calles de policías que no tenían idea de lo que estaba sucediendo. “No sabemos nada”, respondían los agentes de la guardia civil frente a las preguntas de miles de personas desencajadas. Mientras, ante la falta de información, en las entradas de los edificios, las bocas del metro madrileño o en las colas del transporte público, volaban las teorías conspirativas: “Es un ciberataque de los rusos”; “Esto es culpa de Putin”; “Toda Europa está sin luz y dicen que no volverá por tres días”.

De pronto, cuando la paranoia alcanzaba ya el clímax, todo regresó a la normalidad. Volvieron la electricidad, los celulares, internet, las tarjetas de crédito y los ATM. Todas las hipótesis alocadas que minutos antes daban algo de miedo empezaron a dar risa. Los políticos, en cambio, dijeron tomárselo muy en serio. Pasaron ya casi cinco meses en los que hablaron y hablaron del tema, crearon comisiones investigadoras, elaboraron informes y no llegaron a ninguna conclusión definitiva. Son los que están menos preparados que nadie para estas situaciones, patinando siempre sobre el hielo delgado hasta la próxima crisis.

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