El arte de fabricar dinero: los siete pecados capitales del mundo corporativo

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Así como las grandes ciudades reflejan el genio de sus arquitectos, las grandes manías financieras reflejan la insensatez de sus artífices de traje y corbata. Nuevas formas de captar y gastar capital seducen a jefes ambiciosos y empujan a los mercados. Esta vez no es diferente. Silicon Valley, Wall Street y Washington están confabulados en una de las mayores eras de generación de dinero del capitalismo estadounidense. El valor de las empresas cotizadas de Estados Unidos, en relación con el tamaño de su economía, es hoy el más alto de la historia.

En medio de esta locura, los principales ejecutivos del país están adoptando siete estrategias financieras arriesgadas. Reflejan las obsesiones del momento —desde la inteligencia artificial y las criptomonedas hasta el capital privado y el patriotismo performativo—. Algunas evocan auges pasados; otras son completamente nuevas. Todas implican asombrosas hazañas de ingeniería financiera… y ofrecen pistas sobre la naturaleza del próximo colapso.

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1. Lujuria por las criptomonedas

El presidente Donald Trump ha promovido con entusiasmo la industria cripto durante su segundo mandato. Las corporaciones estadounidenses lo han seguido. Nunca algo tan desdeñado en los directorios fue luego abrazado con tanto fervor. Los mayores bancos y minoristas del país afirman que están considerando crear sus propias stablecoins ligadas al dólar. Algunas compañías incluso han transformado sus departamentos de tesorería —antes simples centros de cobro— en núcleos de especulación.

La más destacada es Strategy (antes MicroStrategy), líder del movimiento “cripto tesorería”. Nacida como estrella de la era puntocom, hoy existe solo para comprar bitcoin. Posee cerca de US$70.000 millones en la criptomoneda, financiados mediante una agresiva emisión de deuda y acciones. Según sus defensores, la empresa es valiosa porque los inversores buscan exposición apalancada a bitcoin. Más de 100 compañías están haciendo algo similar.

2. Envidia minorista

Estos esquemas están diseñados, en parte, para seducir al incansable inversor minorista estadounidense. Su instinto básico es “comprar la caída”. Pero algunos comprarán cualquier cosa. Las meme stocks han vuelto, y los jefes juegan para la tribuna. Elon Musk le debe a su fanático ejército de pequeños accionistas su paquete salarial de US$1 billón en Tesla. La valoración inflada de Palantir es producto del instinto gregario de los traders aficionados.

Incluso marcas más pequeñas, como American Eagle, pueden aprovechar este universo teñido de memes: sus acciones subieron más del 70% tras poner a la actriz Sydney Sweeney en una campaña publicitaria.

Las empresas también pueden recurrir a los pequeños inversores para salir a bolsa rápido —y con poca supervisión— fusionándose con una SPAC (special-purpose acquisition company). Tras el auge pandémico, estas sociedades vacías, favoritas del público minorista, están inundando nuevamente el mercado: se espera que más de 150 salgan a cotizar este año.

Los mayores bancos y cadenas minoristas de EE.UU. aseguran que están considerando crear sus propias stablecoins ligadas al dólar

3. Circularidad “perezosa”

Cuando los mercados se disparan, también lo hace su tolerancia a la complejidad corporativa. Silicon Valley está probando los límites con un ecosistema de IA caracterizado por gasto circular y participaciones cruzadas.

Nvidia, principal fabricante de chips de IA, posee acciones en CoreWeave, que compra sus chips para alquilarlos, e invierte en xAI, que también los adquiere para correr sus modelos. Además, planea invertir hasta US$100.000 millones en OpenAI, dándole más fondos para comprar… chips de Nvidia.

A su vez, OpenAI —que es parcialmente propiedad de Microsoft, su mayor proveedor de poder de cómputo— posee una participación en CoreWeave y podría adquirir hasta el 10% de AMD, principal competidor de Nvidia.

Los entusiastas dicen que esto no difiere de los acuerdos de “financiación de proveedores” comunes en otras industrias. Los cínicos ven ecos del round-tripping de las empresas de energía y tecnología de los 90, donde se registraban ingresos ficticios sin intercambio real de bienes o servicios. El juicio dependerá de si las empresas concretan sus promesas de inversión.

4. Furia de fusiones y adquisiciones

Cada auge tiene sus megaoperaciones: desde la compra de RJR Nabisco en 1989 hasta la fusión de AOL y Time Warner en 2001. Hoy, el crédito barato y la relajación regulatoria reavivaron la ola de adquisiciones, sin importar el valor destruido en el pasado.

Kimberly-Clark, fabricante de Huggies, acordó pagar casi US$50.000 millones por Kenvue, creadora de Tylenol, en el último ejemplo del recalentamiento que vive el mercado de fusiones y adquisiciones en EE.UU.

Desde el verano, los directivos estadounidenses firmaron la mayor fusión ferroviaria, la mayor compra de centros de datos y el mayor leveraged buyout de la historia. Este mes, Kimberly-Clark, fabricante de Huggies, acordó pagar casi US$50.000 millones por Kenvue, creadora de Tylenol: la mayor operación de consumo masivo en una década.

5. Gula de deuda

Para financiar su fiebre de centros de datos y compras, las empresas estadounidenses se están dando un banquete de deuda. Meta acaba de emitir US$30.000 millones en bonos, el mayor paquete del año. Los proveedores eléctricos también se endeudan masivamente para abastecer los servidores que alimentan la IA.

En el proceso, las compañías experimentan con nuevas formas de endeudamiento. El crédito privado —otorgado por firmas de inversión en lugar de bancos— se disparó. A veces los préstamos privados se parecen a los tradicionales, pero a menudo son más creativos. Apollo, gigante del capital privado, popularizó un modelo donde el préstamo es considerado “capital” por las agencias de calificación (manteniendo el rating del prestatario), pero figura como deuda de alta calidad en el balance del prestamista.

A medida que el endeudamiento crece, también se vuelve más opaco. Además de su emisión de bonos, otros US$27.000 millones ligados al nuevo centro de datos de Meta en Luisiana quedarán fuera de su balance. xAI planea algo similar.

6. Orgullo patriótico

Si esta manía tuviera himno, sería Born in the USA. Las empresas muestran su patriotismo con promesas de inversión rimbombantes pero difusas. JPMorgan Chase anunció que financiará compañías de “seguridad y resiliencia” por US$1,5 billones. Algunos ejecutivos fueron más lejos y se aliaron directamente con el Estado.

Trump en su visita a US Steel - Irvin Works en West Mifflin, Pennsylvania. (Photo by SAUL LOEB / AFP)

El gobierno estadounidense ahora posee: una “acción dorada” en US Steel, un 10% de Intel y participaciones minoritarias en tres mineras. Pronto podría sumar una gran porción de Westinghouse, fabricante de reactores nucleares.

Los banqueros aseguran que toda empresa con algún vínculo con la “resiliencia nacional” busca hacer tratos con la Casa Blanca. Incluso la directora financiera de OpenAI sugirió que el gobierno respalde la ola de endeudamiento en centros de datos, antes de retractarse.

7. Fraude codicioso

El último pecado podría estar a punto de asomar. Todo mercado caliente oculta algún fraude. Al igual que en los escándalos contables de WorldCom o Enron, probablemente no saldrá a la luz hasta que comience la corrección.

Las condiciones están dadas: las prácticas contables en IA, cripto y crédito privado son flexibles y opacas. Y los controles, débiles. Los inversores activistas ya no pesan como antes, e inmigración es una prioridad mayor para la Casa Blanca que el crimen financiero.

Día del juicio

Por ahora, Wall Street espera que la fiesta continúe. Los diferenciales de crédito siguen ajustados, la volatilidad bursátil es baja y los inversores minoristas no se cansan. La app Robinhood informó que el endeudamiento de sus clientes creció 153% este año.

Los indicios de una burbuja suelen aparecer mucho antes de que estalle. Alan Greenspan habló de “exuberancia irracional” en 1996, cuatro años antes del próximo colapso.

Pero el humor empieza a cambiar. En el mundo cripto, Strategy llegó a cotizar al doble del valor de sus bitcoins; hoy, con la caída del precio, sus acciones se desploman aún más y su prima ronda apenas el 20%. Si no logra emitir más acciones, deberá liquidar parte de sus tenencias para pagar intereses. Como gran poseedora y defensora del bitcoin, podría quedar atrapada en una espiral descendente.

También crecen las dudas sobre el mercado de crédito. First Brands, fabricante de bujías, se endeudó por más de US$10.000 millones antes de quebrar; sus prestamistas ahora la acusan de fraude. Jamie Dimon, de JPMorgan, advirtió que aparecerán más “cucarachas”. Y algunas ya salieron: varios fondos de crédito privado cotizan por debajo del valor de sus activos; las acciones de Blue Owl cayeron más de 40% en el año; y la calificadora Egan-Jones, favorita del sector, enfrenta escrutinio.

Incluso se investiga el uso de pólizas de seguros de vida para financiar inversiones.

Y aún queda por ver si el gasto colosal de Silicon Valley en inteligencia artificial rendirá antes de agotar la paciencia de los inversores. Si no lo hace, el castigo será más severo para las empresas que sucumbieron a estos siete pecados. Pero las consecuencias se sentirán más allá de ellas: pérdidas de inversión afectarán el consumo, los mercados de crédito y, posiblemente, al propio gobierno. Sectores financieros aún no probados se verán bajo presión.

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