El asadito de Saer

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Saer, junto a la parrilla, en la casa del cineasta Nicolás Sarquis, su gran amigo. La foto de Daniel Mordzinski es de los primeros años 90.

Seguramente para algunos lectores esto resultará un relato prehistórico; yo misma a veces no recuerdo del todo cómo era el asunto, pero hubo un tiempo en que no documentábamos cada momento de nuestras vidas como si fueran realmente todos importantes. No sacábamos fotos ni grabábamos cada evento y no lo digo con orgullo, apenas trato de recuperar el espíritu de la época, un tiempo sin celular que todavía nos permitía mirar a los ojos a quien teníamos enfrente mientras conversábamos –sin espiar de reojo para ver qué nos estábamos perdiendo– durante esa charla en la que estábamos enfrascados ya por placer o por trabajo.

En mi caso, y por mi oficio, muchas veces las charlas fueron y son por placer y por trabajo. Hago entrevistas desde comienzos de los años 90, no tengo manera de sumar cuántas llevo hechas, tampoco creo que tenga sentido. Solo sé que mucho de lo que aprendí en mi vida lo hice preparando esas conversaciones o en el intercambio con mis entrevistados. Muchos y muchas ya eran personalidades; otros lo serían con el tiempo. Algunas estrellas se irían apagando, otras nunca llegarían a brillar por fuera del pequeño espacio de culto. Fui afortunada: entrevisté a vacas sagradas, a algunas Nobel y soy de los pocos periodistas en actividad que entrevistó dos veces a César Aira cuando aún daba notas en la Argentina. También la suerte de charlar cuatro veces en Buenos Aires con Juan José Saer (Serodino, 1937-París, 2005). Dos de esas charlas se publicaron como entrevistas; las otras dos, no.

La primera de las entrevistas publicadas puede leerse en los archivos de Clarín y también en un libro hermoso compilado y editado por Martín Prieto, que Mansalva publicó hace unos años. Se llama Una forma más real que la del mundo y reúne varias entrevistas a Saer, entre ellas una que le hice en 1993 a propósito de Lo imborrable y (mal) titulé Un paso de comedia negra.

Una de las fotos más conocidas de Saer. Su autor también es Daniel Mordzinski.

En esa entrevista Saer habló de muchas cosas que podrían haberme dado decenas de títulos mejores y vuelve a dos anécdotas, dos pequeños escándalos que se contaron de diferentes maneras a lo largo del tiempo pero cuyas versiones coinciden en que fueron, a su modo, lo que hizo circular el nombre de Saer en el ambiente literario. Uno de ellos fue a propósito de un cuento suyo publicado en un diario local (“Solas”, de su libro En la zona), un cuento al que acusaron de pornográfico. Lo explicó así:

“El cuento era la historia de dos prostitutas, en un cuarto, esperando a un cliente. Es un cuento más bien miserabilista, y en un momento dado una de ellas la toca a la otra, ¡y eso es todo lo que pasa! El diario se agotó, yo renuncié, la iglesia hizo escándalo y en Santa Fe me señalaban con el dedo”.

El otro episodio habla de un Saer algo pendenciero con unos porteños en Paraná, donde se realizaba un congreso de la SADE (la Sociedad Argentina de Escritores). La fecha: 1964.

“Yo había ido a Paraná a trabajar con Roa Bastos en un guión. De entrada nomás hubo algo que no me gustó. Dos o tres de los que estaban allí –que no podían ni lustrarle los zapatos– quisieron tomarle el pelo a Juan L. Ortiz”, me dijo entonces.

–¿Juanele estaba en el congreso?

–Estaba ahí y había ido a recibir a su amigo Raúl González Tuñón, que llegaba con el vapor. Fue una cosa magnífica porque lo fue a esperar vestido con su traje blanco y un sombrero de paja y a algunos tilingos de aquí, de Buenos Aires, les pareció ridículo. Bueno, eso ya no me gustó y no porque se tratara de Juanele: no me hubiera gustado con nadie. Después, en su exposición, alguien dijo que todos los escritores argentinos teníamos que ser solidarios, hermanos, etc, etc. Y a mí me parecía que eso era una falacia histórica, porque era ignorar lo que pasó entre Hernández y Sarmiento, entre Lugones y Macedonio Fernández o entre Boedo y Florida. Ahí la cosa se empezó a poner más violenta y los diarios tomaron la cuestión. Yo contestaba a todo y se armó una pequeña banda de imberbes insolentes que yo capitaneaba.

–¿Qué pasó después?

–La prueba de que yo no hice eso para hacerme famoso fue que Augusto Bonardo me llamaba todas las semanas desde su programa de televisión (La gente, un ciclo cultural de entonces) y me decía: “Juan José Saer, lo invoco para que venga a este programa. Ya le mandamos el pasaje de avión”, y yo nunca contesté. Hasta que un día, a las ocho de la mañana golpean a la puerta y ahí estaba Augusto Bonardo con las cámaras de televisión y ya no pude decirle que no. Pero después de eso hice todo lo posible por pasar inadvertido.

Tapa de los “Cuentos completos” (Seix Barral) de Juan José Saer

Una parrilla y una terraza

Una de las charlas que tuvimos y no se publicaron tuvo lugar en la casa del cineasta Nicolás Sarquis, muy amigo de Saer. Fuimos hasta allí con el fotógrafo Daniel Mordzinski en el marco de un proyecto de libro que teníamos juntos y que nunca se concretó. Por esa época, comienzos o mediados de los 90, me especializaba en eso, en trabajar con intensidad en libros que nunca verían la luz. Leía frenéticamente los libros de los otros, no podía escribir los míos, vaya a saber por qué.

Hace unos años Martín Prieto compiló una antología de entrevistas a Saer. El libro fue publicado por Mansalva.

No me acuerdo de qué hablamos en lo de Sarquis, ni siquiera me acuerdo de cómo hacíamos para concretar una nota entonces, sin mail ni celulares. Cuando digo que no me acuerdo es porque no tengo la sensación física de esa situación de incertidumbre. Sí recuerdo lo feo que se sentía cuando alguien te dejaba plantada, pero la idea del tiempo era otra; estábamos acostumbrados a esperar una respuesta y la demora podía ponernos más o menos nerviosos pero no provocaba el apocalipsis personal que hoy nos demuele cada media hora si alguien no responde al toque. La ansiedad aún no dominaba la época.

Algunas de las novelas de Juan José Saer.

Lo cierto es que esa vez fuimos, subimos a la terraza y Daniel hizo sus fotos mientras yo charlaba con Saer. Hacía muchísimo calor, era al mediodía. Ojalá alguna vez recuerde de qué hablamos entonces; el cassette en el que grabé esa charla o el cuaderno en el que apunté lo que conversamos no existe. El registro de sus palabras y de las mías se evaporó y de ese momento solo recuerdo entrar a esa casa, el saludo cordial de Saer, la escalera que nos trasladaba nuevamente afuera y la terraza en la que Daniel hizo sus fotos.

Conservo también la memoria física de una bochornosa siesta de enero en Balvanera, el agobio por el calor. Creo haber conversado con Saer de pie, el intercambio habrá sido breve, unas pocas preguntas, y lo que confirma esa sensación es algo que me comentó Mordzinski, cuando charlamos días atrás a propósito de este tema. Desde Lisboa, donde vive, Daniel creyó recordar que todo había sido bastante escueto y mencionó como argumento el apuro de Saer, que viajaba de regreso a Francia (donde vivía desde 1968) ese mismo día. Entiendo, entonces, que lo que sucedió fue que, en medio de la corrida del final de su viaje, tuvo la gentileza de cedernos un rato de los últimos momentos con sus amigos.

Pero Daniel se acordaba de algo más: en cuanto comenzamos a hablar me dijo que, mientras nosotros estábamos ahí, había un asado en marcha (suponemos que de despedida). Él se acordaba de eso y se jugaba con algo más: “había pollo y chorizos”, eso me dijo. Mientras yo me desesperaba por recuperar las palabras de la charla, Daniel podía, sin demasiado esfuerzo, recuperar las imágenes. Es posible que la memoria visual sea más obstinada que la auditiva.

Saer y Beatriz Sarlo se conocieron y se hicieron amigos en 1981. Esta foto es de esa misma década.

Daniel no solo estaba seguro del asado que habíamos visto y olfateado, también afirmaba que le había tomado una foto a Saer al lado de la parrilla. Que había conseguido hacerlo posar ahí. Y, mientras lo decía, la imagen del asadito volvía a mí. Mordzinski fotografió a Saer muchas veces porque es un consagrado fotógrafo que se especializa en trabajar con escritores. Tiene ya una colección de fotos alucinantes, obtenidas durante las últimas décadas. Una vez logró que Aira se metiera vestido en una bañera vacía y otra vez, lo retrató cargando globos en una plaza; también le hizo fotos a García Márquez, de perfil, sentado muy erguido en una cama y a Vargas Llosa, acostado y escribiendo; en otra oportunidad fotografió a Jorge Amado, vestido con una remera con foto de Gal Costa, sentado y descalzo: ¿por qué entonces tenía yo que dudar de su palabra?

Con el entusiasmo que provoca ir tras un tesoro, Daniel se propuso hurgar en sus archivos para dar con la bendita foto y se comprometió a contarme el resultado de la búsqueda al día siguiente, pero no fue necesario esperar. Una hora más tarde estaba al otro lado del Whatsapp: la había encontrado. Para cualquier lector fan, se trata de una foto alucinante: nunca falta carne asada en la obra de Saer. “El asadito de Saer ” en algún punto funciona como el relato de todos los relatos.

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Hago un alto para recomendar fervorosamente dos libros, ambos publicados por la Universidad Nacional del Litoral. Uno es Un editor para Saer: sobre la relación autor/editor, en el que Alberto Díaz repasa los veinte años de trabajo y amistad con el escritor y también dicta una clase extraordinaria acerca de la figura del editor, cuya tarea es muchas veces poco conocida por los lectores. El otro se llama Juani. Pequeña crónica de una amistad y su autor es Roberto Maurer, el gran amigo de Saer, quien recupera por medio de una prosa plena de gracia y elegancia momentos de juventud del escritor –algunos, disparatados– que fueron decisivos para lo que luego sería su obra literaria.

Son lecturas ideales si sos lector de Saer y andás necesitando hacer un alto que te permita salir de la coyuntura, lo aseguro.

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Vuelvo a mi memoria escuálida, frustrada, para hablar de otra de las charlas que no se publicó en ningún medio y tuvo lugar en la Feria del Libro, ante un auditorio colmado. Ocurrió en 2001, varios meses antes del precipicio que nos vería caer como sociedad. Saer había dado el discurso inaugural –iniciando así la tradición de que fuera un escritor el encargado de abrir la Feria– y yo ya le había hecho por esos días una nota sobre su libro de cuentos Lugar de la que recuerdo siempre un dato: su hermana había tenido un accidente y él estaba abrumado por esa situación.

Como ya lo había entrevistado, no se me ocurrió grabar la charla en la Feria; mi nota ya había sido publicada y aún no existían las redes sociales, de modo que no tenía que exhibir ni dejar constancia de ese encuentro en ningún espacio. Lo único que me importaba de esa conversación era que saliera bien, poder volver a escuchar a uno de mis autores favoritos y que la gente la disfrutara e hiciera preguntas.

Me acuerdo de Marta Díaz, entonces directora de la Feria, quien me había convocado. También recuerdo que había mucha gente, que Saer estaba de muy buen humor, que habló mucho de poesía, de Melville, de comics, y que la charla fue relajada y llena de anécdotas. La periodista Silvina Friera también lo entrevistó ese año y publicó su nota en Página 12. En la edición de papel, a su entrevista la acompañaba un recuadro que todavía puede leerse online. El título era: «De ‘Moby Dick’ a Marcos» y esto decía:

Unas 400 personas, lectores rigurosos y no tanto de la obra de Juan José Saer, presenciaron el diálogo entre el escritor y la periodista Hinde Pomeraniec, en la Sala José Hernández de la Feria. Saer confesó que no pensaba escribir relatos. “Yo quería ser poeta”, aclaró. “Empecé a leer revistas de historieta, de literatura, de historia. Después, poco a poco, aparecieron los libros de aventuras, las novelas policiales”, recordó. El primer libro que leyó fue una versión para chicos de ‘Moby Dick’. Después siguió con las novelas de Arthur Conan Doyle. En un tono intimista, se sucedieron las preguntas de la periodista y el público. El primer cuento, contó Saer, lo escribió a sus 12 años. “Estaba haciendo una historieta con todos los personajes de la clase de matemática. La profesora me descubrió. El argumento de este relato es alguien que esperaba una carta que nunca llegaba… El coronel no tiene quien le escriba”, comparó entre risas del público. Respecto al mundo de sus personajes, comentó que Marcos, que aparece en un cuento de En la zona, en Cicatrices y La vuelta completa, estará en su próxima novela.

El escritor Juan José Saer en el pueblo de Serodino, provincia de Santa Fe  (David Fernández)

Los apuntes de ese recuadro consiguen reconstruir una escena. Me faltan documentos, me faltan testigos (hace un tiempo, el escritor Hernán Ronsino me dijo que él, muy lector de Saer, había estado ahí). Hace tiempo que sueño con que alguna vez aparecerá una grabación en algún soporte, pero pasan los años y eso no ocurre.

Mientras comenzaba a pensar en este texto, se me dio por tuitear en X sobre el tema para ver si alguien llegaba desde el pasado para darme una mano. La grabación no apareció pero el tuit sirvió para conseguir más información por escrito: alguien muy amablemente me acercó un cable de la agencia DPA de ese día, 27 de abril de 2001, que daba cuenta de la presencia de Saer y de la conversación en la Feria.

Lo reproduzco:

Juan José Saer, considerado uno de los más importantes escritores argentinos de la actualidad y que reside desde hace más de tres décadas en París, está dejando su impronta estos días en la 27 edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

Además de convertirse en el primer escritor invitado a abrir una edición de la muestra, Saer participó anoche en un diálogo abierto con el público, durante el cual realzó a los poetas. “Muchos escritores escriben obras realmente valiosas y que en este tipo de sociedad tan mercantilista, tan superficial, pasan completamente desapercibidas. Es el caso de los poetas”.

Los poetas son los guardianes del idioma. Acá en Argentina todavía existe mucha poesía, en español en general existe mucho, pero en Francia no existe más. En todo caso existen los viejos poetas clásicos, pero la poesía no tiene existencia cultural en Francia”, advirtió el ganador del Premio Nadal por su obra “La ocasión”.

Desde su juventud Saer ha escrito poesía y destacado la importancia que adjudica a su ejercicio paralelo junto con la narración. “Yo no pensaba escribir relatos, yo quería escribir poesía. Los primeros años de mi adolescencia yo escribí toneladas de poemas”, relató en el marco de una charla de tono intimista.

Saer también ahondó en sus personajes, su particular forma de narrar y su vasta obra, integrada por novelas como “Responso”, “La vuelta completa”, “Cicatrices” -recientemente llevada al cine-, “El entenado”, “Nadie nada nunca” y “El limonero real”, volúmenes de cuentos como “En la zona” y “Palo y hueso”, poesía bajo el título paradojal de “El arte de narrar” y ensayos como “El río sin orillas”.

El escritor recordó que en un primer cuento, cuando tendría unos doce años, narraba la historia de “un joven que esperaba una carta y no le llegaba”. “El personaje se llamaba Marcos, después aparece en un cuento de ‘En la zona’, aparece en ‘La vuelta completa’, en ‘Cicatrices’. Y si Dios quiere va a aparecer en mi próxima novela”, señaló.

“Se habla mucho a propósito de mis libros de la reaparición de los personajes. Pero eso es sólo un aspecto, a mí me parece que lo que define mejor mis relatos es la extrema compresión en el tiempo y en el espacio”, explicó el escritor nacido en Serodino, provincia de Santa Fe, que viajó a Francia en 1968 con una beca y se quedó allí.

“Me parece que el hecho de conocer a los personajes así como los vamos conociendo, por fragmentos, de manera no lineal, es como conocemos a casi todo el mundo, incluso a las personas más cercanas. Yo lo que busco es un poco más de realidad a través de esta forma fragmentaria de contar las historias”, aseveró.

A la vez, apuntó, “hay personajes que toman caminos propios o una dimensión propia que yo no me esperaba”.

Saer afirmó que en la labor del escritor deben estar presentes el trabajo y el talento. “No se excluyen y tampoco pueden prescindir uno del otro, están íntimamente ligados. Por supuesto que hay talentos extraordinarios a los cuales no les cuesta ningún trabajo, como por ejemplo (Fernando) Pessoa. Es más fácil que el talento prescinda del trabajo que que el trabajo prescinda del talento”, remató.

“Cuando termino un libro a veces hay como una especie de náusea, es imposible volver a la escritura. Hay que esperar un tiempo; después sobre todo hay que tener razones para poder escribir, si uno no tiene razones no debe escribir”, sostuvo.

“Y si Dios quiere va a aparecer en mi próxima novela”, leo que dijo sobre Marcos Rosenberg, uno de sus clásicos personajes. Fue un anuncio y terminó siendo una realidad ya que así ocurrió: Marcos es uno de los personajes de La grande, la última -e inconclusa- novela de Saer.

Saer, retratado por Daniel Mordzinski, en Buenos Aires.

Veinte años después de su muerte, el tiempo convierte escenas reales en recuerdos difusos e inesperadas huellas entran en alianza con mi memoria para confirmar que aquellas escenas ocurrieron. Vuelvo a leer el final de la primera entrevista que le hice en el 93, en la que habló de su proyecto como escritor y de la necesidad de tomar riesgos, pero también me contó de cuando vendía libros a domicilio y un dentista le terminó comprando catorce tomos de una colección solo porque le gustaba el verde de las cubiertas.

Atrevidísima, elegí cerrar la nota con una pregunta algo tilinga pero que habilitó la revelación de un deseo que hoy es una realidad indiscutible.

–La verdad, Saer: ¿qué espera de sus libros?

–Que gusten, que duren, que queden. Me gustaría ocupar un lugar, pequeño aunque sea, en la literatura argentina. Me gustaría formar parte de la literatura argentina.

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