El auge sin precedente de la industria de seguros contra riesgos de guerra y terrorismo

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A medida que las guerras en Ucrania y Medio Oriente alteraron las rutas comerciales, las cadenas de suministro, los flujos financieros y el día a día de la gente común, un negocio discreto pero estratégico vivió un auge sin precedentes: el mercado global de seguros contra riesgos de guerra. Desde plantas energéticas en Irak hasta barcos que navegan el Mar Rojo y aquellos que temen que sus autos se hagan trizas por la caída de un dron, las empresas y los privados buscan protegerse de un mundo cada vez más impredecible.

Para Christopher Dent, profesor de Economía y Negocios Internacionales en la Universidad Edge Hill (Gran Bretaña), la década de 2020 está marcada por “una escalada de la volatilidad económica global”, impulsada tanto por tendencias estructurales como por eventos recientes. Según él, las aseguradoras deberían prepararse para un futuro dominado por cuatro grandes “dominios de riesgo”: la volatilidad geopolítica, la seguridad económica, el clima y medioambiente, y el control tecnológico.

Estos factores, explica en diálogo con LA NACION, están estrechamente interconectados y delinean los contornos de los conflictos que probablemente surgirán. “Los enfrentamientos tenderán a intensificarse en torno a la obtención de recursos económicos y tecnologías necesarias para ganar ventaja geopolítica, o como consecuencia del cambio climático y de las medidas adoptadas para enfrentarlo”, advierte. En su análisis, el académico anticipa un aumento de las “zonas de conflicto” que interrumpirán las cadenas de suministro globales, alimentando la necesidad de coberturas especializadas.

El “seguro contra riesgos de guerra” engloba un sector que también cubre terrorismo y violencia política, en rápida expansión desde los atentados del 11 de septiembre de 2001. Aunque algunos particulares lo contratan, la mayoría de las pólizas son adquiridas por empresas que buscan proteger sus operaciones, instalaciones y empleados en zonas de conflicto. No existen cifras oficiales, pero una publicación del sector estimó recientemente que este mercado mueve unos 1000 millones de dólares anuales, de los cuales casi el 80% corresponde a aseguradoras especializadas radicadas en Londres, el histórico núcleo del mercado global de riesgo de guerra.

El atentado del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas puso en la portada de todos los diarios los ataque terroristas

Para Constantin Gurdgiev, profesor de Finanzas de la Universidad del Norte de Colorado, los desarrollos más recientes en el mercado surgen de la amplificación de la intensidad y duración de los conflictos en regiones económicamente avanzadas, como Ucrania, lo que genera un aumento en la demanda de cobertura en Europa.

“Mientras que el seguro de guerra solía ser dominio de multinacionales operando en mercados emergentes, hoy vemos que clientes de Europa Central y del Este buscan cobertura, y se amplían los productos para incluir propiedades individuales además de corporativas”, explica a LA NACION. Este cambio introduce nuevos desafíos: evaluar pérdidas y fijar precios en contextos donde los riesgos son menos transparentes y más difíciles de cuantificar.

Las primas varían según el país y el nivel de riesgo. Los especialistas londinenses estiman que para compañías británicas o estadounidenses con operaciones en Líbano o Israel, las tasas actuales oscilan entre el 0,5% y el 2% del valor total asegurado. En los estados del Golfo, más estables, bajan hasta el 0,025%–0,05%. Así, una empresa que contrata una póliza de 100 millones de libras puede pagar entre 500.000 y 2 millones anuales, dependiendo del contexto geopolítico. Las coberturas son diversas: desde secuestros y rescates hasta atención médica, indemnizaciones por lesiones graves o incidentes con “agresores activos”.

“El mercado crece en capacidad y demanda”, explica a LA NACION Daniel Hiller, jefe del grupo de terrorismo y violencia política en Munich Re Specialty. “Nuestros modelos de precios se basan en datos históricos de siniestros, inteligencia en tiempo real y análisis de escenarios de riesgos geopolíticos emergentes”, agrega Hiller.

“Ofrecemos una amplia gama de soluciones para nuestros clientes, que van desde la cancelación de eventos tras un acto terrorista hasta coberturas por huelgas, disturbios o conmoción civil, y daños maliciosos derivados de actos de violencia política -incluidos insurrecciones o golpes de Estado-”, detalla el ejecutivo.

“Nuestros clientes —principalmente grandes instituciones y organizaciones internacionales— suelen tener una relación de largo plazo con las coberturas de violencia política y terrorismo. Sin embargo, en los últimos dos años observamos un creciente interés por diversificar la protección e incorporar nuevas líneas, como interrupción de negocio contingente o vulnerabilidades en la cadena de suministro”, agrega Hiller.

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Las aseguradoras suelen clasificar las coberturas en siete niveles, desde sabotaje y terrorismo hasta guerra civil o conflictos interestatales.

“Muchas firmas intentan ofrecer protección integral, porque no siempre está claro cuándo una situación pasa de terrorismo a guerra civil o a guerra entre Estados”, señala a LA NACION Raveem Ismail, fundador y CEO de Trigger Parametric, empresa londinense que diseña pólizas con parámetros automáticos de activación.

Ismail es uno de los principales impulsores del uso de seguros paramétricos en el campo de los conflictos armados. “A diferencia del seguro tradicional, que indemniza una pérdida real tras evaluar los daños, el modelo paramétrico se activa automáticamente cuando ocurre un evento previamente definido —por ejemplo, si se registra una explosión en una zona determinada o si la intensidad del conflicto supera cierto umbral—”, explica. “Eso reduce los tiempos de pago y elimina buena parte de la burocracia”, afirma Ismail.

Según el ejecutivo, el desafío radica en “definir correctamente los parámetros y las fuentes de datos”.

“Si el evento medido no refleja bien el impacto económico real, se corre el riesgo de pagar cuando no hubo pérdidas o de dejar sin cobertura a quien sí la necesitaba”, advierte. Por eso, este tipo de seguros exige acceso a información precisa y confiable, algo que todavía limita su expansión fuera de los grandes centros financieros. Aun así, Ismail ve un enorme potencial para los países en desarrollo.

“En muchos lugares, los seguros tradicionales son inviables porque las primas son demasiado altas. El modelo paramétrico puede brindar resiliencia económica frente a catástrofes o conflictos, porque los pagos se hacen rápido y sin burocracia. Es una herramienta muy útil para comunidades rurales, gobiernos locales o pequeños productores”, sostiene.

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En materia de guerra o terrorismo, los desafíos son aún mayores. “A diferencia de un terremoto o una inundación, un atentado no es un fenómeno físico: es social y político. La motivación importa, y eso complica su definición”, explica Ismail.

“Por ejemplo, hubo un caso en Israel hace años en el que el gobierno dijo que un atentado ‘no era terrorismo’, mientras que la aseguradora consideró que sí cumplía los criterios y pagó igual. Las compañías pueden definir terrorismo según sus propios términos contractuales, pero para modelar el riesgo y calcular precios necesitamos una definición clara y datos confiables”, agrega.

Aun así, asegura que hoy existen bases de datos objetivas —desde universidades hasta organismos internacionales— que permiten modelar el riesgo “de forma comparable a los desastres naturales”. Para él, el mercado crecerá en ambas direcciones: “cubriendo riesgos nuevos y ofreciendo alternativas más flexibles y rápidas a las formas clásicas de seguro”.

El mercado de violencia política y terrorismo lleva casi tres décadas en evolución. Se consolidó tras los atentados del 11-S y sigue adaptándose a nuevas formas de interrupción operativa”, agrega Hiller. Consultado acerca de las nuevas guerras híbridas que también azotan el mercado global hoy en día, el especialista de Munich Re afirma: “De cara al futuro, el mercado de productos para proteger contra ciberataques está evolucionando rápidamente, con un aumento significativo de la capacidad para responder a la demanda”.

El predominio de Londres se explica, además, por la fortaleza de Lloyd’s of London, centro histórico del reaseguro desde el siglo XVII. “Cada reaseguradora asume un porcentaje del riesgo, entre el 1% y el 10%”, detalla Joanna Cousins, que dirige el equipo de violencia política y guerra de Westfield Specialty, lo que permite distribuir pérdidas potenciales y sostener el sistema.

Efectivos de los servicios de emergencias trabajan en la extinción de un incendio tras un ataque ruso en Kiev, Ucrania, el 10 de octubre de 2025. (AP Foto/Dan Bashakov)

Para Gurdgiev, el gran desafío del sector es fijar el precio adecuado. “Las guerras son eventos excepcionales, muy poco frecuentes, por lo que los datos históricos no siempre sirven para estimar el riesgo”, explica a LA NACION.

La guerra en Ucrania y otros conflictos modernos, dominados por drones, ataques remotos y ciberguerra estatal, generan riesgos difíciles de medir y exponen las limitaciones de las pólizas tradicionales para calcular precios, riesgos e indemnizaciones ante escenarios prolongados y de información incompleta. En este contexto, sostiene Gurdgiev, los seguros paramétricos surgen como la única vía para profundizar el mercado de coberturas ante guerra y terrorismo: “Las pérdidas derivadas de conflictos mayores, violencia geopolítica o terrorismo alineado con Estados son eventos altamente imprevisibles; los seguros tradicionales no pueden cubrirlos con precisión. Los productos paramétricos permiten establecer reglas claras de activación y pagos más rápidos, ofreciendo cobertura a un mundo cada vez más incierto.”

En otras palabras, mientras los accidentes de tráfico son cotidianos, los daños de guerra, aunque devastadores, siguen siendo mucho más infrecuentes. Y es precisamente esa rareza la que hace del mercado de seguros contra riesgos de guerra un sector complejo, técnico y en expansión, donde la innovación y la precisión de datos pueden marcar la diferencia entre pérdidas gigantescas o protección efectiva.

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