La historia de la Cervecería López, que abrió sus puertas sobre la Avenida Álvarez Thomas en 1943, puede ser contada por sus dueños actuales y por los empleados que trabajan aquí desde hace décadas. También podría encontrarse en reseñas de blogs o Instagram, de la mano de influencers gastronómicos que recorren bodegones. Pero la memoria del lugar la resguardan, principalmente, los vecinos nacidos y criados en Villa Ortúzar: los que siguen viviendo en el barrio o los que suelen regresar, claro, para comer en el restaurante. Ellos son los que cuentan cómo durante los veranos en los años 70 las mesas en la vereda ocupaban media cuadra, aprovechando el horario en el que la lindera fábrica Cimpa –especializada en manómetros– bajaba las persianas y sus empleados corrían “a buscar una fresca”. Néstor Rodríguez (71) y Esteban “Pichu” Brenta (73) son dos primos que crecieron a pocas cuadras y hoy, en 2025, comparten sus recuerdos mientras esperan que abra el local para almorzar. “Yo salía del Club Comunicaciones, me subía al colectivo y me bajaba acá antes de ir a casa, para tomarme con los chicos un tanque de cerveza. Eso era más o menos en el 68, ¡éramos muy pibes! López era una parada obligada. No pedían documento en ese entonces. Otros tiempos”, cuenta Néstor entre risas. Y Pichu agrega: “Yo no me olvido de ver los quesos gruyere enormes que bajaban de los camiones rodando como ruedas, ni de los sándwiches de jamón Torgelón o Rondeño que eran ridículamente baratos”. Entre los dos confirman algunos mitos: el de la reparación de veredas (la gente de López se ocupó durante mucho tiempo de cambiar las veredas de la cuadra anualmente, negociando con una fábrica de baldosas) y el de la cancha de bochas que se armó al fondo del local en los primeros años.
“Cambiaron las cosas y hay que aggiornarse, pero ese espíritu, de vecinos, de encuentro, es el que quisimos mantener. La tradición no se negocia”, afirma Alejandro Frota, la cara visible del grupo de propietarios y gerentes que sostiene a López como marca desde hace ocho años, mientras los mozos alinean los manteles a cuadros rojos y fajinan las copas para el primer turno de la jornada.

—¿Cómo nació Cervecería López?
—Nació en 1943 como un proyecto muy personal del asturiano Antonio López, que no solo puso el local sino que se encargaba de todo: atendía a los clientes, cortaba los fiambres y servía la cerveza tirada. Era la época de las cervecerías originales, que tenían un espíritu muy particular, muy ligado a los bares españoles, donde el jamón crudo, los quesos y la cerveza eran la base de la oferta. López fue creciendo de a poco, siempre de la mano de esa impronta de barrio. Con el paso de los años, quedaron sus descendientes y se sumaron otros socios, también asturianos. Lo interesante es que nunca salió del círculo original: siempre quedó en manos de familias o personas vinculadas a esa misma tradición. Eso permitió que, incluso con el paso del tiempo, el lugar conservara un modo de trabajo, un estilo y una identidad muy claros.
—¿Qué significa para ustedes mantener esa esencia?
—Implica sostener una manera de trabajar que viene desde el primer día. La picada López es un ejemplo perfecto: sigue siendo el plato histórico, la marca registrada del local. También hay algo en la atención, en la cercanía con el cliente, que es parte de esa esencia. Y después está el local en sí mismo.

—¿Siempre tuvo esta estructura con dos salones y un salón extra arriba?
—Sí, desde los comienzos funcionó así. El espacio del primer piso fue muy importante durante décadas: se usó muchísimo para casamientos, cumpleaños grandes y reuniones familiares de todo tipo. Hoy no está habilitado, pero forma parte de la historia del lugar. Los dos salones de abajo, en cambio, siguen siendo los grandes protagonistas. Lo que agregamos en estos últimos años es un patio cervecero en el fondo, que amplió la capacidad y le dio un uso muy fuerte a los días lindos. Le hacemos mejoras constantes: cambiar iluminación, sumar faroles, renovar cuadros, arreglar cosas estructurales. Es un local muy antiguo y eso implica un mantenimiento permanente.
—¿Qué tipo de público reciben hoy?
—Es muy variado. Mucha gente imagina que un lugar tan tradicional va a tener un público de personas mayores, pero no es estrictamente así. Vienen también grupos de muy jóvenes, chicos y chicas de veintipico que valoran mucho comer bien, abundante y con buena relación precio-calidad. Creo que buscan una experiencia más auténtica, algo que no encuentran en lugares más modernos. También vienen familias de varias generaciones: es muy común ver al abuelo, los hijos, los nietos y hasta bisnietos en la misma mesa. Y vienen muchos famosos: actores, actrices (no estamos lejos de la zona de productoras y estudios), exjugadores de fútbol. Algunos son habitués desde hace años. Después están los turistas, que aparecen recomendados desde hoteles del centro porque buscan un lugar que represente la gastronomía porteña más clásica y auténtica. La famosa “experiencia local”. Y eso es gratificante porque no son movidas que hayamos armado nosotros. Se dieron naturalmente.
—¿Hay clientes de los que mantienen costumbres de toda la vida?
—Muchísimos. Hay mesas que tienen “dueño”: gente que quiere sentarse siempre en el mismo lugar. Hubo épocas en que eso generaba discusiones porque, si la mesa estaba ocupada, la situación se volvía complicada. Ahora lo resolvimos con reservas numeradas, pero la lógica sigue siendo la misma: el viejo cliente siente que López es parte de su vida. Y eso habla del vínculo que se construyó con el tiempo.

—¿Qué tiene que pedir sí o sí alguien que viene por primera vez?
—Y…la Picada López. Es el plato histórico, el que define al local. No es una picada genérica, sino una compuesta por productos que se preparan acá y que tiene un aire muy de bodegón antiguo: matambre casero con rusa, berenjenas, morrones en aceite, porotos, quesos tradicionales como el gruyere grande, jamón crudo de muy buena calidad. Es una picada que en realidad funciona como comida: no es un acompañamiento sino un plato principal compartido. Y en los últimos años se sumó uno que se volvió un éxito impresionante: la súper milanga. Es una milanesa enorme, del tamaño de una pizza, pensada para compartir entre tres o cuatro personas. La ofrecemos en varias combinaciones: napolitana, calabresa, fugazzeta, al verdeo con panceta. También se puede pedir mitad y mitad. Es un plato que sorprende por tamaño, por sabor y por lo abundante que es. Después tenés rabas, supremas, pastas, postres clásicos.

—La zona creció muchísimo en los últimos años. ¿Cómo conviven con las novedades gastronómicas de esta parte de la ciudad?
—Para nosotros es positivo. La movida de la calle Donado, por ejemplo, trajo muchos restaurantes nuevos y eso hizo que la gente se quedara por el barrio en lugar de irse a otros polos como Palermo o Cañitas. López entra como opción clásica: un bodegón grande, histórico, donde sabés qué vas a encontrar. Ese contraste beneficia al barrio entero: quienes vienen a comer algo más moderno terminan descubriendo López, y quienes vienen a López siguen recorriendo la zona.
—Hay aperturas, pero también cierres o permanencias más breves. ¿Cuál es el secreto para mantenerse tantos años?
—No hay una fórmula única. Pero acá supongo que es apostar por calidad, atención y precios razonables. No negociamos la calidad de los productos: compramos lo mejor posible. Y las porciones son abundantes y pensadas para compartir porque entendemos lo que significa, para una familia, salir a comer. Si alguien come bien, vuelve; si come poco o caro, no vuelve o lo hace muy esporádicamente. Esa filosofía nos acompaña siempre. Por otra parte, como dije, trabajamos mucho en el mantenimiento y la mejora constante del local. Es un edificio muy antiguo, con mucho uso, y eso implica intervenirlo siempre: pintura, iluminación, detalles estructurales, mobiliario. Y por último, para que un lugar de esta magnitud funcione, necesitás un equipo ordenado, estable y comprometido. Nosotros lo armamos en principio, con “buena gente”. El carácter y la amabilidad nos suman más que la experiencia que puedan traer en sí. Pero ya tenemos un plantel estable, consolidado, con trabajadores desde hace muchos años. Por ejemplo José Luis Medina, el fiambrero, es literalmente el alma del local. Él controla la calidad del jamón crudo, de los quesos, de cada producto que sale en las picadas. Tiene una mano única, una velocidad y una precisión que no se aprenden en cualquier lado. Se formó acá y ama lo que hace. Y cuando alguien trabaja así, eso se nota en cada plato.

—¿Alguna vez pensaron en abrir una sucursal?
—Lo hicieron dueños anteriores. Ahora López es único. Nunca digo nunca a nada, pero creo que este tipo de lugares no se replican fácilmente. López es López acá, con esta historia, esta cuadra, estos salones. No hay forma de trasladar eso a otro lugar. Y toda la energía tiene que estar puesta en este local.
