El cambio económico y el déficit de la cuenta corriente externa

admin

Perón había sido reelegido presidente con el 63,62% de los votos cuando, en 1952, le escribe a su amigo el presidente chileno Carlos Ibáñez del Campo en tono de confidencia y amable consejo: “Mi querido amigo: dele al pueblo, especialmente a los trabajadores, todo lo que pueda. Cuando le parezca que ya les está dando demasiado, deles más. Verá los resultados. Todos tratarán de asustarlo con el espectro de un colapso económico. Pero todo eso es una mentira. No hay nada más elástico que la economía, a lo que todos temen tanto porque nadie la entiende”. La cita está en el libro Populismo o mercados: el dilema de América Latina, del economista chileno Sebastián Edwards, y es tomada como un hito en la narrativa fiscal del populismo económico.

Convengamos que la Argentina arrastra una historia de desencuentros con la aritmética fiscal que recuerda el Presidente cuando subraya que el país tuvo déficit fiscal en los 113 años de los últimos 123; pero la idea que plasma el consejo de Perón a su par chileno se propagó casi como axioma en gran parte de la dirigencia política y terminó arraigando como un “parásito mental” en el pensamiento colectivo argentino. Es el precedente ideológico de sucesivos “planes platita” que pueden exhibir muchos trofeos electorales hasta que reiteradas explosiones inflacionarias y una nueva narrativa disruptiva graficada en una “motosierra” desenmascaran la falsedad de la argumentación, que elude las consecuencias de los crónicos desequilibrios fiscales para el crecimiento y la distribución del ingreso.

Durante décadas, una densa bruma de ideas erróneas impidió a los argentinos correlacionar los desbarajustes fiscales con la saga inflacionaria, mientras el cortoplacismo anudaba el apotegma de “a cada necesidad un derecho” con el bolsillo de payaso de un Estado que se apropiaba de cajas con recursos comprometidos con usos futuros (como las cajas previsionales), se endeudaba con acreedores internos y externos a costos crecientes (e incumplimientos recurrentes) e institucionalizaba la inflación como impuesto implícito sobre los pasivos monetarios para camuflar el rojo en las cuentas públicas y seguir eludiendo la restricción presupuestaria.

El Presidente y su ministro de Economía por primera vez en décadas han confrontado el “axioma” de la “elasticidad económica” entre ingresos y gastos, rehabilitando en el subconsciente social el cálculo de la aritmética fiscal entre ingresos y gastos. De allí que el respeto a rajatabla del equilibrio fiscal logrado tenga tanta influencia en la formación de expectativas de inflación a la baja y que aparentes derrotas legislativas para convalidar nuevos gastos en causas políticamente correctas hoy estén al tiro del veto ejecutivo sin generar conmoción social. ¿Empieza a advertirlo la política? ¿Empezará una lógica de austeridad fiscal a permear las cuentas públicas subnacionales de provincias y municipios? Cuando los ingresos tienen que converger con los gastos, y hay que reducir impuestos que asfixian la actividad productiva, la marea baja descubre lo que antes la inflación camuflaba. “Ñoquis”, empleo público improductivo, contratos atados con sobreprecios, tasas de servicios que no se prestan, corrupción, etc. Viene el capítulo de la reforma tributaria y de la competencia por comparación entre jurisdicciones, para que el voto popular pueda liberarse de feudos hasta ahora irredentos que padecen el pobrismo distributivo asociado a Estados prebendarios.

Pero las elecciones de octubre y la necesidad de avanzar en reformas estructurales comprometidas por el Gobierno obligarán a poner bajo la lupa otro desequilibrio, más oculto al argentino de a pie, pero también asociado a un modelo productivo decadente que paraliza el crecimiento y la generación de empleo productivo. Otro “parásito mental”, el de la producción orientada al mercado doméstico, con aislamiento y sustitución de importaciones. Debido a eso, la economía argentina enfrenta una restricción externa crónica: cuando crece tiende a generar incrementos en las importaciones que no siempre son compensados por las exportaciones, especialmente por la baja diversificación de estas. Se citan como responsables de este déficit: la apreciación cíclica del tipo de cambio real (dólar barato); la reversión de signo de algunos rubros relevantes de la balanza comercial como el déficit energético; los pagos de intereses y dividendos; la fuga de capitales (ahorro argentino en el exterior); el déficit entre el turismo emisivo y el receptivo, y la baja propensión exportadora del sector industrial, entre otros. En realidad, son todos síntomas de un modelo productivo agotado que hay que cambiar.

El déficit de cuenta corriente externa refleja un desequilibrio entre ahorro e inversión en el nivel nacional. Puede deberse tanto al déficit fiscal (desahorro público) como al exceso de gasto privado (bajo ahorro privado o alta inversión financiada externamente). Se lo estereotipa con la expresión gráfica de “vivir como nación por encima de nuestras posibilidades”, lo que permite la asociación analógica con el desajuste de un presupuesto familiar. Reformas estructurales mediante, se avecina un proceso de “destrucción creativa” en el que el déficit de la cuenta corriente externa estará en el centro del debate económico.

La batalla cultural deberá abordar los interrogantes que plantean las causas de este déficit y su financiamiento propiciando un modelo productivo alternativo de valor agregado exportable. Durante los 90, los déficits de cuenta corriente fueron recurrentes (hasta 4,2% del PBI en 1999). El colapso del régimen de convertibilidad en 2001 marcó el inicio de una etapa con superávits significativos (2003-2011). A partir de 2012, el saldo volvió a deteriorarse, y entre 2016 y 2018 el déficit superó el 5% del PBI. El año pasado el balance de cuenta corriente fue positivo en medio punto del producto, y este año la consultora Econométrica proyecta un déficit de 1,9% del PBI.

Con cuentas fiscales en equilibrio, el sector público deja de tener responsabilidad en la generación de este déficit, como la tuvo en casi toda la historia pasada. El déficit ahora depende del gasto privado (consumo/ inversión o combinación de ellos). Con un proceso de transformación productiva en marcha los bienes de inversión deberían preponderar sobre los de consumo. El déficit de cuenta corriente se puede financiar con capitales especulativos de corto plazo (los “golondrinas”), con préstamos de bancos u organismos internacionales de mayor plazo, o con inversión externa directa (IED). De nuevo, en un proceso de cambio con recapitalización productiva, mejor la inversión extranjera directa o los préstamos a largo plazo. La combinación más sana la da un déficit con predominio de bienes y servicios de inversión y financiamiento de IED.

Con flexibilidad cambiaria y cuentas públicas en orden, muchos economistas sostienen que el déficit puede crecer hasta un punto donde los automatismos operan los ajustes y correcciones para recuperar el equilibrio. No siempre ha sido así. Nouriel Roubini y otros economistas dirigieron una investigación para el National Bureau of Economic Research de Estados Unidos sobre las causas de la crisis financiera y cambiaria que golpeó a Asia en 1997. Allí advierten sobre la insustentabilidad de los déficits cuando tienen origen en el gasto público, pero señalan también que en los países de Asia la crisis fue generada por exceso de gasto privado (caída del ahorro privado y aumento del endeudamiento privado), con la mayoría de las economías involucradas con las cuentas públicas en orden o incluso con superávit fiscal. Algo que ya tenía antecedentes en la crisis chilena (1977-78) cuando también había superávit fiscal. No funcionaron los automatismos y en la precrisis hubo un exceso de crédito (alentado por desregulaciones del sistema bancario) que derivó en el colapso de varias instituciones financieras con el consiguiente salvataje a expensas del Estado. El déficit de cuenta corriente externa privado terminó impactando en el equilibrio de cuentas públicas superavitarias.

La necesaria transformación productiva de la Argentina va a levantar nuevas polémicas sobre la cotización del dólar, el déficit de cuenta corriente y su sostenibilidad. Con el desarrollo exportador el crecimiento de la productividad va a acompañar una paulatina apreciación de la moneda doméstica. Mientras se consolida el cambio hay que monitorear sin prejuicios ni dogmas la composición y el financiamiento de la cuenta corriente externa, con cuentas públicas en equilibrio y tipo de cambio flexible. Por último, y no menos importante, si llegan a “llover dólares” de exportación (minería, hidrocarburos) aprovechemos la oportunidad de institucionalizar un fondo soberano con parte de la renta apropiada por el Estado (nación y provincias).

Doctor en economía y en derecho

Deja un comentario

Next Post

Nunca cuatro 05/08/2025

Cómo jugar al Nunca Cuatro Nunca Cuatro es un juego online que propone completar todos los casilleros vacíos con un círculo o una cruz. Pero el desafío reside en que nunca aparezcan cuatro signos iguales alineados en una misma fila, columna o diagonal. Una vez completados todos los casilleros, junto […]
Nunca cuatro 05/08/2025

NOTICIAS RELACIONADAS

error: Content is protected !!