
Mientras miles de jóvenes recién graduados recibieron los resultados del Icfes y sienten que deben decidir su futuro universitario casi de inmediato, volvió a surgir un debate que cada año toma más fuerza: ¿están realmente preparados para entrar a la universidad, o sería más sensato hacer una pausa planificada antes de matricularse? Detrás de esa pregunta aparecen factores emocionales, académicos, familiares y económicos que no siempre se evalúan con calma.
En esa discusión, distintas organizaciones dedicadas a formación académica y orientación preuniversitaria identificaron que la presión familiar sigue siendo uno de los elementos más determinantes. La Country Product Manager de EF, Ana María Gordillo, explicó en Infobae Colombia que desde edades tempranas muchos estudiantes crecen con la idea de que deben continuar la profesión de sus padres o ajustarse a expectativas externas.
Ahora puede seguirnos en nuestro WhatsApp Channel y en Facebook

“En Colombia la familia influye un montón”, dijo, y mencionó casos frecuentes, jóvenes que eligen Derecho porque hay un bufete familiar, o Medicina porque los padres esperan que continúen una tradición. El resultado, aseguró, es que no son pocos los que descubren tarde que la carrera escogida no era realmente la que querían.
Su propia experiencia ilustró ese dilema. Durante años quiso estudiar Medicina y ya tenía admisiones confirmadas en universidades colombianas. Sin embargo, antes de iniciar la carrera viajó a Inglaterra para fortalecer el inglés, un requisito para su proyecto académico. En esa estancia descubrió que no se veía dentro de un hospital en el futuro y terminó cambiando de rumbo. Ese proceso, afirmó, fue posible porque logró “conocerse sin el ruido alrededor”, lejos de presiones familiares o sociales. A partir de casos como el suyo, señaló que una pausa corta —de semanas o meses— puede permitirle al estudiante aclarar motivaciones y evitar decisiones impulsadas por expectativas ajenas.
Uno de los factores que más influye en ese proceso es el nivel de inglés. Según un informe de EF, los jóvenes de 18 a 20 años en Colombia retrocedieron a un nivel “muy bajo”, una alerta que tiene implicaciones directas en becas, prácticas y primeras oportunidades laborales. “No es un tema de estratos ni de colegio público o privado”, señaló Gordillo. Empresas de tecnología, teleoperación y servicios compartidos buscan talento bilingüe para operar desde Colombia, pero muchas veces no encuentran suficientes perfiles con el nivel requerido. El país, advirtió, podría estar perdiendo oportunidades por falta de competencia en inglés entre su población joven.

La pregunta que muchos estudiantes se hacen ahora, tras recibir los resultados del Icfes, es qué criterio concreto debería guiarlos para decidir si entrar de inmediato, si esperar o si optar por un preuniversitario. Para la vocera, más que mirar un número frío, es clave que el estudiante evalúe su madurez emocional, su claridad vocacional y su dominio de habilidades básicas. Hay quienes ya están listos, otros que buscan acceder a universidades de alta competencia, como la Universidad Nacional, y necesitan reforzar áreas específicas, y otros que requieren tiempo para entender sus intereses reales. “Todos los caminos son válidos”, enfatizó, siempre que la decisión se tome con evaluación y acompañamiento.
El aspecto económico también pesa. Las familias suelen sentir que cada semestre perdido es dinero desperdiciado, pero Gordillo insistió en que tomar una decisión acelerada puede salir más costoso. Recomendó el “ahorro inteligente”: cuentas de ahorro, CDT, seguros educativos o créditos cuando no hay otra opción. Pero señaló que, antes de invertir en una carrera, es crucial que el estudiante esté seguro. De lo contrario, una experiencia corta —como un intercambio de dos semanas o un programa de tres meses— puede ser una alternativa más rentable que pagar un semestre completo solo para “probar”.
En cuanto a quiénes deberían considerar estudiar un idioma fuera del país, la experta consideró que no depende de la edad sino del momento personal. Una vez el joven ingresa a la universidad, es más difícil hacer pausas académicas y, sin inglés sólido, suele quedarse atrás en materias con bibliografía internacional.

Para quienes parten desde niveles bajos, la ruta inicial pasa por una prueba de nivelación. A partir de ese diagnóstico, el plan suele combinar clases locales o virtuales, corrección guiada de pronunciación y gramática, y una etapa corta en el exterior cuando se alcanza un nivel B1 alto o B2. “Las experiencias del día a día son las que fijan el idioma”, recordó.
Más allá de los caminos individuales, la discusión de fondo sigue siendo la misma, en un país donde la decisión vocacional se toma demasiado temprano y bajo presión, tomarse un tiempo para pensar puede marcar la diferencia entre improvisar y empezar la vida universitaria con claridad y propósito.
