El caso que mantuvo en vilo a Australia durante 30 años: Lindy Chamberlain y la trágica noche que vio por última vez a su bebé

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Corría agosto de 1980 cuando el matrimonio australiano formado por Lindy y Michael Chamberlain decidió emprender unas vacaciones diferentes junto a sus tres hijos en el Parque Nacional Uluru, en el corazón de Australia. Con la ilusión de disfrutar de la vida al aire libre, partieron desde el pueblo minero donde vivían hacia el famoso paraje cercano a Ayers Rock, con carpas y provisiones suficientes para unos días de descanso. Pero, lo que comenzó como un viaje familiar se transformó en una pesadilla que marcaría para siempre a los Chamberlain y conmocionaría al país entero. El caso tuvo tanta repercusión que años más tarde su historia fue llevada al cine, con Meryl Streep en el papel principal.

Michael Chamberlain, oriundo de Nueva Zelanda, llegó a Australia a los 20 años y se convirtió en pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Allí conoció a Alice “Lindy” Lynne Murchison, también nacida en Nueva Zelanda e hija de un pastor. El vínculo entre ambos creció rápidamente y en 1969 se casaron, e iniciaron juntos una vida marcada por la fe y la sencillez.

Lindy y Michael Chamberlain

Los primeros años de matrimonio los pasaron en Tasmania, donde Michael ejercía como pastor y Lindy estudiaba confección y dibujo. Con el tiempo llegaron los hijos: Aidan en 1973, Reagan en 1976 y, ya instalados en Mount Isa, Azaria en junio de 1980. La pareja llevaba una vida modesta, dedicada a su comunidad religiosa y a la crianza de los niños, mientras la madre de familia también confeccionaba vestidos de novia por encargo.

Los Chamberlain jamás habrían sospechado que unas vacaciones familiares en medio de la calma australiana terminarían convirtiéndose en una de las historias más comentadas del mundo. Su vida cotidiana, anónima y sencilla, pasó a ser tema de portadas, documentales y hasta inspiró una película que llegó a Hollywood: Un grito en la oscuridad, con Meryl Streep en el rol de Lindy.

La historia llegó al cine en 1988 con la película Un grito en la oscuridad

El viaje comenzó con entusiasmo el sábado 16 de agosto de 1980, cuando llegaron al Parque Nacional Uluru-Kata Tjuta. Tras recorrer la emblemática Roca Sagrada al día siguiente, advirtieron la presencia de algunos dingos (perros salvajes) por la zona, pero pensaron que no presentaban peligro alguno. Nada hacía presagiar la tragedia que se avecinaba.

Esa noche, mientras la familia descansaba en el campamento, Lindy dejó a los niños pequeños en la carpa. Minutos después, el silencio fue interrumpido por un llanto: al correr hacia la tienda vio a un dingo que se llevaba a la pequeña Azaria arrastrándola. Desesperada, gritó una frase que más tarde daría la vuelta al mundo: “¡Un dingo se llevó a mi hija!”.

El sagrado monte en el Parque Nacional Uluru-Kata Tjuta, en Australia

Una búsqueda desesperada

Esa misma noche, la desesperación movilizó a unas trescientas personas, entre turistas, guardaparques y voluntarios, que recorrieron la zona en busca de la beba hasta altas horas de la madrugada. Más tarde se sumó la Policía para rastrillar el área, aunque los resultados fueron nulos. Lindy repetiría en infinidad de ocasiones que había visto al dingo llevándose a Azaria, incluso recordaba el gruñido del animal mientras sacudía la cabeza con la niña. También describió con detalle la ropa que vestía su hija: un enterito para dormir y un saquito tejido de color blanco.

Azaria, de apenas nueve semanas, desapareció en plena noche

Las primeras pruebas halladas fueron mínimas: algunas huellas de dingo cerca de la carpa. Recién una semana después un turista dio con una prenda clave, el enterito de Azaria, encontrado enredado en un matorral, roto y con manchas de sangre en la zona del cuello. La primera investigación oficial validó la versión de los padres y reconoció que la bebé había sido atacada por un animal salvaje. Sin embargo, lejos de cerrar el caso, el hecho abrió la puerta a años de controversias y sospechas que cambiarían el rumbo de la familia.

La madre que pasó de víctima a victimaria

El caso no tardó en convertirse en un escándalo que atravesó fronteras. La trama parecía salida de una película: una beba, un dingo salvaje y una familia devastada. Las dudas no tardaron en instalarse. En ese entonces, especialistas aseguraban que jamás se había registrado en Australia un ataque de ese tipo contra un ser humano. Aunque eran carnívoros, explicaban, los dingos solían cazar canguros o zarigüeyas, no bebés. Por ende, les resultaba inverosímil que un animal ingresara a una carpa para llevarse a una criatura de apenas cinco kilos.

Las autoridades desconfiaron de la versión del animal salvaje y apuntaron a la madre

Mientras tanto, las autoridades tampoco estaban conformes con la historia, puesto que temían que el relato de los “dingos come-niños” espantara al turismo en los parques nacionales, y esa versión era lo último que querían difundir. Así, la narración de Lindy comenzó a chocar contra la incredulidad de la ciencia y la desconfianza de la opinión pública. A ella la observaban con lupa: demasiado prolija, demasiado entera y sin llantos desbordados por la pérdida de su hija. La imagen de esa madre, que debería haber despertado compasión, empezó a generar sospechas.

De a poco, la mirada social la empujó del lugar de víctima al de victimaria. Se la criticaba por haber llevado a una beba tan pequeña a un campamento e incluso por pertenecer junto a su marido a los Adventistas del Séptimo Día, creencias consideradas en aquel entonces como sectarias. Pronto comenzaron a circular teorías insólitas: mientras algunos sugerían que la niña había sido sacrificada en un ritual, otros se preguntaban por qué no había aparecido el saquito blanco que llevaba encima del enterito hallado destrozado y con sangre.

Presionada y sin evidencias concluyentes sobre el ataque del animal, la investigación cambió de rumbo y apuntó contra Lindy. La clave estuvo en unas diminutas manchas de sangre encontradas en el auto familiar. Tras eso, la hipótesis que ganó terreno fue que la mujer había degollado a su hija en el vehículo y luego se deshizo del cuerpo. Para entonces, gran parte de Australia ya la había condenado, mientras un pequeño grupo le creía. Los Chamberlain, atrapados en una pesadilla, no solo lloraban la pérdida de Azaria, sino que también debían cargar con la acusación del crimen más cruel que podía recaer sobre una madre.

El juicio contra los Chamberlain

Las manchas de sangre encontradas en el auto familiar fueron tomadas como prueba decisiva para acusar a los Chamberlain. Por ende, Lindy quedó señalada como autora principal de un asesinato y Michael como cómplice. En septiembre de 1982 comenzó el juicio en la Corte Suprema de Darwin, presidido por el juez James Muirhead. Allí, un especialista sostuvo que el enterito no había sido desgarrado por colmillos y que no se hallaron rastros de saliva animal; otros aseguraron que la sangre del vehículo pertenecía a un recién nacido. La fiscalía incluso llevó a un prestigioso forense, James Cameron, quien afirmó que Azaria había sido asesinada dentro del auto con unas tijeras.

El caso se convirtió en uno de los más emblemáticos de Australia

Pese a los intentos de la defensa, su versión apenas fue escuchada. En aquel entonces, un zoólogo declaró que un dingo adulto podía atacar y desnucar a un bebé, mientras que un hematólogo cuestionó los métodos usados para identificar la sangre, y sugirió que podían ser simples restos de pintura. También se sumaron peritos psicológicos que describieron a Lindy como una mujer equilibrada, sin signos de estrés ni irritabilidad tras el nacimiento de su hija. Sin embargo, esas voces quedaron opacadas frente a la contundencia del relato de la acusación.

El 19 de octubre de 1982, más de dos años después de la muerte de Azaria, el jurado declaró culpable a Lindy y cómplice a Michael. Diez días después, ella fue condenada a prisión perpetua, pese a estar embarazada de ocho meses, lo que llevó a muchos a sospechar que había buscado tener un nuevo hijo como estrategia. Michael, en cambio, recibió una condena en suspenso de 18 meses y volvió a su hogar con restricciones para cuidar de sus hijos.

Lindy dio a luz a su cuarta hija, Kahlia, el 17 de noviembre, pero tras un breve período de libertad condicional su apelación fue rechazada en 1983 y tuvo que regresar a la cárcel, dejando a la recién nacida en hogares de tránsito bajo custodia estatal.

El accidente que devolvió la libertad a Lindy

Estar acusada de matar a su propia hija convirtió a Lindy en una de las presas más despreciadas dentro de la cárcel, y su vida corría peligro. Sin embargo, a comienzos de 1986 un hecho inesperado cambió todo. David Brett, un montañista inglés de 31 años, sufrió un accidente mortal al escalar la Roca Sagrada de Uluru, el mismo lugar que los Chamberlain habían visitado años atrás. Ocho días después de su caída, durante la recuperación del cuerpo, los rescatistas inspeccionaron varias guaridas de dingos cercanas y hallaron un pequeño suéter blanco de bebé, sucio y deteriorado. Era, sorprendentemente, el saquito perdido de Azaria.

La prueba definitiva: el saquito perdido de Azaria Chamberlain. (National Museum Australia)

El hallazgo, ocurrido el 2 de febrero de 1986, causó un impacto inmediato en los medios y en la Justicia. Lindy, aún presa, se convirtió en una figura incómoda para las autoridades, dado que con esa prueba, su versión cobraba fuerza. Apenas cinco días después, el 7 de febrero, le concedieron la libertad y pudo regresar a su hogar.

El descubrimiento impulsó nuevas investigaciones, teniendo en cuenta que los análisis de las supuestas manchas de sangre en el auto familiar arrojaron un resultado distinto: no eran humanas. Por ende, quedaba claro que los errores y las suposiciones previas habían llevado a una condena injusta. Finalmente, el 15 de septiembre de 1988, la Corte de Apelaciones anuló las sentencias contra Lindy y Michael y cerró así uno de los capítulos más mediáticos y polémicos de la justicia australiana.

Un nuevo capítulo en búsqueda de la verdad

En diciembre de 2011, la jueza Elizabeth Morris decidió reabrir el caso tras recibir de los padres de Azaria información sobre otros ataques de dingos a niños pequeños. Rex Wild, exdirector de la acusación pública del Territorio del Norte, aseguró que si estas pruebas hubieran estado disponibles durante el juicio original, el juez habría reconocido que un dingo fue el responsable: “Aunque en 1980 parecía improbable, en 2012 con estas evidencias la teoría del dingo debería aceptarse”. La magistrada avaló las pruebas y determinó que el certificado de defunción de Azaria debía indicar que había sido “atacada y llevada por un dingo”.

Recién en 2012 se confirmó oficialmente la versión del dingo

El 13 de junio de 2012, el tribunal confirmó la versión de los Chamberlain: un dingo fue el causante de la muerte de Azaria. Tras eso, Michael expresó: “Ha sido una batalla aterradora, a veces amarga, pero ahora sentimos algo de consuelo y la oportunidad de que el alma de nuestra hija descanse en paz”. Lindy, por su parte, recibió una compensación de 1.300.000 dólares y puso punto final a un capítulo de su vida que tardó 32 años en restablecer la verdad sobre lo sucedido.

La tragedia que llegó a Hollywood

El film estuvo nominado al Oscar y se presentó en Cannes

El drama familiar trascendió la televisión y llegó al cine con Un grito en la oscuridad (1987), protagonizada por Meryl Streep y Sam Neill, quienes se pusieron en la piel del matrimonio de Lindy y Michael Chamberlain.

La película recibió nominaciones al Oscar y fue seleccionada para el Festival de Cannes, consolidando la historia como un relato emblemático del cine basado en hechos reales. Lindy y Michael también plasmaron su versión en libros: ella en 1990 con A través de mis ojos y él en 2012, con Corazón de piedra.

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