Hay muchas maneras de definir la “globalización”, pero en historia económica se suele aludir al momento en el que el comercio global comenzó a crecer, de manera consistente, a más del doble de tasa que el aumento del PBI planetario. Eso ocurrió a principios de la década del 70 y en su libro de micro-historia “La Caja” (“The Box”, 2006) el periodista Marc Levinson argumenta que este fenómeno se dio principalmente por la masificación en los años anteriores de un invento poco glamoroso y estudiado: el container.
Hasta ese momento, los barcos cargaban decenas de miles de ítems por separado, en un proceso mucho más arduo que el actual, y con una elevada tasa de robos, roturas y corrupción. En las cinco décadas siguientes, los contenedores fueron reyes absolutos del comercio global. Aunque el impacto de esta invención fue enorme, su creador, el ingeniero estadounidense Keith Tantlinger, nacido en 1913 en Orange, California, en una familia de granjeros, casi no figura en los libros de emprendedurismo.
Su idea, una caja gris de metal, fue mucho menos glamorosa que la electricidad, la PC e Internet, por hablar de otras tres olas revolucionarias y con mejor estructura de relato. Y, sin embargo, un inversor y analista de nuevas tecnologías, Jerry Neumann, escribió un ensayo publicado días atrás (y con enorme impacto en la comunidad tech) en el cual argumenta que el actual boom de Inteligencia Artificial Generativa (IAG), a pesar de que es “brilloso” en la superficie (con aplicaciones de video que asombran casi todos los días, por ejemplo) se parece más, en su dinámica económica, a lo que ocurrió con los containers entre los sesentas y los ochentas que a lo que sucedió con los auges de la PC o de las puntocom.
Dependiendo de la estimación que se tome, hay pronósticos de que la transformación de la IA podría sumar entre un 1% y un 7% al PBI global en la próxima década, esto es, entre uno y siete billones (millones de millones, trillions en inglés) de dólares de nueva riqueza. En un largo ensayo titulado de manera provocativa “La IA no te va a hacer rico”, Neumann sostiene que esta vez, al contrario que lo sucedió en la última revolución de Internet o en la anterior de las computadoras hogareñas, no vamos a ver tantas start-ups emergiendo de la nada y reemplazado a los gigantes actuales, sino que la nueva riqueza irá en su mayor parte al statu quo.
Esto contrasta con la creencia de otros analistas, que predicen el surgimiento de muchos “unicornios unipersonales” (empresas de más de 1000 millones de dólares de valuación, de una sola persona con la ayuda de agentes múltiples de IA). Días atrás, Alexandr Wang, el prodigio de Meta multimillonario de 28 años, sostuvo que “el próximo Bill Gates es un chico de 13 años que está en modo ‘vibe coding” (programando con herramientas de IA) en este momento”.
Neumann cuenta que el impacto que tuvieron a nivel global estas “cajas grises”, y la riqueza que generaron hace medio siglo, fue también gigantesco, pero que a pesar de eso no aparecieron muchos nuevos magnates en el Fortune 500 provenientes de este sector. Hubo algunas excepciones de pioneros (el equivalente de hoy a un OpenAI), pero la parte del león fue en silencio a empresas como Ikea, que tuvieron la posibilidad de llenarse de dinero haciendo envíos de artículos para el hogar y muebles a otros países a un costo de trasporte que se derrumbó en pocos años.
Un motivo central de esta argumentación es que ahora con la IA, al igual que lo que sucedió con las “cajas grises” en los barcos, las grandes empresas actualmente ya descuentan que la IA va a ser revolucionaria y están ya comprometidas con este rumbo. No hay “efecto sorpresa” ni mucha incertidumbre, que es lo que suele ser “el foso que rodea al castillo” (la ventaja competitiva sostenible) para los emprendedores. Es un chiste o una canción que ya conocemos todos, y por lo tanto la espalda financiera de los gigantes hace la diferencia.
El ejemplo que da Neumann es el de la invención de la PC. La visión original de Jobs y Wozniak de la computadora hogareña era algo completamente estrambótico en la década del 70. Si IBM hubiera compartido el entusiasmo por entonces, Apple tal vez no hubiera llegado a su legendaria primera ronda de apertura de capital (IPO) de US$100 millones de 1980. Neumann cree que muchas apps que hoy están haciendo ruido en el mercado (hay más de 40 mil herramientas de IAG actualmente en la página There s an AI For That) pronto vivirán un proceso de consolidación.
El inversor usa este enfoque como criterio para sus apuestas. Cree que lo que viene no será una era dorada para las inversiones, sino más bien para los consumidores. Es más: los nombres más rutilantes del actual boom son compañías poco capital intensivas y con pocos empleados, con lo cual las oportunidades de entrar como socios desde afuera son muy limitadas.
Una de las economistas más citadas a la hora de analizar el timing de estas disrupciones tecnológicas es Carlota Pérez, una venezolana nacionalizada inglesa experta en tecnología y en desarrollo socioeconómico. Es conocida, especialmente, por su concepto de cambio de paradigma tecnoeconómico y su teoría sobre grandes oleadas de desarrollo, una reelaboración de los ciclos de Kondratieff. Con más de 80 años, Pérez se convirtió en una economista fetiche para Silicon Valley.
La académica venezolana identifica cuatro etapas en todos los procesos de cambio desde la Revolución Industrial hasta el presente: irrupción, frenesí (aquí se infla la burbuja), sinergia y madurez. Cada una de estas cuatro fases tiene implicancias muy distintas para las estrategias de inversión.
La gran pregunta a responder ahora es si el actual boom de IA es una nueva fase que parte de cero (estamos en la etapa de irrupción y frenesí) o si es una ola que continúa al despliegue digital de este siglo (y por lo tanto estamos más cerca de la consolidación y madurez).
Un homónimo masculino de la economista venezolana Carlota Pérez, el creativo argentino Carlos Pérez, viene trabajando desde hace meses en un modelo de análisis para el proceso de cambio actual basado en una figura del mundo del surf: el “Next to Peak” (NPT). “Cada vez es más importante el ‘tiempismo’, saber leer micro-señales para posicionarse en el lugar justo y en el momento adecuado, ni antes ni después. Obviamente esto no es algo innato, sino algo que se va desarrollando con prueba y error”, cuenta Pérez a LA NACION. En el surf, estar en esa zona (NTP) es estar en el lugar donde todo es posible: hay prioridad sobre el resto para tomar la mejor ola, permite hacer maniobras más adecuadas y elegir los “viajes más largos” y disfrutables. En la inmensidad del océano, el tiempismo, que siempre fue una habilidad relevante, ahora pasa a ser una prioridad de supervivencia.
