Un reciente e innovador estudio científico reveló que el cinturón de asteroides, una vasta colección de rocas, escombros y fragmentos helados que orbitan el Sol entre Marte y Júpiter, está desapareciendo.
Situada en una región del espacio que durante siglos fue vista como un misterio y que, en buena medida, sigue siéndolo, constituye un registro fósil de los primeros instantes del Sistema Solar. Su existencia permitió a la ciencia obtener pistas sobre cómo se formaron los planetas, pero un nuevo estudio advierte que este cinturón no es una estructura estática y permanente, sino un sistema en declive.
La investigación, liderada por Julio Fernández, de la Universidad de la República en Uruguay, calculó con precisión la velocidad a la que el cinturón está perdiendo material. El resultado es sorprendente: cada año, aproximadamente el 0,0088% de la porción de asteroides que aún participan en colisiones se pierde.
La cifra parece minúscula, pero cuando se proyecta a la escala de miles de millones de años, revela un proceso de desgaste constante que, poco a poco, está borrando una de las regiones más emblemáticas del espacio.
Una región marcada por la influencia de Júpiter
El cinturón de asteroides ocupa un espacio comprendido entre las 2,1 y 3,4 unidades astronómicas del Sol, es decir, entre unos 314 y 508 millones de kilómetros de distancia de la estrella. Aunque las ilustraciones suelen mostrarlo como una nube compacta y peligrosa, la realidad es muy distinta: los cuerpos están separados por enormes distancias, tanto que una nave podría cruzar la región sin encontrar ninguno.
Lo que realmente define al cinturón no es la densidad de sus asteroides, sino la compleja danza gravitacional que los mantiene en movimiento. Júpiter, el gigante del Sistema Solar, impidió hace 4600 millones de años que este material se uniera para formar un planeta. La fuerza de su gravedad alteró la región, volvió destructivas las colisiones y dispersó la materia. Hoy, lo que queda equivale apenas al 3 o 4% de la masa de la Luna, distribuida en millones de objetos de diversos tamaños.
Las resonancias gravitacionales, es decir, las interacciones periódicas de los asteroides con los tiempos orbitales de Júpiter, Saturno e incluso Marte, siguen actuando como un mecanismo de dispersión. Estas fuerzas empujan a muchos cuerpos fuera de la región, lanzándolos hacia el Sistema Solar interior —donde se encuentra la Tierra— o expulsándolos hacia las inmediaciones de la órbita de Júpiter.
El proceso tiene consecuencias. Alrededor del 20% de la masa perdida se convierte en fragmentos que cruzan en algún momento la órbita terrestre, con la posibilidad de ingresar a la atmósfera como meteoros.
El 80% restante es triturado por colisiones y reducido a polvo meteórico, que se dispersa en el espacio y contribuye al brillo difuso del polvo zodiacal visible poco después del atardecer o antes del amanecer.
Los objetos más grandes, como Ceres, Vesta, Pallas, Higia o Juno, quedaron fuera del estudio. Su tamaño y estabilidad les permitieron resistir durante miles de millones de años, por lo que ya no forman parte activa del proceso de desgaste. Pero el resto de los millones de cuerpos que orbitan en el cinturón sigue sometido a un destino marcado por choques y expulsiones.
Un archivo vivo de la historia del Sistema Solar
El cinturón de asteroides es mucho más que un cúmulo de rocas flotando en el espacio. Es un archivo natural que conserva la memoria de cómo se formaron los planetas. Los asteroides están clasificados en tres grandes familias: los carbonáceos, ricos en carbono; los de silicatos, formados por materiales rocosos; y los metálicos, compuestos en gran medida de hierro y níquel. Entre ellos se encuentran cuerpos de tamaños muy diversos, desde pequeñas rocas hasta planetas enanos como Ceres, que mide 950 kilómetros de diámetro.
La teoría más aceptada señala que el cinturón representa la materia original de la nebulosa protosolar que no logró unirse en un planeta, debido a la interferencia gravitacional de Júpiter. Otra idea, menos respaldada, sugiere que podría haber existido un planeta que se desintegró, pero la escasa masa actual del cinturón hace improbable que un mundo de ese tamaño hubiera estallado sin dejar rastros más significativos.
El nuevo estudio aporta un giro crucial a esa visión. Si la tasa actual de pérdida de masa se proyecta hacia atrás, el cinturón debió ser al menos un 50% más masivo hace unos 3.500 millones de años, con una velocidad de pérdida aproximadamente el doble de la actual. Esa estimación coincide con la evidencia geológica encontrada en la Luna y en la Tierra, que muestra que en aquellos tiempos la tasa de impactos era mucho mayor.
Las capas de esferulitas de vidrio, formadas por antiguos impactos de meteoritos, confirman que nuestro planeta vivió un pasado mucho más violento. A medida que el cinturón fue perdiendo masa, el bombardeo cósmico disminuyó, hasta llegar al goteo relativamente estable que experimentamos hoy.
La investigación transforma la percepción que se tenía del cinturón de asteroides como una estructura estática. En realidad, es un sistema dinámico que se encuentra en constante cambio, desgastándose y liberando material hacia el espacio.
Consecuencias para la Tierra
Comprender cómo el cinturón pierde masa no es un ejercicio académico aislado. Tiene implicaciones directas para nuestro planeta. Los fragmentos que escapan de la región pueden convertirse en asteroides cercanos a la Tierra, y algunos eventualmente impactan contra la superficie. Estudiar el ritmo de este proceso ayuda a modelar mejor los riesgos futuros.
Al mismo tiempo, ofrece una ventana hacia el pasado. La Tierra primitiva experimentó intensos bombardeos que modificaron su superficie, influyeron en la evolución atmosférica e incluso pudieron desempeñar un papel en el origen de la vida, al traer agua y compuestos orgánicos. La disminución gradual de ese bombardeo estuvo ligada a la pérdida de masa en el cinturón.
El polvo generado por las colisiones también cumple un papel visible. Se acumula en el espacio interior del Sistema Solar y es responsable del tenue resplandor zodiacal, una franja luminosa que puede observarse en cielos oscuros. Esa luz es un recordatorio constante de la actividad invisible que aún tiene lugar entre Marte y Júpiter.
En este contexto, el cinturón de asteroides deja de ser un simple escenario del cosmos para convertirse en un protagonista activo en la evolución planetaria. Sus fragmentos llegan hasta nosotros como meteoros que iluminan el cielo nocturno o, en casos excepcionales, como meteoritos que impactan en la superficie y se convierten en piezas de museo y laboratorio.
El estudio revela que el cinturón está condenado a un declive progresivo. Aunque los tiempos son inmensos y el proceso no representa una desaparición inmediata, la conclusión es clara: el cinturón de asteroides no es eterno.
La visión de una estructura fija entre Marte y Júpiter debe reemplazarse por la de un sistema vivo que se transforma lentamente. El pasado más masivo del cinturón se conecta con el presente más escaso y con un futuro en el que, eventualmente, gran parte de su material se dispersará por completo.
Este descubrimiento también obliga a repensar cómo se explican los registros geológicos de la Tierra y la Luna. La correlación entre la pérdida de masa del cinturón y la disminución del bombardeo cósmico es una pieza más en el rompecabezas de la historia del Sistema Solar.
Los astrónomos continúan afinando sus cálculos, con la ayuda de observaciones desde telescopios como el Hubble y simulaciones de supercomputadoras que permiten recrear las colisiones y las interacciones gravitacionales. Cada avance confirma que lo que alguna vez se pensó como un paisaje permanente es, en realidad, un escenario en movimiento constante.