Cuesta mirar la cancha y entender que Boca juega sin él. En la Bombonera, su ausencia se siente en cada rincón. Muchos miran al cielo, otros bajan la cabeza y permanecen en silencio. Falta Miguel Russo, y se nota. Sobre el círculo central, una gigantesca tela cubre el césped con su imagen y un mensaje que lo resume todo: “Amor con amor se paga”. En el palco de Riquelme cuelga otra con la imagen de un abrazo entre los dos y la frase: “Siempre te recordaré con una sonrisa, amigo”. En las tribunas hay más recuerdos. En las pantallas del estadio pasan imágenes suyas, de sus títulos, de su historia, de sus hitos. En el campo, una hilera de chicos de las inferiores agita banderas de palo con la foto de Miguel besando la Libertadores.
El minuto de silencio se transforma genuinamente en un minuto de aplausos y ovación. Paredes y Claudio Úbeda, su exayudante y ahora técnico, sueltan globos azules y amarillos con tres estrellas doradas, una por cada título que ganó, y una camiseta con el número 1956 -el año de su nacimiento- con el símbolo de infinito. En un palco, su familia observa la escena, emocionada. Aunque el técnico en el banco es Úbeda, la voz del estadio lo recuerda a él: “Miguel Ángel Russo”. La Bombonera explota, como en las noches de gloria: “Muchas gracias, Miguelo; muchas gracias, Miguelo; vos no diste la copa, vos no diste alegrías, lo que hiciste por Boca no se olvida en la vida”. El estadio luce como a Miguel le gustaba: repleto, colorido, lleno de vida.
Cuando el homenaje termina, el resultado golpea de nuevo. Boca jugó un partido regular y, aunque mereció más, sufrió su segunda derrota consecutiva y dejó escapar la oportunidad de quedar segundo en la anual, pensando en la clasificación a las copas. De haber ganado, habría liderado las dos tablas. No sumó y quedó al borde de salir de la zona de playoffs.
El equipo intentó honrar el legado de Miguel, y lo consiguió por momentos, sobre todo en el primer tiempo: generó varias ocasiones netas aun sin desplegar un fútbol brillante. El parate por la muerte de Russo se notó, sobre todo en los jugadores de mayor porte: Di Lollo en el fondo, Battaglia en el medio y Giménez adelante. Boca arrancó intenso, presionando a Belgrano desde el minuto uno, pero lució desordenado, y esa falta de coordinación lo llevaron a desperdiciar oportunidades claras. Palacios, que regresaba al equipo, fue inconstante pero tuvo apariciones decisivas: aprovechó espacios detrás de los volantes rivales y generó peligro con pases filosos al área, tanto por el centro como por las bandas. Sin embargo, ni Merentiel ni Giménez estuvieron finos: cada uno falló dos situaciones claras.
La contracara fue Belgrano: apenas insinuó con alguna corrida de González Metilli y la inteligencia de Zelarayán para ponerle pausa al juego y controlar el ritmo del partido. El plan del equipo de Zielinski, que llegaba con tres empates consecutivos y buscaba sumar en la Bombonera tras volver a Córdoba con las manos vacías en sus últimas cuatro visitas, era plantear un partido largo, cortado, intentando que Boca sintiera la presión y cometiera errores en defensa. Se replegó tanto que el arco le quedó lejos y casi no generó chances de contraataque. Boca se fue al descanso golpeado, como si estuviera perdiendo, aunque el marcador seguía en cero. La frustración venía de no haber podido transformar en gol la superioridad mostrada en el primer tiempo.
La floja conducción de Pablo Dóvalo, acertado en las decisiones pero confuso en la manera de dirigir y demasiado pendiente del VAR y sus asistentes, cambió el clima en la Bombonera y generó tensión. El estadio se levantó cuando el árbitro sancionó penal por falta clara de Di Lollo a Passerini, que primero omitió y luego cobró a instancias del VAR, a cargo de Fernando Espinoza. El defensor buscó anticipar, pero llegó tarde y terminó pisando al delantero. El propio Passerini lo cambió por gol. Poco después, otra fatalidad puso inesperadamente a Belgrano 2 a 0: centro al área, desvío en Paredes, y adentro.
Úbeda respondió de inmediato. Con Cavani lesionado, Boca no contaba con un 9 suplente. Eligió a Zeballos, que con Russo había tenido pocos minutos tras su floja actuación en el Mundial de Clubes. Entró por Aguirre, de bajo rendimiento, y apenas tocó la pelota marcó el 1-2. El envión duró poco. Lejos de la versión del primer tiempo, Boca perdió claridad: abusó de los pelotazos, reclamó penales en cada balón que cayó al área, desaprovechó las jugadas de pelota parada -Paredes no retornó de la selección en buena forma- y fue perdiendo la fe a medida que pasaban los minutos. En el epílogo, Boca volvió a apurar y generó chances, sobre todo por el sector de Zeballos, pero sin ese 9 angelado que pudiera definir. La imagen final resumió todo: Giménez cabeceó incómodo y la pelota rebotó en el travesaño.
Lo mejor del partido
En la despedida del equipo, los hinchas dejaron en claro que en Boca no existe paciencia, ni siquiera en situaciones límite. “Contra River, cueste lo que cueste…”, se cantó en el centro de la popular, y rápidamente se propagó por todo el estadio. Boca no tendrá fecha libre a pesar de las elecciones: el lunes deberá ir a la cancha de Barracas Central para recuperar el partido pendiente, luego visitará La Plata para enfrentar a Estudiantes y más tarde afrontará el clásico en su regreso a la Bombonera.
El clima de paz que había generado el homenaje a Russo se cortó con la derrota, y Boca volvió a quedar en una situación incómoda. Lo que empezó con emoción terminó opacado por la derrota y la frustración de una Bombonera que esperaba otra final.