El amor por Buenos Aires surgió del rock. Pablo López Waismann, oriundo de Bolivia, había vivido 20 años en la Argentina y le había inculcado su sabiduría sobre la música y el cine a su hija, Matilda López Sanzetenea. Eso la encandiló. Con solo 18 años, Matilde, o “Mati” como le decía su padre, se decidió a mudarse de Bolivia, donde había crecido, a la capital argentina para empezar su nuevo sueño.
A menos de un año de embarcarse en su viaje, el sábado 1 de noviembre, Matilde cayó de un balcón de un segundo piso de un departamento en San Telmo. Murió horas después. Pablo repite que ya no será el mismo que antes, que algo se rompió, pero que, detrás de la angustia, se encuentra una batalla: está seguro que su hija fue asesinada por su novio, un joven, también boliviano y de 18 años, que vivía en ese departamento y que se encontraba allí, cubierto de arañazos, cuando ocurrió la tragedia. Hoy está detenido.
En diálogo con LA NACION, Pablo pide justicia y, también, concientizar alrededor de una problemática que crece día a día: “Quiero que la muerte de mi hija no sea una estadística. Si salva una vida, yo ya gané”.

Su camino a Buenos Aires
Encandilada por la cultura argentina y el cine porteño, Matilde decidió mudarse a la Capital Federal tras terminar sus estudios secundarios en La Paz, Bolivia. Su padre la apoyó fervientemente en la decisión. “Yo viví 20 años acá. Tuve un hijo y, luego, me fui a Bolivia, donde tuve a Mati. Cuando ella tuvo edad suficiente para entender algunas cosas, me preguntó sobre Argentina. Eso es el origen de su amor. Y le di mi bendición inmediata”, señaló.
Matilde se decidió a estudiar Diseño de Imagen y Sonido en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Con el apoyo de su padre se asentó en una residencia estudiantil. Sin embargo, su estadía no prosperó: no encajaba con sus compañeros ni le gustaban las instalaciones. De ahí, continuó a otra residencia donde estuvo un tiempo hasta que, finalmente, se mudó sola a un departamento en Defensa al 300. “Estaba encantada porque tenía balcón a la calle, luz, sol, gatitos. Llegó ahí hace un par de meses atrás”, recordó Pablo.
Hasta el sábado 1 de noviembre, Pablo creía que su hija vivía sola en ese departamento del barrio de San Telmo. Pero, tras la tragedia, entendió que no era así: el encargado del edificio le reveló que se había mudado con su novio. “Mati no me lo quería decir porque yo estaba en contra de la relación por las señales que había visto y me habían contado sus amigas. También por cosas que yo tuve que afrontar”, explicó.

La relación con Nahuel había comenzado hace un año, en Bolivia. Se habían conocido en un evento interescolar sobre Naciones Unidas. Ambos tenían el deseo de irse a vivir a Buenos Aires. Ella a estudiar el camino audiovisual en la UBA. Él a aprender Derecho en la Universidad del Salvador.
La primera señal llegó por teléfono. “Me llamó llorando y me dijo que Nahuel le había cortado el acceso a la cuenta de banco”, recordó Pablo. En ese entonces, Matilde todavía no tenía su DNI, entonces los jóvenes compartían una cuenta donde Pablo le transfería el dinero que Matilde necesitaba para pagar el alquiler, los útiles para la facultad, y otros elementos para subsistir. “Ese día lo llamé y le dije que no vuelva a ver más a mi hija”, sostuvo Pablo.
De ahí, todo escaló. Aproximadamente dos meses después, Matilde volvió con Nahuel, pero no le dijo a su padre. “Yo me fui enterando por amigas de ella de lo que pasaba. Me decían que cada vez que volvía con Nahuel, ya no les escribía más”, explicó.

“Él la acosaba. Se le paraba afuera de la puerta cuando ella no quería verlo, iba a la facultad a espiarla para ver si estaba con otros chicos, le monitoreaba el Whatsapp». Según contó, el le había pedido iniciar una sesión paralela en su computadora para controlarla. “Es un sociópata que no debería estar suelto en la calle”, sumó. Pablo también sabía que Nahuel se había gastado todo el dinero que tenía y, por eso, Matilde pagaba la totalidad del alquiler que, se suponía, compartían ambos. Además, había abandonado la carrera.
“Ella me decía que no le alcanzaba la plata porque estaba todo muy caro o le pedían cosas en la cosa. Ahora entiendo por qué”, detalló.
Pablo recordó la advertencia más grande que le dio a su hija antes de su muerte: “Le dije: ‘Dejalo, porque si ahora te hace eso, mañana no quiero tener que ir a buscarte a la morgue’. Le dije así. Y mirá. Tuve que hacer exactamente eso”.
El momento de la tragedia
El sábado 1 de noviembre Matilda le pidió plata a su padre para ir a la Fiesta Bresh. Pablo se encontraba de viaje en Washington, Estados Unidos, y accedió a enviarle el dinero. Pero cerca de las 20, Matilde dejó de contestar. No atendía las llamadas ni se conectaba al Whatsapp.
“Era como si se hubiera parado. Yo pensé que estaba de fiesta. Hasta el domingo a la tarde me parecía normal. Después mandé a alguien a averiguar. Y ahí supe todo”.
Matilda cayó desde un balcón de su domicilio en el segundo piso del edificio donde residía. Personal de la Comisaría Vecinal 1D de la Policía de la Ciudad se desplazó al lugar y la encontró tendida en la vereda, todavía con vida. En el lugar de la tragedia se encontraba el novio de Matilda, también boliviano y de 18 años. Fuentes cercanas a la investigación informaron a LA NACION que tenía lesiones en la espalda similares a arañazos.
Matilde fue trasladada por una ambulancia del Servicio de Atención Médica de Emergencias (SAME) hacia el Hospital Argerich. Ingresó ya con muerte cerebral, pero los médicos la mantuvieron conectada para que su familia pudiera despedirse. Su hermano Oliverio, que vive en Uruguay, logró llegar a ella. También lo hicieron algunos amigos y conocidos.

Pablo voló rápidamente a Buenos Aires, pero llegó tarde: “Me esperaron a mí. Pero ella no me pudo esperar. Llegué el martes a la mañana y todo ya había pasado”.
La causa quedó bajo el Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional N°5, que ordenó la detención de Nahuel y la clausura del departamento. “Mati vivió sola conmigo desde sus 14 años. Su madre no estaba presente. Era mi princesa”, lamentó.
La causa quedó caratulada bajo tentativa de homicidio, pero Pablo lucha para que se cambie a femicidio: “No importa si en el instante final él la empujó o ella se tropezó o lo que sea. Es el resultado y la consecuencia de la agresión prolongada de él sobre ella”.
Entre lágrimas que intenta contener, Pablo dice una y otra vez que quiere justicia. En sus redes sociales, en diálogo con LA NACION, en cualquier lugar, repite que la muerte de su hija no puede ser en vano.
“Esto debe difundirse hasta el infinito. Quiero que la muerte de mi hija sirva para algo. Y no me voy a mover de acá”.